La soledad

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Nunca llores por la soledad. Tú vales. Eres luz. El mundo se entretiene con los destellos artificiales de los reflectores y teme al silencio y a la soledad, quizá porque evita encontrarse consigo, con su verdadero yo sin máscaras, o tal vez como consecuencia de que a incontables hombres y mujeres les enseñaron a comportarse igual que muñecos de aparador, maniquíes de moda temporal, ausentes de ideas y sentimientos, y sólo anhelan vivir el momento pasajero sin construir puentes y caminos ni dejar huellas indelebles. Más tarde, al caer la noche y descender las cortinas, llegan la desolación y el miedo por deambular entre sombras. Tienes la ventaja de ser de otra arcilla y alumbrar tus días con la luz de tu interior. Nunca renuncies a esa fuente porque es la que te lleva contigo y al encuentro de la inmortalidad. Esa luz, la del ser, vale más que la de los reflectores del mundo. Sé la luz, no la sombra; busca la iluminación que viene del interior, no la que se encuentra en los aparadores del mundo.

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Nuestro amor

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Es tuyo y mío, con el secreto de lo que significa para nosotros

Nuestro amor es expresión de sentimientos que brotan del alma como un manantial diáfano o una fuente de polvo de estrellas, y no se basa, por lo mismo, en el uso de aparatos de comunicación. Nuestro amor es de detalles espontáneos, no de horarios forzosos. Nuestro amor es libre y pleno, no resultado de convenios y tratos. Nuestro amor es de tú a yo, de mí a ti, y por eso es fiel y no necesita intermediarios. Nuestro amor es regalo del cielo, no concesión de algunas personas. Nuestro amor son sentimientos sublimes y encanto, no apetitos pasajeros. Nuestro amor es cielo y mundo, vida y sueño, no muerte ni desolación. Nuestro amor es alegría e ilusión, no dolor ni tristeza. Nuestro amor es dulzura, ensueño e inmortalidad, no amargura, pesadilla o caducidad. Nuestro amor somos nosotros, tú y yo, los de siempre, en la materia y la esencia. Nuestro amor es tu alma y la mía, por fin en una, en un palpitar eterno.

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Agradecimiento

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

El agradecimiento es la flor que embellece el jardín, la estrella que resplandece en el firmamento, la actitud y el estilo de vida que engrandecen a los seres humanos. Es la diferencia entre lo burdo e ingrato de aquellos que sólo ambicionan aplausos y reflectores, y la modestia y sencillez de quienes se entregan a los demás a través de lo que hacen. No me gustaría resbalar a lo primero. Es la razón por la que hoy deseo agradecer a mis lectores la atención que tienen con mis textos, los cuales trato de escribir con calidad. Por respeto a mí, a mi obra, a la plataforma de wordpress.com y a mis lectores y seguidores, todos los textos que publico en este espacio, breves o extensos, son originales y se encuentran registrados en la oficina de derechos de autor, lo que garantiza de mi parte que las publicaciones que les comparto son auténticas y legalmente protegidas. Respeto a mis lectores y a mis colegas escritores y blogueros. Hoy sólo pretendo agradecer a todos la lectura de mis textos y el respeto a los mismos, e invitarlos a que continuemos juntos por esta senda. Gracias.

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Tanto parecido

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Ese día y otros más de la vida, la descubrí tan parecida a mí y me sentí similar a ella, que supe, entonces, que somos nosotros, los niños de una morada sublime, y que sólo venimos a pasear a este mundo

