Incansables guerreros y terrones de azúcar

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Con amor, esperanza y respeto a toda la infancia del mundo y, en especial, a ustedes, bien lo saben porque sus corazones laten en el mío y los descubro y siento en mi alma

En cada infante defino el retrato de un adulto, encuentro los rasgos de algún nombre o apellido anterior, descubro el pulso de la humanidad y coincido con quien protagonizará una historia irrepetible

Hace años, un hombre muy querido solía abrazar a su hija con amor intenso, a quien expresaba que las niñas bonitas estaban hechas de azúcar. Sus muestras de cariño fueron tantas que, hoy, a varias décadas de distancia, aquella pequeña, convertida en mujer adulta, recuerda las palabras y los sentimientos de su padre, quien recientemente murió en sus brazos y seguramente lleva consigo, en otro plano, el sabor dulce de una hija.

Y así, aquel trozo de azúcar infantil con rostro y nombre de mujer, no olvida que quien recibe amor, educación, sonrisas, atención, consejos y hasta castigos y regaños inesperados cuando algo no es correcto, ya es rico y lleva consigo una historia maravillosa e inolvidable y el más hermoso de los tesoros, la llave que al final de la vida terrena le abrirá la puerta a otras fronteras.

El hombre tenía razón. Todas las niñas del mundo son bellas e irrepetibles, igual que las estrellas que cuelgan y asoman desde el cielo todas las noches o las flores, en primavera, multicolores y fragantes que sonríen cada mañana al jugar con el viento que las acaricia y susurra el lenguaje de la naturaleza, los mensajes de la vida, los rumores de la creación.

Y si las niñas están hechas de azúcar, como afirmaba el hombre, los niños son la otra parte, acaso guerreros incansables, traviesos que inventan sus juegos e historia. Ambos, niñas y niños, se complementan al ser las minúsculas de su época y quienes algún día, al convertirse en mayúsculas, derramarán dulzura a sus hijos y descendientes y a toda la humanidad para que el mundo continúe girando feliz, en armonía, con equilibrio y plenamente, o al contrario, dispersarán amargura y contagiarán e intoxicarán cuanto les rodee por medio de su ambición desmedida, odio, crueldad, egoísmo, resentimiento, envidia y superficialidad.

Cuando transito por alguna institución educativa, un parque o cualquier espacio público, escucho a los niños felices, a los que ríen, a aquellos que lloran, a los que muestran cariño, a quienes enojan siempre, a los que afortunadamente reciben amor y consejos y a los que lamentable y tristemente conocen los gritos, las amenazas y los golpes.

La infancia debería de ser azul, rosa y dorada, tan bella e inolvidable como el más extraordinario y lindo de los sueños. Es la mañana de una primavera con todas sus posibilidades. Es, parece, destello del cielo, fragmento de otros planos de dicha y plenitud. La niñez es ensayo de la vida, preámbulo, aprendizaje, asimilación, juego.

Cada día lastima más saber que hay niños que son arrebatados de sus hogares, maltratados y hasta violados por sus propios familiares o por desconocidos, reprimidos, sustraídos de las escuelas para mendigar por las calles pletóricas de maldad e ingratitud. Multiplican desfavorablemente y perjuicio suyo las dosis de veneno que sus padres, parientes y desconocidos les han inyectado.

Los niños, hombres y mujeres, tienen derecho de poseer familias sanas y felices, acceder a la educación y a la salud, jugar y reír, aprender, recibir buen ejemplo y trato correcto, coexistir en ambientes de armonía, paz, amor, tolerancia y respeto.

Con tristeza he mirado, aquí y allá, en un lugar y en otro, y en diferentes círculos socioeconómicos, innumerables pequeños extraviados en los celulares, en aparatos que los distraen, idiotizan y enajenan como preámbulo y capacitación para, más tarde, volverse marionetas, títeres, maniquíes superfluos y de consumo, carentes de sentimientos nobles e inteligencia.

Muchas veces, los pequeños hablan y preguntan a sus padres, a su familia, con deseos de convivir, aprender y conversar; sin embargo, éstos, los adultos, también permanecen atados al encanto subterráneo de las redes sociales y la era digital, de tal manera que hasta reprenden a sus hijos si se atreven a distraerlos. A los hijos les muestran rostros agresivos, mientras sonríen y envían mensajes llenos de estulticia a sus contactos.

Si uno desea, en verdad, conocer y medir el nivel evolutivo de una sociedad, habrá que mirar a la niñez, analizar su conducta, inocencia y educación. Una infancia amable, sonriente, respetuosa, honesta y dadivosa, reflejará, sin duda, que sus padres, familia, profesores y gobernantes les dedican lo mejor de sí para formar seres humanos excelentes e íntegros, más allá de condiciones económicas, creencias y razas; no obstante, una niñez majadera, burda, agresiva, egoísta y carente de sentimientos nobles, retratará a adultos embrutecidos y con una ceguera voluntaria, maestros irresponsables y autoridades corruptas, todos dignos de hordas despiadadas, más interesados en risotadas y obscenidades, en refugiarse en posadas de unas horas, en deleitarse con sus vicios y en satisfacer sus apetitos y bajezas.

¿Cuánto valemos como seres humanos, familia, comunidad y nación? ¿Lo sabemos? Habrá que medirnos para descubrir quiénes somos y dónde estamos en realidad. No nos engañemos con dar exclusivamente regalos materiales que sólo contribuyen a estimular ambición desmedida, egoísmo y desprecio a quienes carecen de lo esencial. La nodriza televisiva y el padrastro cibernético son centinelas que se encargan de que la gente de cualquier nivel académico y socioeconómico se sienta inferior si no compra algo para celebrar. A tal grado hemos llegado como seres humanos, que creemos que celebrar a alguien y la felicidad consisten en dar cosas, como si el dolor y la muerte, cuando llegan, se curaran y resolvieran con regalos materiales. Evidentemente, esto no significa que uno debe evitar regalar cosas; no obstante, es adicional, extra a los sentimientos, a la educación, a la armonía, al respeto, a la tranquilidad.

