Te distraigo por un instante porque te quiero para toda la vida…

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A ti, a quien amo y me cautivas

Te distraigo un instante, sólo unos segundos, para que sepas que anoche, mientras revisaba los almanaques de nuestras vidas, descubrí que tu nombre y tus apellidos, enlazados a los míos, aparecen en todas las hojas, como si una mano insustancial hubiera anotado que cada día estarás presente en mis sentimientos, palabras, reflexiones, pensamientos, actos y sueños. Leí, al hojear las agendas de nuestras existencias, que cotidianamente tendré diversas actividades, igual que tú, pero que siempre permaneceremos envueltos en un amor irrepetible. Recorrí, como en un viaje, cada página, y me observé hoy, mañana y otros días a tu lado; pero también miré que estaríamos juntos después, en las horas del balance, en la ancianidad, acompañados, con el amor idéntico al de ahora, sin menoscabo de la alegría y los sentimientos que unen nuestros corazones. Contemplé las anotaciones de un año y muchos más del futuro, y me percaté de que seremos inseparables. Mis lágrimas deslizaron con emoción cuando te vi conmigo, acompañándome, ya inmersos en nuestro invierno existencial, recordando la historia que hoy compartimos y que mañana será ayer. Cómo reímos y lloramos por todos los acontecimientos y detalles que habremos de experimentar. Entre más me introduje en las hojas con los días, las semanas, los meses y los años impresos, mayor fue mi emoción. Juntos, tú y yo, estábamos sentados en la sala y tomamos los pétalos quebradizos de una flor blanca y de otra rosa que alguna vez guardamos entre las páginas de uno de nuestros libros. Nuestras manos, trémulas por las horas acumuladas, pero satisfechas por lo que dieron e hicieron, sostenían una servilleta con las anotaciones «me cautivas», «me encantas», «te amo». Y disfrutamos, igualmente, la flor que dibujamos en un trozo de papel con el texto «sonríe y sé feliz. Te amo». Me di cuenta, al revisar los almanaques, que la historia de la vida puede ser maravillosa, especial, plena e inolvidable si uno así lo decide. No hay que temer. Sólo es necesario arriesgarse, atreverse a ser felices y amar intensamente. El amor auténtico viene de las alturas y nadie lo puede destruir. Quiero llamar tu atención durante algunos minutos para expresar que deseo amarte toda la vida y la eternidad, y siempre significa a toda hora dentro de la inmortalidad. No te distraigo. Únicamente pretendo invitarte a que nuestros corazones sigan latiendo al unísono del amor universal y que protagonicemos una historia bella y sublime, como lo descubrí anoche, a determinada hora, mientras revisaba las agendas de nuestras existencias, donde tu nombre y el mío, unidos con sus apellidos, permanecen enlazados hasta la fecha postrera, con la promesa de una eternidad compartida. Te distraigo algunos instantes, sí, unos minutos, para revelarte que en las agendas del presente y futuro y en el libro de la vida, descubrí nuestros nombres y apellidos felices e inseparables, como lo están tu corazón y el mío desde la noche del reencuentro inolvidable que vivimos. No te distraigo. Solamente pretendo anunciarte lo que vi. No te miento, las hojas de los calendarios, insisto, lucían pletóricas con nuestros nombres y apellidos rodeados de flores y un cielo precioso, magistral y subyugante.

¿Por qué eres mi musa?

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

¿Qué puedo decirte si cualquier expresión resulta minúscula comparada con la luminosidad de tu alma? El amor es superior a las palabras porque viene de lo alto. Si eres mi musa es porque te amo y prometí hacerte muy feliz, y también por compartir una historia y un sendero

Quien elige ser artista, prefiere contemplar las estrellas y reproducir e inspirarse en su lenguaje, su música y sus formas, no desprenderlas del cielo para dejar ausencias dolorosas. El arte es un ministerio, un estilo de vida especial que también acerca, si existe el deseo, a los jardines de la eternidad, quizá porque uno, como autor, cuando busca inspiración, se zambulle en las profundidades del universo para descubrir la unión de letras, signos musicales y formas que al plasmar en obras, llegan a las mentes y a los corazones humanos para deleitarlos y recordarles que la vida es algo más que codiciar bienes materiales y coleccionar pasiones y capítulos baladíes, que existen tesoros en el interior, que cada día es irrepetible y se suma a la fugacidad de la historia, que las horas son un sí y un no con la oportunidad de crecer y probarse. El arte es la dulzura de la vida, el encanto de los días, el adorno en la historia de hombres y mujeres, la emulación, en miniatura, de la creación. Es sensibilidad, acaso porque viene de lo alto. Sin el arte, el firmamento de la existencia permanecería apagado, ausente de luceros. En el arte, las musas no faltan porque son la inspiración, y si para algunos representan, de acuerdo con la Mitología, las nueve deidades que habitaban en el Parnaso o en el Helicón con el objetivo de proteger las ciencias y las artes liberales, presididas por Apolo, o para otros son la sensibilidad creativa de los autores, como escritor afirmo que tengo una muy especial que aparece cuando bordo letras y palabras en las libretas de apuntes u oprimo una tecla y otra: tú. Hay quienes preguntarán, no dudo, la razón por la que tengo una musa real, si el proceso creativo posee una ruta etérea y mágica, y uno, como autor, conoce el itinerario a la grieta del arte y la inspiración. Mi respuesta es que tienen razón al pensar que yo solo podría escribir mis obras literarias; pero este día quiero aclarar, tomado de tus manos, que si te elegí como musa es porque nuestras almas, al reencontrarse, decidieron compartir el amor y la alegría de la vida, de modo que al explorar mi interior, donde yacen inconmensurables riquezas, siento tu compañía y juntos buceamos en busca de letras y palabras hermosas y subyugantes. Alumbras mi nado en las profundidades. Y vamos más allá, lo confieso al mundo, porque anhelamos cruzar fronteras que nos conduzcan al paraíso alguna vez prometido. No podría ser mi musa una mujer que no me inspirara amor ni me cautivara; tampoco aquella que permaneciera distante de las riquezas y las virtudes celestes. Tu rostro femenino, siempre alegre y sonriente, embelesa porque en tus ojos asoma la mirada de Dios; en tu voz, en tanto, se reproducen los murmullos del cielo; tus manos transmiten el apoyo y la calidez de los ángeles; tu corazón, unido al mío, palpita al ritmo de los sentimientos más bellos y sublimes de la creación. Por lo mismo, cuando navego en los océanos interminables de la imaginación, tú, musa mía, me acompañas e inspiras y es así como al lanzar la red, pesco letras de diamantes que enlazo para que brillen y perduren siempre en la memoria y los corazones de la humanidad. Alguien burdo, materialista, proclive a los apetitos e impulsos pasajeros, definitivamente no podría inspirar a quien escribe, pinta o compone música porque el arte, ya lo dije, proviene de las alturas, y lo elevado se relaciona con los ángeles, con los luceros, con Dios. Quien ama como tú, con un estilo diferente y especial, y derrama a su alrededor alegría y vive con principios sólidos, inspira y estimula la creación de obras cautivantes e inmortales. Eres mi musa porque te amo. También lo eres por el resplandor de tu alma, por tus principios, por los detalles de cada día, por el tiempo que me dedicas, por tu estilo irrepetible, por traer la fragancia del cielo, por derramar en mí los sentimientos más sublimes, por jugar y reír conmigo, por compartir una historia y por ser tú mi amor eterno.

