Detalle especial

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Los detalles parecen insignificantes en un mundo fascinado por el espejismo de las apariencias; no obstante, las estrellas que decoran el firmamento, la arena de la playa, las gotas de la lluvia, los copos de nieve, el polvo de la creación y la dulzura de un amor cotidiano y eterno, son particularidades que al atraerse, forman la hermosura y grandeza de un resplendor inmortal. Eres detalle y motivo de mi alma y mis días

Acaso por la emoción diaria de sentirte en mí y definirte en los trozos de mi alma que tienen un tanto de ti, en mis ojos que ya miran con tu estilo y el mío, o quizá por el anhelo de dispersar pétalos y burbujas en tu sendero y cubrir tu sueño con abrazos en el silencio de nuestras almas y besarte con la dulzura de un amor inmortal, hoy te entrego una flor, otra y muchas más que recolecté en el camino, mientras pensaba en ti, cada una con un detalle y una sorpresa especial que deposité en su perfume, en su textura, en sus colores. Cuando sientas embeleso por su aroma, percibe las fragancias de la vida, mi perfume y la esencia de un paraíso que late en ti, en mí, en el universo. Al tocar su textura, siente mis caricias y las manos de Dios, quien todos los días moldea la belleza de tu rostro y lo ilumina con la luz de tu ser. En cuanto observes su policromía, disfruta las tonalidades del amor, la vida y la alegría. Te regalo el bouquet que formé esta mañana, cuando andaba en la campiña, entre árboles y sentimientos, suspiros y flores, sueños y cascadas, ríos diáfanos e ilusiones. Eres mi motivo. En cada flor reuní el encanto de dos vidas y sueños compartidos, la sorpresa de una estancia maravillosa y un destino prodigioso, la delicia de un viaje entre una estación y otra, los detalles y regalos que se entregan cotidianamente con una sonrisa, un poema, un beso y una caricia de amor.

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La historia que compartimos

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A ti, con la locura de un amor capaz de dispersar pétalos en tu senda y construir un puente de cristal a mundos de ensueño

La historia que compartimos, es nuestra, la cargamos en la memoria, la llevamos en los recuerdos, la sentimos al abrazarnos, la repasamos con un beso, la reinventamos al amanecer y durante la noche, la vivimos y la soñamos. La historia que tenemos, aparece en nuestras agendas, está marcada en los almanaques, la esperamos siempre. Jugamos a nuestra historia, la escribimos, le reímos y le lloramos, la descubrimos en ti y en mí, en la luna y en el sol, en las estrellas y en cada rincón prodigioso del mundo y del alma. La historia que protagonizamos tú y yo, la escuchamos en el susurro del viento, la recordamos con el murmullo del océano, la oímos al mojarnos durante las horas de lluvia, la experimentamos libre de horarios. Enmendamos el guión de nuestra historia, le agregamos capítulos y hasta escondemos las manecillas del reloj con la intención de añadirle tiempo. Cantamos y bailamos en las estaciones de nuestra historia, paseamos alegres e ilusionados sobre sus líneas, la acentuamos, le colocamos comas y puntos, le damos énfasis. Coloreamos nuestra historia, la esculpimos, le ponemos música. La historia de tu vida es mi biografía, es la trama de nuestro amor, es un rumbo y un destino para dos, es la locura que nos envuelve y da sentido a la ruta que seguimos. La historia que disfrutamos es el sueño y la vida, aquí y allá, en la que despertamos y dormimos en un mundo bello y en una morada prodigiosa. La historia que compartimos, insisto, es la que escribimos todos los días al amarnos, al reír, al andar juntos por la misma senda, al reventar burbujas de ilusiones, al sentirnos, al pasear cada instante con las luces y sombras de la existencia, al experimentar la vida terrena y sentir la brisa de la eternidad en nuestro interior. La historia nuestra inicia cada instante, en primavera o en invierno, en verano o en otoño, a la luz del día o la oscuridad de la noche, cuando miro tus ojos y me me descubro en ti, al abrazarte en silencio y escuchar nuestras voces y el susurro de Dios, la música del universo y el canto del amor.

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Ahora que tengo vida

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Las musas inspiran a los artistas, los aconsejan, los acompañan en sus buhardillas, se deleitan con sus ocurrencias y locuras; sin embargo, me enamoré de la mía y es a ella a quien escribo mis cartas, textos y poemas de amor. Las musas son reales y me sentí cautivado al mirar a la mía

Ahora que tengo vida, uno las palabras, las tejo cada noche como quien cuidadosamente borda una mantilla para su amada, mientras el perfume de las flores y las plantas es disuelto por las gotas de la lluvia.

No lo niego, cada día, a cierta hora, admiro el firmamento, contemplo las estrellas, los mundos lejanos donde imagino historias como la nuestra, y a alguien que escribe, igual que yo a ti, los poemas que surgen del alma.

