TROZOS DE VIDA… Un día

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A ti, con quien comparto el más bello y excelso de los sueños

Una mañana, al caminar entre la arboleda, sobre una alfombra de hojas y flores que la lluvia y el viento nocturno arrancaron, mis sentimientos y reflexiones, tú lo sabes, estaban dedicados a ti, cuando de improviso descubrí el colorido y la sencillez de algunos pétalos de fugaz existencia. Recogí la flor que me pareció más hermosa y digna de ti, y sobre su textura escribí «te amo». Mi intención fue entregártela como símbolo de mi amor y fidelidad. ¿Cómo es posible que un escritor regale trozos de una flor desprendida por las caricias de las gotas y los ósculos del aire de la noche y la madrugada, cuando tiene la facultad de transformar las palabras en arte, poesía y romance?, preguntarán algunos. Soy un niño, no lo desconoces, y, por lo mismo, prefiero jugar, reír, soñar y hacerte feliz con detalles cotidianos que con rostros falsos que suelen esconder pretensiones insanas. Al entregarte la inocencia de una flor con la inscripción de mi amor, quise que conservaras sus pétalos entre las hojas de un libro para que un día, al descubrirla y mirarla de nuevo con su fragancia y lozanía perdidas, pero con mi sentimiento grabado en su colorido ya tenue, recuerdes que la belleza, las apariencias y las cosas son pasajeras y que el sentimiento que me inspiras y te ofrezco para hoy, en el mundo, y después, en la eternidad, es permanente, fiel y superior a todo lo temporal porque viene de la esencia, de tu alma y la mía. Reirás encantada al comprobar que el amor, como el tuyo y el mío, es sublime, bello, permanente y esplendoroso por tratarse de un regalo del cielo. Si entonces ya no me encuentro en este plano, estoy seguro de que contemplarás las alturas, cerrarás tus ojos y me percibirás en tu interior, en tu ser, en medio del silencio, con la promesa de que reservaré un espacio para ti en la inmortalidad, y si aún permanezco a tu lado, no dudo que correrás a abrazarme para sentir el amor que compartimos y forma parte de nuestra historia. La flor policromada y fragante podrá marchitarse, pero la constancia de nuestro amor, inscrita en sus pétalos, nunca se extinguirá, porque ya late en ti y en mí.

TROZOS DE VIDA… Al escribir tu nombre

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A ti, con la emoción e ilusión de expresarte, como la primera vez, «me cautivas» y «te amo»

Al grabar tu nombre en la playa, deseo que los granos minúsculos de arena lo entreguen a las olas con la intención de que lo lleven al océano y entre los pliegues jade y turquesa, aparezca completo para que tú y yo, al volar, lo descubramos con asombro; al escribirlo en una hoja de papel e introducirla en una botella de cristal, es con el objetivo de arrojarla al mar y que viaje a fronteras insospechadas, hasta que alguien, en una isla, la descubra una mañana o una tarde y entienda que el amor es real. Si cada noche, al contemplar la galería celeste, estiro las manos con la finalidad de obtener polvo de estrellas, es para formar letras, unirlas y componer el nombre que te identifica. Cuando escribo tu nombre en mi cuaderno, igual que un niño juguetón e inquieto, sonrío y experimento emoción, alegría e ilusión porque cada trazo lo adivina mi corazón, lo advierte mi mente, al tratarse de ti. Al fundir mi mirada en el horizonte, es con la intención de descubrir un puente de cristal que me conduzca al cielo, donde una noche, al soñar y sentir la presencia de Dios, le entregué una pizarra y le pedí que escribiera de su puño y letra tu nombre ligado al mío para que ambos pulsen en el mundo, el universo y la eternidad, hasta alcanzar el resplandor de quienes trascienden en el amor, unen sus almas y se convierten en tú y yo.

Pobres mexicanos

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

No es que uno esté empeñado en menoscabar la figura presidencial a la mexicana, ni tampoco con interés en deteriorar la imagen de los funcionarios y políticos que se han apropiado del país y lo han saqueado, y menos responsabilizar a la sociedad en la elección de gobernantes corruptos. En todos defino rasgos de corresponsabilidad cuando miro al México desgarrado. Definitivamente, resultaría más agradable escribir sobre el amor, las flores, el mar, la felicidad y los viajes que armar palabras e ideas tendientes a criticar a los políticos y al pueblo.

Esta ocasión evitaré repetir los datos e información escandalosa que todos, en México, conocen sobre el mandatario nacional, sus colaboradores cercanos y demás funcionarios y políticos federales, estatales y municipales del país.

