Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Me pareció escuchar una voz celestial que expresó: «ámala, cuídala y hazla feliz siempre, con todo tu corazón, sin olvidar descorrer el cortinaje del alma para recibir la luz».
Hojeaba un libro, en la biblioteca de la casa, cuando descubrí entre las páginas una servilleta, la hoja blanca de papel de nuestro pasado, en la que inscribí para ti palabras y dibujos al reencontrarnos en un café, constancia inequívoca de mi declaración de amor tras descubrirme reflejado en tu mirada.
Extendí la servilleta y observé el dibujo de una flor que entonces tracé y a la que agregué: «sonríe y sé feliz. Te amo». Leí, igualmente, otras palabras que aquella noche, a la mesa de un café, escribí para ti: «me encantas» y «te amo». Tú, asombrada por mi inesperada declaración de amor, sonreíste con tu estilo natural, con el reflejo de tu alma que entonces, presentí, se reencontraba con la mía.
Tú, sorprendida por mi confesión, controlaste tus sentimientos y trataste el tema con madurez, como lo haces siempre, porque eres un verdadero ente femenino, un ser que a diferencia de otros, consulta los mensajes de su alma antes de tomar decisiones que marquen los días de su existencia en este mundo y definan, en consecuencia, su caminata a la ruta donde resplandece la luz.
Ahora, al mirar la servilleta arrugada con el dibujo y las letras color sepia, tinta que suelo utilizar, tú lo sabes, agradezco a quien da el aliento de la vida, mece las hojas de los árboles y decreta la fuerza del mar y la armonía de las estrellas que alumbran nuestros caminos, porque unir tu corazón al mío, compartir una historia de amor irrepetible, bella, subyugante, intensa e inolvidable, es más que derretir las horas existenciales en asuntos pasajeros, es abrir los brazos y recibir la felicidad plena, la bienvenida de Dios a los parajes de la inmortalidad.
Me parece que coincidir en el amor como lo hacemos tú y yo, equivale a experimentarlo aquí, en el mundo, con lo que somos y tenemos, dentro de la brevedad, sin desviar el timón hacia el itinerario trazado desde el interior de tu alma y la mía, unidas al murmullo de la lluvia cuando nos empapa y sus gotas deslizan por nuestros rostros, al susurro del viento al balancear las ramas de los árboles donde solemos columpiarnos, al concierto marítimo al convertirse sus pliegues en olas subyugantes que acarician y besan la arena y los riscos, al canto de las aves que enseñan a vivir plenamente y con sencillez, al himno de los ángeles que guía la senda a la eternidad.
Amar es, igualmente, protagonizar una historia en el mundo como preámbulo del guión excelso que Dios, en un cielo prometido, reserva para ambos cual regalo, es cierto, a nuestras almas.
El amor, como lo concebimos y pactamos tú y yo, no es un simple encuentro para desgarrar nuestras pieles en cualquier rincón y posteriormente marchar en busca de otras personas. Definitivamente se trata de sentimientos que provienen de las alturas y que uno, aquí, expresa; pero no es, como falsamente cree parte de la humanidad, vivirlo sin sentido ni fidelidad.
Solamente quienes abren las compuertas desde la esencia de sus seres, identifican el amor de los contratos pasajeros, los sentimientos de los apetitos fugaces, la profundidad de la superficialidad, quizá porque descubren y conocen las maravillas de la riqueza interior.
Un amor como el tuyo y el mío no acaba nunca, ni siquiera con la transición, con lo que la gente suele llamar muerte, porque su fuerza proviene de una fuente inmortal e inagotable.
Los seres que como tú y yo, amamos con un estilo diferente y especial, aprendemos a distinguir las expresiones más sublimes, las señales mágicas que derraman los sentimientos auténticos, de aquellas manifestaciones burdas que únicamente se inclinan ante la seducción y el brillo de lo efímero y superficial.
Idealistas, soñadores, tontos al perder los mejores años de la vida, retrógradas y criaturas raras del vecindario serán, entre otros, los calificativos que seguramente recibiremos por parte de amplio porcentaje de seres humanos que prefieren quedarse en el plano terreno, en las vitrinas de las apariencias, en las mazmorras de la ambición desmedida, en el lodazal de los vicios y en los pantanos de los apetitos sin amor.
No obstante, ambos, tú y yo, somos dos corazones amurallados, protegidos de la escoria que pudiera salpicar durante la jornada terrena rumbo a la meta que hemos trazado, porque nuestro amor y código de vida recibe la luz que viene de lo alto.