Guardo en mis sentimientos y mi memoria el aroma de tu piel, el brillo de tu cabello, el color de tu mirada, el encanto de tu sonrisa y tu sabor, como si al coleccionar tus rasgos y detalles reservara algo de ti, una parte de tu esencia, un tanto de lo que hay en mí, para trazarte en el cuaderno de dibujo, pintarte en el lienzo, plasmar las notas de tu voz en el pentagrama, deslizar el bolígrafo sobre la hoja de papel que doblo e introduzco en un sobre que el aire de la mañana lleva hasta el dintel de tu ventana.

Inspirado en ti, te convierto en mi musa y te escribo las cartas, los textos y los poemas que coloco en burbujas que flotan y revientas feliz e ilusionada, como si anticipadamente supieras que cada esfera de cristal contiene un regalo, una declaración de amor, la promesa de una historia bella e inolvidable, el pacto de una eternidad compartida.

Escribiré para ti, ahora que tengo vida, en la hoja del árbol, en el pétalo de la flor, en la arena de la playa y del desierto, en la servilleta de papel, en el cuaderno de apuntes, en la nieve y en el firmamento. Así sabrás que todos los días me enamoro de ti y siento asombro al descubrirte en mí.

Ordeno las letras, acomodo las palabras, ahora que tengo vida, para que al leerlas una mañana, una tarde o una noche, sepas que te amo en primavera con los colores y las fragancias de las rosas, con los pliegues del mar y los rizos de las nubes, con la alegría de un niño; en verano, con las tonalidades nebulosas, con las gotas de cristal que regala la lluvia, con el ímpetu de un corazón enamorado; en otoño, con las ráfagas que mecen las ramas, desprenden las hojas de los árboles y soplan las alfombras quebradizas y amarillentas, moradas, naranjas y rojizas; en invierno, con los dibujos que Dios inserta en los copos de nieve y la blancura que promete a quienes tienen el encanto de enamorarse y sentirse en paz.

Mientras leas los poemas y los textos que te dedico, sabrás que estoy vivo, y me percibirás como me sientes cuando acaricio tu cutis lozano o al tomar tus manos y fundir mis labios en los tuyos en un intento de compartir nuestro sabor, la esencia de un amor que expresa su sencillez y grandeza en una sonrisa, en un guiño, en una palabra, en un detalle.

Ahora que tengo vida, deseo confesarte que siempre te escribiré y dedicaré mis textos de amor y que si una mañana, al despertar, te enteras de que por alguna causa ya no me encuentro en el mundo, será porque la existencia aquí, en este plano, sólo es el paso entre una estación y otra, y yo estaré en casa, feliz e ilusionado, esperándote, con un poemario para ti.

En el lapso de espera, sentirás mi presencia y escucharás en las caricias del viento, en el lenguaje de la lluvia, en las voces del océano, en los murmullos de la naturaleza, en los susurros de la vida, en los gritos del universo y en los rumores de tu alma y de la creación, la lectura de los poemas que te enviaré desde la morada donde prepararé un espacio para ti.

Ten la certeza de que ahora que tengo vida en el mundo y posteriormente, en el prodigio de un plano superior, no me cansaré de escribirte un poema y otro más porque el amor renace cada instante y es luz inextinguible. Ahora que tengo vida, te abrazo prolongadamente con la intención de que me sientas y escuches, al hablarte, el texto que he compuesto para ti.

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Paseo por el antiguo Barrio de San Juan de los Mexicanos

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Esa mañana, caminé entre puestos de fruta y verdura, con aroma a campiña y sabor a tierra, viento y lluvia, y con colores y formas que recuerdan los diseños de la naturaleza, entre cargadores, gente atraída por el olor de los quesos y huacales apilados.

Percibí, entre los rumores del mercado, los golpes de los cuchillos y navajas contra los troncos y las bases de madera o hierro, al cortar las piezas de carne. Vi las carnicerías, donde cuelgan trozos de reses y cabezas de cerdos, o en las que permanecen las gallinas y los pescados sobre bloques de hielo que se consumen junto con las horas pasajeras de la existencia.

También escuché, entre los susurros, a los cargadores con sus diablitos y su grito tradicional «¡ahí va el golpe!», a las señoras regateando los precios, a las cocineras que desde temprano ofrecen arroz, mole, chiles rellenos de queso, sopes, quesadillas, caldo de pollo, chilaquiles, pancita, pozole, tamales, sopa y una variedad de platillos.

El rechinido de las tortilladoras mecánicas se mezclaba, a esa hora matinal, con las conversaciones de comerciantes, ancianas, hombres y mujeres que hacen del mercado su pequeño mundo, escenario de sus vidas y campo de sus historias.

Igual que ilusiones efímeras, las piñatas de colores emulaban personajes infantiles, los sueños de un rato durante la brevedad de la existencia. Permanecían colgadas como lo que son, ilusiones que en un rato revientan alegría y arrojan dulces y sorpresas.

