Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Al identificarte aquella vez, cuando te ofrecí y declaré mi amor para los días temporales y la inmortalidad, descubrí que tus tesoros son similares a los míos. Tus latidos son idénticos a los que siento en mi interior. Tu familia se parece a la mía. Entonces comprendí que se trataba de ti, la otra parte de mi alma. Entendí que Dios daba la señal y que, por lo mismo, mi amor por ti sería fiel y puro
Si tuviera que dar sólo un consejo a algún enamorado -hombre o mujer-, le sugeriría que se fijara muy bien en la familia de la persona con quien pretende compartir el amor y la vida, no con mirada de critica ni de superioridad o inferioridad, sino de análisis y reflexión, con prudencia y respeto.
Y es que la familia es parámetro de los valores que existen en cada uno de sus miembros. Alguien podrá mentir, distorsionar su identidad o colocarse un antifaz; sin embargo, en las costumbres, la decencia o vulgaridad, el hogar o la simple vivienda de inevitable coexistencia, los valores o la ausencia de los mismos, uno distingue mucho de lo que podría esperarle al fundir los días de su vida con los de la persona que ama.
A nadie agradaría unirse a alguien que ante la caminata de los días y los meses, no podrá sostener la máscara que porta, como tantas veces ocurre en la historia de la humanidad, simplemente por no tener capacidad y valor de observación, análisis y decisión en el momento oportuno.
No me refiero, precisamente, a criticar el aspecto físico de las personas ni la modestia de los muebles o sus carencias económicas y falta de preparación académica, definitivamente no, porque los títulos universitarios y la opulencia pueden brillar y esconder tras su reflejo las manifestaciones más deleznables del ser humano.
Evidentemente, se trata de las personas con las que uno y sus descendientes emparentarán, la gente con quien convivirá frecuentemente. Resultaría insano un ambiente de agresividad, bajeza, discordia, faltas de respeto y vicios.
Generalmente, los enamorados se distraen en sus alegrías e ilusiones momentáneas, en sus diversiones y rutina, en sus debilidades, en sus encuentros y desencuentros, al grado de olvidar aspectos tan esenciales como su proyecto de vida, si volarán libres y plenos en un amor fiel y real, el respeto a la realización de cada uno como ser humano, la intención de crecer y envejecer juntos, la formación de una familia y un hogar ejemplares con rumbo y valores, el interés de no transformar la unión en un contrato forzoso ni en grilletes sujetos a los barrotes de una celda, la disposición de compartir los días y las noches de la existencia con sus claroscuros.
Realmente olvidan conocerse. Permanecen en la inmediatez porque es más cómodo o quizá por ser moda y tendencia el estilo de vida de la hora contemporánea, con mayor parentesco a las apariencias y superficialidades, a lo burdo y pasajero, a la ausencia de compromiso e itinerario.
En cierto modo, sus padres tampoco se interesan en guiarlos, en formar seres humanos dignos e íntegros, acaso por sentirse perdidos en la locura de su realidad, quizá por no conocer otras alternativas de educación, seguramente por acudir a citas en un bar, un café o un hotel, o tal vez por todo y nada, por ese vacío existencial que prevalece en millones de personas en el mundo, estilo promovido y hasta aplaudido por la televisión, la radio y no pocas de las páginas y redes sociales en internet.
Terminan atrapados en realidades muy distantes a los sueños absurdos que fomentan no pocos de los medios de radio, televisión e internet. La realidad es muy diferente a las estupideces y obscenidades que ahora hablan muchos locutores de radio, al contenido de canciones, anuncios y programas de televisión, e incluso a la hipocresía que suele darse entre las «amistades» entrañables y los «consejos» de las páginas sociales de internet. La realidad es cruda y dolorosa cuando la gente llega a la orilla del abismo y resbala. Una cara feliz, en un mensaje, no restaurará lo putrefacto de las vigas que han caído y desmoronado la casa. Los problemas pueden anticiparse e incluso evitarse con oportunidad.
Es importante, por lo mismo, conocer a la familia de la persona a quien uno ama, a los padres, a los hermanos, a los hijos, a los nietos, a los abuelos, a los tíos, porque seguramente, por más distante que uno permanezca en el futuro, no dejarán de ser consanguíneos de su pareja y de sus descendientes; además, se trata, en la mayoría de los casos, de relaciones irrenunciables y de cuestiones que se llevan en las costumbres, en la forma de sentir y pensar, en la sangre.
Alguien podrá argumentar que al unirse uno a otra persona, lo más sano es formar un hogar independiente, lo cual es cierto; no obstante, hay que recordar que a los hijos se les educa muchos años antes de su nacimiento, de manera que la herencia de conductas, hábitos y convicciones es muy poderosa. Son, en consecuencia, rasgos que se llevan consigo y que difícilmente se superan cuando están tan arraigados de forma negativa.
Más que condenar a la pareja, en caso de que el ambiente familiar sea tan negativo, habría que dialogar mucho y llegar a acuerdos permanentes y reales para establecer pilares de dignidad y respeto, tolerancia y convicciones basadas en principios trascendentales. Todos merecemos una oportunidad. La luz puede surgir, incluso, de lo más oscuro, y eso vale mucho.
Ahora, en el ciclo presente, amplio porcentaje de valores humanos se han perdido en el mundo y la familia. El respeto, la dignidad, los principios, la nobleza y los sentimientos se pulverizan, son aplastados por la publicidad, los contenidos de no pocas canciones y programas televisivos, las redes sociales, la ambición desmedida, los apetitos fugaces y todas las tendencias negativas, evidentemente con la complacencia de los dueños del poder y el dinero porque así resulta más sencillo manipular y controlar a las masas. Era necesario, para sus fines perversos, asesinar a Dios y a la familia. Eres educado, tienes valores, y te conviertes en la mofa de los demás; te comportas bestialmente y recibes la admiración y los reflectores de la popularidad. Así se ha distorsionado todo.
No es tarea sencilla analizar a la familia de la persona amada y posteriormente, si se detecta falsedad o que definitivamente será igual al diluirse su máscara, renunciar al amor que se le tiene y al proyecto de compartir sus días y su historia.
Sería prudente aclarar que no se trata de ser tan selectivo que al final, tras la búsqueda de una perfección que no existe, las personas se queden solas y renuncien al amor y a ser felices. Se trata de diagnosticar con honestidad y corregir, si es posible, las malas costumbres y tendencias que podrían existir en la pareja.
Es importante no equivocarse porque se trata de una decisión que redundará en la felicidad de uno y de su descendencia. Es un tema muy complejo porque parecería deshonesto e inmoral juzgar a las personas, a la familia de quien uno ama; sin embargo, si en esa casa prevalecen gritos, desorden, engaños, chismes, faltas de respeto, infidelidades, amenazas, golpes y vicios, seguramente los ejemplos no serán positivos. Es imposible conocer lo que se encuentra sobre la mesa cuando hay quienes se arrastran en el suelo. Una dama y un caballero no se construyen en ambientes malsanos. Su arcilla es superior. A pesar de todo, es posible que alguien que surja de un entorno negativo, elija otro sendero, el de la luz.
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