Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Y un día, tras incendiarse la Amazonia y Australia, registrarse temblores, deshielarse la Atlántida, comprobar que el planeta puede ser impactado en cualquier momento por un asteroide, saturar el mundo de basura y plástico, amenazarse las naciones poderosas entre sí, aumentar la violencia, exterminar flora y fauna y perder los valores y el sentido real de la vida, la humanidad desembarcó a lo que pareció la noche sin final.
De pronto, siete mil 700 millones de personas, hombres y mujeres, naufragaron en la oscuridad y la desolación, en una espiral que les presentó diariamente la caducidad de la vida, las sombras de cada amanecer, el terror, la tristeza y el dolor de saberse tan frágiles y pasajeros.
Hospitales y cementerios se saturaron de rostros atemorizados, enfermos, compungidos y tristes, donde simples partículas de saliva, envenenadas por el coronavirus perversamente manipulado en algún laboratorio y cultivado en sitios estratégicos del planeta, demostró poseer mayor poder destructivo y letal que las armas nucleares.
Incomunicados, los moribundos partieron con el dolor y la tristeza de no despedirse de sus seres amados. El aislamiento y la enfermedad, mezclados con el pánico, se transformaron en mazmorras, de donde partieron a cementerios donde la gente respiró desesperación, horror y luto. Y afuera, las lágrimas apenas permitieron observar filas interminables para ingresar con muertos desencajados e irreconocibles.
Así, la pandemia derrumbó fronteras y murallas que los seres humanos creyeron indestructibles, y hasta desmoronó finanzas, economías, mercados, empleos, monedas y petróleo. Los seres humanos de plástico, asfalto y petróleo tambalearon.
Unos, tanto precavidos como especuladores, se aglomeraron en las tiendas de autoservicio, compraron alimentos enlatados y artículos de primera necesidad y agotaron incontables productos, mientras las clases menesterosas y los incrédulos atestiguaron la voracidad humana y la ausencia de raciocinio.
Médicos hubo que arriesgaron sus vidas al mantener contacto con personas contagiadas de coronavirus, mientras otros, en tanto, aprovecharon la coyuntura con el objetivo de lucrar y acumular mayor dinero por medio del dolor, la enfermedad, la ignorancia y la desesperación.
Quedó demostrado quiénes son gobernantes y políticos comprometidos y responsables con los pueblos y las naciones, y cuáles, en cambio, aprovechan los desastres con el propósito de modificar leyes, negociar acuerdos, mentir, lucrar y enriquecerse; aunque también quedaron en evidencia las sociedades maduras y las que se encuentran inmersas en miseria moral e intelectual.
Los estúpidos de la televisión que durante años normalizaron las situaciones negativas y condenaron y juzgaron la familia, las instituciones y los principios esenciales, quedaron al descubierto porque las circunstancias demostraron que los placeres pasajeros, la superficialidad, las modas impuestas, el consumismo y la obsesión de poseer automóviles, residencias y lujos para «valer» más en sociedad, solamente representan desahogo artificial de quienes son tan insignificantes y voluntariamente quedan atrapados en trampas tan crueles.
Únicamente algunas personas se percataron de que cayeron los antifaces de algunas de las naciones que parecían ser potencias mundiales. Al mismo tiempo, fallecieron acaudalados y pobres, académicos e ignorantes, artistas e intelectuales, religiosos, gente famosa y anónima. La pandemia saltó cercas y entró a los organismos humanos sin importar edad, creencias, nivel socioeconómico y razas.
Esta vez, flora y fauna presenciaron la muerte de sus detractores. Mientras hombres y mujeres se refugiaron angustiados e insignificantes en sus casas, los colores retornaron al cielo y a la naturaleza. Regresaron las especies animales y vegetales a un entorno que de pronto fue intoxicado por seres humanos. Los ríos lucieron con luz y vida. Hasta los animales se animaron a pasear por las calles y las plazas de sus detractores humanos.
La trampa quedó al descubierto. La verdad asomó carente de máscaras. Se presentó desnuda y real: la especie pervertida, asesina y sucia del planeta es la de los seres humanos. Ninguna criatura más ha convertido el mundo en un asqueroso y vulgar espacio, en un muladar pútrido donde unos y otros se destrozan y odian tanto por la lucha de conseguir mayor riqueza material y placeres.
De pronto, las familias se reencontraron en casas frías, con el reto de transformarlas en hogares y reencontrarse y descubrir sus valores. Hubo oportunidad de reconocerse y convivir. Volvieron a los libros, al arte, al diálogo, a las comidas familiares. Fue la hora de la reconciliación.
Comprobaron, igualmente, que el mundo no son los celulares ni las redes sociales porque la vida es hoy, no después ni cuando se obtengan dinero, automóviles, residencias, lujos, placeres temporales, viajes costosos y fama. Eso es basura cuando no existe un sentido noble e inteligente.
Para muchos hombres y mujeres resultó tarde. Se hizo de noche. Descendió el telón de sus existencias. Quedaron, entre grilletes, oportunidades perdidas de ser felices, dar de sí, amar y convivir. Perdieron lo mejor de sus vidas. No se reconciliaron consigo ni con los demás.
El silencio y la soledad aterran a la mayoría de las personas, acaso porque los acostumbraron a ser maniquíes de aparador, probablemente por el horror de descubrirse sin antifaces, quizá por creer que el escándalo es condimento de la existencia, tal vez por todo y nada, y así transcurrieron los días, aprisionados en habitaciones, ante la opción de reencontrarse o enloquecer y perderse.
La noche oscura fue desgarradora. No todos soportaron la prueba. Ante la ausencia de historias interesantes en sus biografías, incontables personas buscaron en la estulticia de la televisión una epopeya artificial, un engaño, sin entender que cada instante es bello e irrepetible. Y sin darse cuenta, navegaron por la corriente ennegrecida, en una etapa histórica demasiado intensa.
El hoy se vuelve ayer ante la caminata de las horas. Y así aconteció, al otro día, cuando la humanidad despertó de su sueño y descubrió que estaba incompleta. La lista de nombres y apellidos tenía faltantes. El mundo parecía tan distinto. Todos eran más viejos.
De improviso, al siguiente día, la gente descubrió que existían dos opciones: seguir destruyendo la vida, creer que la acumulación de dinero y los placeres fugaces son sinónimos de grandeza y felicidad, apoderarse de los recursos naturales, asesinar la fauna y la flora, imponer modelos económicos y políticos aplastantes e injustos, permitir la violencia y las injusticias, denigrar los valores, autodestruirse y permanecer atrapada en fragmentos de plástico, o al contrario, sancionar a los culpables e irresponsables, castigar los delitos y la violencia, tender puentes, recuperar sus principios esenciales, coexistir con la naturaleza y hacer de cada momento una oportunidad de vida, evolución, alegría, respeto, progreso y amor.
Al siguiente día, tras la pesadilla que se ocasionó a sí misma, la humanidad se encontró ante la disyuntiva de seguir el mismo camino de errores o transitar una senda noble y plena…
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