Ahora entiendo tanta similitud entre tú y yo. Noto tu parecido con las gotas de la lluvia al descender una mañana como perlas, cuando tus detalles de mujer te hacen dama y me recuerdan que soy hombre y caballero. Eres tan similar a los susurros del viento cuando hablas, que la dulzura y el encanto de tus palabras son rumores que llegan a mis sentimientos. Grabo en mi memoria tu similitud con el sol cuando asoma cada aurora e incendia la campiña y el trigal dorado, acaso porque cuando me miras, tu sonrisa me contagia tu alegría e ilusión. Recibo en cada beso tuyo el sabor de la vida y del cielo, quizá porque traes sus ingredientes, tal vez por eso y por ser quien eres. Encuentro en ti mucha similitud conmigo, probablemente por ser tú y yo uno y otro. Te percibo tan semejante al océano turquesa cuando descubro en ti el color del amor y la profundidad de tus sentimientos y del código que atesoras, que navego contigo a rutas esplendorosas e insospechadas. Eres tan parecida al arcoíris, a los pétalos de suave policromía y a las estrellas que asoman una noche romántica e inolvidable, que me defino en un paraíso a tu lado. Tienes tanta similitud con el encanto de una aurora y un ocaso cuando despiertas y al dormir, que te siento en mí durante el día y la noche. Eres tan yo, que me siento tú. Oigo, a una hora y otra, el lenguaje de la vida, los murmullos del universo y la creación, cuando hablas, que me parece eres musa y dama, ángel y mujer. Me pareces tanto cielo e inmortalidad cuando, al abrazarnos, lo hacemos desde la profundidad y el silencio de nuestras almas, que ya me siento en el portal de la inmortalidad. Amo tu reflejo en el agua, en los cristales, en nuestros ojos, y te miro hasta que en ti detecto un tanto de mí, que no dudo, como la primera vez, en expresarte con alegría e ilusión que me cautivas y te amo.

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Para bien de los demás

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

La felicidad, el amor y las cosas no solamente son para uno; es justo y sabio mirar alrededor y derramarlos para bien de los demás, principalmente a aquellos que menos oportunidades tienen de ser dichosos, a los que más sufren, a quienes mayores carencias espirituales, físicas, mentales y materiales enfrentan. Tiene más valor dar en el anonimato que ante los reflectores. Es preciso desprenderse de la carga pesada que se lleva al acumular dinero y posesiones y aligerar el paso de quienes más sufren y carecen de todo. Si uno sonriera al ser humano que ha caído y le ofreciera su mano, a los niños que no entienden la razón de su infausto destino, a los que tienen hambre, a los ancianos que se deterioran cada instante y a aquellos que nunca han sentido la benevolencia y el cariño de otros, la humanidad daría un paso enorme hacia su evolución. Es perentorio hacer algo por sí y por los demás. El mundo oscurece, se encuentra inmerso en el ocaso; le urge, en consecuencia, la luz, un amanecer pleno. Resulta primordial justificar la excursión por la vida mundana, construir escalinatas y puentes a través de los sentimientos y las acciones, si es que existe el anhelo de cruzar los abismos de la brevedad y llegar, al fin, a otras moradas superiores. El momento para reconstruirse y aportar a la humanidad, a los que más padecen, es hoy, no mañana. Es más valioso que alguien que se encuentra atrapado en el sufrimiento sienta la sonrisa amable y el apoyo de un ser anónimo, que lucir, en el ocaso de la existencia, un nombre y un epitafio con letras lujosas en un sepulcro ostentoso. Es verdad, conforme transcurren los días de la existencia, uno aprende que las estaciones son pasajeras, que la vida es breve y que no son los placeres fugaces, la fortuna material, las joyas, las residencias, los autos lujosos y la apariencia física para atraer a otros, lo que da la felicidad y engrandece y justifica el viaje, porque el sentido de la creación se encuentra en el interior y la superioridad se alcanza en proporción a los sentimientos nobles, a los actos reales, al bien que se hace por uno y los demás. Las simulaciones son muletas que finalmente quedan arrumbadas y delatan a quien las utilizó para ventaja suya. La dicha, el amor y las cosas no son exclusivas de una persona, hombre o mujer, sino para el bien que se pueda hacer a los demás.

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Un encanto

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

¿Y si soñamos y vivimos? ¿Y si un día, al soñar y vivir, descubrimos que entre la temporalidad del mundo y la inmortalidad sólo hay un paso? ¿Y si al proseguir con nuestra excursión, inventamos una historia sublime e inolvidable?