La infancia debería celebrarse todos los días porque se trata de nosotros mismos, de la reproducción nuestra, de seres humanos en miniatura que ensayan a la vida. Eduquemos a la niñez si en realidad anhelamos un mundo bello, próspero, sano y perdurable.

He mirado en los supermercados a hombres y mujeres a los que resulta imposible controlar sus apetitos, dominar sus instintos, y destapan jugos y refrescos, beben yogur o comen, por evitar el término devoran, rebanadas de jamón, queso y pan antes de pagarlos en las cajas registradoras, conductas primarias que innegablemente regalan a sus hijos, quienes obviamente, al paso de los años, serán copias de adultos groseros, déspotas, irrespetuosos y voraces.

Los niños, hombres y mujeres si hay que ser precisos con aquellos que erróneamente se alteran y aseguran que se excluye a un género, merecen amor, educación, respeto y lo mejor de la vida, y no distorsionemos la idea de disfrutar cada momento con la estupidez de que sin riqueza material y excesos no hay alegría ni se goza la brevedad de la existencia.

Actualmente, cuando el denominado coronavirus o Covid-19, con sus contradicciones y rasgos extraños y sospechosos obligan al aislamiento y, por lo mismo, al encuentro con la familia, con los niños, es momento de reconstruirse, fortalecer la relación, valorarse y rescatar la esencia y lo mejor.

Es momento de reaccionar y castigar severamente a los gobernantes, a los pillos y todos aquellos que abusan de la niñez. El mejor regalo que pueden recibir los pequeños  e incansables guerreros y los bellos trozos de azúcar, no es el que carece de porvenir y al cabo de los días es sepultado en la amnesia y reemplazado por otros objetos, sino el amor, los sentimientos nobles, la educación, el respeto, los detalles.

A partir de este día, abandonemos las lágrimas, los remordimientos, la tristeza y el dolor para renovarnos y descubrir en la niñez las bendiciones y el tesoro que poseemos como individuos, familia, comunidad, nación y humanidad.

Más allá de niveles académicos y socioeconómicos, reconstruyamos nuestras familias. Hagamos de la niñez un patrimonio, un tesoro invaluable, lo mejor de nosotros y del mundo que hoy sufre y carece de valores y sentido auténtico y real.

De cada uno dependerá, en lo sucesivo, que los pequeños e incansables guerreros -y me refiero al bien, no a la destrucción ni al mal- y los tiernos y hermosos terrones de azúcar, nunca pierdan su alegría, encanto, inocencia y valores, para que así, al transformarse en adultos, sean hombres y mujeres plenos, ejemplares, dichosos, extraordinarios, e irradien el bien, los valores, la nobleza de sus sentimientos y la grandeza de sus ideas.

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He aprendido

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Con el tiempo, he aprendido a armar palabras y colocar acentos, puntuación y signos con la finalidad de darles vida, convertirlas en sueños e ideas y crear mundos entre la razón y los sentidos; pero también los días me han enseñado a dibujar alegría y sonrisas en las caras infantiles, en la gente que amo y en las personas que transitan por las calles y los parques.

Al diluirse las horas, igual que la cera de las velas una noche interminable de tormenta, entendí que del cunero a la cama agónica existen unos cuantos años, determinado número de vueltas de las manecillas en la catátula de los relojes, y que de la misma forma en que se manifiesta la aurora, se expresa el ocaso.

Al inicio y al final es posible que aparezca una flor, un arreglo, un ramillete, y que luzca, lo mismo para la alegría que para la tristeza, su perfume, colorido y belleza natural, indiferente a las lágrimas de dicha que a las de dolor. Oh, todo es tan breve.

Comprendí que al nacer, uno inicia la historia con un nombre y apellidos, quizá con mucho de pasado o tal vez ausente de memoria de otros paraísos, y tiene que comenzar a escribir y protagonizar su biografía cada día, y si no se hace, los instantes enseñan con su silencio tan indiferente que nada, en el mundo, es permanente.

Así, queda claro que momento que no se aprovecha para reír, hacer el bien, amar, convivir con los seres que acompañan durante la jornada o que se cruzan en el camino, dar de sí, estudiar, producir y evolucionar en la luz, en los sentimientos e ideas nobles, es desdeñado y arrojado a la basura, al desprecio, al olvido, a la desmemoria. Es segundo o minuto, día o mes, año o década, parece, que se marcha y no vuelve más. Corrijo, es vida que se borra o a la que se derrama tinta voluntariamente.

Todo ser humano abre los ojos en la cuna y permanece acostado e incapaz, por su condición natural, de atenderse a sí mismo y sobrevivir, como también, en el lecho de muerte, alguien pierde toda posibilidad de ser independiente y decidir el rumbo y destino del siguiente minuto.

La vida y la muerte tomaron mis manos un día, otro y muchos más, y me acompañaron en todo momento, sin dejar de mostrar e insistir en que mirara y escudriñara correctamente el escenario humano, un panorama con claroscuros e innumerables huellas en diferentes direcciones, unas junto a otras o separadas, entre abismos, llanuras, cumbres, fronteras, murallas y puentes, a veces saturadas de colores y en ocasiones, en tanto, ausentes de tonalidades. Y lo hicieron, como siguen hasta la fecha, con la intención de enseñarme que la jornada humana es dual, un viaje en el que uno anda con la alternativa de vivir algunos años o morir inesperadamente. Sólo hay un suspiro entre abrir los ojos por primera vez y cerrarlos y recibir el aliento postrero.

En alguna estación de la caminata, a la vida y a la muerte, quienes jamás me han soltado las manos, coincidieron el tiempo, el recuerdo y el olvido, con la promesa de que esa vez, a diferencia de otras etapas, no serían rivales y me mostrarían, por lo mismo, algunos rasgos humanos.

Visitamos una casa y luego otra y tantas más que no recuerdo el número exacto, donde abrieron puertas de armarios y roperos y me mostraron antifaces, maquillajes, disfraces, y expresaron con desdén que eso era, precisamente, la superficialidad, la apariencia consumida en demostrar a otros lo que no se es, el engaño, lo pasajero, el destello.

