Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Te intuí en mi infancia. Era bello soñar y sentirte, imaginar que un día o una noche especial por fin mi alma reconocería la tuya y me descubriría en tu mirada, te percibiría en el ambiente y me aproximaría a ti. Siempre esperé ese momento de ensueño. Sentí hasta la profundidad de nuestros abrazos en el silencio universal, escuché tu voz entre los rumores de la creación, percibí tu palpitar en el mío. Ahora sé que alguien, desde la esencia y la luz, abrió la puerta para nuestro reencuentro, sí, porque lo más maravilloso y subyugante es que tú y yo ya habíamos jugado al amor y a la vida una y otra vez, en las moradas del ser, donde el principio y el final sólo son círculo. El encanto de nuestro amor consiste en su autenticidad, en que es tan fiel como espontáneo y puro, en su libertad y plenitud, en sus burbujas de realidades y sueños, en sus detalles, alegría e ilusiones, en su magia y en estar planeado para hoy y siempre, en nuestras almas, en las noches estrelladas y en el plano celeste
El encanto de un amor se mece en el arrullo de la noche, entre luceros, cometas y polvo de estrellas, antes de expresarse en una mirada, en un beso o en una palabra, acaso porque se trata de un sentimiento puro y de algo más, quizá por venir del cielo, tal vez por pertenecer a seres privilegiados. La dulzura de un amor es más que letras del tintero plasmadas en una hoja de papel o una hora de encuentro fugaz, probablemente por ser motivo, detalle y prodigio. La magia de un amor se encuentra en un abrazo, una sonrisa o un acto especial. La historia de un amor se escribe cada instante con tus manos y las mías, con nuestros nombres y apellidos, con tu yo y mi tú, con las letras del abecedario y las cosas de la vida. El deleite de un amor se siente en un ósculo, una caricia o el silencio de dos almas que se saben unidad. La fortaleza de un amor es la suma de nuestras coincidencias; su riqueza, en cambio, es la unión de tu diversidad y la mía. La fórmula de un amor consiste en no abandonarse, en estar presente, en abrazar durante los minutos de desconsuelo y en las horas de alegría, en soñar y volar. La locura de un amor es intuirse desde la infancia, recorrer las estaciones y un día, una tarde o una noche encontrarse en algún rincón, de tal manera que al convertirse uno y otro en compañeros de viaje, en un alma palpitante, recuerden los juegos de un paraíso eterno, caminen hacia el palacio sin final y en el intermedio, aquí, en el mundo, sean intensamente felices, se abracen en el silencio, corran y giren durante las horas de lluvia, admiren las estrellas, graben sus nombres en la arena de la playa, tomen sus manos y contemplen el amanecer y la constelación, vuelen libres y plenos, compartan capítulos con el sí y el no de la vida, rían y ya en la ancianidad, en las horas postreras de la existencia, se miren con el asombro y el enamoramiento de los otros días, con la certeza de que el paseo no concluirá al no abrir más los ojos porque la caída de la última hoja significará que despertarán en la fuente de la luz, en el principio eterno, entre pétalos fragantes, ríos etéreos y gotas de cristal. El encanto de un amor es, simplemente, tú y yo contagiados por el sentimiento más resplandeciente, por la sonrisa de Dios, por lo que da color, sentido y armonía a la vida.
Derechos reservados conforme a la ley/ Copyright