Mi ángel…

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

«Y una noche creí soñar que estaba en el paraíso con un ángel; pero al despertar, al sentirme vivo en el mundo y consumir las horas del día, descubrí su sonrisa y presencia resplandeciente a mi lado. Le declaré mi amor y entonces aprendí que los ángeles existen para cumplir alguna misión especial aquí, en la temporalidad, con la promesa de estar a su lado y compartir la inmortalidad… y así lo hago, desde entonces, con el amor que te profeso».

Un día, el cielo abre su portón y sus ventanas con la intención de despedir, temporalmente, a una de sus almas consentidas, al ángel que Dios creó con su fórmula especial e inmortal, quizá una mañana distante, en una de las orillas de la eternidad, cuando el principio era agua y nubes, corriente etérea que fluía, como ahora, en el interior de uno y en todo lo que es y existe.
Ante tan grandioso hecho, también se abren los corazones y las constelaciones, la vida se alegra y la creación se ilumina de tonos subyugantes, como si todo en el universo estuviera conectado y en armonía con una directriz mágica.
Entones se registra en el mundo un acontecimiento sublime porque igual que los luceros de aparición repentina que uno observa con asombro en el firmamento, el nacimiento de un alma de ángel no es noticia cotidiana. Un ángel ha nacido, pronuncia felizmente el universo.
No toda la gente tiene capacidad de percibir en el ambiente, a su alrededor, en la atmósfera y en su interior, que la encarnación de ciertas almas no significa exclusivamente un nacimiento más; se trata de la fragancia de Dios disuelta en la Tierra para dar luz e impregnarla en un corazón que destilará sentimientos excelsos, ojos que comprenderán y derramarán lágrimas ante el dolor y las infamias, manos que darán de sí a los necesitados y apoyarán a los débiles y enfermos, labios que emitirán palabras inteligentes y de aliento, pies que dejarán huellas indelebles a su paso por corresponder a quien será de virtud modelo.
Realmente, tú y yo lo sabemos, tales ángeles no viajan desde lo inconmensurable de la eternidad para hospedarse, cual forastero o inquilino común, en cualquier familia, no, definitivamente significaría un derroche que los pétalos más cautivantes y tersos de la flor se contaminaran con la pestilencia del lodazal.
Necesariamente, un alma esplendorosa encarna en el integrante de una familia cercana, por sus virtudes, a los ángeles, a los encantos del cielo. Recibir un ángel en casa, implica compromiso y responsabilidad con quien lo envió, con esa alma tan pura y con la humanidad.
Es así como al nacer aquí, en el mundo, un ángel, su linaje se nota desde el inicio, acaso en el fulgor de su mirada, quizá en su sonrisa, tal vez en la energía que transmite.
Generalmente, los seres humanos se asombran al definir rasgos diferentes en tales criaturas, sin comprender que en esos rostros resplandecientes asoman la mirada y la sonrisa de Dios.
Sólo aquellos que saben interpretar el lenguaje celeste, entienden que se encuentran ante un ser más espiritual que material, quien durante su estancia en el mundo cultivará flores que se convertirán en detalles que regalará al marchar hacia su morada.
En cada ángel que visita temporalmente el mundo, refugiado en aspecto humano, existe una misión específica, y si unos predican las doctrinas del bien y la verdad, otros, en tanto, demuestran con actos cotidianos que la vida es algo más que una historia fugaz o un sueño, es parte del camino y la prueba para alcanzar la inmortalidad.
Lamentablemente, amplio número de hombres y mujeres prefieren consumir los días repetidos de sus existencias en historias insulsas, en esquemas masivos y superficiales, en asuntos más temporales que trascendentales, alejándose así de las almas angelicales que bien podrían convertirse en los faroles que alumbraran su caminata durante las noches desoladas.
Tras reconocer la existencia de los ángeles, admito que cuando te reencontré en algún paraje del mundo, percibí, ipso facto, el resplandor del que hablo, la luminosidad de un alma especial, el perfume que proviene del interior y lo elevado. Quienes de alguna manera somos las criaturas extrañas del vecindario, los seres que optamos más por el gran silencio que por lo deslumbrante y estridente de lo pasajero, estamos familiarizados con la fragancia de las almas irrepetibles, y eso me ayudó a identificar la tuya.
Me percaté, asombrado, de que tú, mi musa, no eres un ser humano común. Bien sabes que la gente, a tu alrededor, suele criticarte por actuar distinto y regirte por medio de códigos registrados en tu interior, en tu alma, más vinculados al ambiente etéreo que a las superficialidades terrenas.
Admito que no es fácil tomar el bolígrafo y el papel u oprimir las teclas para expresar que la mujer que uno ama, es encantadora, diferente, especial, femenina, plena, triunfadora, hermosa y de virtud modelo, y también eso, un alma de ángel. Esa parte es complicada porque incontables hombres y mujeres preferirían, en todo caso, imaginar que uno, como escritor, tiene una musa que suele posar para la inspiración, con la que se experimentan los más tórridos encuentros, entre bebidas, papeles y caricias, cuando ambos sabemos que nuestro amor es especial y distinto a lo que podría suponer la mayoría.
Insinúo que es complicado no porque resulte imposible inspirarme en ti, echar la red al océano de las ideas y sacar letras para hilvanarlas y formar los textos más poéticos, sino por la responsabilidad de exponer la excelsitud de un alma como la tuya en un escenario acostumbrado al escarnio, al brillo de las superficialidades, al afán de poseer y contabilizar, a lo burdo, a lo inmediato, a los impulsos.
No es complicado tomar una vara y escribir en la arena de la playa: «la mujer que amo tiene alma de ángel», pero las olas y la espuma del mar, al deslizarse de regreso, borrarían las letras. Podría gritar: «soy feliz porque amo a una mujer singular, opuesta al egoísmo y materialismo de la gente». La humanidad no se percataría por mantenerse entretenida en asuntos inmediatos, por estar más de moda lo fugaz y placentero que los tesoros del interior.
