Encuentro Nacional de Mezcal Morelia 2014

Apuntes de un viajero

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Hasta hace algunos años, cuando uno viajaba por algunas de las rutas de Michoacán, no dejaba de sorprender que la gente, en poblados y caseríos apartados, ofreciera venta de mezcal a escondidas, como si se tratara de un producto clandestino y, en consecuencia, perseguido y castigado por las autoridades. El vaso o la botella con mezcal también podían conseguirse en el tendejón, en la casa humilde, con la señora que echaba las tortillas de maíz al comal, en la ranchería o en el pueblo, bajo el riesgo de involucrarse en un problema.

El aroma a pino, la neblina, el clima frío y la llovizna, en la sierra, seducían e invitaban a algunos viajeros a probar el mezcal, la bebida ancestral mexicana que conserva en su esencia el sabor del agave, del terruño, de las vinatas; pero también olía y sabía, entonces, a persecución, a clandestinidad, a relatos que databan de la época de los abuelos, a anécdotas diluidas en los capítulos de la historia.

Había quienes encargaban, también a hurtadillas, una botella de mezcal, acaso sin imaginar que algún día se convertiría en bebida de moda, en el estilo de incontables restaurantes, y que, incluso, sería apreciada en otros países. Bebida ancestral, rudimentaria y artesanal que se cata en las mezcalerías de Coyoacán, La Condesa y Polanco, en la Ciudad de México, pero también en otros rincones del país y el mundo.

En la hora contemporánea, las mezcalerías son punto de encuentro de artistas, bohemios, intelectuales, turistas, parejas y grupos de amigos que diluyen algunas de las horas de sus existencias entre la convivencia, la degustación y la charla porque eso es el mezcal, dicen, un estilo de vida.

Resulta fundamental cuidar el consumo del mezcal porque no todas las marcas están certificadas ni ofrecen calidad, ya que como acontece en diferentes giros y mercancías, en esta actividad también se practica la falsificación, lo cual no solamente afecta la economía de incontables familias productoras, sino puede atentar contra la salud de quienes ingieran la bebida.

Innumerables turistas conocen, por su fama, el mezcal de Oaxaca; aunque no todas las personas, en México y el mundo, saben que en el territorio nacional existen ocho entidades productoras de tan legendaria bebida. Los estados que conforman la denominación de origen del mezcal son Durango, Guerrero, Guanajuato, Michoacán, Oaxaca, San Luis Potosí, Tamaulipas y Zacatecas. Existen bebidas similares en otras entidades del territorio nacional, como la Raicilla en Jalisco, la Bocanora en Sonora y el Sotol en Chihuahua, Coahuila y Durango.

En Michoacán existen, al menos, 89 vinatas. Solamente una marca michoacana, establecida en el municipio de Morelia, ha conseguido la certificación y la denominación de origen. No obstante, en el lapso de aproximadamente un mes, otras 28 marcas obtendrán la certificación.

Dentro de la promoción que todos estamos comprometidos a hacer de Michoacán, es importante señalar que este fin de semana, desde el viernes 28 hasta el domingo 30 de noviembre del presente año, se lleva a cabo en Morelia, la capital del estado, el Encuentro Nacional de Mezcal, el cual reúne 98 marcas de diferentes regiones del país.

El Encuentro Nacional de Mezcal se realiza en los jardines del Centro de Convenciones de Morelia, donde adicionalmente se presentan catas por parte de diferentes restaurantes y conferencias de interés para quienes se dedican a esa actividad. La entrada es gratuita y el público puede recorrer los stands de las bebidas y de la zona gastronómica.

Justo es reconocer que el principal organizador y uno de los promotores más entusiastas de este encuentro es el secretario de Fomento Económico de Morelia, Luis Navarro García, quien admite que la idea de concretar un foro de tal naturaleza es, precisamente, dar a conocer a los mexicanos y al mundo que en Michoacán se elabora la bebida de manera artesanal y con la más alta calidad.

Refiere Luis Navarro García que inicialmente dialogó con algunos productores morelianos de mezcal sobre la importancia de promover la bebida a nivel nacional, motivo por el que inicialmente pensaron en el diseño de una exposición que se convirtió, con el apoyo del presidente municipal de Morelia, Wilfrido Lázaro Medina, en el encuentro nacional que desde el inicio, tras su inauguración, atrajo a gran cantidad de personas.

Desde su perspectiva, el funcionario municipal considera que es importante que los productores morelianos y michoacanos de mezcal trabajen con calidad para que una vez certificados, tengan posibilidades de comercializar sus marcas en la República Mexicana y en los mercados mundiales, donde la bebida se ha convertido en moda.

Al contar Morelia y Michoacán con atractivos turísticos, indudablemente los viajeros se interesarán en recorrer las rutas mezcaleras, conocer las vinatas artesanales y adquirir una botella con tan preciada bebida que actualmente marca un estilo de vida.

Por cierto, el Encuentro Nacional de Mezcal se inserta en la celebración de los 20 años de la denominación de origen. Ese es el motivo por el que los miembros del Sistema Nacional Producto Maguey-Mezcal eligieron el foro para sesionar.

Como viajero, uno encuentra en un rincón y en otro de Michoacán motivos para transformar los instantes de la existencia en oportunidades que le permitan deleitarse con los escenarios naturales, la arquitectura colonial, la historia y todas las expresiones folklóricas; aunque también, en el caso de quienes desean consentir sus paladares y sentidos, es válido construir momentos de ensoñación, y qué mejor, si les agrada el mezcal, regalarse la dicha de catar el sabor de las centurias, del terruño, de la vinata, acompañados, quizá, de música.

Como la entrenadora de basquetbol

Autoridades mexicanas

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Hace años, cuando cierta instructora de basquetbol cayó en la tentación de jugar y competir deslealmente con los integrantes del equipo a su cargo, descuidó su labor de entrenadora, intentó medir fuerzas, dividió al grupo, se desprestigió y perdió autoridad, hasta que el día de la competencia los resultados fueron deplorables.

Sin destacar más detalles, habrá que señalar que lo más grave que aconteció tras el encuentro deportivo, fue el desaliento y la total desintegración entre los jugadores y la falta de respeto a la entrenadora, quien a pesar del rechazo generalizado, tuvo la desfachatez de entregar constancias de participación e invitar a todos los competidores a seguir desarrollándose a través del deporte.

Una vez que concluyó la competencia y la entrega de reconocimientos, regresó con la intención de reorganizar al equipo; sin embargo, nadie creyó en ella y el trato que recibió ya no fue de profesora de educación física, sino de rechazo e indiferencia.

Intentó persuadir a los ex miembros del equipo de basquetbol a reintegrarse, unas veces rogándoles y otras, en cambio, ejerciendo presión y obligándolos, obviamente sin obtener resultados positivos.

Cuando los jugadores le reclamaron los descuidos y excesos en que incurrió, sus respuestas fueron absurdas y contradictorias. En verdad no supo afrontar el problema. Sus explicaciones siempre resultaron poco convincentes, lentas y torpes.

Han transcurrido bastantes años desde aquel incidente que tal vez carezca de importancia para la mayoría de los lectores, de no ser porque las actitudes de la entrenadora recuerdan la situación de las actuales autoridades mexicanas que definitivamente no han sabido responder con madurez y resultados a las exigencias y a los planteamientos de la sociedad de la hora contemporánea.