Piñatas, es cierto, para las posadas navideñas y las celebraciones infantiles, que combinan, en determinadas fechas, con las banderas mexicanas y los rehiletes que agita el viento.

En el pasillo dedicado a las flores, observé las rosas para el amor y la felicidad, pero también las que se entregan en el cunero a la madre y las que se llevan ante la tumba, en una mezcla de alegría y tristeza, con el sí y el no de la vida, con las luces y sombras que forman parte de la dualidad humana y del universo.

Las tiendas de los mercados son especiales. Los comerciantes, otrora diestros en elaborar cucuruchos con pliegos de papel estraza o periódico, pesan arroz, frijol, azúcar y sal. Cortan el queso con cuchillos filosos y distribuyen en los anaqueles las botellas con aceite, los sobres con sopa, las latas con chiles y conservas, los frascos con aceitunas, el café y el chocolate.

Nopales, tortillas de maíz elaboradas a mano, quesos, chiles secos, hierbas, remedios naturales para curar padecimientos, jitomates, limones, piñas, aguacates, guayabas, tomates, cebollas, pepinos, lechugas, melones, papayas, ejotes, fresas, ajos, papas, rábanos, calabazas, cilantro, zanahorias, chícharos, peras, elotes, manzanas, epazote, naranjas e incontables productos simbolizaban, en cada rincón, un mosaico de texturas, colores, formas y perfumes, dignos del más puro mexicanismo.

Ya no encontré, como antaño, los puestos con juguetes, donde los niños mexicanos pedían a sus madres les compraran muñecas de cartón o de trapo, canicas, trompos, baleros, yoyos, caballos con palos de madera, cuerdas, trastes en miniatura, soldaditos, vaqueros, caballos, carritos, monstruos, damas chinas y tableros de la lotería, la oca y serpientes y escaleras, quizá cual ensayo de la infancia a la vida; tampoco me topé con las perfumerías que comercializaban cremas de esencias y fragancias intensas, ni tubos para rizar el cabello.

No vi, a mi paso, las bolsas de cartón de estraza con asas del mismo material, algunas con líneas verticales color rojo, que ellos, los comerciantes, obsequiaban o vendían a sus clientes, ni distinguí, como antaño, los letreros que los fruteros y verduleros colocaban con los precios de su mercancía y en la parte inferior la inscripción de algún dicho mexicano.

Los pajareros casi pertenecen a las estampas del pasado, con sus jaulas de madera o alambre, apiladas y cargadas a la espalda, que aprisionaban loros, canarios, tzentzontles, pericos y otras aves. Eran compañeros, en las explanadas y plazuelas de los mercados, de vendedores de plantas, cilindreros, saltimbanquis, marimberos, pajaritos que sustraían papeles diminutos con la suerte del cliente en turno, paleros, hombres que colocaban sobre una mesa plegable conos para esconder la bolita -pelota pequeña que rodaban con destreza bajo la palma de alguna de sus manos-, payasos y merolicos que ofrecían desde pomadas con grasa de coyote y otras fórmulas y pócimas contra «paño», «enfermedades de la mujer», diabetes, impotencia, vitiligio, infertilidad, flebitis, juanetes, «mal de ojo» y nerviosismo, hasta la exhibición de alguna serpiente de cascabel que extraían de un canasto de mimbre.

Comprobé que todavía perduran algunos oficios antiguos, como el de los cargadores y el ya casi extinto de los afiladores, con sus caramillos. La ausencia de la marimba, del hombre que tocaba el acordeón o del guitarrista se siente de inmediato.

El Mercado “Revolución”, al que la población de Morelia -capital de Michoacán, estado que se localiza al centro occidente de México- conoce popularmente como “de San Juan”, en alusión al barrio del mismo nombre, fue fundado en 1965, cuando la gente de aquella década y de años y centurias anteriores tenía la costumbre de concentrarse en la plazuela con la idea de comercializar productos del campo, leña, carbón, guajolotes y pescado.

No niego que el que se localiza en San Juan de los Mexicanos, es un mercado tradicional de Morelia que rememora a los antiguos habitantes de esa zona de la ciudad de Valladolid, en época de la Colonia, quienes proveían de leña, alimentos y materiales a las familias españolas.

Hasta antes de la fundación del Mercado «Revolución», hombres y mujeres coexistían en el antiguo y tradicional jardín del barrio de San Juan de los Mexicanos. Unos pregonaban las características de sus mercancías, mientras otros, en tanto, regateaban los precios o practicaban el trueque.

Desde temprano llegaban los arrieros, agotados y enlodados, con sus recuas de mulas, profiriendo insultos a las bestias y embistiendo a los infortunados que se cruzaban en su camino.

Los carretones de madera, jalados por mulas, todavía funcionaban en la década de los 50, en el siglo XX. Los comerciantes establecidos en las colonias aledañas al centro, surtían su mercancía y la trasladaban en esos transportes rudimentarios de alquiler.