Algo tan puro no se exhibe ni tampoco se expone, cual baratija, en un puesto callejero. La mayoría de la gente se burlaría por no entender el significado de la espiritualidad de un alma de ángel, y yo, amada mía, jamás rebajaría la luz al soplo de las tinieblas. No, no es sencillo hablar del amor y menos mezclarlo con la espiritualidad cada vez más desdeñada por las mayorías.
Gran dilema enfrento al tratar de exponer públicamente, con delicadeza y estilo, que el amor que me inspiras y te dedico no turba mis sentimientos ni mi razón, y que si insisto en que tu alma es de ángel, es porque la he sentido e identificado. La tuya es un alma diferente, especial, sublime, y llegó al nacer, precisamente, a un hogar, a una familia con alta dosis de espiritualidad.
Mi amor por ti no es barrera para hablar; al contrario, te conozco y hoy tengo la facultad de manifestar que tu trayectoria existencial, aunada a los códigos espirituales que te rigen, no pertenecen a los de un ser humano común; corresponden a un ángel de intensa brillantez que cada día vuela más cerca del techo inconmensurable del universo, donde se encuentra el acceso a la morada eterna, al palacio de un Dios que al contemplar todo, hace que las plantas germinen en la tierra y broten pétalos fragantes y policromados, que las nubes suelten innumerables gotas de agua que se convierten en perlas fugaces, que la vida terrena inicie con un despertar y concluya con un suspiro.
Es preciso no divagar, decir la verdad cual es. Al enamorarme de ti, ofrecí amarte todos los días de nuestras existencias y prolongar tan bello sentimiento a la eternidad, cuidarte siempre, dar lo mejor de mí para hacerte muy feliz, consentirte y colmar tus días de detalles, y así lo haré porque es una promesa que surgió de lo más íntimo de mi ser; no obstante, al saber que eres alma de ángel, me uní a ti con la intención de vivir plenamente aquí, en la temporalidad, es cierto, pero con la convicción de preparar el retorno a la inmortalidad del cielo.
Oh, si trasladar un fragmento del paraíso al mundo resulta una experiencia grandiosa y enriquecedora, cuán bello será llegar juntos, por la esencia de nuestras almas y el trabajo que desarrollemos, a la casa donde el amor y la felicidad son de naturaleza eterna por venir de quien todo lo concibe, desde la hoja que se mece al desprenderse del árbol y el vuelo zigzagueante de la mariposa, hasta la impetuosidad del mar y la maravilla de la constelación.
La interrogante que queda pendiente de responder es, sin duda, ¿qué me motiva a afirmar que tu alma es de ángel? Confieso que cuando te miré por vez primera, una noche ya lejana, te descubrí entre la conglomeración. Eras, entonces, una joven escolar. Mi atención se concentró en ti y ya lo dije un día, percibí una voz interior que me avisó: «es ella, es ella…»
Imagina lo que sentí al reencontrar un alma de hermoso fulgor como el tuyo. Te había buscado siempre en un rostro y en otro, aquí y allá, y esa noche, sin esperarlo, te encontré. Me gustaste, es cierto, como me encantas ahora; sin embargo, noté que había algo más en ti, esa luz indescriptible que solamente emana de las almas puras, los seres creados con la fórmula secreta de Dios, a quienes encomienda misiones especiales.
No niego que me atraen tus rasgos, pero ambos sabemos que la belleza física es temporal y carece, por lo mismo, de porvenir; en cambio, las riquezas internas, como las que almacenas y materializas en tu estilo de vida, conducen a niveles superiores.
Así que en tu alma de ángel yacen principios universales, virtudes excelsas, y no es de sorprender si recordamos que Dios, antes de enviarte al mundo, te encomendó algunas tareas específicas y te dio la facultad de encontrar el silencio interior para reconfortarte y fortalecer tu ser ante las pruebas y tribulaciones que se presenten en esta vida terrena.
Las almas angelicales, como la tuya, sobresalen porque suelen recluirse constantemente en ese silencio interior que propicia el contacto con la supremacía universal, con Dios, y cuando regresan a las cosas y la vida del mundo, lo hacen con tal fortaleza y renovación que cautivan por su esencia, por su brillantez, por su estilo tan peculiar de actuar y responder con acierto y maestría ante las circunstancias.
Ante los demás, aunque no les agrade o no lo acepten, un ser como tú se distingue por su alta espiritualidad, por su esencia, por sus principios. Eres inquebrantable, refinada, amable, femenina, sonriente y siempre dispuesta a ayudar, a vivir conforme a los principios que forman parte de tus valores internos.
Independientemente de los rasgos que te distinguen como alma de ángel, hemos dialogado, ahora que nuestros corazones están unidos y laten al unísono de la creación, con la idea de ajustar la historia que compartimos al proyecto, también trazado por ambos, de preparar cada día el retorno al cielo.
Dirá la gente, tal vez, que el amor que siento por ti me condujo a los extravíos de la razón y que ahora, confundido entre luces y sombras de una ilusión que seguramente imaginan fantasía, me desbarranco fatalmente; pero aquellos que conocen sobre el alma, entienden a lo que me refiero y saben, en consecuencia, que ambos, tú y yo, hemos abierto los cerrojos internos con la finalidad de desbordar sentimientos y virtudes, y que si estás familiarizada con la esencia de los ángeles, mi intención es emular tu vuelo para no separarme nunca de ti.
Nadie está obligado a compartir lo que escribo, pienso o siento. Respeto las creencias de todos mis lectores. Hoy me conformo con expresarlo y saber que ustedes, los ángeles, vienen al mundo por alguna razón, y si alguien no lo cree, que me lo pregunte porque soy testigo de que existen, y amo al mejor, a ti.