Últimamente acuden a la memoria las imágenes de aquella entrenadora de basquetbol que lejos de ejercer autoridad de manera ética y ganar el apoyo y respeto de quienes esperaban resultados favorables, únicamente provocó caos, confusión, desorden, divisiones y protagonismos, sobre todo con las actitudes y respuestas de las autoridades mexicanas que no han cumplido las expectativas de la sociedad ante los grandes problemas y retos nacionales.

Igual a la profesora que promovía el respeto entre el equipo y era la primera, al jugar, en cometer agresiones, las autoridades hablan de pactos de paz y hasta de la amenaza de desestabilización por parte de alguien con intereses oscuros, y a la vez responden con fuerza pública y violaciones a los derechos humanos en perjuicio de la sociedad.

Las noticias difundidas por los medios de comunicación y replicadas en todo el mundo a través de las redes sociales, han motivado a las autoridades federales a responder con desaciertos, titubear, declarar y actuar más en defensa de sus propios intereses que los de la nación, o al menos es la imagen que proyectan.

Entre más contestan a los cuestionamientos de la prensa, de los sectores sociales del país y de la comunidad internacional, mayores son las contradicciones, los argumentos improvisados y la evidencia de que las autoridades y los políticos mexicanos carecen de estrategias, rumbo y compromiso con la nación.

Más que reformas estructurales que al parecer únicamente se orientan en fortalecer la macroeconomía y favorecer a ciertos grupos cercanos al poder, México necesita soluciones inmediatas a sus problemas y retos emergentes.

Y es que mientras continúen en la República Mexicana prácticas relacionadas con corrupción, deshonestidad, impunidad e injusticia, y los argumentos oficiales sean más en defensa de lo que creen desea la población, las autoridades y los políticos carecerán de credibilidad y quedarán rebasados, como hasta ahora, por la sociedad y los acontecimientos. Mantendrán similitud con la entrenadora de basquetbol, pero en aquellos tiempos, ella, la instructora, tenía la responsabilidad de preparar a un equipo, y no trascendían sus fracasos más allá de los intereses de los jugadores, mientras los otros, los funcionarios públicos y políticos, asumieron el compromiso y la obligación de conducir el rumbo de México, y no están cumpliendo.

¿Todos parejos?

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Si alguien, en México, deposita cierta cantidad de dinero en efectivo o compra una casa o un automóvil de determinado valor, antigüedades, obras de arte o joyas, de inmediato captará la atención de las autoridades federales y se convertirá en sospechoso de evasión fiscal o lavado de dinero.

La urgencia de captar recursos económicos por parte de la Federación, junto con una errónea política de combate a la delincuencia, ha lastimado a la sociedad al grado de que todos, en este país, somos sospechosos de engañar al Fisco o de ilícitos como el tráfico de drogas.

Independientemente de lo cuestionable que resultan las políticas fiscales, derivadas de las mal llamadas reformas estructurales, uno, como ciudadano, se pregunta las razones por las que la justicia no aplica igual para todos, es decir se ejerce el peso de la ley sobre cualquier persona de la que se presume, por el hecho de realizar un gran depósito en efectivo o una compra, que se encuentra fuera de la legalidad, mientras funcionarios públicos y políticos derrochan el dinero, adquieren grandes residencias y autos de lujo, viajan al extranjero y a los centros vacacionales más caros y comen en restaurantes elegantes, sin que autoridad alguna los supervise y menos aún los sancione.

Cuando por alguna causa las autoridades aprehenden y exhiben en los medios de comunicación a algún funcionario público o político por fraude, por desfalco a las arcas, se le castiga con pagos irrisorios y una vez libre, vuelve a disfrutar los beneficios de su dudosa fortuna. Lo peor que le puede pasar es que lo encarcelen, pero no congelan sus cuentas y embargan sus propiedades, generalmente a nombre de familiares y personas de su confianza.

El asunto relacionado con la casa blanca de la esposa del presidente Enrique Peña Nieto, también ha puesto a Televisa, una vez más, en entredicho, ya que si otorga recursos millonarios por contratos de exclusividad a sus artistas, habría que investigar lo que declara al Fisco por concepto de ingresos y lo que realmente paga.

De igual manera, esos actores, cantantes, conductores, futbolistas y personajes tan afortunados en un país donde millones coexisten en la miseria, tendrían que ser investigados y comprobar, a través de sus declaraciones anuales y otros documentos, si en verdad pagan impuestos de acuerdo con sus envidiables percepciones.

No es posible que millones de mexicanos que diariamente trabajan o exponen sus inversiones en la generación de empleos e impuestos, reciban tratos de delincuentes y sospechosos, cuando otra clase, la de los políticos, la de la élite del poder, viva con grandes privilegios en un país que gradualmente se desmorona.

Realmente es una ofensa para los mexicanos que funcionarios públicos y políticos construyan mansiones lujosas, adquieran vehículos elegantes y se dediquen a consumir en restaurantes y a viajar a destinos caros, cuando en este país hay quienes mueren por falta de un medicamento o de plano no tienen dinero ni para satisfacer sus necesidades básicas.

México no necesita multimillonarios ostentosos, cuyos ingresos por concepto de un cargo público o político, por más altos que sean, no alcanzarían para construir residencias, tener autos de lujo y vivir en niveles superiores a los de aquellos que invierten en la generación de fuentes laborales, impuestos y riqueza.

Si las reformas son estructurales, como aseguran, habría que aplicar las leyes para todos y supervisar que actores, cantantes, funcionarios públicos, políticos y empresas y personajes cercanos a las esferas del poder, comprueben la legalidad de sus ingresos y el correspondiente pago de impuestos porque de no hacerse, entonces el malestar y repudio social continuarán creciendo hasta alcanzar niveles insospechados y peligrosos para la nación. México merece respeto.

Más allá del síndrome del espejo y de minimizar los hechos

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

No se trata de un asunto de espejos como los modelos que siempre han impuesto las televisoras a una población que se inclina ante aparentes bellezas físicas, ni tampoco de minimizar los temas con voceros y medios de comunicación aliados y parciales, porque la realidad nacional ya rebasó la era de las farsas y exige enfrentar y solucionar los problemas sociales con acciones reales y resultados satisfactorios.

La mirada internacional se enfoca, precisamente, en México, en los acontecimientos más recientes que desmienten el discurso oficial victorioso en el sentido de que existen condiciones propicias para que el país se desarrolle plena e integralmente, ya que al desmoronarse las bases que se requieren para generar confianza e incluso atraer capitales productivos -certidumbre, equidad, justicia, seguridad, transparencia- son endebles, sí, tan de dudosa calidad que impiden la construcción de proyectos sólidos que verdaderamente conduzcan al progreso.

México está enfermo, débil, totalmente desmejorado. Casos como el crimen de los normalistas de Ayotzinapa, la extraña licitación ya revocada del tren rápido de la Ciudad de México a Querétaro y la casa blanca del mandatario del país con los argumentos enredosos de sus voceros y aliados e incluso de su esposa, no son los únicos que prenden los focos rojos e indican que el territorio nacional se pudre, ya que se trata de algunos de los síntomas y manifestaciones de la realidad que ofende e irrita a la población.

