Santiago Galicia Rojon Serrallonga
¿El viento? ¿El oleaje? ¿La cascada? ¿Los rumores del silencio? ¿Los susurros de la eternidad? ¿Tu rostro de musa? ¿Quién me dicta las palabras que escribo para ti?
Prometí, al descubrirme en tu mirada, que arrancaría al lenguaje las palabras más bellas y dulces y que el viento, al soplar, me regalaría susurros que descifraría y plasmaría en las hojas de mi poemario. Aseguré que cada día, al recolectar flores para ti, destilaría su néctar con el objetivo de expresarte sentimientos que sólo se encuentran en la esencia, en el palpitar, en las honduras del ser. Repasé un día y otro más mis promesas, la idea de entregarte textos poéticos y sublimes, igual que el enamorado da una flor a su amada. Anoto, por lo mismo, el lenguaje que escucho al unirme a ti, cuando tu alma y la mía se refugian en la profundidad y el silencio de una morada donde brotan rumores. Textos, los tuyos, que escribo en una buhardilla y cultivo para que se reproduzcan con la finalidad de que, al caminar, sientas la textura de mis letras y palabras convertidas en pétalos cubiertos de rocío. Inscribo tu nombre y el mío, nuestros juegos, ocurrencias y risas, los claros y las sombras de la vida, los rumores, el silencio y las pausas del amor, en una página y en otra, hasta crear una historia de actos e ilusiones, realidades y sueños. Alguien, en el mundo, podría creer que construir palabras con acentos, comas y puntos es parte de una excursión fatigante y ociosa que uno abandona durante la travesía. No saben que el secreto consiste en amarte, en sentir un tanto de ti y entregarte mucho de mí, en renacer cada día contigo, en enamorarnos al amanecer y al anochecer, cuando estamos uno al lado del otro o separados. Guardas en tu memoria y en tus sentimientos una confesión -la de mi amor inagotable- y una promesa irrenunciable -la de escribirte cuando soy artista y al otro día y los que siguen, al percibirte en mí-, como quien conserva, entre las páginas de un cuaderno o un libro muy querido, la flor que alguna vez le causó alegría y estimuló sus ilusiones. Ilusiones, es cierto, que sentimos los dos, tú al leer mis confesiones y declaraciones de amor, y yo al inspirarme en ti y escribir con la locura irremediable de quien se ha enamorado. Escribo para ti mis poemas, mis textos, mi prosa, mi arte, y en esa medida eres mi musa, el color de mi vida y el amor sin final.
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