Hablaré de cierta actitud preocupante en el pueblo mexicano. Es inconcebible que la sociedad, tan inmersa en sus telenovelas y ahora en los «cambios» que anunció Emilio Azcárraga Jean en Televisa -curiosamente en forma de distractor y como si la televisora no fuera responsable, en gran parte, de la mediocridad de millones de personas que voluntariamente la han convertido en nodriza-, haya demostrado más morbosidad en esperar una noticia acerca de los antecedentes del otrora joven Enrique Peña Nieto, quien presuntamente plagió párrafos completos de diversos autores para plasmarlos en el 29 por ciento de su tesis profesional, que una reacción critica y madura sobre el hecho.

Indudablemente, en Canadá, Estados Unidos de Norteamérica y naciones desarrolladas de Europa, el incidente hubiera despertado malestar social, condena y enojo colectivo, y hasta presiones para retirarle al presidente la cédula profesional, el título de licenciado en Derecho, y, evidentemente, la investidura, porque alguien que conduce el destino de un país, debe conducirse con rectitud en todos los, o al menos, si en el pasado cometió un error, tener la valentía de hablar, aceptarlo y enmendar con acciones y resultados positivos.

No pocos mexicanos reaccionaron indiferentes a la noticia, declararon que se trata de un ataque sistemático por parte de una periodista o justificaron irresponsablemente la conducta del hoy mandatario nacional al argumentar que todos, alguna vez en sus vidas, han actuado de manera similar.

El asunto no es, quizá, si se enjuicia al mandatario nacional; el problema es que la sociedad mexicana ya demostró su capacidad para vivir en la corrupción, el fraude, la mentira y el crimen.

Insisto en que resulta preocupante que una sociedad, como la mexicana, reaccione con tanta indiferencia y justificación ante un hecho fraudulento y vergonzoso, pues denota que millones de personas están tan distraídas y acostumbradas a los actos de corrupción, que les parece natural que alguien proceda con deshonestidad.

Tanto conformismo y pasividad, reflejan síntomas patéticos, hablan de una sociedad enferma y denigrada en la que ni siquiera se inculcan valores en las familias. Huele a descomposición social. La gente está tan acostumbrada a los crímenes despiadados, a la represión, a las injusticias, a la corrupción e impunidad, al engaño, a los escándalos, a los depredadores de su país, que le parece natural que alguien robe la autoría intelectual de otros para hacerla pasar por suya y así conseguir su objetivo, es decir un título profesional.

Millones de personas se encuentran tan desequilibradas, que no les parece un acto de relevancia que hace un cuarto de siglo un muchacho, hoy presidente de México, haya incurrido en una burla, que su asesor de tesis justifique el acto con argumentos absurdos e infantiles, que los políticos evadan o minimicen la acción y que la institución universitaria se queje más por no tomarla en cuenta los periodistas que interesarse en asumir su responsabilidad y hablar de frente a la sociedad.

Es penoso que millones de mexicanos demuestren una estatura tan corta. Significa, entonces, que esa cantidad tan considerable de personas es capaz de actuar con deshonestidad con el pretexto de que todos, alguna vez, lo han hecho. Ahora entiendo los motivos por los que México se encuentra en el subsuelo, en el lodazal, a un paso de desbarrancarse.

Si así piensan, empiezo a comprender la razón por la que no pocos médicos, abogados, comerciantes, policías, constructores, maestros, funcionarios públicos, políticos, prestadores de servicios y burócratas, entre otros, actúan con voracidad, como si compitieran entre sí y tuvieran prisa en enriquecerse sin importar el dolor y los sacrificios de los demás.

A innunerables mexicanos les enardece e interesa más, parece, si a determinado futbolista el árbitro lo castigó injustificadamente, que los fraudes y mentiras de los políticos que están dañando al país. Aprendieron, como se los inculcaron su madrastra la televisión y su padrastro el internet, a «normalizar» las situaciones negativas, al grado de que no les inquietan los crímenes e injusticias, el robo a la nación, el desequilibrio ecológico, los rezagos en asuntos torales, las mentiras y la impunidad. Coexisten con ellos cada instante. Se acostumbraron al estiércol.

Cuando una sociedad se acostumbra a considerar normales las actitudes negativas, es peligroso porque significa que sus integrantes están contaminados, tan enfermos que son incapaces de distinguir entre la verdad y la mentira.

En fin, una noticia negativa de interés nacional, justificada y minimizada por amplios sectores de la sociedad, se transformó en radiografía para conocer a millones de mexicanos, capaces, sin duda, de recibir una patada, un robo, una humillación, y tener la desfachatez de aplaudirle a su verdugo. Pobre México.