Se mofaron de aquellos que dedican los años de sus existencias a endeudarse para adquirir modas y lujos, tapar el envejecimiento y callar las arrugas con matices ficticios, volverse crueles con la idea de acumular y presentarse acaudalados y poderosos,. Hay quienes diseñan estrategias y preparan tretas con el objetivo de gozar un placer momentáneo u obtener riqueza material, y olvidan que, después de todo, el amor, las cosas y lo intangible no solamente son para uno, sino para el bien que se pueda hacer a los demás, principalmente a quienes más lo necesitan.

Posteriormente, me mostraron a un ser humano -hombre o mujer, no lo recuerdo- que soberbio e irreflexivo, renunciaba con desdén a la belleza subyugante de un diamante precioso, que maltrataba y conservaba sucio y preso, al que inesperadamente, entre sus cambios de estado de ánimo, arrojó y cambio por innumerables piedras brillantes y corrientes.

La escena me sorprendió demasiado. Mis acompañantes, inseparables, explicaron que se trataba de la conducta de innumerables personas, quienes envueltas en el endema de su propia locura, cegados por apetitos pasajeros y ambición desmedida, renuncian a sus familias, a la gente que verdaderamente los ama, a los detalles, a la sencillez, a los valores, y se deslumbra por apariencias infieles, maniquíes pasajeros y cosas burdas y complejas con aspecto que despierta envidias.

Cuánto dolor y sufrimiento provocan tales hombres y mujeres a sus familiares, a sus parejas, a la gente que les rodea, a la humanidad, y pensar que sólo por la locura de arrebatar a otros sus sentimientos, su dinero, su tiempo, sus cuerpos, y gozar temporalmente sin importar los demás. No les importa si su destino es certero o incierto en el muladar donde se revuelcan porque lo importante para ellos, y su único valor, se encuentra en el dinero, en las apariencias, en los apetitos, en las superficialidades.

Mis acompañantes me llevaron a una carpa, donde las marionetas actuaban de acuerdo con el guión que no ellas, sino alguien que las manipulaba, había escrito. Convertidas en maniquíes de aparador, en muñecos vacíos de sentimientos e ideas, esclavizados a caprichos y estímulos carnales y materiales, en un ambiente ficticio, totalmente maquillado, aparecían y se marchaban del escenario de acuerdo con los intereses del titiritero. ¿En eso se ha convertido amplio porcentaje de la raza humana?, me pregunté. El silencio me respondió. Escuché sus rumores casi imperceptibles.

Aprendí, en consecuencia, que a las letras del abecedario uno les da el sentido que verdaderamente anhela desde la profundidad de su ser, y si en las mismas se perciben ausencia de énfasis, monotonía y contradicciones, es porque la vida ha perdido matices, equilibrio, armonía y luces, hasta volverse una obra absurda, superficial, discordante e insípida.

Es, por lo mismo, que uno debe agregar a su biografía detalles, sonrisas, actos nobles, amor, ideales, sueños, vivencias, sentimientos bellos, ilusiones, momentos, sí, instantes que se van una tarde y no vuelven. Cada uno tenemos la responsabilidad de hacer de nuestra historia algo bello, noble, genial, irrepetible, subyugante, magistral e inolvidable, a pesar del sí y el no de los días y de las luces y sombras que se presentan en la dualidad existencial como prueba personal y colectiva.

Con el tiempo, he aprendido a formar palabras con la intención de no olvidar mi nombre y mis apellidos, mi origen y mi destino, mis horas consumidas y mis anhelos para los días venideros, mi presente y mi vida entera, los rostros de la gente que tanto amo, los susurros del tiempo, la luz que pulsa en mi interior, la oportunidad de saberme yo y sentirme tú, ellos, todos, porque finalmente, ahora lo sé, somos eco y pedazos de un todo que añora y espera nuestro retorno feliz.

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Este día sólo intento aplicar colores y melodías a cada palabra…

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

No es que esta tarde barnice las palabras de dolor ni maquille lágrimas y rostros entristecidos. No es que me dedique a escribir con la idea de provocar suspiros y llanto. No es aconsejable ni sano decorar las caras humanas con expresiones de dolor, tristeza y luto, y menos cuando las horas transcurren lentas y pesadas, con un aire extraño y agónicas como el celaje al oscurecer. Tampoco es prudente derramar las tonalidades de la paleta en un intento de júbilo falso. Sólo hay que aplicar los colores y las melodías apropiadas a cada palabra, hasta formar un concierto, una sinfonía, un canto, y así hacer el milagro y atraer el amor, la alegría, la libertad, la vida. Me es preciso, como artista, hacer de las letras signos musicales que floten y lleguen a los sentimientos, a la mente, a los sentidos, a la memoria, porque hoy, compungido y encolerizado por tanta enfermedad y muerte provocadas por la ambición desmedida, por el anhelo de dominio mundial, por la conquista del poder totalitario, han fallecido incontables personas aquí y allá, en una nación y en otra, en esta ciudad y en muchas más, en aquella aldea y en un número inexacto de pueblos, seres humanos de todas las condiciones -hombres, mujeres, bebés, niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos-, quienes hace meses apenas jugaban a la vida, con sus luces y sombras, reían y lloraban, soñaban y tenían proyectos. Gente, es cierto, con lo bueno y lo malo, con el sí y el no de la existencia, con la esencia y la arcilla de su naturaleza. Rindo homenaje y memoria a los bebés, niños y adolescentes que tuvieron una breve primavera, una existencia tan corta que ni siquiera hubo oportunidad de que entendieran la trama de la vida. Juegos y risas primaverales que fueron arrebatados y rotos por una locura humana. Ilusiones ensombrecidas por el miedo, la enfermedad, el sufrimiento, la muerte. Con los niños y adolescentes, también se marcharon jóvenes, muchachos -hombres y mujeres-, con el legítimo derecho de experimentar los días y los años de sus vidas, enamorarse, estudiar y protagonizar sus historias. Adultos que se marcharon inesperadamente, acaso con angustia, dolor y tristeza, quizá preocupados por el destino incierto de sus hijos y seres amados, tal vez atormentados por la caída perversa del telón. Ancianos que merecían recibir el amor y la alegría de sus descendientes, relatar sus hazañas repetidas y obtener abrazos y reconocimiento. Mis palabras de escritor, envueltas en burbujas que vuelan al cielo y abrazan al solitario, triste y desconsolado, también son para aquellos que confinados en sus casas, sufren lo insondable, violencia doméstica, gritos, amenazas y terror. Unos ya murieron, partieron con sus años fracturados, entre capítulos inconclusos y la pérdida de oportunidad para resarcir el mal, reconciliarse, dar de sí, amar a todos y derramar felicidad; otros, en tanto, sufren el dolor impuesto por la miseria humana. Abrazo con mis letras y palabras a los que se sienten desnudos ante el hambre, la pobreza, las enfermedades, la maldad y la muerte. Escapo del abecedario, de las hojas de la libreta de anotaciones, de la pantalla de la computadora, de las letras y las palabras transformadas en arte e ideas, para arrojarme a quienes hoy sienten miedo, incertidumbre y ausencia. Miro a los que estiran las manos y no encuentran caridad en las calles desiertas ni en personas que han cerrado las puertas y ventanas de sus casas y también de sus sentimientos. Abrazo a muchos que lloran y ahora se saben huérfanos. Intento pintar colores de alegría y devolver la música y los sueños a los seres que transitan entristecidos e incompletos. Y aunque en ocasiones sienta desfallecer por la carga que llevo, me atrevo a decirles que asomé a la otra ventana y miré el encanto de un amanecer subyugante para todos. Les prometo que existen auroras plenas, y me atrevo a confesarlo porque asomé a las hojas de la libreta, al lienzo y a las partituras de la vida, donde miré arcoíris, cascadas, flores y ríos cautivantes. Como artista, miré a hurtadillas los poemas, los cuadros y los pentagramas de Dios, y escuché los susurros de la vida y los rumores de la creación, hasta que entendí que pronto amanecerá.