Cuando uno visita Morelia, surge la tentación de trasladarse al oriente del centro histórico, muy cerca del típico jardín de Villalongín, el acueducto barroco del siglo XVIII, el otrora Callejón de la Bolsa -hoy del Romance- y la pintoresca Calzada Fray Antonio de San Miguel, para recorrer el antiguo Barrio de San Juan de los Mexicanos y conocer, de paso, el Mercado “Revolución”, con todos sus símbolos.

En los años virreinales del siglo XVI, uno de los barrios indígenas más próximos al centro de Valladolid fue el de San Juan de los Mexicanos, llamado así por ser asentamiento de los nativos que acompañaron a los españoles en la conquista y colonización de la provincia de Michoacán.

Recordé, al pararme frente a la fachada del templo dedicado a San Juan Bautista, inicialmente, en el siglo XVI, compuesto de materiales endebles, y reconstruido en 1696, en la ancianidad del siglo XVII, que en su costado norte existió, hasta postrimerías de la decimonovena centuria, un cementerio antiguo y estrecho , el de San Juan de Dios, que por su insalubridad y saturación fue trasladado, junto con el de Santa María de los Urdiales, también en Morelia, al actual panteón de la ciudad, cuya primera inhumación se celebró en 1885 y su posterior inauguración se llevó a cabo en 1895, en las horas porfirianas.

Posteriormente, en el siglo XX, el terreno referido ocupó las instalaciones del tradicional internado México-España, Tal institución albergó, en 1937, a 437 niños exiliados de la guerra civil española, hasta que en 1965 se inauguró en dicho espacio el Mercado «Revolución», el cual funcionaba, en una fase anterior, en el jardín o plazuela de San Juan.

Si ben es cierto que en el pasado se practicaba el comercio en el jardín o plazuela de San Juan, en 1956 las autoridades construyeron un mercado rudimentario que más tarde ocuparon la policía y los bomberos de Morelia, hasta que finalmente, con la reubicación de los vendedores informales del centro histórico de la capital michoacana, el inmueble fue derruido para construir otro funcional e instalarlos a partir del año 2001.

Decidí ingresar al pequeño atrio del templo de San Juan Bautista. Admiré la fachada. Descubrí, en primer lugar, la fecha de su reconstrucción: 1696. Hurgué datos en mi memoria, hasta que recordé que de acuerdo con documentos, las obras del recinto prosiguieron en 1748, según consta en la venta de solares para solventar la edificación.

Con atrio, campanario, torre y cúpula, la capilla colonial, dedicada a San Juan Bautista, evoca al barrio indígena de San Juan de los Mexicanos, que como otros de Valladolid, eran proveedores de alimentos, leña y mano de obra para la ciudad que fue fundada el día de San Venancio, un miércoles 18 de mayo de 1541.

El templo que hoy permanece cual náufrago en el popular Barrio de San Juan, exhibe una cruz latina, mientras sus muros se erigen a escasa altura; además, cuenta con una cubierta original con siete casquetes.

Por otra parte, la torre de piedra presenta un campanario esbelto, el cual, por cierto, es calificado por especialistas como de gran austeridad barroca, detalle que contrasta con la fachada ornamentada. Esta, la fachada, aglutina  dos expresiones del estilo barroco, de modo que uno es académico y el otro, en tanto, indígena, como si representara, ya desde aquella época, la de los días del siglo XVII, la mezcla de dos razas, la de los conquistadores y evangelizadores españoles y la de los nativos de Mesoamérica.

De la portada se deriva un arco de medio punto que sostiene un ensamblamiento moldurado, sobre el cual reposan dos pináculos de forma piramidal. Al centro del segundo cuerpo, se ubica una ventana rectangular que comunica al coro; aunque encima se encuentra un nicho vacío, rematado por una cruz de doble brazo. La fachada concluye con una forma piramidal y una cornisa sencilla.

Muy próximo al templo, yacen tres campanas que alguna vez, en otra centuria, emitieron sus tañidos desde la torre. Dos exhiben, igual que una abuela, las fechas de su fundición: 1769 y 1778. La otra también data del siglo XVIII.

Ya reseñé que contiguo al recinto sacro, se localizaba un cementerio, el de San Juan de Dios.. Tras la clausura, en el siglo XIX, de los cementerios atriales de San Agustín, El Carmen, San Francisco y San José, afectados por las pestes provocadas por la cólera que devastaba a la ciudad, el de San Juan de los Mexicanos fue utilizado para la inhumación de cuerpos.

Es importante resaltar que ante la peste derivada de la cólera morbus que enfrentaron los habitantes de la ciudad, el 26 de marzo de 1850 las autoridades dieron a conocer un decreto y fue así como el cementerio de San Juan funcionó para las inhumaciones, a pesar de su saturación e insalubridad.

