Un amor especial

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Siempre a ti por ser el amor de mi vida

Tal vez, cada ser humano tiene capacidad para elegir su sendero y protagonizar la historia de su existencia; no obstante, ahora que te abrazo en silencio y percibo los latidos de tu corazón, entiendo que una vida se dulcifica y enriquece al compartir con otra el amor, los sentimientos, la alegría, los detalles y cada momento. Amar es, como yo lo siento, abrir a tu alma las puertas y ventanas de la mía, escuchar tus palabras y conducirlas a un sitio especial para componer con tu voz una melodía hermosa y magistral; enamorarme de tu mirada y acompañarla hasta lo más profundo de mi ser con la intención de disfrutar las siluetas, los colores y la belleza de la vida con la óptica de una musa; sentir tus caricias, la calidez de tus manos, para cobijarme en el más dulce encanto; contagiarme con tu sonrisa con el objetivo de dibujar felicidad en mi rostro; repasar los secretos que confiesas a mi oído para escribir un poema excelso; percibir la fragancia de tu perfume con la finalidad de reconocer los aromas de las flores y la cercanía del cielo; enamorarme de ti, con todo lo que eres, para agregar a mis días la dicha de no estar solo y caminar a tu lado, siempre contigo, rumbo a la cima que deseamos conquistar. Amar es poseer alas y volar, llegar al umbral del cielo, escuchar los coros de los ángeles y los susurros de Dios, para retornar al mundo con mayor aliento, fe y dicha. Al recargarte en mi hombro y abrazarte, comprendo que podría andar solitario por el mundo y así, cual navegante, llegar hasta el itinerario trazado; sin embargo, te extrañaría, me dolería tu ausencia, y no porque sea dependiente o carezca mi vida de sentido, sino por ser tú la otra parte de mi alma, el latido de mi corazón, o lo que es lo mismo, la mujer que amo. Y amar, ahora lo sé, es entregarse plenamente sin perder identidad, cordura y libertad; pero sí, lo admito, volar juntos, navegar en la misma embarcación, reír, sortear el oleaje una noche de tormenta, admirar la aurora desde una playa, jugar como dos chiquillos traviesos una mañana de recreo, empaparse una tarde de lluvia y sentir las gotas deslizar en nuestros rostros, compartir todo, enjugar las lágrimas del otro al carcajear tanto o llorar por algún dolor, sentir los corazones de ambos en un latido universal. Amar, creo yo, también es asegurar el porvenir, y no me refiero a conveniencias ni trucos; hablo del mañana inmediato, de la hora de la cuenta, del momento en que las velas de la vida terrena se extingan y nuestras almas, la tuya y la mía, lleven a cabo el acto más hermoso y subyugante al alumbrarse eternamente en la morada de un Dios maravilloso y pleno. Y es que de nada servirá decirte que te amo y que soy capaz, incluso, de conquistar este mundo con una serie de hazañas orientadas a coronarte con todas las riquezas materiales, si omitiera, ángel mío, ofrecerte, como lo deseamos desde lo más profundo del alma, enamorarnos plenamente de Dios y morar en su palacio de turquesa. Entonces sería un vendedor de seguros, un negociante interesado en satisfacer apetitos insaciables, no el hombre que siempre te amará en este mundo y el alma que, unida a la tuya, palpitará en la inmortalidad con los sentimientos más bellos y sublimes. El amor que te ofrezco, en consecuencia, contempla divertirnos en los columpios del mundo con la idea firme de mecernos eternamente en los del cielo. El amor que nos damos todos los días no es a corto plazo, en lo que el tren llega a la estación postrera; es reservar la banca en una historia encantadora y sin final. Eso es, parece, el amor. Al menos, tú y yo creemos que es así y, por lo mismo, seguiré percibiendo los latidos de tu corazón para fusionarlos con el mío y juntos, con la fortaleza del amor, llegar al palacio de cristal, donde la mañana y la noche del mundo se desconocen porque todo es siempre y la ropa que lo envuelve a uno ya está elaborada con la tela de la alegría y los sentimientos más hermosos y sublimes que entrega Dios a quien lo enamora.

Anhelo…

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A ti, que me encantas, te amo y me cautivas desde que tu alma y la mía se reencontraron

