Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Antiguamente, sus casonas palaciegas, acueducto, ex conventos, capillas, templos y plazas con bancas, fuentes y jardines formaban un poema de cantera, un concierto pétreo con portones de madera y herrajes forjados en el yunque, un deleite para disfrutar cada rincón pintoresco, bello y romántico, hasta que un día del siglo XX, con permiso y extensión a la vigésima primera centuria, inició el desmantelamiento de las cosas del ayer, unas depositadas en los carretones de basura, algunas saqueadas y otras vendidas a anticuarios, mercenarios y coleccionistas mexicanos y extranjeros.
Hoy, el centro histórico de lo que muchos, en sus discursos y textos, denominan ciudad culta y de las canteras rosas, es ingrato recuerdo de la epopeya mexicana, y basta con caminar una mañana o una tarde por sus callejuelas para comprobar que pocos inmuebles datan verdaderamente de la Colonia porque amplio porcentaje fueron demolidos o alterados con “estilos” y elementos contemporáneos.
Fundada el 18 de mayo de 1541, Morelia perdió autenticidad y ahora, con 474 años de edad, es la anciana que se apoya en muletas de concreto y ladrillo y muestra prótesis de lámina y plástico.
Convertidas en despachos de abogados, consultorios médicos, notarías y establecimientos comerciales y de servicios, significativo número de fincas sustituyeron sus portones de madera y su herrería forjada por cristales, cortinas de acero y puertas de lámina. Los otrora patios con arquería soberbia, cedieron su belleza arquitectónica a bodegas de establecimientos comerciales, mientras las azoteas, en tanto, no disimulan la invasión de tinacos de plástico y bardas de tabique.
No es que alguien pretenda impedir la modernidad y el progreso, pero sí criticar e influir contra la destrucción del patrimonio arquitectónico y cultural de Morelia, la capital del estado de Michoacán. Obviamente, hay quienes se han preocupado por conservar las casonas añejas de cantera e incluso, en la medida de sus posibilidades, se notan los cuidados y restauraciones.
Similar a Pátzcuaro y otras poblaciones mexicanas donde se practica la simulación, en el centro histórico de Morelia las fachadas de las casas de piedra engañan a quienes las miran porque sólo son eso, apariencia, rostros desmejorados de abuelas centenarias cuyos interiores ya fueron extirpados. Pocas construcciones antiguas conservan su integridad. De hecho, tal vez serán algunos inversionistas y extranjeros quienes coadyuven a conservar esas mansiones antiguas, como ha sucedido en otras regiones del país.
Ante la ineptitud de las autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia, y en algunos casos, parece, hasta corrupción, no pocos dueños de fincas añejas prefieren que se desmoronen; otros, más audaces, respetan las fachadas, pero demuelen arquería y habitaciones.
Centro histórico que a muchos ya no recuerda la colonización ni las etapas más intensas de la historia nacional, el de Morelia se ha convertido en una plazuela gigante de desorden que lamentablemente no todos admiran ni respetan.
En fin, este 18 de mayo de 2015, Morelia cumple 474 años de haberse fundado con el respaldo del virrey Antonio de Mendoza, y sobrevivió y se hizo grande a pesar de los intereses que entonces representaba Vasco de Quiroga en Pátzcuaro; no obstante, dentro de las celebraciones, hay que hacer un paréntesis para plantear una verdadera cirugía, claro, si es que sus moradores desean conservar su patrimonio arquitectónico, cultural e histórico.
Cierto, hay personas y agrupaciones que se han interesado en mejorar la imagen del centro histórico de Morelia, e incluso han ejercido mejor los recursos que las autoridades estatales cuando tienen dinero para esos rubros; no obstante, la cirugía que requiere esa zona es mayor y exige un presupuesto considerable, un proyecto integral y la participación de todos los sectores de la sociedad. Hace tiempo, la iniciativa privada intervino en el embellecimiento de cierto sector del centro histórico, obra que contrastó con la opacidad en el manejo de los recursos públicos por parte de la dependencia estatal que tuvo oportunidad de trabajar en ese tema.
Uno, generalmente, es aborrecido por señalar lo que está mal; pero si alguien camina hasta la Plaza Valladolid, conocida popularmente como San Francisco por el templo y ex convento coloniales que se erigen desafiantes al tiempo y la modernidad, precisamente donde se trazó la ciudad el 18 de mayo de 1541, y mira hacia el poniente, rumbo a la catedral barroca, descubrirá en las azoteas bardas de ladrillos, tinacos y elementos ajenos al contexto colonial. Las casas que circundan la plaza, carecen de autenticidad.
Tres ejemplos claros de la destrucción del patrimonio arquitectónico de Morelia, por citar algunos, son el ex convento colonial de San Agustín, transformado en vivienda de estudiantes que las autoridades estatales han ocupado en actos de presión y manifestaciones; el templo virreinal de San José, actualmente hasta con malla porque el descuido y la irresponsabilidad provocaron el debilitamiento de sus bloques de cantera; el Museo del Estado, finca conocida en la antigüedad como “La Casa de la Emperatriz”, por haber pertenecido a Ana María Josefa de Huarte y Muñiz -hija del poderoso comerciante e intendente provincial Isidro Huarte y nieta del Marqués de Altamira, quien en 1805 contrajo matrimonio con Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu, consumador de la Independencia y primer emperador de México-, recinto que enfrenta riesgo de colapsarse por desatención de las instancias gubernamentales.
Las autoridades y los políticos, junto con los empresarios del ramo turístico, presumen el centro histórico de Morelia por su acervo arquitectónico y su nombramiento de Patrimonio Cultural de la Humanidad; sin embargo, resulta perentorio transitar de las palabras, presunciones y maquillajes a las acciones con resultados tangibles, no de discurso ni de fotografía.
Evidentemente, nadie necesita que venga, casi como vocero del gobierno michoacano que justifica lo que no se hizo con responsabilidad, el vicepresidente de la Organización Mundial de Turismo de Naciones Unidas, Joan Passolas Farrerons, a platicar que mientras la mayoría de los morelianos dormían, se reunió con cinco taxistas para conocer la realidad del estado, culpar a los periodistas de la desgracia y así iniciar su discurso. No. Morelia requiere personas honestas y profesionales, dispuestas a rescatar su patrimonio. Los discursos no sirven para salvar el centro de la capital michoacana.
Mientras continúen actitudes relacionadas con complicidad, corrupción, pasividad y simulación por parte de funcionarios públicos, políticos, empresarios y diversos sectores de la sociedad sobre el rescate del patrimonio arquitectónico, cultural e histórico del centro de Morelia, fiestas sabatinas como el llamado “encendido” de la catedral, únicamente se utilizarán para demostrar que prevalecen condiciones de tranquilidad en Michoacán y formarán parte de destellos de júbilo momentáneo ante un maquillaje que ocultará, en todo caso, tumores y deformaciones de la anciana agonizante.