Respuestas lerdas como las que se han dado a los casos Ayotzinapa, tren rápido y casa de Las Palmas, denotan que para la Federación son temas secundarios e indeseables de tratar, minimizados por el escozor y las molestias que causan; sin embargo, la irritación social ha aumentado en toda la República Mexicana y la indignación mundial es tangible, como ya lo presenciamos el pasado jueves 20 de noviembre, fecha en que incontables personas se manifestaron en el zócalo del Distrito Federal y fueron reprimidas de manera brutal por las fuerzas públicas, a pesar de que la mayoría se expresó pacíficamente.

Es obvio que el descontento de los mexicanos es legítimo y que alguien pretende desvirtuarlo, manosear sus expresiones, provocar miedo y confrontaciones, con la intención de generar repudio generalizado al movimiento que exige cambios y respuestas con resultados al presidente de la República Mexicana, al gobierno, a los políticos.

Como las respuestas oficiales son débiles, contradictorias, fuera de tiempo e incongruentes, los hechos provocan intrigas y la gente sospecha, en consecuencia, que los encapuchados violentos y otros ingredientes enrarecidos del escenario nacional son parte de la estrategia gubernamental para desestabilizar el movimiento social, desprestigiarlo y provocar su repudio.

La crítica internacional contra las autoridades mexicanas es notoria por parte de artistas, intelectuales, periodistas, empresarios e inversionistas, quienes han hecho a un lado las hasta hace poco tan alabadas reformas que para nadie serán atractivas, por más estructurales que insistan que son, mientras prevalezcan la corrupción e impunidad en el país.

El movimiento de manifestantes por el caso Ayotzinapa se ha incrementado considerablemente en diversas regiones de la nación. Hemos sido testigos, en las últimas semanas, de las crecientes protestas sociales contra los hechos cometidos en perjuicio de los normalistas de Ayotzinapa y las actitudes y reacciones ambiguas, poco satisfactorias y torpes de las autoridades; aunque también han resaltado los desmanes no sólo por parte de algunos de los inconformes, sino de personas infiltradas que acentúan más las sospechas de la intromisión del Estado y otros grupos con intereses muy ajenos a los de la población.

Independientemente del malestar social, es fundamental castigar a aquellos que aprovechan las expresiones de descontento para causar destrozos y saquear; no obstante, el Estado, cuya estrategia fallida es un llamado muy indeciso a la paz versus sus falsedades y represión brutal, enfrenta la tentación de argumentar riesgo de inestabilidad nacional para seguir ejerciendo la fuerza y reprimir.

La adhesión y simpatía de diversos sectores de la sociedad al movimiento de los estudiantes normalistas, no es casual; es consecuencia del descontento por la realidad que vive México, las políticas poco benéficas para las mayorías, los resultados tan mediocres por parte de un gobierno que se ha dedicado más a favorecer a cierta élite, imponer medidas endurecidas y contrarias a las condiciones del país, impulsar la macroeconomía y desdeñar la microeconomía y promover sus llamadas reformas estructurales e imagen en el ámbito internacional aun a costa de afectar a la colectividad y no necesariamente reflejar un proyecto común e integral de nación.

El descontento colectivo y los temas incómodos para los gobernantes y políticos no son exclusivos de las marchas y manifestaciones; en los aeropuertos, autobuses, aulas, Metro, transporte colectivo, taxis, restaurantes y puntos de reunión se discuten cotidianamente.

A los mexicanos de la hora contemporánea corresponde desterrar la pasividad, el papel de críticos y espectadores adormilados que les ha caracterizado, participar responsablemente en los asuntos de interés nacional y exigir a las autoridades y políticos que asuman su compromiso histórico ante el país.

Los gobernantes y políticos deben olvidar su síndrome del espejo, es decir trabajar con hechos y resultados para los mexicanos y no crear una imagen artificial y falsa en el vecindario internacional, como hasta ahora se han empeñado en hacerlo.

Por lo pronto, los problemas complejos que enfrenta el presidente Enrique Peña Nieto es un llamado de atención, una alerta para que rectifique su discurso político y también el rumbo del país, a pesar de que para su ego o los intereses de ciertos grupos, cueste trabajo.

Museo de Arte Colonial, relicario de obras sacras en Morelia

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Tiene cicatrices. Cuenta las centurias. Es finca de la historia y del tiempo. Su patio y salones pertenecen a las otras horas, a las del ayer, cuando en el siglo XVIII Valladolid era una ciudad próspera y típica de la Nueva España; pero sus rincones también forman parte de la aurora de la decimonovena centuria, precisamente del 23 de junio de 1821, fecha en que él, Luis Arango, dirigió la primera imprenta de la capital de la provincia de Michoacán.

Desde el patio con baldosas y columnas de cantera, hasta las habitaciones de muros gruesos, la casona colonial exhala la fragancia de familias linajudas y acontecimientos añejos, acaso como si ya inmersa en la vorágine de la hora contemporánea, en el tropel de los años y de lo cotidiano, pretendiera reencontrarse consigo, con su esencia, para curar sus heridas y perdurar siempre en la memoria y los sentimientos de los moradores de Morelia.

Cada rincón parece evocar a los otros, a las familias que durante la Colonia habitaron el inmueble, con sus alegrías y tristezas, con los claroscuros de la existencia, hasta que el olor del papel y la tinta señala, en las horas convulsivas de México, la labor de Luis Arango. Mansión de familias vallisoletanas y taller de libros y escritos impresos.

La construcción de cantera, cuyo perfil mira al templo colonial del Carmen y al ex convento de la Orden de los Carmelitas Descalzos, es refugio de imágenes sacras de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, junto con algunas pinturas virreinales y otras piezas invaluables.

Durante su historia, la casona ha tenido, al menos, tres rostros: morada de familias de la antigua Valladolid, primera imprenta de la ciudad y Museo de Arte Colonial. Es una finca destinada a permanecer entre nosotros, los de hoy y mañana, para recordar el arte y la historia de Michoacán.

Para no pocos especialistas, el Museo de Arte Colonial es recinto que alberga la mejor colección de imágenes de pasta de caña que existe en el territorio nacional. Se trata, en verdad, de un proyecto cultural muy importante; aunque es evidente que no reúne todas las imágenes que se elaboraron durante las centurias coloniales, sobre todo en la ribera del lago de Pátzcuaro, porque la mayoría se encuentran en colecciones privadas. Hay que reconocer que el saqueo de piezas coloniales ha sido una práctica cotidiana en México.

El espacio aloja más de 100 imágenes coloniales de Cristo. La mayoría son de pasta de caña de maíz, elaboradas, principalmente, en talleres establecidos en Pátzcuaro, Tzintzuntzan y Tiripetío; también hay una de marfil, procedente de Asia, y otras talladas en madera. Hay Cristos suplicantes, agonizantes y yacentes.

Desde su fundación en 1984, el Museo de Arte Colonial, dependiente del Gobierno de Michoacán, signó convenios de comodato con el templo de San Agustín y el ex convento de Santa Rosa de Lima, conocido entre los morelianos como Las Rosas, con la intención de exhibir alrededor de 45 pinturas virreinales de caballete, de las cuales sólo se encuentran expuestas 22. El resto se ubica en la pinacoteca del templo de San Agustín y en Casa de Gobierno, en la ciudad de Morelia.

Entre la colección de pinturas, en su mayoría anónimas, destacan tres del célebre artista oaxaqueño Miguel Cabrera: ecce homo; una referente al obispo Juan de Palafox y Mendoza, quien fundó una imponente biblioteca en Puebla; San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. Igualmente, el recinto expone obras firmadas por J.C. Padilla y Miguel de Herrera.