Quiero cautivarte con las estrellas que todas las noches desprendo del firmamento con la intención de tejer y regalarte el más hermoso de los collares y la diadema de mayor belleza y brillantez; alegrarte y arrancar sonrisas de tu rostro con mis bromas, juegos, locuras, ocurrencias y travesuras; embelesarte con mis detalles, miradas y besos tiernos; deleitarte con mis ecuaciones literarias, con las palabras que hilvano cotidianamente para navegar a lo más recóndito de tu ser y reencontrarme contigo, como cada día; asombrarte con los arcoíris que reúno tras la llovizna con el objetivo de pintar de colores mágicos los caminos y paisajes que te rodean; ilusionarte con nuestros proyectos y sueños, con la historia que diseñamos y protagonizamos; tomar tus manos para sentirnos acompañados y no soltarnos nunca; reflejar tu imagen en mis ojos, igual que yo aparezco en los tuyos, cual señal que indique que los sentimientos que compartimos son uno de los tesoros más preciosos que poseemos; unir mis latidos a tu corazón con el propósito de percibir el pulso de la vida, el palpitar del universo, los murmullos del cielo; convertirnos en los actores de capítulos irrepetibles, maravillosos, sublimes, intensos e inolvidables. Deseo que cierres tus ojos y sientas mis abrazos para trasladar nuestras almas hasta rutas insospechadas; remar por los océanos inconmensurables de la vida y el universo, siempre alegres, juntos y sonrientes, con la ilusión del amor, para compartir la belleza del paisaje y, al final, llegar unidos al columpio de la eternidad. Anhelo escribir y leerte poemas, entregarte mi amor, protagonizar historias excelsas contigo, correr, pisar charcos, andar descalzos en el césped, cantar, recibir las caricias de la lluvia y del viento, observar los luceros, recolectar flores, brincar, reír, soñar, vivir, hablar, callar, beber café, deleitarnos con un platillo preparado por los dos, abrir y cerrar capítulos maravillosos, hundir los pies en la arena, jugar, recrearnos con el más sublime de los sentimientos durante nuestra estancia en el mundo, convertirnos en la existencia y el cielo uno del otro para entregarnos lo mejor. No obstante, confieso que también deseo, como lo hacemos, que nuestras almas, siempre unidas, abran sus puertas a la morada de los ángeles, a la mansión de Dios, donde en absoluta plenitud descubriremos las mayores riquezas y la dicha más grande porque entonces, asombrados y tomados de las manos, miraremos con emoción las huellas que dejamos en los caminos que recorrimos para llegar finalmente al cielo, a los jardines de la inmortalidad, al resplandor prometido. Mi deseo es, en consecuencia, amarte y que nuestras almas, unidas, tiendan un puente de regreso a casa, donde el regalo de Dios es la eternidad con su más hermoso y divino significado. Claro, hubiera resultado más sencillo escribir «quiero ser feliz contigo y amarte todos los días de nuestras existencias y durante la eternidad»; pero habría omitido lo más importante, el tesoro que compartimos y valida los sentimientos que experimentamos y nos identifican, enamorarnos de Dios y entregarnos dulcemente a las fragancias que conducen a su resplandor.

Entre las palabras y los hechos

«Ay de aquel que sus palabras sean mejores que sus hechos». Buda

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Con amor a quien me inspira

Toqué un día a la puerta de tu corazón, a la morada de tu ser, quizá sin imaginar que contigo, al cabo de los días, experimentaría un estilo diferente y sublime de amar.

Acostumbrado al encanto de las letras, a la magia y sutileza de las palabras, me recordaste que en el amor valen más los actos y detalles que las frases elaboradas y pronunciadas por compromiso o ausentes de la razón y los sentimientos.

Muchas veces, las palabras se expresan como requisito para satisfacer a los seres celosos, engreídos, posesivos e inseguros; mas se diluyen si no las respaldan los sentimientos y las acciones cuando se presentan las horas de prueba.

Alguien puede jurar amor eterno una noche romántica y cargada de estrellas, y hablar o escribir tan bello como quien ejecuta un concierto magistral; pero las flores se vuelven expresiones frías y pierden su fragancia y hechizo cuando no las mece el amor.

En el amor, las palabras escritas en una servilleta o pronunciadas al oído resultan bellas y encantadoras; no obstante, del ensueño a la realidad sólo hay un paso y los hechos y resultados marcan cuán tan grandes son los sentimientos y juramentos que alguna vez se hicieron.

Me enseñaste que una noche, al despedirte, podrías estar agotada y tal vez omitir la expresión «te amo»; sin embargo, contigo aprendí que el cansancio y el sueño nunca serán motivos para abandonarme o no escuchar, cuando te necesite, mi llamado.

Insinué, acaso por ser escritor, que me encantaría el mayor número de palabras en la relación, cuando siempre he tenido ante mí tus detalles cotidianos, tus atenciones, el tiempo que me dedicas, tus bromas para distraerme, tu sonrisa y el amor tan extraordinario que me demuestras. Me percaté, entonces, de que tu estilo de vivir y demostrarme tu amor es un lenguaje superior al que uno, al escribir, forma con las letras y palabras.

No sabe la gente, en sus relaciones sentimentales, que el amor se adormece con la repetición de palabras rutinarias y carentes de alegría; en cambio, los actos son dinámicos, fortalecen y demuestran lo que uno es capaz de hacer por el ser del cual uno está enamorado. Las palabras son adornos y los hechos, en tanto, demostración de lo que es uno en realidad.

Observé que la humanidad, en amplio porcentaje, entabla relaciones sentimentales que posteriormente, ante la caminata de los días, de los meses y de los años, desgasta su alegría e ilusiones, hasta marcar signos de desilusión, enfado y rutina que conllevan, en ocasiones, al desamor, la rutina y la traición.