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Entre opuestos

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Evitemos el miedo, el caos y la manipulación. Esto es abominable y perverso: ¿pretendes ejercer control absoluto? Divide, confunde, desinforma, provoca pánico, debilita y enfrenta. Basta con que alguien pierda el equilibrio para que caiga

Las coincidencias fortalecen y las diferencias complementan y enriquecen a los seres humanos. Las familias, los grupos, las poblaciones y los países que comparten lo esencial -valores, anhelos, integridad, trabajo, justicia, proyectos, dignidad y participación- y respetan la diversidad de ideas y sentimientos, cuentan con mayores condiciones y oportunidades de coexistir en armonía, equilibrio y prosperidad.

Desde hace décadas, la élite que domina al mundo y, por lo mismo, controla y maneja los hilos de sus marionetas serviles y mercenarias -gobiernos, televisión comercial, «artistas» e «intelectuales», políticos y líderes, entre otros-, se ha dedicado a generar diferencias y rivalidades entre los opuestos con la intención de restar y dividir y así ejercer control absoluto y totalitario a nivel global.

Saben que en el mundo existe una magistral y profunda dualidad -día-noche, luz-oscuridad, hombre-mujer, belleza-fealdad, calor-frío, bondad-maldad, virtudes-defectos, caridad-ambición desmedida, conocimiento-ignorancia, opulencia-miseria, realidad-sueños, alegría-tristeza, esperanza-frustración, infancia-ancianidad, orden-caos, valentía-temor- y que al alterar sus componentes y justificar la presencia de ciertos elementos, los seres humanos se acostumbrarán y finalmente, acobardados y débiles, aceptarán realidades que provienen de fórmulas artificiales y orientadas a la confusión y asimilación errónea. La manipulación lleva, forzosamente, al control absoluto.

En consecuencia, la intromisión voluntaria de medios e instrumentos masivos como la televisión y posteriormente el uso negativo de las redes sociales y el internet, superiores a cualquier arma nuclear o pandemia, propiciaron, gradualmente y con cierta intencionalidad, antagonismos entre los opuestos, de manera que les resultaba preciso, para lograrlo, desgarrar a las familias, enfrentar a sus integrantes, dividirlos, ridiculizar y mofarse de los valores hasta convencer a la mayoría de que se trata de fundamentos primitivos e inservibles.

Destruyeron y enfrentaron a las familias, paralelamente con la depredación sus entornos naturales y sociales y la convicción de que el bien, la verdad y los principios del ser estorban para alcanzar la felicidad porque la vida, pregonan, es tan breve que hay que disfrutarla irresponsablemente, bajo un estilo fugaz y estúpido, totalmente materialista y superficial.

Una y otra vez, un día y muchos más, promovieron, a través de sus anuncios comerciales, series, películas, noticieros, telenovelas y demás programas, la dialéctica de los opuestos, hasta criticar, ofender, mofarse, ridiculizar y pisotear a la familia, las instituciones y los valores, y ensalzar, justificar y normalizar la brutalidad, el odio, la violencia, los crímenes, la corrupción, los vicios, la irresponsabilidad, la muerte, las injusticias y los abusos. Y lo peor del asunto es que las familias y las sociedades admitieron a la nodriza televisiva, al padrastro despiadado y refugiado entre las sombras de la era digital, y lo que pudo utilizarse para el bien, el conocimiento y el desarrollo de los seres humanos, salió de las jaulas y mostró sus fauces tan temibles.

A la élite mundial que ambiciona apoderarse de los recursos naturales y minerales del planeta, los negocios y las finanzas redituables, el control absoluto y la voluntad humana, le estorbaban, para conquistar sus fines perversos, la familia, el matrimonio, la escuela, los sentimientos nobles, las creencias y tradiciones, los héroes, la fidelidad y el derecho a la vida, y presentó de manera grotesca a sus sustitutos.

Llegó el momento en que un cantante popular, un personaje público, un futbolista o un actor de telenovela -hombre o mujer-, resultaba más atractivo que la pareja, y se le tenía mayor fidelidad, admiración y respeto que a quien compartía una historia con el sí y el no de la vida.

