Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Al contemplarme a tu lado en algún rincón del mundo, sonrientes y juguetones, callados y solemnes, alegres y enamorados, conversadores e ilusionados, con los días y las noches envueltos en los capítulos que compartimos intensamente por ser ambos protagonistas de la historia más hermosa que se haya escrito, reclino mi cabeza en la almohada para soñarte, percibir tu fragancia exquisita y alcanzar tus manos, sentirlas y caminar juntos por los callejones, calzadas y huertos de la eternidad.
Necesito que cada noche sea mi cómplice, mi confidente leal, para contarle mis secretos, los sentimientos que me inspiras y creer que la vida no tiene caducidad, que los sueños hermosos no concluyen nunca, que dos manos enlazadas jamás se sueltan y que una mirada y otra se transmiten sentimientos profundos que sólo conocen las almas afortunadas. Y digo seres privilegiados a quienes como tú y yo tenemos la dicha de enamorarnos cada día, al amanecer y al anochecer, con la certeza de que la estancia en el mundo no es nada comparada con el infinito. Llevaremos a la tierra perenne el libro de nuestra historia, preámbulo de la obra magistral que viviremos dentro de la dicha del hoy y el aquí.
Gozo al despertar y suponer, también, que otro día más no será la resta ni la división de nuestro romance, sino la suma y multiplicación de una eternidad prometida que me parece ganada por ambos
Estoy parado a la mitad del camino, con el deseo de no dejar de admirar tu rostro y disfrutar tus besos tiernos, tu sonrisa y tu amor, que cada minuto me recuerdan que la vida no concluye mientras los sentimientos más excelsos sean la rampa que conduce al cielo.
La eternidad, con su ayer, hoy, mañana y siempre, inicia cada instante a partir del momento en que uno decide cambiar el libreto oscuro y triste por un guión alegre y pletórico de amor y sentimientos expresados por medio de las formas más sublimes y delicadas.
Imagino que cuando uno decide tocar a la puerta del alma y arrojar la carga superflua al desván, asoma por la ventana principal el rostro de Dios, acompañado de sus huestes de ángeles y seres luminosos, como para dar la bienvenida a la casa de la eternidad.
Nosotros, tú y yo, anotamos nuestros nombres y los enlazamos no como testimonio de un día pasajero de emotividad que luego, al paso de las semanas, queda como recuerdo y finalmente se olvida igual que las hojas doradas y secas que dispersa el viento otoñal en un jardín melancólico.
Ahora estoy seguro de que el amor, como lo experimentamos tú y yo, conduce al cielo más bello, donde el ayer es hoy, el ahora mañana, y el futuro se vuelve antaño renovado, invierno que se derrite ante la proximidad de la primavera.
Tejo un puente con las luces que cada noche nos regalan las estrellas, seguro de que serán el barandal luminoso que nos guiará a la inmortalidad. Tras los cristales de la eternidad, te veo a mi lado, feliz, plena, como si ambos fuéramos pasado, presente y futuro durante un día interminable.
Ahora quisiera abrir el botón de la rosa, acarrear agua de las nubes plomadas, soplar junto con el viento del otoño y mezclar todo con la nieve invernal para olvidar las estaciones de la vida, romper la formalidad de los ciclos y sentir contigo las caricias del siempre.
Entiendo que la eternidad es siempre, antagónica a caducidad y vida breve, porque es algo permanente, un sueño y una realidad que no concluyen por carecer de principio y final.
Mi anhelo es romper las ataduras del tiempo y el espacio para ofrecerte como regalo un ahora y un aquí perpetuos e inquebrantables ante el oleaje de la temporalidad.
Ofrezco hacer de nuestras vidas el vestíbulo más hermoso para llegar juntos al salón donde la eternidad es uno de los regalos que Dios entrega a quienes se atreven a amarse, tocar a su puerta y asomarse por la ventana de su morada.