Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Un poema se escribe a un gran amor, a una de esas mujeres que no se olvidan por lo que son, a una dama que se siente en uno, a una musa que tiene un nombre especial
Pronuncio su nombre con delicadeza al construirle un poema, al entregarle una flor cada día y al comprobar que no le interesan el linaje ni los apellidos que esconden orígenes altivos porque el suyo, que es de ángel, no necesita ornamentos falsos. Es su alma la que habla. Tras mirarme reflejado en sus ojos, tomo sus manos que no arrebatan ni se manchan porque desde la infancia las acostumbró a dar y producir. Con alhajas luce hermosa, pero no las necesita porque su belleza es natural. La abrazo en el momento que me sé parte de su historia y entiendo que no es prisionera de destellos aparentes. Contemplo su rostro al comprobar que no se oculta tras maquillajes engañosos. Uno mis labios a los suyos cuando prefiere la ternura de un amor eterno y renuncia a ser posada de una noche pasajera. La abrazo cuando ambos sentimos que nuestras almas se estrechan desde el silencio y la profundidad de sus moradas. La amo desde el instante que sentí que en su esencia existe mucho de mí y que yo tengo demasiado de ella. Vivo y sueño a su lado cuando somos mundo y cielo, canto y poema, ella y yo.
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