Convirtieron a las personas en muñecos de plástico, asfalto y petróleo. Convencieron a las mayorías -acaudalados y pobres, académicos y sin preparación escolar- a aspirar a ser maniquíes de aparador y recibir las luces artificiales del momento. Transformaron a la gente en moda pasajera, apariencias, monstruos golosos de bebidas y alimentos, consumidores insaciables. Las personas entendieron que quien no estrenaba perfumes y ropa de marcas de prestigio, automóviles de lujo -claro, aunque se endeudaran parte de sus vidas, simplemente para lucirse y despreciar a los demás, sentirse endiosados por un instante existencial-, viajes costosos y otras banalidades, no valdrían como individuos ni socialmente.

Tal grupúsculo que pasa de abuelos y padres a hijos y nietos, no olvidó que resultaba fundamental vaciar a los seres humanos, arrebatarles sentimientos nobles, capacidad de raciocinio, creatividad, sueños e ilusiones para rellenar sus mentes y corazones de piedras burdas disfrazadas de apariencias deslumbrantes, destellos fugaces, brillos engañosos.

Evidentemente, había naciones que por sus creencias, tradiciones y costumbres centenarias o milenarias, les estorbaban. Cierto, regiones del mundo ricas en hidrocarburos y minerales, cuyos habitantes había que moldear, cubrir de maquillaje, idiotizar y masificar para volverlos consumidores potenciales, cifras, utilidades monetarias, estadísticas.

Los sustitutos han desempeñado un papel estelar para alcanzar tales fines. Inculcaron en las generaciones más jóvenes, odio y resentimiento hacia el concepto de familia, la nobleza de sentimientos, los buenos modales, las acciones responsables, los compromisos serios, los ancianos, la formalidad y la vida. Distorsionaron el sentido natural de la existencia.

El ser humano fue sometido a una metamorfosis brutal y cruel. Los mensajes parecen enfocarse a «siente, goza, disfruta el momento, y si por tus actos irresponsables y ausentes de amor, ideales, proyecto existencial y valores, propicias la formación de un ser humano en ti, en la persona que te sirvió para saciar tus instintos, impídele nacer, intoxícalo, atraviésale el pie para que caiga y muera».

Y si alguien, en tu camino, aparece con ideales y proyecto de vida en común, dispuesto a dar lo mejor de sí, ridiculízalo porque eso ya pasó de moda. Así los han enseñado a sentir, pensar, hablar y actuar. Y claro, en una disfunción total de la vida y la naturaleza, han motivado a que minúsculas aspiren adelantar sus etapas y ser mayúsculas, y al contrario, que mayúsculas incurran en comportamientos de minúsculas, hasta volverse los entes imbéciles e irresponsables del escenario. Lo mismo ocurre con masculino y femenino, con opulento y pobre, con bello y feo, con racional e irracional.

Habría que asomarse a los centros educativos y laborales, a los clubes deportivos y sociales, a los restaurantes, a los foros de televisión y a la mayoría de los ambientes humanos, para comprobar que más allá de que la gente haya obtenido títulos universitarios o simplemente apenas sepa leer y escribir o ni eso, y sin importar abundancia material o miseria, la mayoría ha sido procesada y actúa de manera similar, desde luego con la única diferencia en el estilo, y da pena contemplar a millones de seres tan sumidos en la mediocridad y con la idea de que son dueños absolutos de la libertad y la verdad.

Cuando era niño, mi padre solía aconsejarme sabiamente y explicaba que si desnudábamos a un ser humano, es decir si le quitábamos ropa y perfumes elegantes, maquillaje, alhajas, títulos académicos, residencias, automóviles de lujo, yates, viajes al mundo, membresías de clubes, poder, negocios, cargos púbicos, cuentas bancarias y dinero, y los colocáramos en situaciones totalmente adversas y terribles, descubriríamos ante nosotros, en amplio porcentaje, personas -hombres y mueres- totalmente endebles, burdas, primarias, ignorantes, crueles, acobardadas e incapaces de trascender. Me parecían enseñanzas atrevidas y fuertes, pero ahora entiendo que tenía razón, y lo hacía con respeto y la idea de que yo, su hijo, aprendiera a no deslumbrarme con los destellos de las apariencias.

Hoy, en el año 2020, cuando los seres humanos creímos que éramos eje del universo y dueños del mundo y la vida, recibimos una lección demasiado severa, impuesta por nosotros mismos y comandada por la élite despiadada y poderosa. Obviamente, el coronavirus, denominado Covid-19, fue alterado en diferentes laboratorios y cultivado en sitios estratégicos para exterminar a parte de la humanidad, aterrorizarla, destrozar economías, debilitar a la gente y apoderarse de sus voluntades, destino y vidas. Fragmentaron y propiciaron el odio y el enfrentamiento entre la mayoría, los vaciaron, e incluso a cierto porcentaje robaron inteligencia, sentimientos, proyectos existenciales, sueños, creatividad, anhelos, iniciativa e ilusiones  para sustituirlos por superficialidades estúpidas y pasajeras.

Por medio de la complicidad de las organizaciones mundiales a su servicio -lo mismo financieras que de salud o «humanitarias»- y de sus incondicionales servidores y mercenarios que se encuentran en diferentes gobiernos y medios de comunicación. incluido el internet, difunden una bacteria mortal, un virus más sanguinario que la denominada pandemia, llamado miedo.

Dueños de familias divididas y enfrentadas, ausentes de valores y proyectos en común, desgarradas y totalmente confundidas y manipuladas, todos los días les inyectan dosis de miedo con la idea de exterminar a incontables seres humanos, confundirlos, acobardarlos y someterlos a sus caprichos, ambición e intereses.

Es momento oportuno para invitar a todas las familias, en el mundo, a la reflexión, a regalarse la oportunidad de la reconciliación, el fortalecimiento, la armonía, el amor y la reconstrucción, y a no temer porque cuando una sociedad está blindada y se une en torno a un proyecto común, los poderosos lloran, tiemblan y caen.

Hay que levantar el pesado cortinaje que con perversidad han impuesto quienes pretenden apoderarse del planeta y sus habitantes. Es ahora cuando todas las familias del mundo deben fundirse en un grupo sólido, rescatar valores y no temer, exigir a muchos de los gobiernos, medios de comunicación, academia, comunidad científica, intelectuales y líderes políticos, sociales y religiosos que renuncien a su cobardía, engaño y mediocridad, y hablen con la verdad y exijan a los responsables de esta catástrofe mundial renuncien a sus ensayos y guerra.