El encanto de los poemas y los textos románticos es que uno, al escribirlos, pronunciarlos y sentirlos, construye la ruta al cielo con detalles y trozos de sueños y realidades que acomoda cada día, materiales ambos que en el amor son complemento para hacer de la historia idílica un encuentro, la definición de una fórmula mágica, la coincidencia entre las ilusiones y las vivencias. No es, como suponen algunos, que el enamoramiento sea insoportable y ciegue a quienes verdaderamente lo experimentan porque sólo aquellos que han probado el sabor de su esencia, conocen el significado de la locura de un amor. Envueltos en ese delirio que rescata del naufragio a uno más otro -a ti y a mí- y nos coloca en el mundo de frente, como somos, descubrimos y experimentamos la felicidad cada instante, con sus auroras y ocasos, dentro de una epopeya irrepetible, plena e inolvidable, durante nuestra excursión por las estaciones de la vida, rumbo, tú lo sabes, al palpitar sin final.

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Tengo un sueño

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Y ese sueño tan real, eres tú

Tengo un sueño que me acompaña desde que estaba en otro plano, antes de nacer aquí, en el mundo. Es una quimera, el delirio de una ilusión. Olvido, a veces, que estoy despierto por unos instantes dentro de la eternidad, que me encuentro en un paraje terreno y que mi estancia es temporal, quizá por sentirte tan cerca de mí y saberte el amor de mi historia y el color de mi cielo. Mi desvarío eres tú, con  el anhelo y la idea de compartir nuestros sueños y la vida, hasta que ambas expresiones se fundan en el engranaje del tiempo y en la fórmula de la inmortalidad. Ahora que te sé ángel y humano, dama y mujer, poema y música, me reconozco en ti, seguramente por ser caballero y hombre, cuaderno de apuntes y violín. Ambos somos tú y yo, nosotros. Es así como reconstruyo los antiguos recuerdos que se diluyeron en mi memoria, cuando tú y yo éramos los niños de un paraíso y alguien decretó colocarnos en el mundo para probar la fidelidad y la pureza de nuestro amor. Tengo un sueño , y eres tú, es nuestra historia, es mi poemario y es mi locura de artista enamorado. Eres mi sueño y el encanto de un amor que pulsa en mí, en ti, en nosotros, y en la servilleta de papel que te entrego a hurtadillas -tú lo sabes-, en la que escribo mis confesiones y expreso mis sentimientos cuando me miras y sonríes. Respiro tu perfume, siento tu presencia en mi rostro y en mi alma, llevo tu sabor y me sé tú cuando eres yo, y es así que compruebo que los sueños no son intangibles, que se cumplen si uno cree. Guardo en ti una parte de mí y conservo en mi interior un fragmento tuyo, no para coexistir los dos encadenados en una celda, sino con la intención de ser tú y yo en una caminata libre e inolvidable. Eres mi sueño y mi vida, mi temporalidad y mi eternidad, mi yo y mi tú. No me he quedado con residuos de mis sueños porque todos, te lo aseguro, se han cumplido, y ahora que moras en mí y habito en ti, entiendo que alguien muy especial que pulsa en las frondas, en las cortezas musgosas, en el océano y en las estrellas, los cumple al percibirlos auténticos y nobles. Comparto a tu lado, siempre contigo, un sueño de amor, el encanto de un romance, la dulzura de un idilio que coloca a uno y a otro, a ti y a mí, en la realidad de un mundo de sensaciones y en un cielo de sentimientos. Hacemos vida de nuestra más dulce entelequia y sueños de la realidad. Al mirarte en mí y sentirme en ti, descubro lo mucho que tenemos de nosotros y compruebo que la vida es tan sueño como uno lo desea y que las ilusiones se vuelven reales en la medida que se les construye. Veo en tu mirada la mía y así es como entiendo tu vida y tu naturaleza, y hago de las coincidencias nuestra fortaleza y de las diferencias el complemento que nos enriquece. Eres tú mi sueño, mi realidad, mi estancia temporal y mi condición inmortal. Somos ambos el sueño que tuvimos durante una infancia azul y dorada, cuando te sabías una niña patinadora y me sentía conquistador de incontables hazañas para ti. Todo, en una historia de amor, es sueño como vida. Intento aclarar que tengo un sueño que data de otros tiempos y que consiste en fundirnos en un crisol para ser tú y yo, nosotros, uno más otro, y de este modo hacer de la vida un concierto sin final, una obra inmortal, un mundo y un cielo.