 

Prueba de amor

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Era mujer refinada. Su linaje no le impidió comportarse como la dama educada y el ser noble, extraordinario, sensible y de virtud modelo que siempre fue y la distinguió entre su familia y sus amistades. Conoció los claroscuros de la vida y hasta la madrugada de su ocaso, a sus 38 años de edad, mostró la dignidad de quien ha caminado con la satisfacción de derramar el bien.

Desde la infancia aprendió a cantar ópera y tocar el piano alemán que alguna vez llegó a su casa -La Estrella de Oro- y se convirtió en noticia porque al desembarcarlo en el Puerto de Veracruz, en la época del Porfiriato, los técnicos germanos desmontaron el instrumento de cola, contrataron arrieros que condujeron las partes en una recua de mulas y posteriormente lo armaron ante la curiosidad de los habitantes de Papantla. Era la época, todavía, en que la gente tenía capacidad de asombro.

Conoció el rostro del abolengo y la opulencia, pero también el semblante de quienes tomaron las armas y paradójicamente, en una lucha contra la desigualdad social y las injusticias, asesinaron inocentes, saquearon a otras familias y cometieron violaciones y perversidades.

De su padre, el marqués de Serrallonga, heredó el gusto por la lectura. Su voz era dulce y firme; además, su conversación resultaba amena, sensata e interesante. Nadie desconocía que era piadosa y practicaba las virtudes. La opulencia no la había seducido y, por lo mismo, su conducta era diferente a la de la aristocracia de su época e incluso al comportamiento de las damas de sociedad que, acompañadas de sus hijas, visitaban a su madre con la intención de confiarle sus descalabros económicos y solicitarle tarjetas de recomendación para que doña Carmelita Romero Rubio, la esposa de don Porfirio Díaz Mori, presidente del país, las recibiera en el Castillo de Chapultepec y les ayudara a recuperar su posición disfrazada con las apariencias.

Ella, mi abuela materna, era diferente. Las joyas y los vestidos que la ataviaban nunca fueron motivo para que renunciara a la sencillez de su alma. No se alojó en el desencanto de la arrogancia. Era de esos seres humanos especiales, bellos y escasos que uno, al conocerlos y presenciar sus obras y resplandor, nunca olvida.

Durante las tertulias familiares, recordaba las pláticas interminables de su padre, quien relataba historias relacionadas con la travesía que alguna vez, en las horas de antaño, realizó con sus hermanos desde Europa, cuando el mar olía a aventura y piratas, y cómo uno de ellos eligió desembarcar en Cuba y otro, en tanto, optó por viajar hasta América del Sur para fundar su linaje. Narraba, incluso, que su hermana también había viajado en el mismo barco y decidió quedarse en el país que él eligió para vivir.

En la memoria llevaba las historias paternas, el recuerdo de la epopeya familiar, datos conservados en los anaqueles de la historia y perdidos en la memoria de los antepasados.   Mi abuela sabía que descendía del linaje de doña Beatriu de Serrallonga, baronesa de Cabrenys y vizcondesa de Rocabertí, quien durante el siglo XIV fue señora feudal; tampoco desconocía que sus antepasados participaron en la segunda Cruzada y en el rescate de La Cerdaña y Córcega, mientras otro antecesor de nombre Joan de Serrallonga, escribano del rey, acompañó a Cristóbal Colón en su segundo viaje a América. Sabía que existía un pasado esplendoroso de aventuras, castillos, linaje, actividades feudales, travesías en el mar, guerras, relación con monarcas y altos clérigos, poder e intrigas, incluyendo, desde luego, al tristemente célebre bandolero y nyerro Joan Sala i Ferrer, quien durante el siglo XVII adoptó el apellido de su esposa Margarida Tallerdes i Serrallonga, heredera de la masía de Serrallonga de Queró, para legar una leyenda, hasta que fue ejecutado en la plaza de Barcelona.

Durante la época del Porfiriato, la familia Serrallonga, junto con otras de apellidos Tremari, Fontecilla, Collado, Vidal y Danini, por citar algunas, controlaron el mercado de la vainilla en México, producto de exportación que entonces se pagaba en oro, sobre todo en Francia y Nueva York; no obstante, mi abuela lejos estaba de imaginar, en la aurora de su existencia, que sus padres morirían y que el estallido social de 1910 devastaría las estructuras económicas y sociales del país.

Al morir sus padres, sus hermanos la enviaron a Teziutlán, al norte de Puebla, con unos parientes de apellido Mayaudon, dueños entonces de las principales boticas de la “Perla Serrana”, con la intención de que continuara con su educación y formación de dama de sociedad.