Resulta primordial mantener y respetar las medidas y los protocolos de seguridad sanitaria, pero es perentorio evitar que traten a la humanidad como reclusa a la que se le inyectan dosis de miedo, se le confunde, se le divide y se le debilita. Despierten las familias, los individuos, los grupos, y háganlo extensivo a sus parientes, amigos, vecinos y compañeros. El mundo necesita fortalecerse y cerrar puertas y ventanas al miedo, al pánico que tiene mayor poder destructivo que una epidemia creada y dispersa con intenciones mortales por un grupo minúsculo que ejerce el control y dominio mundial.

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Al escribirte un poema aquella noche…

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Al escribirte un poema aquella noche y las que siguieron, simplemente pretendí que entendieras que mis letras siempre estarían dedicadas a ti, y lo he cumplido. Nunca antes había regalado palabras y textos a alguien, ni siquiera al amor que en ocasiones intentó asomar por las ventanas y tocar a la puerta. Guardé mis letras con la idea de fundirlas y entregártelas con fragancias y colores, saturarlas de sueños e ilusiones y regalártelas con dosis de realidades dichosas, agregarles música y que tú, una noche solitaria, cualquiera, percibieras su encanto sutil y volaras al cielo. Imaginé poemas, tracé líneas, escribí desde la esencia y con los sentidos, hasta formar diamantes, tejer historias y bordar un amor feliz e inolvidable. Escribí infatigable para ti. Tuve encuentros en la libreta de anotaciones, en la pantalla de la computadora, hasta que finalmente, en cada obra, definí el amor que me inspiras y hasta lo comparé con un estilo de vida irrepetible y con una locura que abre las compuertas de paraísos insospechados. Escribo, desde entonces, acompañado de la luz de las estrellas, el perfume de las orquídeas y los tulipanes, el susurro del viento y el rumor del mar, quizá porque deseo que me descubras en cada espacio y en todo momento, o tal vez por el hecho de saberme tú y yo y pensar que sientes lo mismo. Ahora, al deslizar el bolígrafo sobre la hoja de papel y posteriormente, al transcribir mis sentimientos e ideas en la computadora, siento que mi mano acaricia las teclas del piano o las cuerdas del arpa y que pasa una y otra vez el pincel sobre el lienzo, hasta crear las obras más cautivantes, hermosas y magistrales que perpetúen tu nombre y el mío. Me encanta inspirarme en ti y escribirte poemas y textos, dibujar tu sonrisa, reventar burbujas repletas de sorpresas, compartir helados y reflejos en los cristales de los aparadores, arrojarte agua de la fuente y ser cómplice de la vida y el tiempo para disfrutar más la historia que protagonizamos y compartimos. Obtengo inspiración al contemplar tu mirada de espejo, descubrirme en ti y saberte mi musa.

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Inquietud

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

En México, donde las autoridades reaccionaron con torpeza, burla, irresponsabilidad y tardíamente al coronavirus, mientras amplios sectores de la población actuaron con rebeldía, necedad e ignorancia a las medidas sanitarias y a las recomendaciones de distanciamiento social para ahora denunciar que a la gente la están afectando en los centros oficiales de salud y que hasta a quienes fallecen por otras causas los registran como víctimas de la denominada pandemia, llama la atención y causa extrañeza y hasta preocupación y sospecha que de manera inconsciente encaucen a la sociedad a los hospitales y consultorios públicos, con la silenciosa y terrorífica idea del entubamiento y la muerte, y no exista una campaña, respaldada por instituciones académicas, gubernamentales, científicas y privadas, que inviten a que si alguien presenta algunos de los síntomas de ese padecimiento, acuda con un médico privado que sea honesto, profesional y cuente con amplia experiencia y trayectoria. Personas confiables, aseguran que en no pocos de los grandes hospitales no es excesivo el número de pacientes internos por coronavirus, pero sí el porcentaje de gente con toda clase de enfermedades que, posteriormente muere por el supuesto mal. Evidentemente, en este país, como en otros, las autoridades desmantelan y empobrecen al sector de salud pública, al mismo tiempo que favorecen, fortalecen y protegen el sucio negocio de la medicina privada y a sus protagonistas endiosados y soberbios que, incluso, operan sin que lo justifiquen muchos de los casos, y nombres y apellidos hay demasiados; pero justo es señalar que, en contraparte, también figuran especialistas honestos y profesionales que verdaderamente se interesan en el bienestar de sus pacientes. El servilismo gubernamental a la élite que controla la economía y las finanzas internacionales, el pleito entre gobernantes por recibir equipos médicos y no recursos económicos, el silencio de académicos y científicos, la falsedad de muchos de los medios de comunicación a nivel nacional, la falta de proyectos y estrategias acordes a la emergencia y la manipulación que se crea intencionalmente en las redes sociales, generan desconfianza e incertidumbre y, sin duda, afectan más que una enfermedad creada en laboratorio y dirigida a reducir el número de habitantes en el mundo, quebrantar empresas, desequilibrar los mercados y apoderarse de los recursos naturales y minerales de los pueblos y de la voluntad, la salud, el destino, la conducta y la vida de la humanidad.

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Sin destinatario ni remitente