De eso se trata…

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A ti, que moras en mi corazón. Se trata de amarte y hacerte muy feliz

«De eso se trata», susurró Dios a mi oído la noche que me mostró tu presencia como la otra parte de mi corazón, «de hacer de los días de sus existencias, en el mundo, una historia de ensueño, una senda cubierta de detalles y flores, un paseo bello e inolvidable». Se aproximó y habló, refiriéndose a ti, como si pretendiera que sus palabras quedaran grabadas en lo más hondo de mi ser: «no olvides, si alguna vez la notas triste, abrazarla, darle consuelo, consentirla y tomar juntos la goma y los colores con la finalidad de ayudarle a borrar los paisajes ensombrecidos y sustituirlos con motivos alegres. Ríe mucho a su lado para que sus lágrimas no sean de arrepentimiento ni dolor, sino de felicidad, y si alguna vez, por determinada causa, las derrama con angustia o melancolía, sé la seda que limpie sus ojos y la mirada que temporalmente guíe su camino. Nunca la dejes atrás, insistió Dios, porque un amor como el suyo no se desdeña; tampoco la encarceles ni amordaces, ya que su vuelo libre y pleno la impulsará a las alturas y siempre estará contigo. No se entreguen al sueño sin antes abrazarse o disculpar cualquier error porque en la noche, cuando llega el segador, no hay oportunidad para las despedidas. Experimenta con ella las ocurrencias, los juegos, las locuras, los capítulos de sus vidas. Enmienden la trama de sus existencias. Compartan su amor, sus vidas, su historia. No importa que se equivoquen, que caigan, porque para eso es la vida, para experimentarla. Abrácense, tomen sus manos, unan sus corazones y volteen a las alturas, al cielo, con la intención de sustraer el libro de la vida, hojearlo y desentrañar sus profundos misterios. De eso se trata, recalcó Dios, de crecer y probarse individualmente y juntos, acompañarse, no sentir la soledad durante la caminata ni asustarse ante los abismos y la oscuridad. El plan consiste en contabilizar menos y disfrutar más, en actuar con principios y no por impulsos, en escribir cada instante su propia historia, en disfrutar su estancia en el mundo, en preparar horizontes futuros sin olvidar la belleza del sendero, en compartir sus capítulos, en no quedarse hoy con deseos e ilusiones de lo que mañana podría transformarse en recuerdos, nostalgia, sombras y arrepentimiento. Evolucionen en lo particular y como dos corazones unidos para que en la Tierra sean dichosos y en la morada de la eternidad se reconozcan nuevamente. Ámala, hazla muy dichosa, cuídala y cubre sus años de gloria», recomendó Dios, quien antes de retirarse, me abrazó y musitó a mi oído: «de eso se trata, de ser felices aquí y allá, hoy y siempre, en el mundo y en la inmortalidad…»

Propuesta

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A ti, a quien prometí amor y alegría

Hoy te invito a abrir las ventanas de tu habitación para recibir, al amanecer, las caricias del viento húmedo y fresco; también te propongo descalzarte, tomar mi mano y salir al jardín a correr, sentir la aspereza del césped, hundir los pies en el barro o abrazar el tronco de un árbol con la intención de percibir el pulso de la naturaleza, los gritos de la vida, el diálogo del universo y la creación. Te sugiero, además, recolectar flores de incontables fragancias y policromía con el objetivo de deleitarnos y recordar que en la vida siempre hay un color o una forma para cada situación. Este día, sin saber si mañana habrá otro, te extiendo una invitación con la finalidad de esperar, al anochecer, el surgimiento de la primera estrella que jalará, cual cadena de diamantes, a las que le siguen en los escondrijos del firmamento, y no tanto para contabilizarlas y esconder la inmensidad de su riqueza en una caja fuerte, sino con el objetivo de aprender que el camino al cielo exige una ruta. Mi llamado contempla, igualmente, diluir las horas de este día en jugar, reír, hacer locuras y platicar, hasta que al atardecer, el horizonte y las nubes pierdan su rubor y lo sustituyan por un maquillaje plomado, incapaz de contener la lluvia que nos empapará mientras invertimos los minutos en girar, cantar, bailar y divertirnos. Así, las gotas serán no el malestar de una tarde nebulosa, sino testimonio de la convivencia de dos seres humanos, un hombre y una mujer enamorados, dispuestos a ser felices y abrazar la vida con sabiduría. Mi convocatoria también consiste en abrazarte, unir tu corazón al mío, para que el universo registre sus pautas y ambos, al transitar de este mundo a planos superiores, gocemos el amor dentro de la inmortalidad. Mi exhortación abarca unir nuestras manos para arrojar la red al mar impetuoso y extraer las bellezas atesoradas en el fondo. La mía es una propuesta de amor integral, un plan de vida en el mundo y el cielo, los bocetos de una pintura maestra, los apuntes de una historia subyugante, la oportunidad de romper cadenas, transformarnos en las criaturas extrañas del vecindario y probar el vuelo de nuestras alas, experimentar las ocurrencias que ideamos, materializar los sueños que compartirnos. Es imposible aprehender al tiempo y recluirlo en una mazmorra oscura, ya lo sabemos; en consecuencia, te convoco a navegar en sus aguas, sentir el arrullo de su oleaje y no arrepentirnos, al envejecer o morir, del sentido pleno que pudo tener nuestra historia. Mi propuesta abarca, como bien supones, que te pruebes en tu lapso de vida y yo en el mío, con la dicha y fortuna de dar un sentido real a nuestras existencias por medio del amor que hoy compartimos. Estoy seguro de que así resultará menos complicada la jornada y más sencillo subir los peldaños a la eternidad. Mi insinuación es, finalmente, entregarnos en el amor, ser muy felices y eternizar nuestros seres. Planteo para ambos no una «historia de amor», sino un «amor con historia».

Jardín materno

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Estas tardes desoladas, envueltas en recuerdos y nubes plomadas, me motivan a revisar los muchos días del ayer, cuando ella, mi madre, escogía una hora para conducirnos a mis hermanos y a mí hasta el jardín de la casa solariega, donde crecían, alegres y perfumadas, incontables flores y plantas -alcatraces, azucenas, claveles, dalias, geranios, gladiolas, margaritas, petunias, rosas, violetas-, próximas a los eucaliptos y pinos que crujían y balanceaban sus ramas al sentir las caricias del viento en un terreno enorme con rincones y parajes secretos e insospechados, amurallados por una barda perimetral de altura considerable.

Inmersos en un ambiente familiar y mágico, ensayamos el juego de la vida, y estoy seguro de que aprendimos más que en la escuela, al menos con mayores ejemplos, atenciones, dedicación y amor, porque eso fueron la casa y el jardín, mundo de ensueño en miniatura.

Y así transcurrieron uno y otro día, tantos que la memoria los almacenó en un sitio muy especial del alma, con la experiencia interminable de regar las plantas, memorizar y repasar sus nombres, percibir sus aromas y tocar sus texturas.

Sentados en la banca o en sillas minúsculas de madera, escuchábamos los consejos y las anécdotas maternas, dialogábamos, reíamos y jugábamos, hasta que mi padre regresaba de sus actividades cotidianas y allí comíamos, como en un día de campo, para lo que extendíamos un mantel sobre el pasto y extraíamos los alimentos y utensilios culinarios de una canasta limpia, o preparábamos las cosas para abordar el automóvil e ir a un parque o a cualquier otro lugar. siempre en familia, libres y plenos.

Los días de la existencia han transcurrido raudos, incapaces de conceder alguna pausa, y nosotros, mis hermanos y yo, mantenemos en los corazones y la memoria el dulce recuerdo de dos seres maravillosos que hicieron de nuestras vidas una historia inolvidable, bella e irrepetible.

Tanto él como ella se encuentran en un plano superior. Nosotros, sus hijos, perpetuamos su ejemplo y recuerdo cada día de nuestras vidas y los honramos siguiendo sus huellas. Su paso por el mundo, nos consta, dejó en claro que no todo es negativo ni superfluo porque existen seres sublimes que vienen a cumplir tareas casi encargadas del cielo. No obstante, estas tardes cobijadas por la penumbra, el silencio y la soledad de la habitación, he aprovechado el tránsito de las horas para recordar acontecimientos familiares y revisar algunos documentos y retratos.

