Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Duele. Es la verdad. Ocurre en muchas regiones del mundo. Hay naciones en las que sus mandatarios, políticos y funcionarios consideran a las clases menesterosas seres inferiores e imposibilitados, coyuntura que aprovechan con la intención de pronunciar discursos totalmente populistas y promover su imagen de benefactores sociales, y así rasguñan los costales de los recursos públicos, destinados a educación, ciencia, salud, infraestructura y seguridad, para crear programas que definitivamente no benefician al país y sí, en cambio, obstaculizan su desarrollo, lo atrasan y suman mayores índices de miseria, caos y riesgo. Tratan a los pobres como mascotas inválidas e inservibles, a las que enseñan a estirar las manos para recibir alimentos y beneficios, sin aportar algo a cambio ni responsabilizarse, en muchos casos, de ser mejores ciudadanos, respetar y conseguir alguna oportunidad laboral como lo hacen incontables personas de todas las condiciones socioeconómicas, a pesar de las adversidades, y no me refiero a ancianos ni a quienes enfrentan padecimientos crónicos. Estos pueblos, en el mundo, requieren con urgencia acciones que contribuyan a atraer inversiones productivas, generar condiciones de certidumbre y seguridad, erradicar y castigar severamente los actos de corrupción y dar impulso al empleo, la salud, el crecimiento económico y la educación. Por favor, políticos, la humanidad merece trato digno, no fórmulas confeccionadas para individuos mutilados por decreto. Cuán denigrante es que a los seres humanos los traten como mascotas inválidas, expuestas, por añadidura, a los riesgos de la calle.
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