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Se marchó el invierno sin despedirse. No dejó una nota con el último adiós. Tampoco prometió regresar. Se ausentaron, de pronto, su piel blanca, su rostro silencioso, su aliento helado. Llegó la primavera sin anunciarse a las puertas ni asomar a las ventanas, tan indiferente a la presencia humana como puede ser, verbigracia, una carta sin destinatario ni remitente. Simplemente, dispersó sus colores, formas y perfumes. Otro día aparecieron las abejas, los pájaros y las mariposas, tan libres como el viento matinal, las burbujas que brotan de la intimidad de la tierra en los manantiales, las cascadas y las olas que besan y refrescan la arena. Y una noche y muchas más, regresaron las libélulas y los grillos, y alumbraron los caminos en compañía de las estrellas y de mundos lejanos, y cantaron sus himnos que se mezclaron con los rumores de la vida. Animales y plantas sintieron los abrazos de la primavera y se entregaron a su abundancia, a sus pinceles, a su paleta de tonos, a sus partituras, a sus melodías, a sus cuadernos, a sus poemas. Ni el abeto balanceado por las ráfagas matutinas y vespertinas, ni otra especie dentro de la fauna y la flora, preguntaron por los hombres y las mujeres. Un día no tan distante -oh, todo momento llega a uno-, el celaje nublado, la lluvia, el granizo y los relámpagos del verano retornarán a los mares, a la tierra, como cada año, sin preguntar por los enamorados que acostumbraban recibir las gotas diáfanas, sonreír, correr y guardar sus capítulos en la memoria, para más tarde, al envejecer, recrearse con sus recuerdos y volver a vivir, y menos interesado se sentirá por el género humano con sus ocurrencias y locuras, con sus alegrías y tristezas, con lo bueno y hermoso y lo malo y terrible que les acompaña. Los charcos formados por los aguaceros, reflejarán las nubes plomadas, las flores amarillas y multicolores de la campiña y las frondas de los árboles; pero no a la gente porque niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos no le resultarán indispensables ni reclamará en búsqueda incansable la vida, que es abundante y multiforme. Posteriormente, las ráfagas del viento otoñal recorrerán montañas, valles, abismos, selvas, desiertos, bosques, océanos y hasta calles desiertas, cubiertas de plástico, asfalto y petróleo, donde el miedo, la enfermedad y el luto seguirán anidando en refugios que olvidaron ser hogares y sólo fueron escenarios de discusiones, peleas y quebranto, rincones consagrados a la gastronomía intoxicada por la química mercantilista, posadas expulsoras de familias. Y así retornará el invierno y cubrirá todo con su nieve prodigiosa. Todas las criaturas, excepto la raza humana, recibirán el saludo de las estaciones y seguirán viviendo. Sí. La vida seguirá indiferente a la presencia humana, y pensar que hombres y mujeres se creyeron dueños del mundo que degradaron despiadadamente al someterlo a sus apetitos, ambición incontrolable, caprichos e intereses. La vida, la naturaleza, la flora, la fauna, los minerales, todo, en el mundo, es indiferente al ser humano. Nadie, en el planeta, extraña a la humanidad hoy refugiada y atemorizada por su propia crueldad. Muchos seres humanos, confinados en sus casas o en total rebeldía a las medidas sanitarias impuestas por gobiernos incapaces de responder con acierto a la emergencia mundial y sí, en cambio, serviles a los intereses de una élite de poder, han demostrado que continúan estancados en el nivel primitivo de hordas, mientras otros, en tanto, han descubierto los errores en que vivieron y se sienten arrepentidos y están dispuestos a rescatarse con sus familias y sus valores para darse la oportunidad de vivir libre y plenamente. La vida, la naturaleza, el tiempo, las estaciones y las cosas del mundo son indiferentes a los seres humanos. Lo verdaderamente prodigioso y sublime es, en consecuencia, la forma de vivir y las cosas con lo que cada uno vibre y sea luz: la familia, el amor, el bien, la verdad, el equilibrio, la armonía, los valores.

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Pertenecemos a la historia

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Pertenecemos a la generación que dentro de algunos años analizarán y estudiarán personas con otros nombres y apellidos. Somos la gente que ya se encuentra inscrita en las páginas de la historia. Sin darnos cuenta, un día, otro y muchos más caminamos hacia los desfiladeros del destino y la historia. Somos los hombres y mujeres que, algún día no tan distante, otros leerán en sus libros cuando asistan a las aulas, a las bibliotecas, a los archivos. Integramos el grupo cercano a siete mil 800 millones de hombres y mujeres, que antropólogos, economistas, psicólogos, historiadores, sociólogos, médicos, periodistas, científicos, artistas e intelectuales intentarán desmenuzar con la idea de conocernos y saber más sobre un mundo transformado artificialmente que se enfrentó a sí mismo. Con lo bueno y lo malo, los aciertos y desaciertos, estamos transitando a la historia. Serán ellos, nuestros descendientes, quienes analicen, estudien y juzguen lo que hoy sentimos, pensamos, declaramos y hacemos. Pasaremos a los otros días, a los de mañana, a los de un amanecer distinto, con nuestras fortalezas y debilidades, con lo hermoso y lo abominable, con la luz y la basura, con la flor y la hoja tiernas y el plástico, el asfalto y el petróleo, con las vidas salvadas con amor y bien y los trofeos de gente y animales cazados despiadadamente. Desfilaremos como seres humanos auténticos e íntegros o cual maniquíes enajenados, débiles, rotos y artificiales. Creada artificialmente en laboratorios o derivada de procesos naturales de evolución y devolución en todos los organismos naturales, utilizada como elemento terrible de guerra para extinguir parte de la gente en el mundo e imponer un nuevo orden internacional totalmente autoritario e injusto o accidente que se propagó, es innegable que el coronavirus, denominado Covid-19, propiciará que hombres y mujeres sean distintos cuando ocurra otro amanecer, acaso con el rescate, fortalecimiento y reconstrucción de sí mismos, probablemente agresivos y desconfiados, quizá menos egoístas y superficiales y con mayor cantidad de amor y valores, tal vez naturales y no tan artificiales, o viceversa. Lo cierto es que hoy, esta generación a la que pertenecemos, y me refiero desde recién nacidos, niños, adolescentes y jóvenes hasta adultos y ancianos, ya formamos parte de la historia y cada uno, en lo individual y en grupo, tendremos oportunidad de demostrar si somos esencia y arcilla, luz y valores, o barbarie, barro con instintos primarios, sombras y hordas. Habrá ambos casos en el planeta, más allá de grados académicos o ausencia de escolaridad y de riqueza o miseria. Cada uno resplandecerá con lo que verdaderamente es en su interior, ausente de antifaces y maquillaje, o se apagará como la noche más dolorosa, triste y desoladora. Somos historia. Todos enfrentamos la opción de colocarnos en la página que nos corresponde.

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Como si el público mexicano fuera parte de sus telenovelas burdas

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Uno, como periodista, tiene el compromiso, la obligación y la responsabilidad social de actuar e informar con ética y objetividad, principalmente cuando se tratan asuntos y temas relacionados con la seguridad, vida, salud e integridad nacional.