Al extraer documentos de sobres amarillentos, descubrí dos poemas que hace años, en la primavera de mi existencia, me obsequió Paz González, quien me recibió una y otra tarde en su casa de la colonia del Valle, en la Ciudad de México, con la intención de relatarme las historias que le confiaba su marido ya fallecido entonces, Luis Audirac Gálvez. Se trata de dos poemas, «Y un puñado de pétalos» y «El viejo jardín», escritos por Augusto Audirac Gálvez. El primero fue redactado en la Quinta Francia, en Teziutlán, ciudad enclavada en la sierra norte del estado mexicano de Puebla, en mayo de 1934.

Ambos proyectan melancolía insondable, acaso porque los recuerdos trepanan la memoria e intervienen el corazón hasta que algunos sienten torturar sus seres. Afortunadamente, en mi caso, los recuerdos del jardín materno son dulces y encantadores, como entresacados de un cuento subyugante y mágico. Estos son los dos poemas que encontré en los documentos añejos de la familia:

 

«Y un puñado de pétalos»

De este viejo jardín que tanto amaste,
de este jardín donde vivió tu pena,
quiero llevarme la existencia llena,
quiero llevarme lo que aquí dejaste…
Tal vez en este banco te sentaste,
más blanca que esa pálida azucena;
tal vez aquí se dibujó tu pena…
y por mí tu dolor sacrificaste…
Quisiera yo llevarme tantas cosas…
Quisiera yo marcharme y no me muevo,
y al ocultar mi angustia entre tus rosas,
de mil recuerdos por tu amor benditos,
de este viejo jardín sólo me llevo
¡un puñado de pétalos marchitos!
Un puñado de pétalos que acaso,
como mi vida arrebató el destino,
arrastró el vendaval junto al camino
y aún conservan la huella de tu paso.
Tal vez ese árbol lo plantó tu brazo,
en tanto que el tzentzontle, en su divino
canto, fue desgranando cristalino
en el mágico abismo del ocaso.
Quizás ese rosal tú lo cuidaste;
tienen tu aroma esas enredaderas;
este tronco musgoso acariciaste…
Tal vez esas violetas preferías
entre todas tus flores… ¡y así eras!
Y entre todas tus flores… te morías.
Entre todas tus flores, como aquella
anémona que inclina su corola,
mientras muere la tarde, triste y sola,
bella en la vida y en la muerte bella.
Y al encenderse la primera estrella,
en el jardín eterno áurea amapola,
forma el tuyo tan sólo una corola
y en ella encierra de tu amor la huella.
Así, quisiera el infinito encanto
de este viejo jardín en agonía
llevar como una ofrenda al camposanto,
y mil recuerdos por tu amor benditos;
pero sólo te llevo, madre mía,
un puñado de pétalos marchitos…
Como una luz en mi existencia brillas…
y no sé si soñando o si despierto
en el viejo jardín tu sombra advierto,
y he caído llorando de rodillas…
Te fuiste para siempre. Ya amarillas
las hojas de los árboles del huerto
arrastra el huracán. Doblan al muerto…
y estoy llorando de rodillas…
Solo junto a esa carcomida cerca
que circunda al jardín de tus amores;
y estoy lejos de ti y estoy muy cerca,
porque la eternidad que nos separa
fuera sólo un suspiro entre tus flores
si por tu amor mi vida se apagara.
Por tu amor al jardín volví rendido,
por vivir otra vez de tu cariño,
por sentirme otra vez débil y niño,
por no saber lo que mi vida ha sido.
¡Mira!, en el árbol olvidado un nido,
se demorona ya, falto de aliño;
todo murió cuando murió el cariño…
y este pobre jardín muere de olvido.
Nada me llevo y me lo llevo todo;
nada dejo… y mi vida dejaría;
lodo es el mundo vil, y vuelvo al lodo.
Y estos versos con lágrimas escritos,
son ofrenda del alma, madre mía…
y un puñado de pétalos marchitos…

 

 

«El viejo jardín»

En el jardín abandonado y triste,
para la angustia del recuerdo acaso,
como si fuera una huella de tu paso
son esas flores que querer me hiciste.
Anémonas y rosas que encendiste
con tu caricia en eclosión de raso…
Y aquel reloj de sol, de sol escaso,
¡marcando un tiempo que jamás existe!
Hojas secas, herrumbre, polvo, yedra,
¡recuerdo que se incrusta hasta en la piedra!
Queja que el viento en el jardín exhala,
como susurro de algo que te nombra…
y en el cuadrante del reloj, la sombra
¡una hora de dolor siempre señala!

Estas líneas…

Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Estas líneas quedan como evidencia del amor especial y sublime que me inspiras. Quizá un día lejano alguien las descubrirá en las páginas de un libro, entre retratos y recuerdos muy queridos o en un cofre pletórico de cartas, detalles y pétalos descoloridos y quebradizos, eco de risas, sueños e ilusiones de antaño. Estas letras, tejidas una noche de soledad, son para ti, sólo para ti, como constancia de que tu corazón y el mío han disfrutado la felicidad de compartir un amor con historia. Estas palabras, lo confieso, me las inspiraste por ser mi musa, es verdad; aunque también, tú lo sabes, por la experiencia de unir nuestros corazones, abrir sus puertas y ventanas y escuchar su música mezclada con el ritmo del mar, la melodía de la lluvia, el himno de las estrellas, el canto de la vida al iniciar y resplandecer y el concierto del cielo. Esta carta tan breve, escrita en el silencio nocturno, te pertenece porque fue inspirada en ti, sólo en ti. El texto que hoy lees, lo confeccioné para ti únicamente con el objetivo de expresar que si uno ama aquí, en el mundo, con la autenticidad y plenitud con que lo hacemos tú y yo, asegura los sentimientos más bellos y excelsos para la eternidad. Estas letras, inseparables como lo son nuestros corazones, las dedico a ti con todo mi amor por si un día inesperado tuviera que adelantarme y subir una escalera con la intención de preparar un jardín precioso para ti en la morada de la inmortalidad. Estas líneas, acaso ociosas para quienes desconocen nuestra historia, simplemente son para expresarte, ahora que estamos aquí: «ne cautivas», «me encantas», «me embelesas», «eres mi vida y mi cielo», «te amo».

Es ella, es ella…

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A ti, con amor, porque eres tú…mi corazón te reconoció desde la primera vez que te vi

«Es ella, es ella», dijo mi alma, cuando te miré por primera vez, aquella noche, entre la gente aglomerada que igual que tú y yo, esperábamos la hora exacta para llegar puntuales y de frente a nuestras citas con el destino.