Tuvo tiempo, en la primavera de su existencia, de repasar sus primeros años, la educación que había recibido, a sus padres y hasta la convivencia con sus hermanos, con quienes jugaba en el interior de los grandes roperos de madera, con copetes y espejos biselados, que reposaban en las habitaciones de La Estrella de Oro, la casa solariega.

Fueron sus familiares, los Mayaudon, quienes le presentaron, en una de las reuniones sociales, a un hombre que le cautivó por su amabilidad, cultura y proyecto de vida. El suyo fue uno de esos encuentros que nunca se olvidan y marcan, en consecuencia, el inicio de una historia de amor maravilloso e inolvidable.

El hombre, de apellido Rojon, cautivó a mi abuela. Se miró reflejada en los ojos de mi abuelo y comprendió, por lo mismo, que era él el hombre a quien abriría la puerta de su corazón para amarlo cada instante de su vida.

Cuando sus hermanos se enteraron del romance con aquel personaje, se opusieron al pensar que de contraer matrimonio, podría aspirar a los bienes materiales que aún conservaban a pesar de que ya se había acabado para ellos y otras familias el apogeo vainillero.

Definitivamente, mi abuela no podría continuar esa relación sentimental. Desconocían las intenciones de su enamorado. Si años atrás la familia Rojon había fundado una gran tienda, una industria jabonera, la fábrica de refrescos “La Judía” y “La Funeraria”, entre otros negocios, desconocían si el enamorado de su hermana tendría aspiraciones de apoderarse de parte de los bienes que les había heredado su padre, el marqués de Serrallonga.

No dudaban que los antecedentes de la familia Rojon tuvieran origen linajudo, incluso con títulos nobiliarios superiores; mas temían perder, en todo caso, la herencia diezmada de sus padres. Eran familias interesadas en conservar su patrimonio, su origen y su privacidad, sin importarles que para lograrlo tuvieran que pagar el precio de renunciar al enamoramiento, a la unión con otras personas.

Un día, sin sospecharlo, perderían hasta las grandes extensiones de terreno heredadas por sus padres, otrora cultivadas de vainilla, porque resultaron contener yacimientos petroleros y les fueron expropiadas sin recibir indemnización, como tantas cosas extrañas e incongruentes suceden en México.

Mi abuela enfrentó la disyuntiva de olvidar el amor del hombre de quien se había enamorado o renunciar a sus hermanos y a la herencia que le correspondía y así contraer matrimonio. Tenía ante sí una prueba de amor.

Sus familiares, los Mayaudon, se sentían mortificados porque tenían bajo su responsabilidad el cuidado y la educación de mi abuela. Ella, enamorada, pensó que quienes ponen precio al amor, a la felicidad, a los sentimientos, a la libertad, no garantizan una vida plena. Por eso en sus cartas de amor y retratos dedicados a mi abuelo, expresaba sus sentimientos y le pedía nunca la olvidara.

Hubiera resultado cómodo seguir al lado de la familia Mayaudon y posteriormente retornar a Papantla, Veracruz, al lado de sus hermanos, e incluso regresar a Cataluña o permanecer con su abuela materna, ya anciana, quien nació en alta mar cuando sus padres viajaban en barco hacia América; pero creyó en el amor y tomó la decisión de renunciar a su herencia y contraer matrimonio con el hombre que prometió hacerla feliz.

Una vez que habló con sus hermanos y su abuela materna, comprendió que sólo llevaría consigo algunas alhajas, cierta cantidad de dinero y recuerdos de los años de su infancia dorada al lado de su madre, quien fumaba cigarros El Moro y favorecía con recomendaciones ante Carmelita Romero Rubio, la esposa del presidente Porfirio Díaz Mori, a las señoras que ocultaban su descalabro material en el abolengo las apariencias, y a su padre, platicador, negociante aventurero y soñador, que solía ausentarse durante semanas de la casa solariega sin que su familia conociera su paradero.

Ella, mi abuela materna, demostró amor, decisión y valentía al saber que atemorizarse, seguir reglas o adecuarse a la conveniencia y los intereses familiares, significaría perder la oportunidad de protagonizar una historia feliz, intensa, plena e irrepetible al lado de mi abuelo, el hombre de quien enamoró. Como pocos seres humanos de aquellos días y también de la hora contemporánea, se probó a sí misma, se midió ante las adversidades y obstáculos y se regaló la oportunidad de amar y ser dichosa.