Recordarás, sin duda, que una mañana admití que experimenté paz en mi interior y dicha inmensa porque soñé que estaba contigo y me pareció escuchar una voz celestial que expresó: «ámala, cuídala y hazla feliz siempre, con todo tu corazón, sin olvidar descorrer el cortinaje del alma para recibir la luz». Ese es el amor que te ofrecí aquella ocasión, cuando realicé algunos trazos en la servilleta que hoy descubrí entre las páginas de uno de los libros de la biblioteca y que hasta la fecha vivimos felizmente.
Mi amor por ti es tan auténtico e intenso, que soy capaz de emprender la más grandiosa de las epopeyas y en todo caso, si fuera preciso, ceder mi vida, sí, como en las historias románticas que conmueven los corazones y arrancan suspiros a los enamorados.
Grandiosa e inolvidable fue la fecha de nuestro reencuentro, pero la excelsitud y maravilla del cielo se expresó en tu corazón y el mío cuando entendimos que uno formaba parte del otro desde el inicio de la eternidad, sin cortarnos las alas ni lastimarnos. Y así inició nuestra historia de amor.
Me asomo por los cristales de nuestras almas, por los amplios ventanales de tu corazón y el mío ya fusionados, y contemplo dos rostros alegres, enamorados, dispuestos a dejar huellas indelebles en este mundo, el que nos tocó vivir, para trascender y así tocar a la puerta de la morada más hermosa.
Ahora, como la noche de nuestro reencuentro, susurraré a tu oído «me encantas» y «te amo». Te lo digo, ángel mío, con la emoción, alegría e ilusión de la primera vez, tú lo sabes y sientes en tu corazón.
Ocultos por mucho tiempo en las entrañas de mi ser, el amor y las palabras brotan cual burbujas en un manantial, precisamente con la intención de admitir que me cautivas, que me siento embelesado por tu belleza e inteligencia; pero también, nunca me cansaré de repetirlo y anunciarlo al mundo, por tus virtudes, por los valores que fincan tu existencia, por tu alma que es espejo del cielo, por ser tan femenina, por tu alegría de vivir, por tus detalles que te engrandecen y por todos los principios que hacen de una persona, hombre o mujer, el ser más preciado por Dios.
Eres la mujer que siempre, desde que lo recuerdo, pedí a Dios amar. El nombre que escribí desde la primavera de mi existencia, los rasgos que plasmé en el lienzo y las voces que reproduje en el violín corresponden a ti, musa mía. El alma que sentí en la mía es la tuya.
Sólo un amor como el nuestro puede ser prueba de que los sentimientos entre dos corazones, cuando son auténticos, no se consumen ante el tiempo ni las dificultades; al contrario, las horas y las adversidades lo fortalecen y hacen superior, y tú y yo lo sabemos porque ya probamos el sabor de las alegrías y el cáliz del dolor, y mira, aquí seguimos, felices e ilusionados, con nuestros sueños y proyectos.
Los días han transcurrido raudos desde aquella hora de nuestro reencuentro. Llegamos muy puntuales y de frente a nuestra cita aquella vez, igual que ahora, instante que aprovecho para declararte, como entonces, mi más puro, fiel y eterno amor.
Ahora que miro la servilleta de nuestro reencuentro y repaso los capítulos que hemos compartido desde entonces, con sus auroras y ocasos, cual es la vida, quiero decirte que me siento embelesado ante la mujer que eres y que deseo, por lo mismo, reproducir cada minuto de nuestras existencias mis sentimientos por medio de las expresiones «te admiro», «me cautivas», «eres mi cielo», «te amo».
Imagino y siento que tu corazón y el mío, enamorados y unidos al ritmo de la creación, sonríen muy dichosos. Por eso es que pretendo refrendarte mi amor, mis cuidados, mis detalles, mi consentimiento y mi estrategia para tejer felicidad en tu ser.
No es que dude ni sienta el peso de la fragilidad hundir mis sentimientos, no, no es eso; simplemente deseo mirarme retratado en tus ojos, contagiarme con tu sonrisa, percibir tu alma en la mía y declararte mi amor de nuevo, prometerte tender un puente mágico para convertir en realidad nuestros sueños.
Al declararte mi amor de nuevo, tomo la servilleta de nuestro reencuentro y la guardo entre las páginas de un libro que cierto día, no sé cuándo ni dónde, alguien descubrirá con asombro y al observar la flor y leer «sonríe y sé feliz. Te amo», «me encantas» y «te amo», sentirá correr en sus venas la emoción de sentimientos reales entre dos seres que coincidieron en un lugar y durante un tiempo para después peregrinar al cielo y disfrutar las delicias de la eternidad. Hoy te declaro mi amor y lo grabo en esta servilleta que alguien, al ya no existir tú y yo en este plano, percibirá en su corazón porque intuirá que los sentimientos conducen a la eternidad. Tal es mi declaración de amor.