Igualmente, el Museo de Arte Colonial presenta objetos correspondientes al arte pagano y suntuario, figurando las tres carabelas a escala de Cristóbal Colón; dos piezas de porcelana oriental que datan del siglo XVIII, las cuales pertenecieron a José Bernardo Foncerrada, alférez real de Valladolid; una pareja real en plata y marfil, también de la decimoctava centuria.

No pocos de los Cristos coloniales pertenecieron a la colección de Jesús Huerta Fernández, hombre que rescató muchas imágenes en diferentes poblaciones de Michoacán, las cuales, por cierto, eran quemadas, según la costumbre, con el objetivo de obtener tizne para los miércoles de ceniza.

Son imágenes que cautivan por su realismo, como los Cristos del siglo xvii, llenos de dramatismo. Sus expresiones son de dolor y presentan heridas, llagas, sangre escurriendo y huesos.

Entre la colección destacan un Cristo de marfil, procedente de Asia, y otro negro con rasgos indígenas. Por cierto, antiguamente existía la creencia de que algunos Cristos absorbían los pecados de los seres humanos y que, por lo mismo, cambiaban a un color negro.

No obstante, en una de las salas se encuentra un Cristo de gran tamaño, conocido como el Señor del Veneno. La gente creía que al curar los piquetes de los animales, absorbía la ponzoña y que por tal motivo se convirtió en una imagen negra. Lo cierto es que la figura es de mezquite y está pintada de color negro.

Si bien es cierto que los investigadores reconocen que en horas prehispánicas existía una deidad negra, la cual estaba dedicada al comercio, no pocos de los Cristos de ese color se han localizado precisamente en regiones que son cruce de caminos y que tuvieron cierto auge mercantil.

El Museo de Arte Colonial es una puerta abierta, un albergue de antigüedades, un punto de encuentro con parte del arte sacro que abundó en la provincia de Michoacán durante las centurias pasadas.

Una historia

Hay una historia apasionante, la de un hombre que dedicó parte de los días de su existencia a rescatar imágenes coloniales, a coleccionar Cristos elaborados por manos anónimas y adorados por pueblos indígenas durante las cada vez más distantes horas del ayer. Sin él, no podría entenderse el invaluable e irrepetible acervo de esculturas sacras que exhibe el Museo de Arte Colonial.

Originario de Jalisco, Jesús Huerta Fernández amó entrañablemente el otro terruño, el de Michoacán, donde formó a su familia y fue admirado y muy querido por incontables personas aquí y allá, en una ciudad y en otra, en ese y en aquel pueblo, en el rincón de mayor modestia y en el salón más augusto, acaso porque su estilo de vida invitaba a experimentar cada instante con plenitud e intensidad.

Nada más ilustrativo para conocer su pasión por rescatar imágenes, que el pensamiento que plasmó alguna vez: “Cristo es el centro de la historia y del mundo, el autor de la vida y el vencedor indiscutible de la muerte”.

Tal vez sin darse cuenta, se convirtió en redentor de las imágenes añejas y deterioradas de Cristo. Por algo afirmaba que “cada Cristo es sencillamente una expresión de cultura religiosa, algunos en talla de madera y otros fabricados en pasta de maíz, tan devotos y buenos, que nos podrían contar largas historias de dolor y de amargura. Cristos que tienen bordadas en sus pies, innumerables leyendas”.

Jesús Huerta Fernández tenía cita con el destino. Sintió el llamado y emprendió, por lo mismo, la tarea intensa. No habría tregua en su pasión. Se convertiría en el rescatista de la colección de Cristos coloniales más importante que existe en México.

Hace ya varias décadas, cuando era joven, precisamente en el inolvidable y singular siglo XX, sus actividades lo condujeron a muchos rincones de Michoacán y la región, donde tuvo oportunidad de conocer y recorrer capillas, ex conventos y templos virreinales.

Fue allí, en los recintos sacros que exhalaban el aroma y el eco de otras horas, las del Virreinato, donde sintió atracción por las imágenes, principalmente de Cristos, que fotografiaba y, además, agregaba a su colección que cada día resultaba más grande e interesante.

Aquellos, los de su juventud y madurez, fueron años de aventura y emoción. Eran los días en que él, Jesús Huerta Fernández, conquistaba el mercado en todos los pueblos michoacanos para una empresa refresquera, y así tuvo oportunidad de transitar por cada capilla, ex convento y templo de los minutos coloniales, precisamente para conocer sus tesoros y retratar las imágenes de Cristos adoloridos, totalmente ensangrentados. Imágenes implorantes, agonizantes y yacentes.

Ya poseedor de un acervo impresionante de fotografías, caminó hacia el siguiente peldaño. Tal era su amor por el redentor, por Cristo, que se convirtió en coleccionista de esa clase de piezas, las cuales, por cierto, frecuentemente rescataba en condiciones deplorables.

Conforme transcurrían los días, los meses, los años, su fama de coleccionista trascendía allende las fronteras del territorio michoacano, de manera que no pocos anticuarios, chachareros y comerciantes lo buscaban con la intención de ofrecerle alguna pieza en venta.

Y en tan célebre coleccionista de imágenes antiguas de Cristo se convirtió, que no pocas veces fue entrevistado por periodistas de medios de comunicación estatales y nacionales, e incluso el propio Raúl Velasco, cuando dirigía el programa “Siempre en Domingo”, transmitido por Televisa, se interesó en el acervo y visitó Morelia para platicar con Jesús Huerta Fernández. Se convirtió, como es de suponerse, en especialista de arte sacro y su conversación cautivó a muchos con sus anécdotas e interpretaciones.

Antes de que su impresionante colección de imágenes pasara a formar parte del Museo de Arte Colonial, este hombre tan apasionado y sensible montó varias exposiciones con la finalidad de que los otros, los morelianos y michoacanos en general, tuvieran oportunidad de admirar el gran legado de la historia y de las centurias.

Con la regata de los años, se transformó en especialista de arte sacro. En no pocos de los recintos religiosos, descubrió imágenes antiguas, coloniales, tan deterioradas que serían destinadas a las caricias del fuego, a la lumbre, para los miércoles de ceniza.

Hombre agradable e ingenioso, sabía convencer a la gente y evitaba así que las imágenes vetustas de Cristo tuvieran como destino las llamas y la ceniza. Daba alguna limosna, ofrecía ayuda o proporcionaba determinado apoyo.

Narra la tradición que cierta vez, cuando se encontraba cerca de Atlacomulco, Estado de México, entró a una capilla y descubrió, ipso facto, la imagen de un Cristo en completo abandono, situación que lo estimuló a convencer al matrimonio que cuidaba el lugar que se la entregara para restaurarla. La pareja cedió la escultura a don Jesús, pero con la condición de que llevara a la señora a consultas con un oculista, le comprara los anteojos que requería y solventara el tratamiento para sus ojos.

En otra ocasión, le entregaron un Cristo despedazado a cambio de bancas que necesitaba el templo, y él, el rescatista, era feliz porque salvaba una imagen más y, adicionalmente, hacía el bien a los otros, a la gente con mayores carencias.