Gracias a ti, comprendí que si las palabras escritas o pronunciadas son expresiones que se convierten en aretes y collares de los sentimientos, los verdaderos tesoros yacen en el ser y las mejores expresiones de amor se demuestran con atenciones y detalles cada día de la existencia.

Imposible renunciar a escribir un poema o un texto inspirado en la unión de nuestros corazones, en ti y en la relación  que nos identifica; pero lo más grandioso de todo es que en los momentos de las pruebas, cuando se han presentado como a todo viajero que sortea desfiladeros durante su jornada a las tierras donde irradia la luz, ambos hemos demostrado que somos capaces de tomarnos las manos, abrazarnos y cuidar de nosotros, porque es cierto, si sólo hubieran sido palabras sin fundamento, las borrascas habrían restregado los papeles arrugados y rotos en nuestras caras.

Es justo reconocer, finalmente, que contigo aprendí que las expresiones de amor plasman la belleza del sentimiento más excelso, pero sólo serían adornos sin valor si los actos se colocaran en el peldaño de abajo. Al final, en la vida, lo que vale no es lo que se dice, sino lo que se hace, y tú, mi musa, lo demuestras cada instante de tu vida al entregarme amor, atenciones, detalles y tiempo. Bello lenguaje el tuyo porque es el de los hechos, el que deja huellas en el mundo y en mi corazón, sin duda para transitar hacia moradas superiores.

¿Por qué te amo?

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Al amor de mi vida

Alguna vez, mientras reíamos, tomaste mi rostro con la delicadeza de tus manos, me miraste y tras algunos instantes de silencio, preguntaste los motivos que tengo para amarte tanto.

Te abracé fuerte, observé tus ojos y nuevamente, como al principio, me descubrí retratado. Hablé pausadamente, como si confesara un hermoso secreto que sin duda llegó hasta tu corazón porque definí tu alegría expresada en una sonrisa tan bella que me causó hondos suspiros.

Abrí, entonces, mi arcón de confesiones. Por primera vez, entregué la llave de mi corazón a alguien muy especial, a ti, porque decidí, por el amor que me inspiras, reservarte lo mejor de mí.

Nunca antes, en los días de mi vida, había permitido a alguien zambullirse en las profundidades de mi ser, hasta que llegaste con la llave que te di y abriste los cerrojos de mis sentimientos.

Expliqué, al verte atenta, que durante mi caminata existencial siempre había creído que un día, no sabía cuál, descubriría a la mujer a quien dedicaría mi más puro amor, y que sus rasgos tendrían que ser los de un alma resplandeciente, con valores y códigos de vida trascendentales, supremos, porque mi alma buscaba su par, otro ser también interesado más en lo sublime que en el brillo de las superficialidades, un corazón humano en el que latiera el pulso de Dios.

Me enamoré de ti, al coincidir en nuestros senderos, porque me gustaste, me encantó tu belleza; pero quedé cautivado al descubrir en tu interior la inconmensurable riqueza que te da un resplandor diferente al del mundo tan interesado en su materialismo y sus pasiones de efímera existencia.

Gracias a que me aceptaste en tu corazón, exploré en ti los tesoros de tu ser y quedé embelesado y agradecido con quien creó todo en el universo porque me percaté de que eres la mujer que busqué durante gran parte de mi vida.

Oh, ¿para qué buscar en todos los rincones del mundo las apariencias y la sensualidad que ofrecen tantas mujeres o el brillo de las cosas materiales, si tu ser es fuente de riqueza inagotable por estar tan conectada a quien te creó con una fórmula especial e irrepetible?

Eres mi ángel en la Tierra. ¿Sabes por qué? Porque el amor que me tienes no es capricho ni posesión, ni tampoco compromiso forzoso o pasajero; es la expresión, en su máximo nivel, de los sentimientos que brotan de tu corazón cual manantial diáfano que refleja el follaje a su alrededor y el cielo de las alturas.

La belleza física es transitoria, pero la del alma, la de tu corazón, es permanente y abrirá las puertas de la eternidad. Quiero ir contigo. Eso implica, amor mío, experimentar cada día de nuestras existencias con los principios que compartimos y practicamos con la intención de cruzar el puente y subir los peldaños a la cima, sin importar los juicios humanos.

Imagino que la gente, en este mundo, cree que somos un par de seres extraños y casi extintos, quizá los niños raros del vecindario; pero tú y yo sabemos, y eso es lo que importa, que las bendiciones nos envuelven para que nunca se fuguen el amor, la felicidad, el encanto, la risa, el consentimiento, las vivencias, los juegos, las ilusiones y los detalles. Compartimos un estilo diferente y rico en el amor.

Nadie imagina, supongo, que mi amor es tal por ti que entregaré lo mejor de mi vida a tu corazón y que siempre te dedicaré con alegría mis sentimientos e incontables sonrisas. Deseo expresarte mi amor, consentirte y que siempre te sientas muy feliz.

Ahora sabes que te amo porque eres bella y das a tu alma mayor trascendencia que a las cosas mundanas, por tus rasgos y actos femeninos, por sonreír, por tu capacidad de enfrentar los desafíos y problemas con madurez y sabiduría, por el toque mágico que impregnas en las cosas, por tu espiritualidad, por tus atenciones, por los detalles que me regalas, por los sentimientos sublimes que me expresas, por tu alegría, por pertenecer a una familia hermosa, por tu inteligencia, por tus virtudes, por estar preparada para ser la mujer grandiosa de la que uno se enamora eternamente.