Miré tu apariencia lozana, tus facciones juveniles de estudiante, mientras la voz interior insistía: «es ella, a quien buscaste aquí, allá, en todos los rostros humanos. Acércate como te lo dicte el corazón -amigable, caballeroso, sonriente, respetuoso-, para tender un puente hasta su alma y protagonizar, en su momento, la más esplendorosa de las historias de amor. Háblale. Es ella».

Mi primera sensación al descubrirte, ahora lo confieso, fue enternecedora y, paralelamente, de embeleso, porque mirar tu figura juvenil y femenina, equivalió a recibir las llaves del cielo para abrir los cerrojos de tu alma, reconocerte y encontrar mi espacio a tu lado, percibir tu resplandor e identificarme, entonces, con las riquezas internas y los sentimientos más excelsos.

Al mirarte aquella ocasión, una secuencia de imágenes del ayer, el hoy y el mañana transitaron frente a mí, como si nuestras almas, la tuya y la mía, formaran parte de la misma esencia y estuvieran predestinadas a compartir capítulos grandiosos. Me pareció que nuestra historia ya estaba inscrita en el cielo y que tú y yo tendríamos oportunidad de vivirla nuevamente e incluso enmendar o aumentar los capítulos.

Repasé, como al principio, tus rasgos colegiales, el brillo especial de tus ojos, tu tez; pero comprendí que la luminosidad que irradiabas, provenía de tu interior, donde yacen tesoros de belleza incomparable.

Insistió la voz de mi ser interno: «no la dejes ir sin antes presentarte ante ella. Es la mujer por la que siempre preguntaste, ¿recuerdas? Cuando eras pequeño y posteriormente en la adolescencia, abrazabas a tu madre y le preguntabas inquieto si ya habría nacido la mujer que amarías toda la vida y hasta la eternidad. Ella sonreía, como sabía hacerlo, amorosa, y expresaba que seguramente ya había nacido y se encontraba en un cunero, en la escuela o en casa jugando con sus hermanos y recibiendo el cariño y la protección de sus padres. Sugería que pidieras a Dios, el Eterno, una mujer de virtud modelo, más proclive a lo espiritual que a lo mundano, porque los asuntos del alma les proporcionarían dicha infinita, mientras los temporales, en cambio, solamente significaban eso, caducidad. Aseguraba, como si adivinara el futuro, que esa mujer sería una dama auténtica, el ser espiritual, maravilloso y sentimental que tanto anhelabas, y te invitaba a pedir mucho a Dios por ella… No permitas que se vaya sin antes identificarte. Es ella».

Un hálito indescriptible, quizá la presencia celeste o tal vez las palabras que emergían de mi interior, me transportaron hasta aquellas horas de mi aurora existencial, cuando interrogaba a mi madre acerca de ti y ella, conmovida, intentaba aconsejarme y aliviar mis inquietudes tempranas, los deseos y sueños que ya desde entonces albergaba mi corazón.

Ninguna mujer entonces, ni siquiera hoy, había vibrado en mi interior como lo sentí contigo en ese instante y lo experimento actualmente, señal inequívoca de que eres tú, como en su momento lo dictó la voz, el ser con quien compartiré el amor aquí, durante nuestras jornadas terrenas, y allá, en la morada del infinito.

Experimenté las sensaciones más subyugantes. Las capas de mi vida se desgarraron, mientras el cielo se iluminó, creo yo, al abrir sus compuertas y unirme a ti, como si se tratara, parece, de un pacto de amor entre dos almas que siempre se habían buscado.

Sucedió el milagro. Aún no me descubrías, pero te acercaste al mostrador donde me encontraba en espera de recibir un documento solicitado. Te miré y te sentí a mi lado. La sensación de alegría e ilusión fue mayor a la que uno, al retornar a la antigua estación del ferrocarril, experimenta al esperar a la persona amada de la que se separó durante muchos años. Allí estabas, junto a mí, igual que siempre, con tu alma luminosa, tu fragancia del cielo y tu estilo tan especial. Te reconocí por tu esencia.

Giré hacia donde te encontrabas e inicié una conversación amigable y breve, hasta que obtuve, como prefacio de la historia grandiosa que iniciamos años más tarde, tu nombre y tus datos personales.

Al mirar tus ojos, confieso que definí mi semblante retratado; al escuchar tu voz, recordé los susurros de un paraíso lejano, donde indudablemente moró y reposó mi alma junto a la tuya; al estrechar tu mano, sentí la calidez del amor que se manifestaría muchos años después, al reencontrarnos; al percibir tu perfume, mi memoria y mi corazón se abrieron al universo infinito, a la inmensidad del océano, donde te descubrí conmigo, ambos meciéndonos en un columpio, sonrientes, persiguiéndonos felices entre los árboles y las rocas enclavadas en los ríos.

Entendí que estaba frente a ti, mi amor eterno, hasta que la voz de mi interior me recordó que debía esperar, como prueba, algunos años. Se cumplió la promesa. Al cabo del tiempo, como en una historia de ensueño, coincidimos otra noche, en un café, donde intercambiamos las llaves de nuestros corazones para entregarnos el más puro amor.

Lo que quiero expresar este día anónimo, es que al descubrirte hace años, eras una joven que como hoy, me cautivaste por el resplandor de tu alma, por la energía mágica que transmitiste a mi corazón, por tu luminosidad digna de los seres superiores, de quienes conservan en su interior riquezas intocables y reciben el aliento de Dios.

Intento recordar la emoción de aquellos minutos y derramo lágrimas al comprobar que una mano etérea, la de Dios, coloca todas las piezas en el tablero universal para cumplir sus leyes, y al unirnos en el amor que hoy percibimos en cada latido de nuestros corazones, sabemos que lo hizo, igualmente, para demostrar a otros seres humanos que los sentimientos más dulces y hermosos provienen de una fuente infinita y cuando se entregan de verdad, nunca se agotan ni mueren.

Nunca sentí algo similar con otra persona porque tú eres quien Dios decretó para ser mi musa, mi vida y mi cielo, mi ángel tierno y mi amor eterno. Y como la primera vez, me cautivas y encantas por los sentimientos puros que me inspiras y por las burbujas de amor, alegría, emoción, encanto, feminidad, ilusión y virtudes que brotan de tu alma, manantial que Dios consiente para expresarse dignamente.

Ahora que he confesado las sensaciones que experimenté al descubrirte hace años, es innegable que la nuestra es una historia diferente e intensa de amor, y así tiene que ser lo que proviene de las almas nobles y de los corazones enamorados.

Aquella noche, cuando te miré por primera vez, el tintero de Dios derramó en mi corazón tonalidades que desconocen ojos humanos y formó un mar del que surgieron sentimientos en forma de estrellas, hipocampos y espirales.