Murió a los 38 años de edad, una madrugada, tras días de agonía, con la tristeza de dejar trunca su historia de amor, sin madre a sus cuatro hijos pequeños y con la ausencia de esposa en el hogar de mi abuelo. La suya fue una prueba de amor muy grande, quizá porque entendió que cuando uno se enamora verdaderamente de otra persona y es correspondido con el mismo sentimiento, no importan las pruebas que se tengan que sortear, ni tampoco las costumbres y tradiciones del grupo al que se pertenece, ni las fortunas materiales, porque se trata del encuentro y la unión de dos corazones para compartir el más noble de los sentimientos y regalarse el cielo. Toda la riqueza material se perdió en la familia, pero ella descubrió el verdadero tesoro en su interior.

La tesis y el plagio

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Mis padres me enseñaron, hace años, que quien es infiel en los temas de apariencia insignificante, en los detalles pequeños, en las cosas minúsculas, también lo es en los asuntos formales e importantes de la vida, y hoy, al leer las noticias, los análisis, las declaraciones de unos y otros sobre el presunto plagio de párrafos completos de libros que hace un cuarto de siglo cometió el presidente Enrique Peña Nieto para incluirlos en su tesis profesional, compruebo una vez más que tenían razón, sobre todo porque el hombre que tanto cautivó a las mexicanas por su aspecto físico y provocó, por lo mismo, el voto glandular, se ha involucrado en escándalos relacionados con actos de corrupción.

Una periodista, Carmen Aristegui Flores, anunció previamente que daría a conocer una noticia sobre los antecedentes del mandatario nacional, declaración que desbordó el ánimo, la morbosidad y el masoquismo de la sociedad mexicana, hasta que desilusionó a incontables hombres y mujeres que esperaban, sin duda, información acerca de otro escándalo presidencial, quizá la adquisición sospechosa de nuevas mansiones o tal vez números de cuentas bancarias e inversiones millonarias.

Acostumbrados a la corrupción que practican desde burócratas de cuarta categoría y policías hasta funcionarios y políticos del más alto nivel, amplio porcentaje de mexicanos mostraron indiferencia al hecho, el cual, de haberse registrado en alguna nación desarrollada de Europa, habría desencadenado en juicio social e incluso la renuncia del personaje a su cargo.

Es un hecho que la noticia se difundió y el asunto se encuentra sobre la mesa. Más que pretender coartar la libertad de expresión y alegar que no fue tomada en cuenta por el equipo informativo de Carmen Aristegui Flores, la Universidad Panamericana tendrá que renunciar a sus declaraciones distractoras, asumir su responsabilidad y analizar con objetividad la tesis que hace 25 años presentó Enrique Peña Nieto con la intención de obtener el título de licenciado en Derecho, y determinar si efectivamente, como se le acusa, el 29 por ciento de su contenido forma parte del plagio a por lo menos una decena de obras de diferentes autores, o si hubo dolo, ignorancia o mala interpretación por parte de los comunicadores. La institución universitaria tiene el reto de actuar con honestidad porque mentir o distorsionar la realidad, en caso de que el presunto plagio fuera real, colocaría en riesgo su honorabilidad y prestigio académico.

Por otra parte, el vocero de la Presidencia se adelantó al argumentar que se trata de errores de estilo. Error de estilo se refiere, en todo caso, a cuestiones gramaticales, a la estructura de las oraciones, no a la ausencia de comillas y citas de autores y obras. Y claro que si la acusación se encuentra sustentada con la verdad, es motivo de actualidad y discusión porque si bien es cierto la tesis fue redactada hace dos décadas y media, resulta que su autor es en la actualidad presidente de más de 120 millones de mexicanos.

En este contexto de ataques y contradicciones, el director de tesis de Enrique Peña Nieto declaró que seguramente las comillas fueron eliminadas durante el proceso de captura e impresión de la misma, argumento totalmente burdo y ofensivo para la inteligencia de no pocos mexicanos.

De resultar verídica la informacón periodística de Carmen Aristegui, sería lamentable que el presidente mexicano, respaldado en su reforma educativa, pretendiera evaluar a los profesores, cuando él recurrió, para obtener su título profesional, a la trampa del plagio, noticia, por cierto, que tuvo mayor impacto en naciones desarrolladas que en México, donde la corrupción, impunidad, simulación e injusticias se practican cotidianamente a niveles preocupantes.

Es innegable que los mexicanos de la hora contemporánea son testigos de la descomposición que ya afecta a todos los sectores y de los escándalos, errores y acciones opacas por parte del mandatario nacional, quien hasta antes del asunto de la tesis y el plagio, apenas contaba con el 23 por ciento de credibilidad por parte de la población, según la encuesta realizada por el periódico Reforma.

Sin duda, la gestión presidencial de Enrique Peña Nieto se ha caracterizado por escándalos, inestabilidad económica y social, represión, imposiciones, banalidades, corrupción, impunidad, rezagos e injusticias, contrastantes con sus denominadas reformas estructurales que definitivamente no han presentado los resultados que se ofrecieron ni cuentan con el respaldo colectivo.