Cuenta la historia que un día ya muy distante, encontrándose en Tingambato, Michoacán, fue tanta su insistencia por adquirir una imagen muy valiosa que estaba abandonada en la sacristía, que los miembros de la comunidad indígena creyeron que pretendía hurtarla y lo llevaron preso.

Y como lo recuerdan sus hijos, “siempre supo ver la belleza y el valor de cada Cristo, incluso cuando sólo eran cuerpos desmembrados, los cuales con paciencia y con la ayuda del maestro restaurador Nicolás de la Torre y de las monjas adoratrices, lograba integrar a su colección”.

Si Jesús Huerta Fernández tenía compromiso con las imágenes sacras y un día, muchos años después, su impresionante colección reposaría en el Museo de Arte Colonial, en el centro histórico de Morelia, también llegaría puntual y de frente a su encuentro con la comunidad indígena de Santa Fe de la Laguna, uno de los pueblos que tanto amó el primer obispo de la provincia de Michoacán, Vasco de Quiroga, durante la decimosexta centuria.

Para nadie es desconocido que un día aciago, ya en la séptima década del siglo XX, se registró un incendio en el templo colonial de Santa Fe de la Laguna, que consumió varias reliquias, como la imagen de un Cristo muy venerado, de modo que ellos, los sacerdotes que conocían la fama de Jesús Huerta Fernández como coleccionista, enviaron a los otros, a los miembros del consejo de indígenas de la región, con el objetivo de que le solicitaran una pieza en donación.

Preocupado por la noticia de que los indígenas ya no asistían al templo ante la falta de la imagen de Cristo, accedió y les ofreció que eligieran alguna de su colección; no obstante, aquéllos, los nativos, quedaron fascinados con una escultura de tamaño natural que se localizaba a la entrada de la casa y que, por cierto, era la preferida de quien al parecer se convertiría en su benefactor.

Rehusaron cualquier imagen que no fuera la que se parecía a la consumida por las llamas. Se trataba del Señor de la Misericordia. Es el Cristo que deseaban para su templo. Es un Cristo de tamaño natural, elaborado a base de pasta de caña, que data del siglo XVI y cuenta con incrustaciones de cuero de animal en el cuello y los hombros, ya que antiguamente, durante los viernes santos, los indígenas lo descendían de su cruz y lo llevaban en procesión.

Mortificado por los habitantes de Santa Fe de la Laguna y la región, Jesús Huerta Fernández reunió a su familia, con quien conversó y a la que expresó: “aquí lo veneramos siete personas; allá lo adorará un pueblo”. Y así fue. Hasta la fecha, aman con pasión al Señor de la Misericordia.

Fue un 3 de mayo de 1978 cuando donó la imagen del Señor de la Misericordia. El recibimiento de la misma, en Santa Fe de la Laguna, fue impresionante e inolvidable para la familia Huerta Leal, y más por el prodigio que poco después se presentaría en su casa.

Grandioso e irrepetible fue el recibimiento, pero la misa y las muestras de agradecimiento y cariño en el atrio siempre quedarían grabadas en la memoria del benefactor y su familia. Al término de la ceremonia religiosa, la comunidad indígena sentó a Jesús Huerta Fernández en el atrio, para posteriormente formarse los hombres y besarle la mano, mientras las mujeres, en tanto, pasaban a un lado con la finalidad de obsequiarle limas, ollas de barro e incontables regalos.

Aquel acontecimiento marcó las vidas de los miembros de la familia Huerta Leal y, al mismo tiempo, incrementó su amor y devoción al Señor de la Misericordia, de modo que cada año sus integrantes retornan a Santa Fe de la Laguna, en la ribera de Pátzcuaro, a la fiesta de la imagen y a la misa que se celebra en honor de su padre y de ellos.

Precisamente fue un religioso, Samuel Bernardo Lemus, quien citó en uno de sus libros que “por convicción cristiana, por pasión, defensor de la verdad y de la vida, ahí, en su tierra soñada, aprendió a ver con los ojos del alma, al Cristo de la Misericordia, famoso por su historia, por sus insignes favores, por su santuario siempre lleno de perfume de la bondad. De ahí arranca su anhelo de encontrar la más devota figura de Cristo en la cruz”.

La jornada existencial de Jesús Huerta Fernández fue grandiosa y singular. Vivió incontables experiencias en una sola existencia. Conoció el rostro de la vida y hasta un día, en una década ya distante del siglo XX, asistió muy puntual al llamado, a la convocatoria con sus Cristos coloniales. Fue parte de un acontecimiento increíble, similar a las historias y leyendas que se cuentan acerca de las imágenes antiguas; no obstante, se llevó el secreto, la emoción de experimentar un capítulo pleno, un prodigio. El milagro ocurrió en el patio de su casa y exclusivamente él y algunos miembros de su familia lo atestiguaron; pero prefirió conservarlo en el anonimato, en la memoria, en el corazón, quizá porque lo sintió tan íntimo y suyo. Eligió la sencillez y fue feliz.

Tal es la historia de quien aportó la mayor parte de los Cristos que hoy forman parte de la colección inigualable del Museo de Arte Colonial, en Morelia, la capital de Michoacán. Sin su ardua e invaluable labor, no se entendería el acervo de tan bello y valioso recinto.

Hoy, la gente ingresa a la antigua casona de cantera para admirar la belleza y hasta la singularidad de las piezas, principalmente de los Cristos que parecen contar las horas, los días, los años y las centurias, y relatar los capítulos, los episodios y la historia del pueblo de México, principalmente el de Michoacán, que embelesa a quienes tienen la maravillosa oportunidad de conocer su esencia, rasgos, sabor, formas y fragancia.

De escalinatas, gradas, bufones y espectadores

Experiencia de un viaje

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Tras recorrer las callejuelas y plazuelas de Guanajuato, una de las ciudades de origen colonial y minero más bellas y majestuosas de México, donde cada rincón ofrece un detalle arquitectónico, legendario e histórico, no pocos visitantes optan por descansar en las escalinatas que conducen al Teatro Juárez, desde las que se contemplan la estampa mágica y urbana que se antoja para desentrañar sus encantos y deleitarse.

Inesperadamente, cuando gran porcentaje de la superficie de las escalinatas están ocupadas por familias, amigos, parejas y grupos de excursionistas, se transforman en gradas ante la aparición repentina de un arlequín que grita para atraer la atención de los espectadores, quienes momentáneamente olvidan su fatiga y regalan su tiempo -materia prima de la vida- al hombre de la voz que ejerce control absoluto del escenario.

Ya dueño de la atención y los escalones de piedra, el bufón, quien es agudo observador, domina por completo el panorama y lo mismo juega bromas a los turistas asiáticos o europeos que caminan y miran la arquitectura, que cuenta algún chiste a su público, en su mayoría de origen mexicano.

Hace trucos, habla en doble sentido, alburea, relata chistes, bromea y hasta cuestiona y evidencia a los espectadores que se distraen. La calle y las escalinatas le pertenecen, se las apropia; pero también son suyos la atención de la gente e incluso las risas, seriedad y distracción de hombres y mujeres porque cualquier motivo lo estimula a ridiculizarlos.

Una vez que concluye su espectáculo, que monta con destreza y sin inhibiciones, el cual puede incluir hasta el cortejo a cualquier mujer bella acompañada de su pareja y el coqueteo a las turistas que beben café en las mesas al aire libre que se encuentran a un costado, más que pedir cooperación, la exige, y es tan hábil que hace sentir al público que es exhibido y así obtiene su objetivo monetario.