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Un amor fiel

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Eres tú, soy yo, somos nosotros

Un amor fiel es la flor blanca que crece alegre en el jardín, en la campiña, entre las rocas, en las montañas o en las barrancas, donde los abrojos son incapaces de herir la delicadeza de sus pétalos. Es la fragancia de las rosas, los tulipanes y las orquídeas. Un amor fiel es intocable porque se trata del tesoro más bello y sublime que comparten dos, uno más otro, tú y yo, nosotros. Es el mundo y es el cielo. Un amor fiel es la dama, es el caballero, son ambos. Un amor fiel somos nosotros cuando estamos juntos o nos encontramos lejos. Es la aurora y es el ocaso. Un amor fiel es libre y pleno; no se encadena a contratos ni a horarios, y menos a que se le espíe y ofenda con sospechas. Un amor fiel es tan luminoso que aleja a la hiedra y evita las sombras. Es el sueño más hermoso y es la vida. Un amor fiel da la llave a la morada eterna. Es el alma y es la inmortalidad. Un amor fiel, eres tú, soy yo, somos nosotros.

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Historias que no se olvidan

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Es nuestra historia, nombre de ángel

Existen historias que el silencio no calla, temas que los años son incapaces de deformar, guiones que parecen escritos desde el principio. Son historias imborrables. Nadie las toca. Se trata de rumores que la lluvia y el viento llevan consigo y reproducen aquí y allá, a una hora y a otra. Hay historias que no se olvidan porque quedan en la memoria y en los sentimientos, y se vuelven recuerdos de un ayer, alegría e ilusión de un presente y esperanza y sueños de un mañana. Ciertas historias se escriben como anticipo de una existencia sin final. Algunas historias, con los acentos, los signos de admiración e interrogación, las comas y la puntuación de la vida, enseñan que a pesar de las auroras y los ocasos, el amor renace cada instante e irradia una luz inextinguible. Algunas historias son más bellas, sublimes e intensas que otras, acaso por las palabras que se pronuncian, quizá por los sentimientos que se expresan y las mueven, probablemente por venir del alma y del cielo, tal vez por todo. Hay historias que por ser tan hermosas y sutiles, la oscuridad no se atreve a apagar sus colores y su luminosidad ni el silencio a callar su lenguaje y sus notas. Existen historias, como la nuestra, que tuvieron un inicio original, un encuentro inesperado, un encanto prodigioso y de ensueño, y no concluyen porque están conectadas a las almas de los enamorados, a un plano etéreo que desconoce la temporalidad por ser inmortal. En nuestra historia, algo extraordinario aconteció desde el inicio, y no dudo que fue por el encanto de un amor que ya venía de otros tiempos y de una estancia en un plano mágico. Tú estabas en tu mundo y yo en el mío, cuando de improviso anclamos en el mismo puerto, atraídos, quizá, por el amor que ya sentíamos y que es imposible desterrar porque es tan nuestro como las fragancias y los sabores que compartimos. Existen historias en las que uno es compañero de viaje, en una estación y otra, con destino a la ruta de la luz, donde el amor eres tú y soy yo. Hay historias que Dios resguarda en su biblioteca, como la nuestra, porque las protagonizamos sus niños consentidos, sí, tú, nombre de ángel, y yo, el autor de los poemas que me inspiras. Determinadas historias son un «te amo» grabado en la arena de la playa, inscrito en la galería celeste y bordado con palabras y hechos en el mundo y en la morada. Hay historias que no terminan por ser tan hermosas y subyugantes. Son historias que Dios escribió al principio y que suele leer cuando tú y yo jugamos a la vida y al amor.

