Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Desde el gusano y los insectos que se arrastran lentamente entre las hojas recién desprendidas de los árboles, hasta los pájaros que posan en las ramas, uno percibe el aliento de la vida, las expresiones de la naturaleza, el palpitar del universo, sensaciones que se acentúan cuando las burbujas que surgen de la intimidad de la tierra revientan y salpican antes de fundirse en la corriente.
La espuma blanca e incendiada por el sol que asoma entre las frondas de los árboles y las hojas de los platanares, cubre fugazmente las tonalidades jade y turquesa de la corriente turbulenta que se ondula y derrama en vertederos que humedecen los helechos, las cortezas musgosas, los cafetales, la maleza y las rocas abrazadas por raíces de ceibas añejas y corpulentas que se balancean al recibir las insinuaciones del viento.
A partir de La Rodilla del Diablo y la cascada El Gólgota, el agua diáfana y helada es expulsada por los poros de la tierra. Como concierto que encanta los sentidos, el rumor de las cascadas, de las fuentes y del río ofrece, en unión con el trinar de las aves y el susurro del viento que acaricia los árboles, uno de los espectáculos más bellos, acaso porque sus rincones parecen fragmento del paraíso, de un sitio insospechado que sólo aparece en los sueños y que al conocerle, al palparlo, invita a desentrañar sus misteriosos atractivos.
Aquí y allá, en todos los escondrijos, por las calzadas y los puentes, entre la corriente y las cascadas intoxicadas por la fragancia de la naturaleza, por el aliento que despide el bosque fresco y sombrío, el aventurero, el caminante, el que se atreve a convertir la vida en algo más que una rueda vertiginosa que ata a lo cotidiano, a las modas y a la televisión, a la rutina, descubre los rasgos de la creación y siente, al fin, que forma parte de un todo que pulsa en el universo.
Acariciado por el clima benévolo de Uruapan, el trotamundos acude puntual a su cita con la naturaleza, en el Parque Nacional “Eduardo Ruiz”, en la Barranca del Cupatitzio, para percibir, al caminar por los senderos, los aromas, el sonido, las tonalidades de la libertad y la plenitud.
Mientras anda por las rutas y veredas diseñadas para admirar la fauna y la flora, el río, las cascadas, las fuentes y los pequeños vertederos, el turista recibe el abrazo de la vida.
Desciende escalinatas o las sube, cruza puentes, detiene su marcha ante una cascada o frente a las tonalidades azuladas, blanquecinas y verdosas de la corriente turbulenta, para comprobar que allí, en algunos lugares de la barranca, brota el agua que forma el río Cupatitzio. Es un espectáculo mágico, hechizante, maravilloso. El paisaje subyuga.
El terruño que otrora, entre postrimerías del siglo XIX y la aurora del XX, perteneció a la familia Ruiz y estaba dedicado al cultivo de café, junto con otros árboles frutales y de ornato, es el extraordinario y paradisíaco Parque Nacional “Eduardo Ruiz”. Cupatitzio significa, en lengua indígena, la purépecha, “en el agua”.
Todo posee nombre. Cada rincón es identificado por algo en especial. Las cascadas se llaman Las Camelinas, Cola de Caballo, El Gólgota, Manantial La Yerbabuena, Manantial El Pescadito, Manantial Rodilla del Diablo.
Las fuentes, en tanto, fueron bautizadas como Cutzi, Xipácata, Eréndira, Cola de Pavorreal, Velo de Novia, Los Espejos, Flor de Lluvia, Uriata y El Tornillo. Los puentes son Recién Casados, Los Enamorados, Del Recuerdo, La Yerbabuena y El Gólgota.
Adicionalmente, la Barranca del Cupatitzio resguarda 84 especies de hongos, 213 de vertebrados terrestres, 495 de plantas nativas, dos de anfibios, tres de reptiles, 14 de aves, cinco de mamíferos, cuatro de orquídeas y 28 endémicas.
¿Quién que es no siente fascinación al recorrer los rincones de Barranca del Cupatitzio? Aquí y allá crecen aguacates, ahuehuetes, bambú, cedros, chirimoyas, encinos, eucaliptos, fresnos, guayabas, helechos, higueras, hongos, tzirandas, laureles de la India, mangos, musgo, pinos, platanares y tulipanes, entre otras especies donde coexisten ardillas, codornices, colibríes, comadrejas, golondrinas, mapaches, murciélagos, palomas, tecolotes, tejones, tlacuaches y zorrillos.
Conocida por los indígenas purépechas desde horas inmemorables, la Barranca del Cupatitzio posee un paraje, el de la Rodilla del Diablo, que conserva una misteriosa leyenda que data de la Colonia.
Refiere la tradición que en los días en que Uruapan olía a conquista, a evangelización, a misiones, en el siglo XVI, fray Juan de San Miguel estaba dedicado a organizar a los indios, cuando éstos, asustados y preocupados, aseguraron que el agua tan abundante en la región, escaseaba y no disponían ni para preparar sus alimentos.
El calor abrazaba y acariciaba frenéticamente la región, provocando sed, desesperación y sequía. Algo estaba ocurriendo. El clima ardiente desgarraba los poros de la naturaleza, agrietaba la tierra, hundía sus garras.
Agotados por la búsqueda infructuosa de agua, ellos, los nativos, recurrieron a la magia, a ritos de adivinos y brujos; pero todo intento resultó, igualmente, ineficaz. No resolvían el problema que crecía conforme avanzaban los minutos, las horas, los días, las semanas.
La comunidad indígena decidió ir al convento franciscano donde moraba fray Juan de San Miguel, quien indicó, preocupado, que al siguiente día, en la madrugada, todo el pueblo tendría que acudir a misa para posteriormente ir en procesión hasta el río.
Místico, el fraile inició su oración a la orilla del Cupatitzio. Su voz se propagó en la barranca. Dijo que era el maligno, el diablo, quien envidioso por la conversión del pueblo a la religión católica, había secado el manantial.
Tras dar su explicación, el misionero franciscano recurrió a la oración, a los incensarios, al agua bendita, para llamar al demonio perverso y ordenarle su partida del venero.
Las últimas palabras del fraile -“…demonio perverso, que te retires”- resultaron sofocadas por un estruendo ensordecedor, diabólico, y una hediondez que lastimó los sentidos de los testigos.
Indefenso ante el conjuro del religioso, él, el diablo, huyó furioso, precipitado, en una nube de humo; pero resbaló en el peñasco al mismo tiempo que sus maldiciones se propagaron por todos los rincones del barranco.
Estupefactos, los nativos reaccionaron minutos más tarde al notar que brotaba, como antes, el agua, quedando en el peñasco las huellas que dejó el diablo al caer y golpear su rodilla. Fray Juan de San Miguel hizo el milagro.
Hoy, los visitantes aprecian, en su recorrido, la peña denominada Rodilla del Diablo. Es un sitio, un rincón popular, donde se desborda la fantasía de los mexicanos.
Excelso, el Parque Nacional “Eduardo Ruiz” cuenta, además, con espacios para senderismo y observación de aves. Es refugio de quienes aman la ecología. Rincón terreno para que discurran las horas placenteras.
A la orilla de Uruapan, en la Barranca del Cupatitzio, el Parque Nacional “Eduardo Ruiz” recibe los ósculos de un clima que mece las hojas de los platanares y la vegetación que la corriente caudalosa e inquieta refresca una y otra vez, mientras el rumor de la naturaleza abrupta y libre pulsa en cada rincón.