Auténtica y bella

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Dedicado a un ser especial y maravilloso, a quien pertenece mi amor

Cuando las flores olvidan su esencia y renuncian a la intensidad de sus tonalidades, al encanto de su fragancia y a la belleza de sus rostros tersos, asoman los pétalos marchitos y los tallos con espinas que reflejan su fragilidad y lo efímero de sus existencias, igual que el mar en sus momentos de turbulencia al optar por el grisáceo que esconde el jade y turquesa de su mirada, o el cielo al perder su fondo azul y las nubes blancas y rizadas o rasgadas por los ósculos y rasguños del viento. Cuán triste es que lo bello pierda su autenticidad, como ha sucedido en la época contemporánea con no pocas mujeres que por moda, adversidad y lucha contra el abuso y el pensamiento masculino, competencia con los hombres, necesidad, prejuicios, ausencia de valores e ignorancia, han sepultado y distorsionado su espíritu femenino. Hoy, ante la falta de ella y él, porque la mayoría compite por las formas, los placeres y las posesiones, más que cultivar virtudes y características propias de su género, resulta aburrido y patético coexistir en ambientes planos, masificados y carentes de principios y sentido. Cuando abriste la morada de tu ser a mi corazón, descubrí con emoción que si bien es cierto eres una mujer que cotidianamente labora y se desarrolla profesional y socialmente, no te contaminas con tendencias grotescas y baladíes de la época; al contrario, conservas tu esencia y los principios que te sostienen y dan valor. Te he mirado exitosa en el mundo, reconocida en tus labores; pero también, no lo niego, mi asombro y emoción no han disminuido desde que te vi en casa con el porte de mujer bella, amable, dulce, risueña, con un vestido demasiado femenino, preparando con alegría los platillos para deleite de nuestros sentidos, y me sentí tan contento en aquel ambiente creado por ti, que me convertí en tu aliado en la cocina y allí, entre alimentos y trastes, conversamos, jugamos y reímos como si se hubiera tratado de protagonizar un capítulo singular e inolvidable. Adornaste, incluso, los platillos con un toque mágico, elegante y femenino. Eso, amada mía, no te hizo sumisa ni esclava de un hombre, como creen innumerables mujeres; te engrandeció y, además, demostraste tu valor femenino y correspondiste con fidelidad a tu naturaleza. Vives con el reflejo de quien eres. No extravías tu rostro ni lo cambias por caretas según las circunstancias y las conveniencias. Eres poesía y cielo. Actúas como sientes y piensas, de acuerdo con tus convicciones. No te embruteces ni te vulgarizas ni rebajas a la categoría de objeto o baratija; tampoco olvidas tu calidad de mujer ni imitas posiciones masculinas que no te pertenecen. Eres tú con tus invaluables tesoros internos y tu belleza resplandeciente, con tu encanto femenino, con tus convicciones e ideales. Eso te distingue y tal vez muchos no lo aprecian ya y hasta te critican y condenan por estar atrapados en el lodazal de sus existencias. Tus manos, bien cuidadas, son femeninas y hermosas, y lo mismo saben dar caricias de amor y ternura que sostener con firmeza, señalar los caminos, enseñar y sostener a los caídos. Maquillas tu rostro, pero sin caer en excesos ni coqueterías que atrapan superficialidades y aventuras pasajeras, ya que te valoras y eres amada, y recibes, por lo mismo, atenciones, sentimientos, detalles y respeto por parte del hombre que te admira y cuyo corazón, lo confieso, late al unísono del tuyo y del universo. Más que las palabras y las promesas que no pocas veces se olvidan, actúas, demuestras tu amor y tus valores con hechos y resultados. Eres una mujer, y eso me emociona, alegra e ilusiona como la primera vez, cuando entré por la puerta de tu ser y expresé «me encantas» y «te amo». Nunca, ni siquiera sometida por los juicios mundanos, renuncias a tu naturaleza de mujer porque te sientes bendecida, feliz y realizada. Vuelas y no manchas tus alas. El hecho de vivir como mujer auténtica, vida y cielo mío, jamás te ha menoscabado ni restado alegría e independencia, como falsamente sostienen quienes creen que lo femenino es sinónimo de placer efímero y artificialidades o algo arcano e inusual, pasado de moda. Juntos, hemos asistido al paisaje de nuestras existencias, al libro que contiene una historia maravillosa y plena para ambos, y soy testigo, en consecuencia, de que sabes dialogar, divertirte, jugar, reír; pero también actúas con formalidad y firmeza cuando es necesario. Estás preparada para ser intensamente feliz y realizarte plenamente como mujer y el ser humano más maravilloso. Podrán existir millones de mujeres en el planeta, algunas quizá muy hermosas o dueñas de riquezas materiales; sin embargo, jamás voltearía ante la seducción de su coquetería porque tú eres a quien amo, mi musa y el alma que permanece unida a la mía para cruzar los umbrales y llegar a la inmortalidad. Quienes te educaron, deben sentirse orgullosos de la mujer que eres. Dios, como fuente de todo, sonríe porque no le fallas y actúas conforme a tu esencia y con los códigos que te hacen diferente y dan valor. Yo, escritor, te miro cautivado y enamorado, tú lo sabes, y muy agradecido por la bendición de amar a una mujer auténtica, especial y diferente. Eso, mi musa, es una fortuna que recibo desde el cielo porque eres tú y no cualquier hombre tiene la bendición y dicha de contar con el amor de un ser tan femenino, diferente y sublime. Si Dios colocó en ti la fórmula y la fragancia de mujer especial y guardó su secreto en los arcones celestes, en mí depositó un corazón que te admira y está dispuesto a amarte hoy y cada día, aquí, en el mundo, y durante la eternidad, allá, en la gran morada, donde siempre resplandecerá tu alma de mujer hermosa y consentida por quien todo lo creó.