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Ya lo sabía

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Ya lo sabía. El médico se lo anunció un par de semanas antes. Moriría, quizá en un mes o tal vez en cinco o seis semanas, no más. El pronóstico del especialista se cumpliría porque tenía en sus manos el diagnóstico de la paciente. «Nada, nada es permanente», pensó ella mientras observaba en el espejo la belleza de su juventud que gradualmente se desvanecía. Los cuatro primeros días, tras recibir la noticia, permaneció encerrada en la habitación. Enojada con la vida, entristecida, colérica e impotente, arrojó objetos al suelo y contra el ventanal, uno de los espejos y los muros. Posteriormente, agotada, golpeó una y otra vez el colchón donde se recostó. Lloró y sintió ahogarse. Lloviznaba. El cielo gris impedía definir la profundidad azul y las tonalidades de las flores, las gotas diáfanas y las frondas de los árboles. Todo, en su vida y a su alrededor, le pareció impregnado de amargura y con un tinte sombrío. Sufrió lo indecible. Se supo totalmente desolada. Sintió una carga enorme. Su presente resultaba incierto y no existían las posibilidades del mañana. En ese momento pensó que cambiaría su hermosura y su bienes materiales por tiempo extra, por la salud y la vida que se consumían ante la caminata de las horas. Se percató, entonces, de que había invertido el sentido de la existencia y que hizo de la apariencia física y del dinero sus prioridades, la base de su éxito. Comprendió que la belleza es sintomática, un reflejo pasajero, un sueño breve del que uno, a cierta edad o ante determinadas circunstancias, despierta abruptamente, y que con frecuencia, cuando se le transforma en deidad, es cáscara, se vuelve inversamente proporcional a la inteligencia y a los valores porque se estima más el aspecto que la razón y los sentimientos. Observó la carátula del reloj de pared y escuchó el tañido de sus campanas cada hora, hasta que reaccionó al reflexionar que moriría enclaustrada en su habitación y sin oportunidad sus sentimientos e ideas. Respiró profundamente. Fue a la ducha y cambió su ropa. Maquilló la palidez de su rostro, sonrió y se dijo «te perdono». Salió en busca de sus padres y hermanos con la intención de abrazarlos, expresarles su amor y agradecimiento, convivir con ellos y compartir detalles, momentos, alegrías. Visitó a su familia, a sus amistades, a sus compañeros de antaño, a la gente que caminó a su lado y con la que compartió incontables capítulos. Recorrió las calzadas con bancas, fuentes y árboles. Percibió el trinar de las aves y el rumor del viento. Descalzó y anduvo en el césped, hasta que abrazó un árbol que le habló en el silencio y le transmitió el palpitar de la vida, el pulso de la creación. Lloró y sintió estremecer porque de pronto recordó que había dedicado los días de su existencia al maquillaje, a apetitos pasajeros, a las apariencias, a aquellas cosas intrascendentes que acumuladas, consumen la vida. Se dio cuenta de que no había vivido, motivo por el que minutos más tarde, al llover, alzó los brazos y recibió las gotas que deslizaron por su rostro y su piel y empaparon su cabello. Escuchó los murmullos de la vida. el lenguaje de la naturaleza, los susurros del silencio y los rumores de la gente. Corrió, a pesar de su debilidad, y al siguiente día se acercó a una fuente y a otra más, donde se mojó como una niña inocente que ensaya el juego de la vida. Se perdonó a sí misma y a los demás. Entendió que la vida es una estancia breve y que cada instante es irrepetible. La vida, pensó, se experimenta en armonía, con equilibrio y plenamente, siempre con amor y alegría, con respeto a uno y a los demás, no en las prisiones de deseos carnales y vicios que pregonan quienes con estulticia aseguran que la existencia es corta y hay que aprovecharla de esa manera. La vida es algo más que carne y debilidades, concluyó. Aprendió a dar de sí, a no arrebatar, porque el amor y las cosas no sólo son para uno, sino para el bien que se puede hacer a los demás. Lo practicó. Compensó lo que alguna vez obtuvo y disfrutó. Esos días, los postreros, ella vivió intensamente y cumplió sus deseos internos. Se atrevió a ser ella y a emprender una gran historia, sin olvidar que en el otro extremo de su vida, como le anunció el médico, la muerte llegaría puntual a su cita. El encuentro era impostergable. Dialogó, compartió, sonrió y convivió con su familia, sus amigos y la gente que le rodeaba. Una noche, ya muy agotada, retornó a su casa y decidió dormir. En la oscuridad y el silencio de la habitación, repasó sus experiencias de las últimas semanas. Sonriente y en paz, cerró los párpados. Soñó la luz y al despertar, sintió fluir la vida en ella.

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