Por cierto, la cruz ochavada de la Colonia que actualmente se localiza en el jardín contiguo al templo virreinal de Nuestra Señora de Guadalupe, al oriente del centro histórico de Morelia, se encontraba inicialmente en el cementerio del Barrio de San Juan de los Mexicanos y posteriormente, en las postrimerías del siglo XIX, fue trasladada al panteón municipal, inaugurado en 1895. Todavía en las primeras décadas de la vigésima centuria, los militares fusilaban gente en el panteón municipal de Morelia, a un lado de la cruz colonial.

Entre postrimerías de la decimoctava centuria y la aurora del siglo XIX, los moradores de la ciudad tenían la costumbre de reunirse no solamente los domingos, sino otros días de la semana, en diferentes espacios de la urbe, de manera que los amigos y las familias españolas, criollas y mestizas dialogaban plácidamente, bailaban alegres, cantaban emocionados, recitaban poemas, ejecutaban instrumentos musicales y comían o merendaban, de acuerdo con la clase social a la que pertenecían. En San Juan de los Mexicanos, las familias indígenas también se reunían.

Paralelamente, los conspiradores de Valladolid, en 1809, no solamente se reunían en las casonas palaciegas del centro; también se citaban con sigilo en algunas de las construcciones más modestas del Barrio de San Juan de los Mexicanos. Ellos, los conspiradores de Valladolid, conversaban acerca de los acontecimientos políticos y sociales de la ciudad y de la Nueva España. Se reunían en las fincas que pertenecían a José María García Obeso, al licenciado Soto Saldaña y a los hermanos Michelena, entre otros.

No obstante, José María García Obeso, Vicente Santa María, José María Izazaga, Antonio María Uraga, José María Abarca, Manuel Villalongín, Manuel Muñiz, Juan José de Lejarza y otros conspiradores, no solamente celebraban tertulias en las fincas vallasolitanas; también las efectuaban en casas humildes y endebles. El Barrio de San Juan de los Mexicanos era idóneo para pasar desapercibidos.

Por cierto, la conspiración de Valladolid, en los días de 1809, antecedió a la de Querétaro y a la Independencia mexicana de 1810, por lo que se trata de un acontecimiento histórico, más allá de las luces y sombras del movimiento. Valladolid, hoy Morelia, fue origen de la Independencia de México.

Valladolid estaba rodeada, en el siglo XVII, de diversos poblados indígenas que abastecían a la ciudad de mano de obra y materias primas, entre los que destacaba, precisamente, el Barrio de San Juan de los Mexicanos, el cual, por cierto, figuraba en un mapa elaborado en 1794, una centuria después, como uno de los dos cuarteles menores. Al documento, creado en la noche del siglo XVIII, se le denominó “plan o mapa de la nobilísima ciudad de Valladolid”.

Antes de retirarme del templo colonial de San Juan Bautista, miré el altar, el coro , el púlpito y las reliquias, como la imagen alusiva al nombre del recinto y del barrio, un Santo Entierro y un Cristo del siglo XVII, agonizante, del cual la leyenda popular refiere que crece conforme transcurre el tiempo.

Lamenté que autoridades, hoteleros, restauranteros y prestadores de servicios turísticos no se interesen en rescatar el Barrio de San Juan de los Mexicanos, restaurar sus rincones y trasladar a los visitantes a su mercado, al templo colonial y los espacios que forman parte del ayer y de la historia.

Mercado, templo y ecos de un ayer que cada día parece estampado en páginas quebradizas y traspapeladas en un viejo archivero o en un arcón del que ya no existen la cerradura ni la llave, acaso porque todo, ante la caminata del tiempo, se transforma en recuerdo y después en olvido.

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En mí…

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Supe desde el principio que si era la niña de mi vida y la dama de mis sueños, también sería más tarde el ángel de mi cielo

Pensar en ti es sentirte en mí, en mí como motivo de dulzura, en mí en los momentos de alegría y tristeza, en mí al pronunciar tu nombre, en mí cuando llevo tu sabor y tu perfume para impregnarlos en mi ambiente y en las páginas de nuestra historia, en mí al amarte. Sentirte en mí es vivir acompañado de día y de noche, es hilar la tela de la existencia, es dormir y despertar contigo, es diseñar un bouquet de flores. Percibirte en mí equivale a saltar por la reja del cielo o trepar a uno de sus balcones, significa escuchar los coros del universo, es abrazarte en silencio y susurrar a tus oídos los secretos de un amor que gradualmente se convierte en locura y en rumbo nuestro. Reconocerte en mí es mirarme al espejo y descubrirme en tu rostro, es sentirme tú con mi identidad, es componer el poema más sutil, es empaparse una tarde de lluvia. Experimentarte en mí es reconocer la presencia de Dios y el encanto de una existencia maravillosa e inolvidable, es flotar en la temporalidad y en el infinito, es soñar y vivir. Pensar en ti y sentirte en mí tiene una dirección, un significado, un destino. Saberte en mí, es conocer por fin el amor que soñé durante mi infancia dorada, es fundir mi alma con la tuya, es ser tú y yo, los de siempre, una estrella titilante en el día y la noche de la eternidad.