El árbol del amor

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A ti, que me inspiras lo más sublime del amor

Ensimismado en su buhardilla desde hacía varios días, el artista deslizaba su pincel una y otra vez sobre el lienzo con la idea de pintar el árbol del amor, su obra maestra.

Reflexionaba mientras trazaba el paisaje, un vergel para los seres humanos en el que se distinguían los tallos de la vida, las flores de las virtudes, el follaje de la esperanza, las plantas de la fe y las enramadas de la alegría; pero cuando decidió pintar el árbol del amor, descubrió que era el elemento más complicado de la obra, acaso porque sus raíces ocultas en la tierra necesitaban poseer fortaleza para alimentar su interior, quizá por la cantidad de hojas que debía conservar con vitalidad, tal vez por tratarse del tema que lo había inspirado a crear el cuadro.

Esa mañana nebulosa, mientras lloviznaba y el aliento del aire fragmentaba y dispersaba las gotas en destellos, comprendió que estaba ante su obra maestra, el cuadro subyugante que sin duda transmitiría un mensaje a la humanidad y a todas las criaturas del universo; en consecuencia, el árbol de la vida tendría que ser magistral ante los moradores del jardín.

Solo y en silencio interior dentro de su taller, como le encantaba permanecer, contempló el esbozo, los trazos, las áreas cubiertas de tonalidades mágicas, y de pronto creyó que podría omitir el árbol del amor.

Miró el lienzo una y otra vez, hasta que en determinado instante notó que ante la ausencia del árbol del amor, el jardín empequeñecía y perdía sentido. Como que algo, en aquel paisaje edénico, entristecía y agonizaba. Se percibía la ausencia de algo y dolía mucho.

Insistió en abandonar el proyecto original, en renunciar a su idea; no obstante, la ausencia del árbol del amor dejó un hueco negro, un vacío insondable del que surgían lamentos, melancolía y plantas venenosas con tallos torcidos y espinosos. El hueco oscuro fue cubierto por cardos de discordia, flores de lascivia, matorrales de ambición desmedida y egoísmo, espinas de perversidad.

Angustiado por el caos en su obra maestra ante la falta del árbol del amor, el artista experimentó tal dolor y tristeza que determinó retirar todos los abrojos y dar luz al abismo de la oscuridad.

Mezcló las pinturas y creó otros colores, tonalidades nunca antes conocidas, quizá arrancadas del recinto más profundo de su alma, donde el principio y el fin, todo y nada, la luz y la sombra, la finitud y la eternidad, flotan en un ambiente etéreo para que cada uno, al sumergirse en las profundidades de su ser, elija de acuerdo con sus sentimientos e ideales.

Obtuvo colores especiales e irrepetibles, brillos y opacidades, que aplicó con destreza y cuidadosamente al pintar el árbol del amor sobre el hueco negro. Pensó que mientras el arbol se mantuviera sano, el abismo de la oscuridad no se convertiría en tentación para explorar sus profundidades y sí, en cambio, prevalecería el amor con todos sus destellos.

Reflexionó nuevamente acerca del significado del árbol del amor, hasta que lo hizo suyo y lo incorporó en los latidos de su corazón inmortal, en el palpitar de la vida, en los pulsos del universo, en ti, en mí, en toda criatura viviente.

Maravillado por el matrimonio que contrajeron su alma y la esencia del árbol del amor, el artista dispuso que en lo sucesivo toda creación y sentimiento tendrían que seguir el significado de aquella unión.

Utilizó el encanto de sus pinceles con la finalidad de convertir el árbol del amor en su obra magistral, y desde entonces no hay creación, buena o mala, ajena a su decreto.

Sutilmente, el pintor del universo aplicó colores al tronco, a las hojas, a las flores, a los frutos y a las ramas del árbol del amor, hasta que se transformó en la especie más bella y frondosa del paisaje. Colocó, adicionalmente, un columpio para recreo de quienes acudieran a la sombra o a cortar frutos del árbol del amor.

