De una ruta distante… Vestimos al revés

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Soy náufrago de otros días. Vengo de una ruta distante. Conocí otros rostros, nombres y apellidos. Las ilusiones, los estilos de vida, las modas y los juegos eran otros. La mayoría de quienes me antecedieron, ya no se encuentran en el paisaje terrestre. Cada día son más olvidados. Las costumbres, ideas y creencias de aquellos años, los del ayer, fueron sepultadas por las generaciones de la hora presente. Soy sobreviviente de horas en las que hasta la distribución del globo terráqueo era diferente. Nada es igual. Me consta que la vida es dinámica. Hasta las especies de animales mayores se encuentran en proceso de extinción y a cambio están surgiendo criaturas minúsculas que transmiten enfermedades demasiado severas. El mundo cambió. Nada es permanente. Cada generación tiene derecho de experimentar su época, aprender y medirse. No digo que los minutos de antaño fueron mejores que ahora. Simplemente, extraño las cascadas y los ríos cristalinos, los bosques, los días de campo en familia, la alegría de vivir cada día, los juegos sanos y las diferencias entre niños y adolescentes que terminaban en encuentros y amistades inolvidables. Añoro, también, la amabilidad de mucha gente, las reuniones familiares, los consejos que daban los padres y las madres a sus hijos sin distracciones ni ansiedades de irse a beber o reunir con alguien más, el perdón, la tolerancia, las palabras bellas, el respeto a la gente de todas las edades y a los ancianos, la inocencia, la hospitalidad de las personas, la alimentación menos artificial, la libertad de andar en las calles de las grandes urbes y en la campiña, las diversiones. Ahora, verbigracia,  la humanidad dispone de mayores comodidades y avances científicos y tecnológicos que verdaderamente sorprenden y que, no obstante, amplio porcentaje de personas utilizan negativamente y en perjuicio de ellos y de todas las criaturas vivientes en el planeta. Percibo exceso de odio en los espacios públicos, entre la gente. La violencia acompaña a los seres humanos de la hora contemporánea. Las superficialidades, el coraje contra sí y los demás, la envidia, los apetitos pasajeros, la ambición desmedida y lo burdo entran en cada individuo, hombre y mujer, mientras la televisión -nodriza de incontables generaciones- y el internet mal empleado, se empeñan en «normalizar» las situaciones negativas y criticar y mofarse de los valores, la familia y las instituciones. Vestimos al revés. No escuchamos a los demás. No nos conmueve el sufrimiento ajeno. Caminamos indiferentes al dolor y los problemas de quienes nos rodean, inmersos en nuestros asuntos egoístas, vacíos, ausentes de alegría, autenticidad y principios buenos. No, todavía no soy anciano; aunque admito que igual que todo ser viviente, carezco de porvenir en el mundo y me acerco al ocaso de la existencia conforme el tiempo sigue su caminata impostergable. Acontece que guardo en mis maletas algunos tesoros de antaño, los cuales me servirán para andar por la senda, ser feliz y compartir con quienes lo deseen. Estamos destruyendo el mundo. Actualmente, ante las crisis ecológicas, las naciones buscan soluciones erróneas, desde detectar planetas habitables y encapsular las ciudades para protegerse, hasta reacciones propias de redes sociales e incapaces de enfrentar con soluciones reales la situación mundial tan lamentable. En un día, los alrededor de 7 mil 700 millones de seres humanos que poblamos la Tierra, podríamos iniciar el cambio que se requiere para salvarnos y rescatar nuestro hábitat, el único hogar que tenemos. Cada día, las posibilidades de una guerra mundial están latentes. Es lógico, la ambición desmedida, el afán de poder, la carencia de recursos naturales como el agua, el aumento incesante del odio y la violencia, la concentración desigual e injusta de la riqueza, el empobrecimiento de millones de personas, el desequilibrio ecológico, las enfermedades tan onerosas, la falta de alimentos, el crecimiento demográfico sin control y la ausencia de valores, propiciarán la destrucción entre la humanidad. Los próximos años no serán afortunados ni tranquilos. No soy alarmista. Soy realista. Se acerca la turbulencia, pero creemos que criticar, enojarnos y condenar en las redes sociales es una aportación valiosa. Habría que tomar la decisión, a partir de hoy, de cuidar el agua y el oxígeno como el patrimonio que son. Tendríamos que evitar, en la medida de lo posible, el uso indiscriminado de plástico y otros materiales y sustancias que intoxican la vida.  Dejemos de ser criaturas de plástico y petróleo, como lo propuse hace tres décadas. Una decisión buena sería que todos, en el planeta, asumiéramos la responsabilidad de plantar árboles y protegerlos. Incontables personas se sienten ausentes de sí, totalmente vacías, si no utilizan sus automóviles. Caray, los usan indiscriminadamente hasta para comprar algo a unos metros de distancia de donde viven, estudian o desarrollan sus actividades productivas. Viven de apariencias. Nada costaría ser amables y regalarnos una sonrisa, un consejo, una palabra de aliento, un apoyo. Empecemos en el hogar, con los vecinos, en la escuela, con los compañeros de trabajo, en el camino, y multipliquemos las acciones cada día. Las razas, religiones e ideologías no deben ser muralla para entendernos. No estamos vibrando alto ni con la luz. Si pagamos impuestos y mantenemos el orden y el respeto, exijamos lo mismo a los gobiernos y presionemos para que abandonen la violencia, el odio, las ideas expansionistas, los proyectos absurdos, la pasividad y la corrupción. Urge salvar vidas humanas, bosques, selvas, animales, plantas, manantiales, océanos, ríos, lagos y atmósfera, no cuentas bancarias de multimillonarios y políticos. Interesa salvar a hombres y mujeres que padecen enfermedades, injusticias, hambre y miseria, no las fortunas de quienes apuestan en los mercados igual que un juego de mesa perverso. Vengo de otros días. Soy náufrago de una época en la que aprendí que la humanidad puede coexistir en armonía y feliz. Podría caminar libre e irresponsablemente este y los siguientes años de mi vida hacia el ocaso, pero sé que la década de los 20, en el tercer milenio de nuestra era, no ofrece escenarios bellos ni dichosos, y también reconozco que debo coadyuvar y, en todo caso, advertir que si no somos nosotros, los seres humanos, quienes reaccionemos y emprendamos la tarea conjuntamente, nuestra destrucción será dolorosa e inminente. El destino es un sí y un no, y tú, yo, ellos, todos, tenemos la  libertad, decisión y responsabilidad de elegir.

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7 comentarios en “De una ruta distante… Vestimos al revés

  1. Empecemos ya !!! Empecemos en casa con los vecinos en nuestro propio barrio y no siendo indiferente a la realidad, sembremos árboles y principios en las pequeñas criaturas que serán los hombres y mujeres de mañana,
    Hagamos algo productivo como dices Santiago, me encantó tu reflexión pero pongamos en práctica un poco cada día.

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  2. No eres anciano, ni yo tampoco querido Santiago, pero el mundo avanza a una velocidad de vértigo y no en todo para bien precisamente.
    Yo tambien recuerdo los juegos de mi infancia… que diferente a lo de ahora.
    Pero como dices esto es una evolución constante.
    Tendremos que adaptarnos.
    Un fuerte abrazo🌹

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