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Miré tus ojos…

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

…y así la convertí en mi poema, en musa de mi inspiración, en personaje de mi historia. Comprendí que sería no compañera de una estación, porque las horas banales se desvanecen y olvidan rápido, sino en dama de mi vida, aquí, en el mundo, y allá, en un plano mágico que inicia en el alma y se extiende al infinito, con un amor tal que incendia el universo con sus tonalidades mágicas y su música inagotable

Miré tus ojos, tu boca, tus manos, y descubrí tus detalles, tus rasgos femeninos, esa clase tan tuya que provoca en uno el deseo de calzar sandalias de la misma talla para andar juntos por las sendas de la existencia, escalar cumbres, volar y sentir el paso de las nubes, soñar y vivir el arrullo de la temporalidad y el prodigio de la inmortalidad. Cuando definí tu perfil, te encontré en mí, en el perfume y la textura de las flores, en la belleza de las gotas de lluvia y en el encanto de los copos de nieve. Al verte, sentí emoción. Pensé, entonces, que algún día, cuando uno cree, los sueños y las ilusiones se convierten en realidad. Te identifiqué porque mi corazón latió con mayor celeridad, Me reconocí porque me miré en ti y supe que eres mi alma paralela. Comprendí que si alguien, a otra hora, me preparó para ser caballero, me encontraba ante una dama y era preciso, en consecuencia, probarme, aplicar los consejos y ejemplos con mi estilo. Observé tus movimientos delicados, palpé esos actos casi imperceptibles en nuestra época que distinguen a quien es ángel del cielo, probé tu sabor, experimenté asombro hasta de la admiración y el enamoramiento que me causas todos los días, sentí tus abrazos en el silencio de tu ser y el mío, escuché el susurro del cielo en tu voz y entendí que por fin, tras la espera, me encontraba ante ti, el sueño de mi infancia y juventud, la inspiración de mis obras, el personaje de mi historia, mi rostro femenino y mi amor y compañía de la eternidad. Tanta fue mi alegría, que me pregunté: si es bella, ¿cómo serán sus tesoros? Si es dama, ¿cómo será al transformarse en ángel? Si hermoso es su resplandor, ¿cómo será la luz de su alma? Si es un deleite amarla en la brevedad de la existencia, ¿cómo será nuestro romance en el columpio de la eternidad?

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Tumba vacía

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Reúne sonrisas para que las entregues, cada día, a la gente que amas, a aquellos que te rodean, a quienes te hacen algún servicio. Recolecta flores, aquí y allá, con la intención de que hagas de tu vida y las existencias de los demás una serie de detalles inagotables y regales fragancias, colores y policromía. Dedica tus manos al trabajo productivo, en la escuela, en tu negocio, en un empleo, en tu profesión; pero también a las obras nobles, a apoyar, dar y sostener a quienes necesitan alivio, a los que más sufren, a aquellos que menos oportunidades tienen de ser dichosos. Sé tú quien retire la piedra, el tronco o la enramada del sendero; no esperes a que otros lo hagan por ti y controlen y guíen a quienes enfrentan vacío existencial o carecen de sabiduría, decisión, experiencia y valores. Suma y multiplica en vez de restar y dividir. Borra ceños fruncidos y dibuja felicidad. Al caminar, deja huellas indelebles para que otros, los que vienen atrás, las sigan y se inspiren en sentimientos puros, ideales auténticos y actos trascendentes. Que tu voz no recuerde amenazas, cólera, intolerancia, rencores, maldad o gritos; es preferible que todos la vinculen con la dulzura, serenidad y energía de un ser evolucionado e íntegro. No maltrates ni causes daño. Enseña y corrige con el ejemplo de tu vida, tal vez con energía, para que todos aprendan las lecciones y sigan sendas límpidas. Vive en el mundo con armonía, en equilibrio y plenamente. Vuela hacia la luz, a la cumbre, para que así nunca resbales a la oscuridad y los abismos. Sé feliz ante los claroscuros de la existencia y entiende el sí y el no de la vida. No colecciones cosas, actitudes y sentimientos negativos. Recuerda que el amor, la riqueza y las cosas no solamente son para uno, sino para el bien que se pueda dispersar en los demás. Abre las puertas de los cielos, derrumba fronteras y murallas, cancela la entrada a celdas e infiernos. Deja un trozo de ti en cada ser humano que te rodea, en todos los rincones del mundo, no por egolatría ni en una pretensión de egoísmo, control o posesión; hazlo por amor, por aportación, porque así lo sientes, por vocación, por ser la fórmula para que tu sepulcro, al morir, sólo contenga tus restos y exponga tu nombre, ya que tu esencia permanecerá impregnada eternamente en el pulso de la vida, en los destellos del universo, en los rumores de la inmortalidad.