Aplicó, en cada hoja, una virtud del amor, una expresión del más sublime de los sentimientos, y así, con incontables nombres, bautizó todo cuanto miró a su alrededor, lo que fue, lo existente y lo que está por nacer.

Brotaron las hojas con su genética e identidad, y unas pasaron a llamarse felicidad porque el amor es fuente de alegría, encanto, dicha y risa. Otras, en tanto, ostentaron los apellidos de la dulzura, los detalles, la comunicación, la fidelidad, la confianza y las atenciones.

Esculpió en los detalles minúsculos de las hojas, los nombres de entrega, perdón y tolerancia; aunque no olvidó, como creador talentoso, la solidaridad, el enamoramiento y la innovación.

Las hojas sintieron, entonces, el aliento del pintor que se transformó en el más suave de los vientos. Y así siguió pintando y bautizando cada hoja con sus filamentos, y si a unas nombró respeto, a otras puso por apellidos creatividad, dicha y virtudes.

La pintura lucía hermosa. El árbol del amor dio vida a toda criatura existente en el vergel. Las hojas entendieron que se someterían a las pruebas que significan los ciclos de la vida, y que si un día sentirían el calor de la aurora, una tarde invernal experimentarían el ocaso, siempre con la certeza de que tras el anochecer, existe la esperanza del más hermoso de los amaneceres. Supieron, por lo mismo, que unas veces resaltaría la intensidad de su verdor y algunas ocasiones, en cambio, los besos del aire las arrancarían y se mecerían con su aspecto dorado y quebradizo, hasta dispersarse y alfombrar la tierra; pero siempre se distinguirían por su significado y por pertenecer al árbol del amor.

Así es como él, el artista del universo, concibió el árbol del amor para deleite, alegría, paz e inmortalidad de todos los seres de la creación. Por la emotividad, casi omitía decir que si notas mayor número de hojas que de flores, es porque si las primeras representan las cualidades y expresiones del sentimiento más sublime, las segundas simbolizan las historias de mayor belleza, excelsitud y prodigiosidad de amor, como el tuyo y el mío, y allí, parece, permanecen inscritos nuestros nombres. También olvidaba comentar que a un adyacente al árbol del amor, el artista del universo pintó un manantial diáfano donde tú y yo hemos asomado para mirar el reflejo de nuestros rostros felices y sonrientes.

El juego de los aparadores

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A mi musa, con quien he aprendido que reír forma parte del amor

Muchas tardes calurosas, en las boutiques de las plazas comerciales, hemos quebrantado la formalidad entre las fragancias de los perfumes y el colorido y las formas de la ropa y los zapatos, donde el hechizo de la moda y el encanto de los reflectores atrapan la atención. He asomado en los aparadores, imitando a los maniquíes, para que sonrías y te diviertas o me tomes una fotografía graciosa, mientras tú, ocurrente, pronuncias algunas palabras o me colocas encima un vestido para modelarlo. Miramos las prendas y hasta uno de nosotros, según el caso, entra a los vestidores para posteriormente salir a modelar alegre, incluso ante las miradas recelosas de señores fastidiados y mujeres engreídas. Jugamos como dos chiquillos que retornan a la infancia dorada, a sus años inolvidables, acaso porque en realidad somos adultos con esencia de niños, quizá por compartir todos los instantes de nuestras existencias, tal vez por divertirnos y reír ante la brevedad de los días. Palpamos texturas, vemos etiquetas con precios, admiramos las tonalidades y discurrimos horas enteras en pruebas de vestidor, bromas, juegos y risas. De improviso, alguno se esconde entre la ropa o comenta la exageración de un corte, su color o la apariencia, y lo disfrutamos. Hemos aprendido a compartir y reír. Por lo mismo, esta mañana, cuando caminaba solitario en una plaza comercial, mi atención se sintió atraída por los maniquíes ataviados con ropa de moda e iluminados por reflectores. Detuve mi marcha por un momento, hasta que recordé que iba solo. Comprendí, entonces, que conforme transcurren los días y uno, al amarse, comparte historias, se conoce más y, a la vez, se transmite códigos y señales que identifican y fortalecen la unión de los corazones. Al observar el ambiente de modas e ilusiones que presumen las boutiques, recordé nuestras ocurrencias y juegos, los instantes consumidos una y otra vez. De actos cotidianos, aparentemente superficiales e insignificantes, es posible tejer días grandiosos e inolvidables. Entendí que en la risa demostramos el sentimiento más grandioso y sublime. Reír y ser felices significa amar, y nosotros lo experimentamos diariamente. Sí, la risa y la alegría se derivan del amor, y eso lo sabemos tú y yo.

Imposible llamar mi musa a alguien más

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A mi musa y amor de mi vida

Al colgar de un cielo mágico, las estrellas no ceden a la seducción de quienes se aventuran a ofrecerlas como regalo para un festín pasajero o jugar y abandonarlas posteriormente en un tablero de frivolidades, acaso por ser cristales que los enamorados convierten en diademas y collares que obsequian a sus amadas durante el encanto de una noche romántica e inolvidable o quizá por tratarse de faroles que iluminan la sonrisa de Dios.

