Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Tomados de las manos, mientras el concierto vespertino de los pájaros escapa de las buganvilias y enredaderas que trepan y descuelgan de los muros de cantera, los enamorados contemplan los espacios románticos, los rincones cautivantes, y miran sus siluetas retratadas en algunas baldosas donde quedó estancada el agua que acaso, durante la mañana lluviosa, escurrió de los balcones, como algo fugaz, propio de los caminantes.
Horas efímeras las del paseo por el Callejón del Romance, en el centro de Morelia, que resulta un capítulo inolvidable porque allí, entre casas que despiden la fragancia del tiempo y la historia, quizá ellos, los enamorados, se juran amor eterno.
Tal vez atrapados en el embelesamiento del lugar o quizá mecidos en el columpio de sus sentimientos, coinciden con los otros, los turistas, quienes al revisar los expedientes de Morelia, recuerdan que antiguamente, en el ocaso del siglo XIX, la pintoresca callejuela que recorren fue conocida como Callejón de la Bolsa.
Era, en aquellos días porfirianos, un rincón próximo a la garita, a la entrada de la ciudad de Morelia, la capital del estado de Michoacán, en la que se encontraba, por cierto, el sitio de donde partía el tranvía que pasaba por las mansiones céntricas y llegaba hasta el cementerio.
Por cierto, en la garita todavía existen restos de los antiguos orificios donde los otros, los centinelas de la ciudad, colocaban trancas a determinada hora de la noche con la intención de resguardar la seguridad de los moradores. Cualquier forastero que intentara ingresar al caserío, era interrogado. Otros tiempos, en verdad.
El entonces Callejón de la Bolsa, totalmente estrecho y carente de empedrado, era paso de arrieros y hombres de la campiña que comercializaban carbón, leña, animales, leche y verduras, entre otros productos. Hay que recordar que muy próximo a ese sitio, convertido actualmente en atractivo turístico, se encuentra el antiguo barrio de San Juan de los Mexicanos.
La estrecha callejuela de tierra conducía al viejo rastro y a los mesones, donde arrieros y viajeros pernoctaban y contaban con espacio para asegurar sus animales como asnos, burros y caballos.
Relata la tradición que al inicio del Callejón de la Bolsa, que más tarde fue conocido popularmente como del Socialismo, existía una finca que era la única del pasaje que contaba con agua y electricidad, donde estaba instalada una fábrica de jabones.
Consta en las referencias que las casas del callejón eran de adobe y tejados, con pisos de tierra, donde moraban las familias de los trabajadores de la fábrica de jabones, hasta que un día el establecimiento industrial concluyó actividades y las propiedades quedaron abandonadas; no obstante, en el discurrir de la vigésima centuria, el Gobierno Federal las expropió y rentó a diversas familias, quienes finalmente las adquirieron.
Fue en los minutos de la inolvidable e irrepetible década de los 60, exactamente en 1965, cuando el sitio registró una remodelación sustancial al colocar cantera a las fachadas de los inmuebles y baldosas en el piso, instalar faroles y construir fuentes y otros elementos arquitectónicos.
A partir de entonces, las autoridades le asignaron el nombre oficial de Callejón del Romance. El camino pintoresco hace alusión a los versos “Romance a mi ciudad”, compuestos por Lucas Ortiz Benítez, los cuales están inscritos en los muros de las moradas.
La fuente, próxima a unos escalones de piedra, refleja los trazos de las casas con rostros de cantera, mientras las otras, las que se encuentran empotradas en los muros aledaños, presumen sus conchas y los peces, también de piedra, que expulsan agua. El murmullo de las fuentes arrulla y embelesa a hombres y mujeres que deciden dedicar algunos instantes de sus existencias a la caminata por el Callejón del Romance.
Y si 19 construcciones del antiguo Callejón de la Bolsa figuran en el Catálogo de Monumentos Históricos de Morelia, seguramente ellos, los enamorados y los turistas, lo reconocen como del Romance y sienten a cada paso el pulso de una tarde mágica y encantadora dentro de una ciudad fundada en 1541 y que en la hora contemporánea coexiste entre las cosas de antaño y la modernidad.