Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Los días de la vida se construyen igual que el enrejado en la forja, con el aliento del fuego, el golpe del marro y las caricias del agua, siempre en busca de la armonía y el equilibrio ante los claroscuros que se presentan cada instante.
La vida se compone de momentos y detalles, como en la forja cuando uno calienta el metal hasta que enrojece y se ablanda para golpearlo una y otra vez con el marro o el martillo y así crear la obra artística de herrería.
Isidro Sánchez Arreola, a sus 70 años de edad, reconoce que la herrería de forja, casi extinta, le ha enseñado que todo en la vida, mayúsculo o minúsculo, exige constancia, dedicación, tiempo, disciplina y trabajo para su materialización. Las ideas se cristalizan igual que el hierro adquiere formas con la forja, asegura.
“La forja me ha enseñado, a través de los años, que si uno desea algo valioso en cualquier aspecto, debe visualizarlo y entregarse con dedicación, gusto disciplina y pasión para conseguirlo”, con sus días complicados y también maravillosos, porque eso es la vida, instantes en los que hay que someterse al fuego y a los embates, y otros, en tanto, en los que son de gozo, reflexiona.
“He mirado, desde la infancia, el enrojecimiento y la blandura del hierro al quedar envuelto en la lumbre, estado idóneo para tomar la pieza con las tenazas y darle forma con el martillo o el marro”, admite Isidro, quien posteriormente hunde su obra en el depósito de agua, “Creo que algo tiene la vida de semejanza con la forja”, completa.
Su abuelo, Celso Sánchez, también herrero de forja y originario de la antigua Cruz de Caminos, hoy Villa Madero, municipio michoacano enclavado al occidente de México, conoció a Vicente Riva Palacio y Guerrero, escritor, jurista, militar, político y nieto del insurgente y presidente Vicente Ramón Guerrero Saldaña. Riva Palacio, quien nació en 1832 y murió en 1896, alguna vez regaló al abuelo Celso una moneda de oro con su relieve; pero el herrero también participó en la contienda cristera, entre 1926 y 1929, en los días en que el templo de su pueblo fue saqueado e incendiado y las iglesias olían a miedo y pólvora, precisamente por la guerra entre el gobierno mexicano y los laicos y religiosos católicos.
Isidro aprendió herrería de forja cuando tenía 10 años de edad. Su padre, Fidel Sánchez, le transmitió los conocimientos del abuelo, quien también participó en el movimiento revolucionario de 1910, igual que otros antecesores.
La infancia de Isidro se diluyó en los bosques y parajes naturales de Villa Madero y Acuitzio, en la escuela -sólo cursó hasta sexto grado de primaria- y en el taller de forja, etapa en la que decidió dedicarse al oficio de sus antepasados.
Quizá las noches de tormenta y relámpagos que incendiaban el cielo y proyectaban enormes las sombras de los pinos, contribuyeron a que Isidro desarrollara su imaginación infantil, al grado, incluso, de mezclar el arte en su trabajo, las figuras de animales y dragones fantásticos que concibe en sus sueños y que algunos de sus clientes compran.
Los días de la existencia transitan fugaces, igual que un suspiro o las chispas que exhala el carbón de pino al recibir la fuerza del aire en la forja, lo sabe Isidro, quien recuerda que hace cuatro décadas apenas, la callejuela donde se localizan su herrería y su casa, en la añeja y tradicional colonia Ventura Puente, lucía pletórica de caballos a los que colocaba herraduras.
Era, entonces, el sitio donde llegaban hombres de Santa María, Jesús del Monte y otros pueblos y rancherías en busca de las herraduras que el mismo Isidro fabricaba y colocaba herraduras a los caballos, como lo hacía también en el Casino Charro. Su oficio lo llevó a convertir la calle de su barrio en una estampa de esas que atrapan rostros, momentos, cosas, hasta tornarse sepia por su envejecimiento, por la caminata de los años.
¿Por qué, cuando uno transita por las callejuelas de algún pueblo o ciudad y pasa al lado de una herrería de forja, llaman la atención su penumbra, las paredes desnudas de pintura y ennegrecidas por el tizne acumulado, el calor que emana el horno alimentado con carbón de pino y la cantidad de fragmentos de fierro dispersos en el suelo alfombrado de ceniza? Firma o sello, quizá, de los antiguos y escasos talleres de herrería de forja, casi salones de museo o vitrinas desfasadas de otros días, cual pasajeros rezagados en alguna estación ferroviaria desolada; pero él, Isidro, sonríe y responde que cierta ocasión unas jóvenes asomaron curiosas al establecimiento y preguntaron, entre otras dudas, el motivo por el que no pintaba los muros ni retiraba los escombros de fierro y tizne dispersos en el suelo. Se dirigió al fuelle, a la fragua, y pronto el horno exhaló chispas, humo que acarició las paredes y envolvió el ambiente.
No pocos de los herreros de Morelia, ciudad fundada el 18 de mayo de 1541, acuden al taller de Isidro con la intención de ordenarle trabajos de forja, que añaden a los portones y otras piezas que elaboran con técnicas modernas. Necesitan las piezas de forja que fabrica Isidro en su taller.
Afable, el hombre invita a conocer su casa, la que le heredó su padre, establecida en la parte superior del taller. Hay que subir por una escalera de hierro que alguna hora de antaño fabricó en la forja. Arriba, en su hogar, cuelga la fotografía del abuelo, el héroe de la familia; además, muchos de los adornos, muebles y repisas fueron concebidos en la mente de Isidro.
Isidro cuenta que en las noches, mientras duerme, sueña con sus animales fantásticos, con sus dragones, con sus figuras extraídas quién sabe de dónde, que al siguiente día, al despertar, elabora entre un trabajo y otro porque sus clientes le piden herrajes para balconería, candelabros y toda clase de piezas a base de la casi extinta forja. Queda el hombre entre realidades y sueños, en su taller que hoy parece extraído de un libro con páginas amarillentas y quebradizas. Tal es el oficio de Isidro Sánchez Arreola, quien permanece en su taller, entre el yunque, las tenazas, el fuelle, las piezas de acero, el carbón de pino, las chispas y los recuerdos.
Entrevista publicada inicialmente en el periódico Provincia de Michoacán