Si el multicitado plagio en la tesis resulta verídico, significará que se trata de un personaje que ha hecho de la mentira un estilo de vida y uno entenderá fácilmente, en consecuencia, la causa por la que un día promete no incrementar los precios de los combustibles y al poco tiempo, bajo argumentos nada creíbles, su administración realiza ajustes en perjuicio de los mexicanos; aunque si la Universidad Panamericana demuestra lo contrario de manera objetiva y responsable, habrá que replantear el tema y pensar que alguien, más allá del personaje público, mueve los hilos del poder. Seguramente en el lapso de los próximos días conoceremos la veracidad o falsedad en la noticia difundida por Carmen Aristegui Flores y su equipo de colaboradores

 

 

TROZOS DE VIDA… Armo las palabras

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A ti, en quien descubrí que soy capaz de amar

Cuando armo las palabras y los textos que plasmo en confesiones de amor, en poemas que contienen letras manufacturadas con el polvo de las estrellas y la policromía de las flores, me convierto en niño porque me cautiva la inocencia con que los pequeños expresan sus sentimientos. Pienso que si retorno a los otros años, los de mi infancia dorada, escribiré con mayor ternura las cartas que cada día te entrego con la idea de que nunca olvides que estoy enamorado de ti y así dejar constancia al mundo de una historia de amor bella, irrepetible, especial, mágica e inolvidable. Me sumerjo en el océano del abecedario y ya en la profundidad, recolecto corales y piedras en forma de consonantes y vocales, con las que juego para armar sobre nubes blancas y rizadas el corolario de mi amor por ti. Tejo las palabras con que anuncio que tú te encuentras en mí y yo en ti porque al pensar uno en el otro o sentirlo en su interior, somos ambos proyectados en la vida, el universo y la eternidad. Al enlazar las letras y palabras, soy el niño juguetón y travieso que te invita a caminar juntos por el sendero, subir las cuestas y rodar divertidos, sumergirnos en los manantiales con la risa de dos pequeños ocurrentes, girar hasta caer al pasto, empaparnos con las gotas de la lluvia, salpicarnos en los charcos en los que asoman las frondas de los árboles y el cielo azulado, correr a la orilla del mar y sortear las olas, brincar cercas, contar dientes de león y estrellas, sorprendernos con las auroras y los ocasos, escuchar los murmullos de la mañana, percibir los rumores de la noche, atrevernos a protagonizar una historia intensa y ser muy felices, porque de otra manera, me pregunto, ¿qué te escribiría y propondría si no fuéramos un par de chiquillos amorosos? Prefiero volver a ser niño contigo para jugar y protagonizar una historia maravillosa e inocente de amor que nos envuelva y conduzca a las estrellas, que traslade nuestras almas a la morada del día y la noche sin final. Esa es la razón por la que, al escribirte, soy el niño enamorado que a hurtadillas deposita en tu buzón una carta con la esperanza y la ilusión de recibir a cambio un guiño, una sonrisa, un beso, una promesa de amor eterno. Eres una de las mujeres, en el mundo, que mayor cantidad de palabras escritas recibe, textos que un día se materializarán en gotas de cristal, en un libro que hombres y mujeres leerán una y otra vez hasta comprender que hay amores que dejan huellas indelebles y transportan al cielo. ¿Sabes por qué armo palabras para ti? Porque tú y yo somos dos niños felices y sonrientes que un día, al jugar, descubrimos nuestras almas unidas en una historia de amor sublime y de ensueño.

TROZOS DE VIDA… Me encantas

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Para ti, por la dicha de saber que tu historia de amor es la mía

Me encantas porque disfrutas las gotas de la lluvia que empapan tu cabello y escurren por tu rostro, y no te importa que tus botas y tu vestido se mojen si a cambio jugamos, reímos o unimos nuestros labios con dulzura. Me gustas por tu estilo de enfrentar los problemas y solucionar las diferencias, por tu sonrisa y tus travesuras de niña inquieta. Me cautivas por el resplandor de tu alma, tu código de vida y tu estilo. Me atraes por ser mujer, por reflejarme en tu mirada, por la brillantez de tus ojos y por latir tu corazón al unísono del mío. Me fascinas por tus ocurrencias, por tu forma de comer helado, por tomar mis manos y por consentirme. Me hechizas porque aunque transcurran los días y los años, conservas tu genialidad, tus esperanzas, tu entusiasmo y tu jovialidad. Me agradas por tus sueños, alegría, sencillez e ilusiones. Me embelesas por tu silencio interior, por las horas que dedicas a tu ser, por tu anhelo de escalar al cielo. Me asombras porque no te entregas al brillo de las superficialidades ni a la seducción de la pasión carente de sentimientos. Me subyugas por la melodía de tu voz, tus detalles y tu inocencia. Me encantas porque tu historia de amor es la mía, por ser nuestras almas una con dos rostros, por compartir la ilusión de siempre ser tú y yo en la eternidad.