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Los motivos de la vida

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

No es el abismo lo que detiene al caminante ni la piedra en la senda la que obstruye su paso, ni tampoco los abrojos que crecen a los lados y al frente o las sombras que se proyectan fantasmales una noche de relámpagos y tempestad; es el miedo de atreverse a construir puentes, el temor de retirar los obstáculos, la indecisión de transformarse en un ser especial y excelso. No es que el puerto resulte poco atractivo para anclar e iniciar el desembarco; es que no hay itinerario, no existe rumbo, no se define un destino. No son las murallas las que condenan el andar, es la ausencia de amor, alegría, sentimientos y valor. No es lo aburrido de una estación y otra, es la ausencia de una historia auténtica y la negación de ser libre y pleno. No es la suerte culpable de los fracasos, es no tener un proyecto existencial y no trazar el destino correcto. No son las costumbres ni las tradiciones pretexto para estancarse, es temor a no enfrentar las críticas y los juicios, es arrullarse en la comodidad de un palco mediocre. No son los grilletes los que encadenan a los barrotes de una mazmorra hedionda, es la cobardía de no volar. No es miseria, es simplemente elegir el lindero más pobre y mirar los desagües de las cañerías y no las frondas de los árboles y las flores que crecen ufanas. No es que la vida signifique una caída dramática o una broma perversa, es que el amor, las ilusiones, la admiración, los sentimientos, los sueños y la alegría son sepultados mientras transcurre la vida indiferente. No es que los días de la existencia sean una comedia monótona, triste y dolorosa, es que se prefieren las enfermedades, la melancolía, las superficialidades y el mal en sustitución del bien, la verdad y la belleza. No es que la muerte sea suprema, es que la ambición desmedida, los apetitos pasajeros, la estulticia, el odio y la carencia de valores sepultan la vida y le niegan el derecho de ser eterna.

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Un poema

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

La musa inspira al artista, pero si éste la busca en el éter, en el cielo, en el mar, en el mundo, en los sueños, en la vida, en el todo y la nada, para enamorarse de ella y entregarle sus obras, innegablemente descubre y siente el amor que trasciende las fronteras del espacio y las murallas del tiempo, detiene las manecillas del reloj y se abren las compuertas del infinito con la alegría e ilusión que sólo conocen aquellos que atraen la mirada de Dios 

Un poema, cuando es de amor, se escribe con los sentimientos, con los teclados y las octavas del universo, con la pasión del arte que desmorona fronteras y abre caminos. Un poema, cuando es de amor, se diseña y construye una noche estrellada y silenciosa, entre papeles, retratos y velas consumidas por las flamas de las horas, o una madrugada desolada y de tempestad, cuando la gente duerme arrullada. Un poema, cuando es de amor, se compone una mañana, cerca de las gotas del rocío que deslizan suavemente en los pétalos de exquisita fragancia y textura, o una tarde en alguna banca, junto a los rumores de la fuente y las frondas acariciadas por el viento otoñal, en un paisaje alfombrado de hojas amarillas, doradas, naranjas y rojizas que crujen ante los pasos del caminante y los enamorados. Un poema, cuando es de amor, se plasma en cualquier parte porque es una joya que brota del alma, que viene del cielo y que va a los sentimientos. Un poema, cuando es de amor, no se dedica a cualquiera porque tiene destinatario, y no importa que un día quede atrapado entre las hojas de un libro o en el baúl de recuerdos, porque siempre será constancia de una historia mutua, de una unión inolvidable, de un encuentro, un rumbo y un destino. Un poema, cuando es de amor, poda las tristezas, tala las sombras y sesga cualquier dolor, porque presenta, por sencillo que sea, un jardín de belleza incomparable. Un poema, cuando es de amor, es inspirado por alguien, por una musa, y no tiene precio por tratarse de una perla que forma parte del collar que lleva a fronteras y parajes inagotables. Un poema, cuando es de amor, no se entrega a cambio de una noche cualquiera, en una posada, para más tarde seguir la caminata en busca de otra estación, porque se escribe inspirado por los sentimientos más excelsos, por el palpitar que sólo experimentan aquellos que tienen la dicha de enamorarse fielmente. Un poema, cuando es de amor, lo escribo para ti con la idea de abrazarnos prolongadamente y en silencio, leerlo suavemente y sentir la brisa del cielo, escuchar las voces del universo, percibir el palpitar de la vida y sabernos felices. Un poema, cuando es de amor, lo escribo para ti con el enamoramiento, la alegría y la ilusión de cada instante. Un poema, cuando es de amor, está dedicado e inspirado en ti.