No, definitivamente los luceros que adornan el firmamento no son cuentas atrapadas en las vitrinas de joyerías lujosas, tal vez por pertenecer a la corona de quien una hora no recordada los dispersó en el universo con la finalidad de alumbrar el camino hacia el cielo.

El brillo de las estrellas, la majestuosidad de las olas al besar la arena y fundirse en el horizonte con el cielo, la belleza y fugacidad de los arcoíris tras una tarde soleada de lluvia, el canto de los ángeles y los jardines del paraíso corresponden, en exclusiva, a los seres privilegiados que se atreven a amar y abrir los cerrojos de sus corazones.

Realmente, los escalones y puentes etéreos se tienden ante aquellos que se atreven a experimentar el amor con un estilo diferente al de las mayorías, al de una humanidad más interesada en lo inmediato que en lo permanente y trascendental.

En consecuencia, si los prismas del cielo están reservados a hombres y mujeres que unen sus corazones no para ejercer dominio ni manipular, sino con el objetivo de recorrer juntos la ruta de la vida, compartir momentos, acompañarse, trazar el retorno a la morada, ser felices y amarse plenamente, los códigos y sentimientos son exclusivos y no están a la venta, no se prostituyen ni ofrecen como baratija o mercancía cara a quienes se dedican a la rapiña.

Si nosotros, tú y yo, compartimos las auroras y los ocasos, la risa y el llanto, los claroscuros de la vida, la historia de un amor inigualable, también poseemos un código secreto, algo muy nuestro y especial.

Goza mi ser al reconocer que en la vida hay cosas que no se comparten, tú lo sabes, porque pertenecen a dos corazones que deciden fundirse en los sentimientos y vibrar en la misma sintonía para latir al unísono del universo, como tú y yo, que cada día protagonizamos la más subyugante de las historias.

Imposible llamar a alguien más, mi musa, ángel tierno o vida y cielo, como suelo identificarte, porque tú, solamente tú, eres la otra parte de mi alma, como yo, únicamente yo, lo soy de la tuya.

Eres especial e irrepetible. Al llamarte mi musa, no por sobrenombre ni con el propósito de lucirme ante los demás, es porque al ser el amor de mi vida me inspiras para crear mis obras literarias, escribir textos que toquen a las puertas de los corazones y las mentes humanas.

Musa no es cualquier mujer, y menos las que creen que se trata de una figura sensual y decorativa, o una modelo que posa desnuda en una buhardilla ante la locura de un artista. Musa es la mujer que abre el arcón de su alma a un artista porque lo ama e inspira por medio de sus más excelsos sentimientos y su estilo de vida. Artista y musa contraen matrimonio ante los cielos de la creación, y uno, al unirse de esa manera, jamás podría traicionar al corazón que late en su interior.

Insisto, musa es la madre de las obras que crea el artista. Musa y creador se vuelven uno en el más puro acto de amor. Inútil es, por lo mismo, que alguien más espere que le llame musa porque es una posición insustituible, el amor resplandeciente e inspirador entre una mujer sensible y un artista. Por cierto, sólo tú posees las claves secretas para demostrar que mis obras son inspiradas por ti.

Mi ángel tierno no puede ser alguien más que tú porque si en el mundo de la hora contemporánea coexisten millones de mujeres, únicamente quienes fueron elegidas por Dios llevan en su interior la fragancia del paraíso.

Únicamente tú, nadie más, serás por siempre mi vida y mi cielo, y no porque de ti dependan los días de mi existencia o mi caminata a la eternidad, sino por ser mi amor, complemento y felicidad en el mundo y con quien llegaré unido a las mansiones de la inmortalidad. ¿Tendría caso buscar en alguien más la dicha cuando tú significas mi vida en el mundo y mi cielo en la eternidad?

Si alguien preguntara los motivos por los que no renunciaré a ti ni te sustituiré jamás por otra mujer, confesaría que independientemente de ser la otra parte de mi alma, con tu libertad e identidad, eres irrepetible porque Dios, al crearte, colocó en tu corazón un cofre pletórico de virtudes que te distinguen de quienes hundidas en el fango de las superficialidades, creen que el amor es transformarse en objeto y que vivir significa entregarse a la fugacidad de lo inmediato.

Ahora, mientras escribo tus textos, admito que soy un hombre afortunado y bendecido al amar y ser correspondido por ti, mujer de la que su fórmula permanece guardada en el morral de Dios para que tu resplandor te distinga de los faroles y luceros menos luminosos.

Noche

Uno, como escritor, plasma sentimientos e ideas sobre una multiplicidad de temas, creyendo que llegará a distintas clases de lectores; sin embargo, dentro del proceso de la creacion, es factible equivocarse y enviar mensajes ajenos a lo que se pretende, como el error que cometí hace algunas horas al publicar «Noche», evidentemente sin dedicatoria especial a alguien, pero contradictorio con los textos que con frecuencia comparto en este y otros espacios, inspirado en el amor más profundo que le tengo a la mujer de la que estoy enamorado y a quien suelo llamar musa, ángel, y vida y cielo. En un acto de amor y humildad, pido a mi amada musa me disculpe si con la publicación del citado texto le causé malestar o denigré su imagen y la de nuestra relación. También solicito la comprensión de mis amables lectores al suprimir el escrito, a quienes comparto que el verdadero amor y los ángeles en este mundo son reales. Yo tengo la prueba con la mujer a quien amo y me inspira los más bellos sentimientos por ser especial y diferente. Gracias.