TROZOS DE VIDA… Gotas de lluvia

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A ti, cuyo reflejo me cautiva al descubrirte en las gotas diáfanas de la lluvia

No soy de los que se encierran huraños en su habitación, mientras contemplan desde la ventana los rayos y la tormenta, para maldecir una mañana, una tarde o una noche nebulosa y fría que influye en su estado de ánimo. Prefiero compartir con la vida su encanto, belleza, juegos y travesuras para un día, al mirarme al espejo, definir no el rostro de quien desperdició su estancia en el mundo, sino al ser humano extraordinario, intenso, feliz e inolvidable. Es por eso, quizá, que hoy salté la cerca con la intención de recolectar gotas de lluvia. No me importó empaparme. ¿Alguna vez abriste un paréntesis para admirar las gotas de la lluvia? ¿Verdad que son perlas brillantes y diáfanas que descienden del cielo como regalo de Dios? Son demasiado bellas. ¿Conoces el motivo por el que las reúno? En cada una descubro los latidos de tu corazón, la brillantez y profundidad de tu mirada, el resplandor de tu alma, la dulzura de tus labios, tu perfil, tu sonrisa, tus manos, las ilusiones y los sueños que compartimos, nuestra historia de amor. Si las recolecto es porque anhelo definirte y estar siempre junto a ti, y si las deposito en un estanque es con el objetivo de que al encontrarme contigo, nuestro reflejo se una al de los árboles que asoman ufanos y al del cielo que nos cubre, porque creo que así se abrirán las puertas de la eternidad que albergará el amor que compartimos y grabará nuestros nombres con la expresión mágica y sublime: tú y yo.

Regalo de vida

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Aquella mañana, tras recibir el diagnóstico médico de mi estado de salud, mis padres se abrazaron desconsolados y en silencio, acaso impulsados por la respiración agitada, por las palabras entrecortadas, por el miedo de pronunciar el concepto de la muerte, por el llanto, por la idea y realidad de encontrarse ante un hijo moribundo.

Mi padre calmó sus lágrimas y su tormento. Entró a la habitación donde yacía acompañado, en cada extremo lateral, de la enfermedad y la muerte, dos rivales que deseaban apoderarse de mí y fingían alianza y amistad.

Entre fiebre, dolores y somnolencia, percibí la figura de mi padre, quien acarició mi cabeza y besó mi frente, como cuando era niño y me relataba historias. Calló durante algunos minutos, hasta que habló pausadamente con la intención de decirme que él, mi mamá y mis hermanos me amaban demasiado, que yo era un hijo y un hermano ejemplar del que se sentían orgullosos; sin embargo, anticipó que lo más probable era que muriera. Entonces yo era un adolescente.

Mi padre escrudriñó el escenario, el equipo de oxígeno y el suero, como si revisara que todo se encontrara en orden para no fallar. Volvió a acariciarme. Advirtió que debía dar lo mejor de mí, seguir las instrucciones de los médicos, tener mucha fe y fortaleza, aferrarme a la vida. Me bendijo, besó mi frente con ternura y se marchó. Esa noche inició mi agonía.

Ahora sé que entre la vida y la muerte sólo existe un hilo frágil, un puente endeble que en cualquier momento puede desmoronarse y provocar que uno resbale al precipicio. Entre el cunero y el ataúd únicamente hay un suspiro, un abrir y cerrar de ojos.

De acuerdo con los reportes médicos, mi agonía me condujo hasta la orilla de la existencia, precisamente donde acaba la temporalidad y uno siente las caricias de una brisa especial que indica la proximidad con el horizonte celeste.

Morir cuando uno es adolescente equivale, en verdad, a dejar trunco un proyeto existencial, una historia con todas las posibilidades de ser el personaje principal. Quizá morí por unos instantes o tal vez, no lo sé, por algunos minutos. Ya estoy muy lejos de aquel aconteciiento como para abrir los cajones de los archiveros y hurgar los expedientes, hasta descubrir el mío.

La vida no termina con la muerte. Al agonizar e iniciar la transición, uno siente que se desvanecen los dolores, las tristezas y las preocupaciones. Prevalece la paz interior. Es como ingresar a un túnel con vapor de colores tenues, tras el cual hay un resplandor mágico y especial que atrae al alma, hasta que uno olvida las cosas del mundo y en envuelto en otro nivel de conciencia.