Al final, el hombre recibe aplausos y dinero, cual negociante que es; sin embargo, no todo termina con la recolección económica, ya que suele ordenar a sus otrora espectadores que desalojen las escalinatas con el propósito de que otros paseantes las ocupen más tarde. Supuestamente su comentario tiene cierto sentido de broma, pero en el fondo corre a las personas para que los lugares sean ocupados por otras.

Por increíble que parezca, un amplio porcentaje de viajeros se incorporan y se retiran del lugar, como si acataran puntualmente las instrucciones del payaso, quien hábilmente se confunde entre los transeúntes y reaparece tras haber analizado a su siguiente auditorio.

Evidentemente, este relato breve se deriva de una experiencia de viaje a Guanajuato. Quizá podría pasar desapercibido o formar parte del anecdotario, de no resultar preocupante el manejo de masas tan sencillo por parte de un manipulador que se apropia de un espacio público y turístico para obtener ganancias económicas.

Si tales grupos, por no llamarlos auditorio, conceden licencia a un desconocido que los exhibe y ridiculiza para finalmente arrebatarles dinero y tiempo, cuando el hecho de sentarse en el Teatro Juárez, obra del siglo XIX, no implica compromiso para dedicarle atención ni darle dinero, la cuestión es que un hecho de apariencia tan insignificante delata el nivel en que se encuentra la gente al aprobar que se le masifique y convierta en rebaño.

Y es que si así actúan quienes poseen ciertos recursos económicos para excursionar, incluso modestamente, el planteamiento es hasta qué grado consentirán las mayorías empobrecidas la intromisión de líderes, políticos, funcionarios, bufones de la televisión, locutores y noticieros en sus vidas privadas y en la colectividad.

Es que si un payaso callejero se apropia de la voluntad de su público, ¿qué no obtendrán los manipuladores ya descritos en el párrafo anterior? Este asunto, el del control de las masas y su conducción a objetivos trazados, casi siempre ajenos a los intereses comunitarios, mortifican más que el hecho referente a apropiarse de un espacio.

No es de extrañar, en consecuencia, que si un bufón se apodera de un sitio público con la intención de cautivar la atención de los paseantes, obtener un beneficio monetario y manipularlos al grado de que tienen que abandonar las escalinatas, dirigentes sindicales y gremiales, líderes de partidos, funcionarios, políticos, televisoras, noticieros, actores, cantantes, cómicos, locutores y conductores de programas, entre otros personajes, ejerzan control sobre las masas y las manejen hacia rumbos egoístas y con intereses bien definidos.

Mientras millones de personas en México coexistan en el pauperismo y en la carencia de cultura, enfrenten necesidades alimentarias y laborales, permanezcan distraídas con los espectáculos futbolísticos y telenoveleros, se preocupen por las alzas frecuentes en los precios de los bienes y servicios que generan mayor inflación, sigan esquemas de conducta impuestos por la radio y la televisión, no tengan acceso a servicios educativos y de salud, entre otros problemas graves y preocupantes que representaría la palabra etcétera, siempre habrá un hombre o una mujer, como el arlequín de las escalinatas, que manipule y obtenga beneficios materiales.

Fuente del Arcángel Miguel en Pátzcuaro

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

El cielo nublado corona las montañas que en días soleados asoman sus siluetas en el lago legendario, mientras la llovizna se precipita y añade un tinte nostálgico y sombrío en las callejuelas chuecas e inclinadas, en el caserío de adobe con tejados, en los campanarios añejos de los templos y en los rincones pintorescos e insospechados de Pátzcuaro, donde ellos, los caminantes, diluyen horas intensas e irrepetibles de sus existencias.

Los trotamundos andan aquí y allá, en un rumbo y en otro, descubriendo cada instante un detalle singular, un escondrijo encantador, un espacio novelesco, donde abren un paréntesis con la intención de tomar alguna fotografía o sustraer de la mochila de excursionista una libreta y hacer una anotación. Fotos y apuntes que formarán parte de un álbum, del compendio de la vida, del libro de los recuerdos.

Tras horas prolongadas de paseo, finalmente los viajeros llegarán hasta una esquina muy próxima a El Sagrario y la Casa de los Once Patios que durante la Colonia fue convento de monjas dominicas de Santa Catarina, única institución religiosa de Santo Domingo que existió en Pátzcuaro, donde admirarán la fuente del Arcángel Miguel con su callado misterio que se esconde en la oscuridad de las centurias.

Fuente enigmática que exhala las historias populares del ayer y el terror de las mujeres que por allí anduvieron durante los años coloniales. De acuerdo con la tradición oral, los moradores del poblado, principalmente los que se encontraban cerca de la fuente, se sentían atemorizados porque aseguraban que él, el demonio, siempre tan perverso y terrible, aparecía ante ellos y asumía la forma espeluznante y horrible de un gato negro, con el lomo arqueado, que maullaba y los agredía.

Totalmente aterrados por la espantosa figura, por Satán transformado en felino, aquéllos, los habitantes de la entonces capital de la provincia de Michoacán, se persignaban y huían, atreviéndose a regresar armados de garrotes, precisamente con la finalidad de enfrentar a la infernal criatura que generaba un ambiente de miedo y tensión.

Refiere la leyenda que las mujeres, espiadas por el diablo, solicitaban la compañía de alguna persona, orando en voz baja para ahuyentar al representante del mal que solía rondar la comarca. Morboso y perverso, las acechaba.

Discurrían, entonces, los años del siglo XVI. Ante el creciente descontento y el temor popular, Vasco de Quiroga, primer obispo de Michoacán, ordenó pintar la imagen del Arcángel Miguel en un nicho de la fuente donde los habitantes de Pátzcuaro sustraían agua. La gente sintió gran consuelo.

Ya con la pintura del Arcángel Miguel, el demonio optó por apartarse y no molestar más a los vecinos. El bien resultó vencedor del mal. Pátzcuaro regresó a la normalidad. Se impuso el Arcángel Miguel como triunfador de las fuerzas malignas.

Y si Satán no se atrevió a tocar la fuente, con su pintura del Arcángel Miguel, transcurrieron los años, las centurias, para que el dueño de una de las casas contiguas, con la idea de que el depósito de agua humedecía su inmueble y asegurando que contaba con permiso de las autoridades municipales, intentara, en el siglo XIX, derribar el monumento colonial.

Evidentemente, las autoridades impidieron que el hombre demoliera la fuente del Arcángel Miguel, ya vencedor, según la tradición, del diablo; pero omitieron ordenar la reposición del abrevadero destruido.

Otro dato curioso, también derivado de la tradición oral, es que la fuente surtía agua del manantial localizado metros atrás, la cual, por cierto, era salada, según afirmaban los moradores, y no porque tales fueran sus características desde la formación del venero, sino por la gran cantidad de sacrificios que cometieron, antes de la llegada de los conquistadores españoles en el siglo XVI, los sacerdotes purépechas, quienes al lavar sus collares de conchas y huesos, teñidos de rojo, provocaron el mal sabor del líquido.

Hoy, la fuente se erige en una de las callejuelas pintorescas, con su pintura dedicada al Arcángel Miguel, vencedor del demonio, como asegura la tradición; pero también de los años, la lluvia, el viento y, por supuesto, de gente que acostumbrada a lo cotidiano, a la moda, a lo rutinario, arremete contra obras de arte y monumentos históricos.

