Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Fue una mala cirugía. El rostro del idioma quedó deforme y grotesco. Inesperadamente, con las modas y la tecnología sin control que fascinan y enajenan a incontables hombres y mujeres adocenados de la hora contemporánea, el idioma fue arrojado al carretón de la basura, al camión de desperdicios. Bastó que una generación, hija y nieta de otras no tan firmes en sus convicciones y cultura, se sintiera dueña de servicios nunca antes desarrollados en la historia humana, como celulares e internet, para menoscabar el lenguaje.
La belleza y lógica del idioma se fueron en la mudanza. Es un contagio que afecta a gran parte de la humanidad y en especial a los mexicanos. Mientras en otras naciones desarrolladas, principalmente donde se llevan a cabo descubrimientos e invenciones, los idiomas se fortalecen en ciertos sectores con palabras derivadas de las aportaciones científicas y tecnológicas, aquí, en México, se denigra la lengua con expresiones como “wey”, “no manches”, “qué onda”, pélame”, “porke”, “xk”, “kaza”, “sipi” y otras tantas más según lo permiten la estulticia, las tendencias pasajeras y las ocurrencias generacionales.
Quienes en la hora contemporánea redactan con tal estilo, si así se le puede calificar, no solamente son estudiantes de secundaria y preparatoria, sino hombres y mujeres de diferentes edades, posiciones socioeconómicas y hasta grados académicos, y no como hace algunas décadas, cuando quienes hablaban y redactaban incorrectamente, como “juibas”, “dijites”, “nomás”, y “asté”, era gente bien identificada. Su vocabulario era pobre y malo, como lo es, en verdad, el de las generaciones actuales; pero resulta que la gente de hoy no tiene justificación porque amplio porcentaje ha tenido acceso a las escuelas.
Ahora, los mira uno aquí y allá, en un lugar y en otro, en las calles, los automóviles, el servicio colectivo, las escuelas, los centros laborales, las plazas comerciales, en todas partes, redactando, enviando y recibiendo mensajes y correos a través de sus teléfonos celulares, o por medio de internet, frecuentemente con pésima ortografía y distorsión de las palabras, independientemente del contenido de los mismos que es tema de otro análisis.
Por razones ancestrales, culturales, históricas y sociales, ciertos grupos hablaban y escribían con palabras soeces e incompletas o faltas graves de ortografía, y muchos lo justificaban porque eran cargadores, cantineros y peones, quienes con todo respeto, formaban parte de los sectores con vocabulario muy pobre y una notable ausencia de cultura básica.
Con el apoyo de la televisión, que tanto ha prostituido el lenguaje, a nadie extraña que hoy, en postrimerías de la primera década del siglo XXI, hasta hombres y mujeres con preparación académica hablen y escriban con tal pobreza que causen lástima y, además, preocupación porque se pregunta uno qué transmitirán a la siguiente generación en esta materia. Uno descubre esa miseria en las redes sociales, en la radio y en la televisión.
Basta con escuchar a los bufones de la televisión, a los actores de telenovelas, a los cantantes, a muchos profesores y a tantas personas públicas, incluidos ciertos medios de comunicación, para comprender de inmediato la razón por la que nuestro idioma se ha enlodado. De unos años a la fecha, surgió una serie de locutores que se apoderaron de diferentes radiodifusoras para transmitir programas carentes de sentido común y respeto, junto con una denigración total del lenguaje.
Paralelamente, otro sector de la población se está acostumbrando a las siglas, de las cuales no pocas veces desconocen sus significados, pero las pronuncian cotidianamente, entre las que destacan SAGARPA, UNESCO, SNTE, CNTE, CONAGO, CONDUSEF, ISSSTE, CANACO y SAT, por citar unas.
Tal vez algunos argumenten que si el premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, apoyaba la idea de jubilar la ortografía y enterrar las “h” rupestres, por qué no, entonces, justificar las redacciones que se formaron en los regazos de nodrizas como la telefonía celular, internet, radio y televisión; no obstante, resulta lamentable que siendo el nuestro un idioma tan rico, se le empobrezca y prostituya con expresiones y distorsiones que denotan una grave y preocupante falta de conciencia y cultura, lo que nuevamente, como en tantos temas, coloca a México en los últimos peldaños internacionales.
Y para lapidar más al idioma, todavía hay funcionarios públicos, legisladores y otros personajes que demuestran falta de conocimiento al pronunciar y hasta defender frases como “las y los niños”, “las y los diputados”. “las y los maestros”. Caray, su ignorancia se añade a la de los auditorios que los escuchan. Claro, hoy es un público que mientras los oradores utilizan el lenguaje como trapo para limpiar la grasa, permanece distraído y enajenado en mensajes y redes sociales, donde exhibe su ausencia de cultura.
Popularmente, hay un dicho que sentencia que el inglés es para los negocios; el alemán, para dar órdenes; el francés, para el amor; y el español, en tanto, para hablar con Dios. Muchas de las obras más bellas y magistrales de la Literatura se han escrito en nuestro idioma, que es dulce, rico y cautivante; pero si diariamente contribuimos a denigrarlo, a despedazarlo, al final el vocabulario moderno será tan extenso como las ideas superficiales que expresamos con tales distorsiones.