Quienes hemos cruzado el umbral que divide la temporalidad de la inmortalidad, lo material de lo espiritual, sabemos que la vida humana no concluye con lo que denominamos muerte porque hay un cielo muy amplio y hermoso que abre las compuertas a niveles jamás imaginados. Dios existe.

Algo sucedió conmigo porque después de flotar por la morada celeste, retorné a mi realidad, a la cama del hospital, donde permanecía mi cuerpo yerto. Recuerdo, entre la lejanía de los años, que al despertar una mañana, miré un haz. Era como un rayo muy luminoso. Ya sin fiebre, aunque cadavérico y débil, me reincorporé a la vida terrena.

No platicaré más sobre los días posteriores. Aquí estoy. Me concretaré a expresar que quienes hemos recibido la bendición y el regalo de continuar vivos después de probar el sabor de la muerte corporal, tenemos el compromiso de descifrar el mensaje del cielo y ser diferentes a las multitudes que no han entendido que los días de estancia en el mundo son breves y merecen experimentarse en armonía, con equilibrio y plenamente, siempre con la posibilidad de dejar huellas indelebles, amar, ser felices y derramar bien a los demás. De otra manera, la vida no tiene sentido. Es demasiado corta y hermosa para desperdiciarla en asuntos baladíes. Hay que disfrutarla y hacer lo que uno desea y sueña, con un código de valores y sin dañar a los demás.

Alguna vez morí, en los minutos de la adolescencia, y tuve oportunidad de explorar los terrenos de la inmortalidad. Al renacer, tras la enfermedad que me arrastró a los desfiladeros de la agonía y la muerte, comprendí que a partir de entonces, cada día sería extra para mí, un regalo de Dios para vivir intensamente, ser protagonista de una historia maravillosa e inolvidable, dejar constancia de mi caminata por el mundo, retirar la hierba y las piedras del sendero y derramar amor y bien en torno mío. No quiero que llegue la fecha de mi despedida terrena sin haber cultivado y compartido los sentimientos más excelsos. Es triste voltear atrás, cuando se consume el tiempo, para contemplar un escenario desolador y huellas sin rumbo que delatan a quien no tuvo capacidad de experimentar la vida y, por lo mismo, no merece entrar a la morada eterna. Admito que morí y renací. Desde entonces, lo sé, cada instante es un obsequio, un espacio extra, la oportunidad de ser feliz, conquistar la eternidad y sonreír ante Dios con la mirada más límpida.

 

TROZOS DE VIDA… Preguntas

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A quien habita en mi mente y mi corazón

¿Y si esta mañana, al despertar, corro hasta tu casa, brinco la cerca del jardín y trepo al balcón de tu alcoba para colocar una flor blanca en tu almohada y besarte con ternura mientras duermes? ¿Y si mi beso y el perfume de la flor te envuelven en el más dulce de tus sueños? ¿Y si de pronto tú y yo, tomados de las manos, aparecemos en el escenario alegres y entretenidos en nuestros juegos? ¿Y si giramos, igual que el mundo y los planetas, hasta caer al suelo, entre dientes de león y girasoles? ¿Y si risueños, sobre el pasto, miramos la intensidad del cielo y jugamos a descubrir figuras en las nubes rizadas e incendiadas por el sol? ¿Y si de pronto, al escudriñar las nubes, definimos la sonrisa de los ángeles y la mirada de Dios? ¿Y si nos perseguimos en la playa, hasta sentarnos en la arena con la intención de sentir las caricias de la espuma del oleaje y contemplar la majestuosidad del mar, y de improviso te abrazo para recostarnos y admirar el cielo? ¿Y si al finalizar el día notamos que las gotas de la lluvia rodaron por nuestros rostros y la policromía de las flores y la hierba rozó la ropa que portamos? ¿Y si nos percatamos de que resulta más bello derramar lágrimas de alegría que de dolor? ¿Y si al descubrirnos con los pies sumergidos en el riachuelo, comprendemos que el amor que compartimos es un regalo y que es tan fácil ser felices? ¿Y si al despertar, me encuentras junto a ti y sientes que acaricio tu cabello y te doy un beso tierno? ¿Y si entonces saltamos por la ventana y la cerca para consumir las horas del día en un capítulo hermoso e inolvidable? ¿Y si al regresar a casa me acerco a tu oído para confesar que enamorarse de alguien y amarle equivale a vivir en el cielo? ¿Y si te digo que vivo en el cielo desde que el amor significa tú y yo?