¿Quién eres?

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Cuando ando por las calles, los jardines y las plazas, la gente pregunta la causa por la que mi aspecto de artista y hombre reflexivo cambió su matiz por el de escritor alegre y enamorado; otros, en cambio, confiesan sonrientes que mi mirada, al voltear al cielo, a los paisajes floreados y al horizonte, releja el rostro de alguien que destella belleza resplandeciente. Al caminar por las rutas de mi existencia, hay quienes al saludarme estrechan mi mano, me abrazan y besan mis mejillas, para de inmediato admitir que emano una fragancia diferente y especial, exclusiva de quienes se enamoran y aman. Si me siento en una banca solitaria o bebo café en determinado sitio, algunos amigos se aproximan a mí con la intención de preguntar si es verdad, como dicen, que ahora late el corazón de una mujer en el mío, que a mis ojos se añadió otra mirada y que al caminar ya no son mis huellas solitarias las que quedan impregnadas en la arena, sino otras más, las tuyas, las de un ser que me acompaña aunque en ocasiones no me encuentre físicamente contigo. Al caminar y pasear solitario con el objetivo de meditar e inspirarme, aseguran que tanto pienso en ti y te siento en mí, que hasta te descubren a mi lado. Todos, al coincidir en mi sendero, preguntan por ti, por la identidad de mi musa, con la sospecha de que eres tan real que ya te dibujas en mi sonrisa. Tras publicar los textos que me inspiras y te dedico, la gente interroga si en verdad existes o si te inventé alguna noche helada y oscura de mi existencia, cuando más próximo me sentí a los abismos y desfiladeros de la soledad. Unos argumentan que eres diseño de mi imaginación de artista, que un día ocioso te definí en un cuaderno con mis letras y dibujos para darte vida, quizá porque me sentía solo, tal vez por necesitarte a mi lado para amarte en secreto e inspirarme; otros aseguran que eres real, que te descubren en mi mirada, te sienten en mis brazos y manos, y te escuchan en mis palabras. No recuerdan que el amor es compartir y no trasladar la sombra de uno al otro. Confundidos, los que preguntan por ti creen que eres obra de mi locura de artista, invención de mi soledad o ilusión momentánea. Probablemente esa es la razón por la que preguntan por ti. Al leer mis textos, la curiosidad los motiva hasta opinar que si existes, debes ser una mujer irrepetible, especial y sublime, porque nadie llamaría a alguien musa, ángel tierno y vida y cielo a otra persona si no ejerciera magia en las horas de su existencia. Consideran unos que eres mujer especial para inspirarme en mis escritos sobre el amor. Si supieran que lo eres porque Dios, al crearte, lo hizo con una fórmula secreta e irrepetible que posteriormente guardó, como lo he dicho, en uno de los arcones del paraíso, y que así, durante tu jornada terrena irradias el resplandor de los ángeles y, por añadidura, actúas diferente a los apetitos del mundo. Me encantan la armonía y belleza de tus ojos, tu semblante y tu perfil; pero me cautivan los tesoros de tu alma, el código de tu vida y la forma en que me amas. Andas en el mundo y sabes que la vida es breve; mas no la derrochas en apetitos ajenos a tu esquema ni en superficialidades, porque eres mujer de verdad y conoces las riquezas del alma y del verdadero amor. Y si hay quienes creen que eres capricho, entretenimiento, paréntesis o locura, también existen aquellos que opinan, basados en la esencia de mis textos, que tú y yo debemos ser intensamente dichosos por buscar en el camino que ahora compartimos, el amor y la puerta al cielo prometido. No saben que eres real, que no tuve necesidad de inventarte una noche de locura y desolación, porque nuestras almas se atrajeron al grado de hoy andar juntas en el sendero y los peldaños del amor y la luz. Desconocen que un amor como el nuestro no se extingue ni conoce traiciones porque sus pilares luminosos son su fortaleza. Si la gente considera que te define en mi mirada, mi voz y mi semblante, no es por permanecer atados uno al otro, como erróneamente actúan quienes creen que el amor es encadenarse y así se condenan a la esclavitud voluntaria, a la desconfianza, al acoso, a la rutina, a la monotonía y a la soledad irremediable; es porque en un amor como el nuestro, las almas se fusionan con la intención de compartir los sentimientos más sublimes y ser muy dichosas aquí, en el mundo, y allá, en la eternidad. No revelaré tu identidad ni el lugar donde moras porque eso, como la receta de nuestro amor, es el secreto que tú y yo compartimos y disfrutamos. Quienes preguntan por ti, desconocen que al amarnos con nuestra fórmula, ya somos felices en el mundo y preparamos el espacio que anhelamos en uno de los jardines del cielo.