Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Y un día, al coincidir contigo, sentirte en mí y descubrir tus rasgos de dama, entendí que había llegado mi hora de ser caballero y me puse a prueba para protagonizar juntos nuestra historia, compartir un amor fiel e inquebrantable y trazar la ruta a la alegría y la ilusión, a los sentimientos, a los sueños y la vida, a la unión y al arrullo en los jardines del silencio y la inmortalidad
Me educaron para amarte y ser caballero contigo. No conozco otro estilo de vida. Aprendí a convertir los sueños, fantasías e ilusiones en realidades, capítulos, instantes e historias. Me enseñaron a transformar en detalles las circunstancias, los momentos, las cosas. Entendí que a una dama se le cede el asiento, se le abre la puerta del vehículo y se le consiente y habla con dulzura. Desde la infancia me preparé para un día, al coincidir contigo en las rutas del mundo, admirar tu naturaleza de dama, percibir y disfrutar tu esencia femenina y diseñar nuestro itinerario al paraje donde fluyen corrientes etéreas de colores inimaginables. Me inculcaron que a ti, cuando te encontrara en el sendero, te entregara mi amor auténtico, fiel y puro. Un día, otro y muchos más me convencí de que por una dama se conquista el mundo, se emprenden hazañas y se escriben obras magistrales, y que lo más importante no es convertirla en dueña de mansiones fastuosas ni en viajera de yates lujosos a cambio de retenerla, porque el amor no se compra ni se contrata, sino se expresa en esos pequeños detalles cotidianos que se regalan con humildad y ternura, en las sonrisas, en el encanto de vivir y disfrutar los días de la existencia, en la alegría de convivir, pasear, mojarse una tarde de aguacero, pisar charcos y hasta viajar lejos. El amor para una dama no es contrato ni hipoteca; es, creo yo, anticiparle el paraíso y entregarle el cielo en el mundo, dibujarle las estrellas en el firmamento, descubrir su nombre y el de uno en lo inconmensurable de la arena en una playa y compartir una historia maravillosa e inolvidable. Me queda claro que una dama no está atrás de un caballero, sino a su lado, y que el vuelo de ambos es libre y pleno. Me formaron para amarte siempre, cuidarte y hacerte muy feliz. Sé abrazar y besar en días de amor y dicha, pero también en las horas de silencio y en los minutos de dolor y tristeza. Sé convertir las lágrimas de alegría en perlas y enjugar las que brotan ante el sufrimiento. Me enseñaron a ser caballero de una dama. No me concebiría de otra manera. Por eso es que pretendo construir para ti el puente hacia la morada, la senda a la cumbre, el destierro a un cielo que presentimos en nosotros y se extiende hasta la eternidad. Fui formado para ser caballero de una dama. Esa dama, bien lo sabes, eres tú.
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