Encuentro perverso frente a un público masificado

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Acostumbrados al teatro futbolero, amplio número de mexicanos han presenciado durante el lapso de los últimos días el encuentro perverso entre dos equipos, uno que pretende aferrarse al balón, patearlo contra la portería, meter gol y concluir el juego; otro, en cambio, que sospecha que la pelota esconde un truco y, por consiguiente, desea exponerla y escudriñarla frente al público para descubrir la presunta trampa.

Inmersos en un estadio de ambiente enrarecido, ambos equipos actúan de acuerdo con sus intereses y sospechas, al mismo tiempo que el público masificado grita y protesta por los terribles marcadores de Ayotzinapa, la opacidad en la anulada licitación del tren rápido de la Ciudad de México a Querétaro, los incrementos mensuales a la gasolina y el diesel con sus consecuentes efectos inflacionarios y los resultados lacerantes y pésimos de las políticas económica y fiscal.

El equipo más poderoso, apoyado por su aliados de la televisión nacional y otros beneficiados y empalagados con las delicias del poder, intentan esconder el balón, producir amnesia entre la gente para que sepulte el tema de la casa blanca del presidente Enrique Peña Nieto, la residencia de Las Palmas que vale siete millones de dólares, 86 millones de pesos, más de tres mil 500 años de salario mínimo íntegro, el trabajo de medio centenar de generaciones, y que la élite del poder económico y político se empeña en asegurar que se trata de un regalo de una televisora a la esposa del mandatario nacional.

Cual incondicional del equipo por las alianzas y los beneficios recibidos, Televisa, la de los grandes espectáculos, argumentó el origen de la mansión en un afán de eximir al mandatario mexicano de toda sospecha e intento de crítica e investigación.

Hasta otros amigos del equipo goleador publicaron en internet los costos de las residencias propiedad de actores y cantantes mexicanos, actitud que no solamente denota su apoyo a las esferas del poder, sino los niveles tan ínfimos de desarrollo que tiene la sociedad en este país, ya que el hecho de que en una nación donde coexisten millones de familias en la miseria y otras tantas en difíciles condiciones económicas, versus la opulencia de bufones e ídolos televisivos, delata que algo anda muy mal y huele a podredumbre. Muy distinto sería que los multimillonarios fueran productores del campo, personas que se dedican a trabajar y generan fuentes laborales e impuestos.

Aseguran, los del poder, que la casa blanca del presidente no es de él, sino de la esposa, mientras las investigaciones del otro equipo, en tanto, denuncian que la mansión se encuentra a nombre de la empresa que ha resultado favorecida con las licitaciones federales y que, incluso, recientemente ganó la ya revocada del tren rápido.

Los millones de seguidores de las redes sociales, transformados en público con voz, reniegan, maldicen y hasta exigen la renuncia del presidente del país, mientras los dos equipos siguen empeñados en patear la pelota y anotar el gol del triunfo.

En determinados momentos de lucidez, los espectadores se preguntan las razones por las que cualquier mexicano, al adquirir una antigüedad, una casa, una joya o un vehículo de determinado precio, se convierte en sujeto de investigación y hasta puede ser acusado de evasión fiscal o lavado de dinero si no comprueba el origen de sus recursos económicos, situación que contrasta con funcionarios, personajes públicos y políticos que muchas veces ostentan grandes residencias y fortunas incalculables sin que apliquen para ellos las leyes.

No tardan los del equipo más poderoso en pasar sobre el árbitro, meter el gol que los haga ganadores y confinar la información a archivos intocables y restringidos durante muchos años, que el público enardecido olvidará con el siguiente encuentro que se presentará como distractor.

El equipo perdedor tendrá que conformarse con haber denunciado la trampa que intuye por parte de árbitros, organizadores y jugadores; sin embargo, si insiste en alegar que hubo fraude en el juego y que algo oscuro y perverso se esconde, serán enviados a la banca o expulsados de las canchas. A ese grado se juegan algunos partidos en este país, o al menos así lo siente uno ante las contradicciones y la falta de explicaciones convincentes y de transparencia.

Leyenda de la fuente del Torito en Pátzcuaro

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Cada instante es una burbuja que escapa y revienta ante las caricias del aire y los destellos del sol, igual de fugaz que los arcoíris, las nubes y la lluvia, de manera que para los hombres y las mujeres que miran atrás, sólo quedan los recuerdos y las ruinas de los otros, los que les antecedieron durante una y muchas horas del ayer, hasta que todo se convierte en olvido, soledad y silencio.

Por lo mismo, uno se transforma en buscador incansable, en rescatista de las cosas de antaño, para armar los fragmentos, las piezas, y entender así la historia e identidad de pueblos como el de Pátzcuaro, en la provincia mexicana de Michoacán, que contienen lecciones enriquecedoras y extraordinarias.

Y de esa forma, uno abre el álbum y lo hojea pausadamente, como para descubrir algún capítulo digno de relatar. Pátzcuaro es un libro inagotable. Compendio con páginas de adobe, madera, teja y lago, el poblado atesora incontables capítulos de una historia intensa e irrepetible, acaso porque allí, en sus rincones pintorescos, se llevó a cabo la fusión de la cultura indígena -la de los purépechas- con la europea -la de los españoles-, y surgieron, en consecuencia, leyendas y tradiciones concebidas durante un instante lúdico o inscritas, tal vez, en cada callejuela y rincón pintoresco.

Tras los días de caminatas y exploración infatigable aquí y allá, en un pueblo y en otro de la zona lacustre de Pátzcuaro, uno sustrae de la mochila el cuaderno de anotaciones y la cámara fotográfica para recapitular, ya en la biblioteca, las historias escritas una hora y muchas más del ayer en las calles, los jardines, las plazas y los sitios encantadores.

Uno abre los cerrojos del pasado para huir, por unos momentos, de la vorágine de la modernidad y rememorar, entonces, episodios protagonizados por otra gente, por hombres y mujeres que pertenecieron a minutos de la Colonia, como el que se registró en el típico caserío michoacano de Pátzcuaro y quedó asentado en un juicio que ahora cautiva la atención por su peculiaridad.

Refiere la tradición que en el discurrir de los años virreinales, se presentó un acontecimiento que conmocionó a los moradores de Pátzcuaro. Nunca habían presenciado algo similar. Fue un suceso, el de entonces, que consternó a los testigos. La historia es en torno a la fuente del Torito, localizada en la antigua plazuela de San Agustín -hoy Gertrudis Bocanegra-, pila de piedra con abrevadero que en minutos del Virreinato se encontraba, exactamente, en la desembocadura de la calle Las Campanitas -actualmente Iturbe-, muy próxima al lugar que ocupa en nuestro tiempo. Hoy permanece imperturbable, entre la algarabía de indígenas, turistas y moradores del pueblo. Como que esconde un secreto.

Según la leyenda, no pocas de las personas que durante los segundos de la Colonia se encontraban en la plazuela y en la entonces calle de Las Campanitas, presenciaron con gran horror y sobresalto la carrera desbocada de un caballo que provenía de la plaza Mayor -hoy Vasco de Quiroga-, montado por un personaje del ejército español, quien luchaba desesperadamente por dominar al animal.

