Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Algo falta. Percibo un sentido de ausencia en la escala de la vida. Estamos incompletos. No encuentro el encanto de la fauna y la flora de antaño en los bosques, llanuras, desiertos, selvas, barrancos y montañas. Cesaron los rumores de las cascadas, los ríos y las aves. Faltan tonalidades en la paleta de colores y signos en las partituras de la naturaleza. No somos los mismos. Hay una lista inmensa de faltantes. Cada día, nosotros, los seres humanos, somos más asfalto, plástico y petróleo. La tierra presenta su cutis ranurado, estéril y seco. Huele a sustancias tóxicas, a humo, a contaminación, no a tierra mojada por la lluvia ni a fragancias de flores y plantas dispersas en el paisaje. Oigo escándalo, gritos, estulticia; no escucho el trinar de los pájaros de bello plumaje ni el lenguaje de los mamíferos, y menos palabras amables por parte de los seres humanos. Es más difícil encontrar un paquidermo, un hipopótamo, un rinoceronte, un felino o una jirafa, que bacterias, microbios y formaciones extrañas que pululan en el mundo y amenazan acabar con toda señal de vida. Temo que existan mayor cantidad de armas, tácticas de guerra y actos de violencia que especies animales. Hemos cambiado. Algo perdimos en el camino, o tal vez nunca lo tuvimos. Enseñaron a hombres y mujeres a comportarse como maniquíes de aparador, rodeados de apetitos y superficialidades. La ambición es genuina cuando se trata de mejorar y superarse; pero mata a los individuos al volverse desmedida. Estamos incompletos. Las simulaciones son mayores que las acciones. Muchos optan por no aportar al mundo lo mejor de sí y hasta esquivan la responsabilidad de participar en la reconstrucción del mismo; pero en las redes sociales condenan y juzgan cada acto orientado a la destrucción. Somos aplaudidores de membrete. El plan de los poderosos es siniestro. Por eso les ha resultado perentorio descalificar y hacer pedazos a hombres y mujeres, a las familias, a las instituciones, los valores, las buenas costumbres. Quieren títeres. Les estorban los seres humanos de sentimientos e ideas. Es un grupo al que no le interesan tu nombre ni el mío, ni tampoco los de la gente que miramos a nuestro alrededor, porque para ellos somos número, cifra, estadística, utilidad monetaria. Nos están engañando. El mundo de las redes sociales es lo de hoy y qué útil, divertido e interesante resulta cuando se utilizan con equilibrio e inteligencia; pero es el extremo de una cadena miserable, el inicio de una prisión perpetua, porque esclavizan, presentan un escenario irreal y ofrecen costumbres, modas e ideas que manipulan a quienes carecen de madurez o pierden gradualmente el sentido común. Volteo a mi alrededor y descubro gente distraída en sus aparatos móviles, quitándose la oportunidad de presenciar un amanecer, un ocaso, el encanto de la lluvia, la profundidad del cielo o la convivencia con las personas que los aman y se encuentran a sus lados. Regalan muecas y sonrisas a quienes, igual que ellos, dependen de un aparato. Ríen ante un aparato móvil, frío e indiferente a la vida, y niegan una sonrisa al pequeño o al anciano que se encuentran a su lado. Me angustia pensar que en ciertos lugares existan mayor número de colmillos de marfil que elefantes y más trofeos que leones. Nos estamos quedando solos. Pronto nos veremos los rostros y descubriremos la tragedia. Ni siquiera hay respeto y tolerancia hacia los demás. No es el internet ni son otros factores los que están destruyendo el planeta; somos nosotros, cada uno con sus actitudes. Observo a mi alrededor la desolación del paisaje, reflejo innegable de las criaturas en que nos hemos convertido. Faltan sonrisas, alegría, autenticidad, entrega, sentimientos, amabilidad, acciones e ideas. Hemos roto la creatividad, la iniciativa, la originalidad. Algo esencial falta. Se siente su ausencia. Estamos incompletos.
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Cuánta verdad en tus palabras…
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Muchas gracias por tu comentario, Blanca. Recibe muchos saludos. Siempre estoy atento a tus publicaciones.
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Si es tan cierto, todo es tan materializado, tan individual, nadie quiere voltear a ver nada más .
Que tristeza, que pena y que cierta realidad.
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