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Cuando te miro

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Algo mágico tiene la mirada que en ocasiones, cuando la vida es tan bella y parece sueño, siente uno que está conectada al alma. Así lo creí aquella vez, cuando transitaba por la senda de mi existencia y coincidí contigo en alguna estación. Te miré y de inmediato mi alma dijo «es ella a quien buscas, la dama de tu amor, la musa de tus obras, la pequeña de tu historia…»

Cuando te miro, siento esa emoción ingenua e intensa que uno experimenta durante las horas de la infancia dorada y vuelvo a ser niño, acaso por recordarte en la morada de los juegos que compartimos, quizá por ser el tuyo y el mío un destino a nuestra medida, tal vez porque el amor no se quebranta a través del tiempo y el espacio por brotar de una fuente infinita e inagotable. Cuando te miro, me siento con un yo muy tuyo y un tú demasiado mío. Cuando te miro, recuerdo la ocasión en que te descubrí por primera vez en este mundo y el minuto en que feliz e ilusionado, te prometí caminar juntos y me atreví a confesarte lo tanto que me cautivas y el amor que me inspiras. Cuando te miro, deseo correr a la florería, al jardín, a mi buhardilla de artista, para entregarte un bouquet y un poema. Cuando te miro, me deleito al contemplar a la mujer, a la niña consentida del cielo, a la dama con detalles femeninos. Cuando te miro, compruebo que tú y yo, nosotros, los de ayer, hoy y siempre, compartimos y protagonizamos una historia mágica y de ensueño.  Cuando te miro, sé que Dios existe. Cuando te miro, siento emoción, alegría e ilusión. Cuando te miro, no disimulo mi enamoramiento y mi locura porque me embelesas y admito que eres talla de mis sentimientos. Cuando te miro, me sorprende hasta el asombro que experimento al escuchar tu voz, al sentir tus abrazos, al llevar tu perfume, al disfrutar el encanto de tu presencia, al contagiarme con tus ocurrencias. Cuando te miro, entiendo los motivos por los que te amo hasta cuando no te veo ni estoy contigo. Cuando te miro, corroboro que Dios coloca en algunos seres la fórmula de su cielo, la fragancia de sus jardines, la belleza de su creación, la luz de su esencia. Cuando te miro, entiendo que tú y yo somos niños de un mundo lejano y prodigioso, hechos de otra arcilla, y que sólo estamos de paso entre una estación y otra del mundo para amarnos y ser felices. Cuando te miro, me descubro en un vuelo entre el mar y el cielo de azul profundo, como si alguien quisiera enseñarnos que el amor, la alegría, los sentimientos y la vida inician en el alma y se prolongan hasta el infinito. Cuando te miro, acuden a mi memoria los capítulos mutuos, las luces y sombras de nuestras vidas, el sí y el no de la existencia, los paseos, la risa y los juegos que nos encantan. Cuando te miro, descubro que en la sencillez se encuentra la belleza y que quien posee tesoros en su interior, refleja en su rostro destellos de hermosura incomparable. Cuando te miro, es porque observo tu sonrisa, el sello femenino que colocas hasta en los actos y las cosas de apariencia insignificante, la creatividad de tus manos, la grandeza de tu ser. Cuando te miro, recuerdo que no espero a alguien más en mi morada. Cuando te miro, renuevo mi amor hacia ti, me enamoro más y aumenta mi asombro. Cuando te miro, acuden a mi memoria las preguntas que durante mi infancia formulaba a mi madre en su jardín prodigioso y compruebo que se refería a ti, que eres tú a quien me invitó a amar, hacer feliz y respetar. Cuando te miro, admito que eres un amor fiel y puro, la dama de mi confianza, la musa de mis poemas. Cuando te miro, recibes mi amor y mi respaldo. Cuando te miro, te hago cómplice de un guiño a hurtadillas. Cuando te miro, transita ante mí la imagen de una mujer y un ángel, una dama y una musa. Cuando te miro, tiendo un puente hasta tu alma. Cuando te miro, siento tus abrazos en silencio y percibo los rumores de nuestras almas, las voces de la vida, los murmullos del universo y los susurros de la creación. Cuando te miro, entiendo la razón por la que me educaron para ser caballero. Cuando te miro, encuentro en tus manos la vocación de una existencia noble, el apoyo que sostiene a los más débiles, la enseñanza a quienes aprenden a vivir, el acto de dar, las caricias que de ti recibo con la dulzura más excelsa. Cuando te miro, contemplo tus pies y las huellas indelebles que dejas a tu paso. Cuando te miro, descubro mi reflejo en tus ojos, abro las ventanas del cielo, asomo al umbral de tu ser y a los salones y jardines del palacio. Cuando te miro, escucho tus palabras atento, fascinado, con tal enamoramiento que todos, a mi alrededor, callan y sienten admiración al notar mi embeleso. Cuando te miro, pronuncio tu nombre de ángel en silencio y agradezco la bendición de un amor especial. Cuando te miro, es porque en ti defino a la dama de los detalles femeninos, a mi yo tan tuyo, a la compañera de mi historia, a mi musa, a la niña que soñé e imaginé desde mi infancia y de quien pedí a Dios me concediera su amor para ganar así su cielo prometido.

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