El caballo, totalmente enloquecido en su carrera, no cedía; pero el jinete, acostumbrado a las aventuras y a los peligros, intentaba recuperar la calma, al grado, incluso, de que pretendió parar al equino en la fuente conocida popularmente como del Torito. Dirigió al animal hacia la fuente famosa por el toro esculpido en piedra.

Raudo e irracional como era, el animal pasó entre la pared y la fuente. Azotó al desventurado jinete contra la torre de la fuente. El hombre, como era de esperarse, murió de inmediato, horrorizando a los testigos. Fue un acontecimiento fatídico que quedó registrado en los anales de Pátzcuaro.

La misma tradición indica que las autoridades de Pátzcuaro, totalmente indignadas, acusaron a la fuente de homicidio, iniciando así un proceso en su contra, consistente, en primer término, en la suspensión del agua y, posteriormente, en un juicio extenuante y prolongado, para lo que se requirió la declaración de cada testigo.

Con su toro tallado en una piedra, la fuente se encontraba en un problema serio. Por curioso o ridículo que parezca, estaba en líos con la justicia, con las autoridades encolerizadas, quienes injustamente la acusaban porque el culpable, en realidad, era el caballo desbocado.

La tristemente fuente del Torito recibió su sentencia: fue condenada a perder su lugar original, el que ocupaba en la calle Las Campanitas, para ser trasladada a otro sitio, metros más adelante, con la intención de evitar, en lo sucesivo, que causara daño.

Según las pruebas que datan de aquella época, se tomó en consideración su función de dar vida a través del agua que contenía. Los jueces ordenaron cambiarla, sin derribarla, añadirle o quitarle cualquier elemento original, con lo que pretendieron hacerle padecer por entero el escarmiento acordado.

Creíble o no la historia, es del conocimiento común que cuando fue pavimentada la calle Iturbe, los trabajadores de la obra descubrieron cimientos de la fuente en el espacio que supuestamente ocupaba originalmente.

Hay quienes relatan una historia diferente y refieren, al mirar el relieve de piedra con la inscripción del año 1837, que un jinete corría por la calle Iturbe, enlace entre la plaza principal y la de San Agustín, cuando inesperadamente, casi al llegar a la esquina de la segunda, se estampó contra un toro, acontecimiento en cuya memoria la fuente recibió el título que ostenta en la actualidad.

En cuanto a la fecha, aseguran algunos que no se sabe si data de la época en que se registró el suceso o si indica el año de la colocación del relieve con la cabeza del toro. Desconocen, incluso, si la piedra tallada es la original; sin embargo, coinciden en que el estilo de la escultura corresponde al de la fecha inscrita.

La fuente del Torito, en el pueblo mágico de Pátzcuaro, forma parte de la colección de antigüedades de Michoacán, del inventario de rincones pintorescos y legendarios. Su arquitectura original fue diseñada para que los moradores del poblado tomaran el agua que requerían, mientras en la parte más baja, cuya función fue de abrevadero, los animales podían beberla. El hidrante se erige a mayor altura que las casas de adobe y tejados bermejos.

Quien visite Pátzcuaro, de inmediato reconocerá en la plaza Gertrudis Bocanegra, la fuente del Torito, que es un testimonio más de la historia y, al mismo tiempo, de las narraciones populares de la Colonia. Relato, el de la fuente, que aparece en el cuaderno de apuntes.

Ayotzinapa, la casa, el tren y otros asuntos

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

En medio de un escándalo como su casa blanca de las Lomas de Chapultepec que tiene un valor aproximado de siete millones de dólares (86 millones de pesos que un trabajador mexicano con el sueldo mínimo de la Zona “A” pagaría con poco más de tres mil 500 años de percepciones íntegras) y que refleja enormes contradicciones e inconsistencias, sobre todo si se toma en cuenta que ahora cualquier ciudadano puede ser sujeto de investigación y acusado de evasión o lavado de dinero por movimientos bancarios y compras muy inferiores a las del caso expuesto, junto con el descontento generalizado por políticas como la fiscal que ha deteriorado la economía nacional, la incapacidad gubernamental para ordenar al país y hasta la revocación de la licitación enrarecida del Tren de Alta Velocidad, el caso de los 43 estudiantes normalistas asesinados de Ayotzinapa coloca al presidente Enrique Peña Nieto en una situación bastante compleja ante la comunidad internacional que contempla los signos de un país totalmente resquebrajado.

No importa si de acuerdo con la revista Forbes, el mandatario nacional perdió popularidad y descendió 23 lugares dentro de los hombres más poderosos del mundo, porque el clamor generalizado es de honestidad, justicia, seguridad y resultados tangibles por parte del Gobierno Federal. Lo demás, el asunto de la popularidad internacional, es cuestión de telenovelas.

Inmersos en un ambiente nacional en el que los ejecutados forman parte de las noticias cotidianas, incontables mexicanos tal vez no se habrían manifestado en contra de las autoridades si éstas, en vez de reaccionar tardíamente y ofrecer declaraciones y respuestas poco o nada satisfactorias, como si se tratara de un crimen de Estado, hubieran actuado oportunamente y presentado resultados apegados a la realidad.

Las sospechas de la comunidad internacional es que la corrupción y los problemas que enfrentan los mexicanos son más graves de lo que proyectan los noticieros nacionales, frecuentemente supeditados a intereses de políticos y funcionarios, a las élites de poder que les confeccionaron, incluso, una reforma de telecomunicaciones a modo.

El asunto es que ahora el problema se ha internacionalizado y las expresiones de protesta contra las autoridades mexicanas continúan incrementándose sin que haya alguien que con inteligencia ofrezca explicaciones convincentes, basadas en pruebas, y promueva un cambio real en el país.

Grupos sociales y de estudiantes siguen manifestándose y protestando contra las autoridades, muchas veces, es cierto, rebasando el estado de derecho y distorsionando una lucha legítima con fastidio y rechazo por parte de sectores afectados; aunque también con filtraciones de personajes extraños que pretenden prostituir el movimiento y causar daño y confusión.

Si con el mismo interés e ímpetu con que promovieron y defendieron sus reformas fiscales y energéticas, entre otras que aún dejan mucho que desear, los políticos se empeñaran en conciliarse con la sociedad mexicana y construir juntos un auténtico e integral proyecto de nación, basado en hechos reales e inmediatos y no en discursos, acuerdos que jamás se cumplen, fotos en los periódicos y tomas para los noticieros de televisión, México estaría dando un gran paso hacia otra clase de reformas que definitivamente lo conducirían a niveles de bienestar y progreso.

En un país donde amplios sectores de la sociedad permanecen masificados, endeudados, manipulados y empobrecidos económica y culturalmente, la tendencia parece ser la del control, la del autoritarismo, la del abuso por parte de los que mayor poder e influencia tienen.

Ante los innumerables acontecimientos que fragmentan y debilitan a México, el Estado parece ausente, lerdo y en ocasiones hasta cómplice, porque no actuar a favor de las mayorías también equivale a asestar un golpe a las actuales generaciones que ya coexisten en un basurero y negar a las futuras el derecho a la justicia, el progreso, la libertad.

Los problemas que enfrenta México no se resolverán, como piensan los políticos y funcionarios públicos, a través de acuerdos, declaraciones en los medios de comunicación, discursos y simulaciones; es necesario que asuman un compromiso auténtico y den la cara. México ya no necesita más capítulos de historia nefasta ni repetir las amargas lecciones del pasado.