Miré en tus ojos mi imagen, la historia de nuestras vidas y del amor que compartimos, tus manos y las mías unidas siempre, la sonrisa de ambos, el nacimiento de la primera flor en el mundo, la lluvia más cautivante, el vuelo de las aves, las formas de las nubes, la brillantez del sol, los guiños de las estrellas plateadas, el inicio del universo, la aurora y el ocaso.

Abrí las puertas de mi ser para maravillarme con las imágenes que desfilaron en tus ojos. Contemplé el instante en que un hombre y una mujer, por primera vez en la creación, tomaron sus manos, unieron sus labios, se miraron reflejados y sintieron sus corazones latir al mismo ritmo que los susurros de Dios, los cantos de los ángeles, los conciertos de los pájaros y el murmullo del mar y las tormentas, hasta que descubrí que se trataba de ti y de mí, sumergidos en el ayer, el hoy y el mañana.

Desfilaron, igualmente, los sentimientos convertidos en gotas de lluvia, las virtudes transformadas en burbujas de manantial, la voz de Dios expresada en los susurros del mar, la lluvia y el viento, tu corazón y el mío manifestados en el más puro amor.

Al confesar las sensaciones que experimenté al mirarte por primera vez, comprenderás que si entonces me embelesó el resplandor de tu alma, ahora que tu corazón y el mío ya son uno, es innegable que soy un ser afortunado en el mundo y el universo porque tengo la dicha de conocer lo que significa visitar el cielo y ser su huésped.

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Al escribirte

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A ti, a quien escribir palabras de amor equivale a mecerse en el oleaje para admirar el enamoramiento, en el horizonte, del océano con el cielo

Escribir las cartas que con frecuencia sumo a tu colección y deposito en el buzón de tu morada, equivale a ir todos los días, en las mañanas, a recolectar las flores más hermosas del jardín para diseñar ramos con las fragancias y tonalidades que te encantan y entregártelas en canastas de original estilo; armar palabras, guiado por la alegría e ilusión que provocas en mí, significa recoger los granos de arena en la playa para formar letras e imágenes que pego en la ventana de tu habitación con la finalidad de que las mires y sientas mi presencia al despertar; inspirarme en ti para componer el más subyugante de los poemas, es salir una tarde de verano a recibir las gotas de la lluvia, atrapar las más hermosas y transparentes y tejerte un collar de diamantes; transformar los sentimientos en párrafos, es igual a zambullirme en el mar, llegar a sus profundidades, extraer las perlas de mayor belleza e insertarlas en aretes de oro para que los luzcas siempre; deslizar el bolígrafo sobre la hoja de papel u oprimir una tecla, otra y muchas más, es fabricar una escalera con el objetivo de alcanzar las nubes y arrullarte cerca del cielo; dedicarte una porción de mi trabajo literario, es fundir nuestros corazones y miradas, estrechar tus manos y las mías y protagonizar una historia inolvidable. Escribir para ti, forma parte de mi estilo de vida. No me agota ni me hastía; al contrario, disfruto pegar una letra a la otra hasta formar palabras y más tarde párrafos y textos que queden como constancia de nuestro amor. Me enamoré de mi musa, de quien me inspira en el arte, en la creación literaria, y me resultaría imposible, en consecuencia, no expresar mis sentimientos. Por eso, cuando la gente pregunta si no duermo, si estoy obsesionado contigo, si ya no escribiré sobre otros temas, si mi arte se encuentra sometido a nuestros sentimientos o si algún día me cansaré de dedicarte mis obras, sonrío porque nadie sabe que al enamorarme de ti, mi musa, tu mano unida a la mía es la que plasma las letras. Mientras el amor, los detalles, la risa, los juegos y los capítulos compartidos formen parte de nuestras existencias y palpiten en tu corazón y el mío, habrá motivos para dedicarte una carta, un párrafo, unas líneas, mis obras, mi arte literario. Si la gente supiera que eres mi musa y yo tu amante de la pluma, comprendería la razón por la que escribirte equivale a extraer pigmentos del morral de Dios para pintar los caminos de tu existencia con tonalidades mágicas o arrullarnos en un oleaje que nos conduzca al horizonte, donde el océano besa al cielo en un acto de belleza extraordinaria y encanto sublime, como tú y yo al unir nuestros corazones.

La servilleta y declaración de amor

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Me pareció escuchar una voz celestial que expresó: «ámala, cuídala y hazla feliz siempre, con todo tu corazón, sin olvidar descorrer el cortinaje del alma para recibir la luz».

Hojeaba un libro, en la biblioteca de la casa, cuando descubrí entre las páginas una servilleta, la hoja blanca de papel de nuestro pasado, en la que inscribí para ti palabras y dibujos al reencontrarnos en un café, constancia inequívoca de mi declaración de amor tras descubrirme reflejado en tu mirada.

Extendí la servilleta y observé el dibujo de una flor que entonces tracé y a la que agregué: «sonríe y sé feliz. Te amo». Leí, igualmente, otras palabras que aquella noche, a la mesa de un café, escribí para ti: «me encantas» y «te amo». Tú, asombrada por mi inesperada declaración de amor, sonreíste con tu estilo natural, con el reflejo de tu alma que entonces, presentí, se reencontraba con la mía.

Tú, sorprendida por mi confesión, controlaste tus sentimientos y trataste el tema con madurez, como lo haces siempre, porque eres un verdadero ente femenino, un ser que a diferencia de otros, consulta los mensajes de su alma antes de tomar decisiones que marquen los días de su existencia en este mundo y definan, en consecuencia, su caminata a la ruta donde resplandece la luz.

Ahora, al mirar la servilleta arrugada con el dibujo y las letras color sepia, tinta que suelo utilizar, tú lo sabes, agradezco a quien da el aliento de la vida, mece las hojas de los árboles y decreta la fuerza del mar y la armonía de las estrellas que alumbran nuestros caminos, porque unir tu corazón al mío, compartir una historia de amor irrepetible, bella, subyugante, intensa e inolvidable, es más que derretir las horas existenciales en asuntos pasajeros, es abrir los brazos y recibir la felicidad plena, la bienvenida de Dios a los parajes de la inmortalidad.

Me parece que coincidir en el amor como lo hacemos tú y yo, equivale a experimentarlo aquí, en el mundo, con lo que somos y tenemos, dentro de la brevedad, sin desviar el timón hacia el itinerario trazado desde el interior de tu alma y la mía, unidas al murmullo de la lluvia cuando nos empapa y sus gotas deslizan por nuestros rostros, al susurro del viento al balancear las ramas de los árboles donde solemos columpiarnos, al concierto marítimo al convertirse sus pliegues en olas subyugantes que acarician y besan la arena y los riscos, al canto de las aves que enseñan a vivir plenamente y con sencillez, al himno de los ángeles que guía la senda a la eternidad.

Amar es, igualmente, protagonizar una historia en el mundo como preámbulo del guión excelso que Dios, en un cielo prometido, reserva para ambos cual regalo, es cierto, a nuestras almas.

El amor, como lo concebimos y pactamos tú y yo, no es un simple encuentro para desgarrar nuestras pieles en cualquier rincón y posteriormente marchar en busca de otras personas. Definitivamente se trata de sentimientos que provienen de las alturas y que uno, aquí, expresa; pero no es, como falsamente cree parte de la humanidad, vivirlo sin sentido ni fidelidad.

Solamente quienes abren las compuertas desde la esencia de sus seres, identifican el amor de los contratos pasajeros, los sentimientos de los apetitos fugaces, la profundidad de la superficialidad, quizá porque descubren y conocen las maravillas de la riqueza interior.

Un amor como el tuyo y el mío no acaba nunca, ni siquiera con la transición, con lo que la gente suele llamar muerte, porque su fuerza proviene de una fuente inmortal e inagotable.

Los seres que como tú y yo, amamos con un estilo diferente y especial, aprendemos a distinguir las expresiones más sublimes, las señales mágicas que derraman los sentimientos auténticos, de aquellas manifestaciones burdas que únicamente se inclinan ante la seducción y el brillo de lo efímero y superficial.

Idealistas, soñadores, tontos al perder los mejores años de la vida, retrógradas y criaturas raras del vecindario serán, entre otros, los calificativos que seguramente recibiremos por parte de amplio porcentaje de seres humanos que prefieren quedarse en el plano terreno, en las vitrinas de las apariencias, en las mazmorras de la ambición desmedida, en el lodazal de los vicios y en los pantanos de los apetitos sin amor.

No obstante, ambos, tú y yo, somos dos corazones amurallados, protegidos de la escoria que pudiera salpicar durante la jornada terrena rumbo a la meta que hemos trazado, porque nuestro amor y código de vida recibe la luz que viene de lo alto.

Recordarás, sin duda, que una mañana admití que experimenté paz en mi interior y dicha inmensa porque soñé que estaba contigo y me pareció escuchar una voz celestial que expresó: «ámala, cuídala y hazla feliz siempre, con todo tu corazón, sin olvidar descorrer el cortinaje del alma para recibir la luz». Ese es el amor que te ofrecí aquella ocasión, cuando realicé algunos trazos en la servilleta que hoy descubrí entre las páginas de uno de los libros de la biblioteca y que hasta la fecha vivimos felizmente.

Mi amor por ti es tan auténtico e intenso, que soy capaz de emprender la más grandiosa de las epopeyas y en todo caso, si fuera preciso, ceder mi vida, sí, como en las historias románticas que conmueven los corazones y arrancan suspiros a los enamorados.

Grandiosa e inolvidable fue la fecha de nuestro reencuentro, pero la excelsitud y maravilla del cielo se expresó en tu corazón y el mío cuando entendimos que uno formaba parte del otro desde el inicio de la eternidad, sin cortarnos las alas ni lastimarnos. Y así inició nuestra historia de amor.

Me asomo por los cristales de nuestras almas, por los amplios ventanales de tu corazón y el mío ya fusionados, y contemplo dos rostros alegres, enamorados, dispuestos a dejar huellas indelebles en este mundo, el que nos tocó vivir, para trascender y así tocar a la puerta de la morada más hermosa.

Ahora, como la noche de nuestro reencuentro, susurraré a tu oído «me encantas» y «te amo». Te lo digo, ángel mío, con la emoción, alegría e ilusión de la primera vez, tú lo sabes y sientes en tu corazón.

Ocultos por mucho tiempo en las entrañas de mi ser, el amor y las palabras brotan cual burbujas en un manantial, precisamente con la intención de admitir que me cautivas, que me siento embelesado por tu belleza e inteligencia; pero también, nunca me cansaré de repetirlo y anunciarlo al mundo, por tus virtudes, por los valores que fincan tu existencia, por tu alma que es espejo del cielo, por ser tan femenina, por tu alegría de vivir, por tus detalles que te engrandecen y por todos los principios que hacen de una persona, hombre o mujer, el ser más preciado por Dios.

Eres la mujer que siempre, desde que lo recuerdo, pedí a Dios amar. El nombre que escribí desde la primavera de mi existencia, los rasgos que plasmé en el lienzo y las voces que reproduje en el violín corresponden a ti, musa mía. El alma que sentí en la mía es la tuya.

Sólo un amor como el nuestro puede ser prueba de que los sentimientos entre dos corazones, cuando son auténticos, no se consumen ante el tiempo ni las dificultades; al contrario, las horas y las adversidades lo fortalecen y hacen superior, y tú y yo lo sabemos porque ya probamos el sabor de las alegrías y el cáliz del dolor, y mira, aquí seguimos, felices e ilusionados, con nuestros sueños y proyectos.

Los días han transcurrido raudos desde aquella hora de nuestro reencuentro. Llegamos muy puntuales y de frente a nuestra cita aquella vez, igual que ahora, instante que aprovecho para declararte, como entonces, mi más puro, fiel y eterno amor.

Ahora que miro la servilleta de nuestro reencuentro y repaso los capítulos que hemos compartido desde entonces, con sus auroras y ocasos, cual es la vida, quiero decirte que me siento embelesado ante la mujer que eres y que deseo, por lo mismo, reproducir cada minuto de nuestras existencias mis sentimientos por medio de las expresiones «te admiro», «me cautivas», «eres mi cielo», «te amo».

Imagino y siento que tu corazón y el mío, enamorados y unidos al ritmo de la creación, sonríen muy dichosos. Por eso es que pretendo refrendarte mi amor, mis cuidados, mis detalles, mi consentimiento y mi estrategia para tejer felicidad en tu ser.

No es que dude ni sienta el peso de la fragilidad hundir mis sentimientos, no, no es eso; simplemente deseo mirarme retratado en tus ojos, contagiarme con tu sonrisa, percibir tu alma en la mía y declararte mi amor de nuevo, prometerte tender un puente mágico para convertir en realidad nuestros sueños.

Al declararte mi amor de nuevo, tomo la servilleta de nuestro reencuentro y la guardo entre las páginas de un libro que cierto día, no sé cuándo ni dónde, alguien descubrirá con asombro y al observar la flor y leer «sonríe y sé feliz. Te amo», «me encantas» y «te amo», sentirá correr en sus venas la emoción de sentimientos reales entre dos seres que coincidieron en un lugar y durante un tiempo para después peregrinar al cielo y disfrutar las delicias de la eternidad. Hoy te declaro mi amor y lo grabo en esta servilleta que alguien, al ya no existir tú y yo en este plano, percibirá en su corazón porque intuirá que los sentimientos conducen a la eternidad. Tal es mi declaración de amor.