Lamentablemente, hay quienes aprovechan las eventualidades que afectan a la sociedad para su beneficio personal y de grupo, incrementar sus utilidades económicas y nutrir su ego y soberbia, al grado de que incurren en el error y la perversidad de opinar e informar con dolo, confundir al público, generar dudas, provocar divisiones y propiciar que la población tome decisiones incorrectas y acordes a intereses ajenos al bien común.

Evidentemente, todos conocemos ejemplos de comentaristas, noticieros y periodistas que pierden respeto a su auditorio y actúan con desdén y prepotencia, amenazantes y engreídos, con la creencia de que son ídolos y dueños de la razón y la voluntad popular, entregados a las órdenes y a los intereses de sus amos insaciables.

Quienes hemos ejercido el quehacer periodístico con profesionalismo, en los campos de batalla, en los sitios donde verdaderamente se registran los acontecimientos, ausentes de maquillajes, guardaespaldas y helicópteros que descienden a los comunicadores transformados en super hombres que transitan sin rasguños, sudor y lodo por cuevas, abismos o selvas, sabemos lo que significa conseguir una noticia en medio de la adversidad y lo que la gente -hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos, ancianos- espera de uno y del medio de comunicación que representa.

Para nadie es desconocido, en el mundo, que México es una de las naciones cuyos habitantes han consentido durante varias décadas que la televisión abierta y privada -entiéndase Televisa y TV Azteca- ingrese libremente a los hogares y sustituya a los padres, a las madres y a los profesores para convertirse en nodriza, en aya capaz de criticar, juzgar, mofarse y ridiculizar a la familia, las instituciones, el respeto, la dignidad, la educación y los valores, y normalizar, difundir y justificar la bajeza, la ausencia de sentimientos nobles, la violencia, la corrupción, las injusticias, las violaciones, la mentira, los vicios, los antagonismos, la estulticia, la ambición desmedida, las apariencias, el egoísmo, la delincuencia, la pasión por los instintos desbocados y las superficialidades.

La sociedad mexicana otorgó licencia a ambos medios de comunicación -Televisa y TV Azteca- para su intromisión en los hogares, en las casas, en todas partes, con la basura, en amplio porcentaje, de sus noticieros, cómicos, programas, anuncios comerciales y telenovelas. Enlodaron la dignidad humana y sepultaron la esencia, y a millones de personas con formación académica y sin estudios, acaudalados y pobres, las unificaron en sus costumbres, modas y conductas, hasta apoderarse de sus voluntades, masificarlas, darles tratamiento de mercancía en serie y colocarlas cual maniquíes burdos y estúpidos en los aparadores más sucios y tramposos.

Dueños de las conciencias mexicanas, las dos firmas televisivas adquirieron tanta influencia, que se creen dueñas del poder de decisión, las preferencias, la razón, los sentimientos y los apetitos de millones de hombres y mujeres de todas las clases sociales -caray, poseer un título universitario no es sinónimo de cultura, como ser millonario no significa necesariamente ser refinado ni inteligente-, a quienes han arrebatado sentido común, dinero, tiempo y vida.

Y mientras hunden a millones de familias en la basura que les ofrecen a través de sus pantallas, sirven a la ambición y los intereses de sus dueños y accionistas principales, quienes pactan alianzas y realizan negocios con la clase gobernante que se ha apropiado del país ante la pasividad, el miedo, la enajenación y la mediocridad colectiva, enriqueciéndose descomunalmente y transformándose así en las familias de las «oportunidades» históricas.

Hace poco, Ricardo Salinas Pliego, magnate controvertido al que se atribuyen negocios multimillonarios y turbios con diferentes políticos y gobernantes mexicanos, y adeudos inmensos a las autoridades fiscales, y quien es presidente del Grupo Salinas y, por lo mismo, de TV Azteca, declaró pública e irresponsablemente que ellos, los mexicanos, no morirán de coronavirus, sino de hambre, con lo que generó temor y rebeldía, independientemente de dejar entrever su sentido inhumano y su respaldo a las autoridades federales, quienes inicialmente desdeñaron el problema de la epidemia.

Más allá de los negocios multimillonarios y sospechosos que se atribuyen a este hombre -uno de los más acaudalados de México-, hay que notar el desdén con que habla y entender que los millones de televidentes que existen en el territorio nacional, a  quienes ha intoxicado por medio del contenido de sus programas, no le merecen respeto y sí, en cambio, los considera instrumento de su riqueza material, personas clasificadas en serie y con valor utilitario.

Los medios de comunicación, y me refiero desde las empresas hasta los noticieros, reporteros y editorialistas, tenemos la responsabilidad histórica y social de informar con oportunidad y veracidad, crear conciencia e influir positivamente en la opinión pública, no hacer alarde de estupideces y prepotencia ni convertir los espacios en escenarios de batallas entre grupos de poder.

Y si Ricardo Salinas Pliego, el todopoderoso de los medios televisivos de México, utiliza su influencia con la idea de defender su proyecto ambicioso y egoísta, el otro, el conductor del principal noticiero de TV Azteca -Hechos de la Noche-, Javier Alatorre Soria, fiel a los intereses de su patrón y del grupo que representa y cegado por su endiosamiento y soberbia, se atrevió a exhortar recientemente, ante millones de familias que hoy permanecen en el aislamiento y temerosas de las consecuencias sanitarias, económicas, laborales y de seguridad que parecen ensombrecer el presente y el futuro de la humanidad, a desacatar las medidas de seguridad, el distanciamiento y las recomendaciones del subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud en México, Hugo López-Gatell Ramírez, médico epidemiólogo, profesor e investigador, a quien minimizó con opiniones muy lamentables.

Habría que exigirles a Ricardo Salinas Pliego y a Javier Alatorre Soria que respeten a las familias mexicanas y no causen mayor rebeldía, necedad, daño, ignorancia, miedo y contagios a los mexicanos, de quienes han obtenido bastante provecho económico. Un medio de comunicación debe actuar con responsabilidad, ética, profesionalismo, seriedad y respeto. En vez de llamar a la desobediencia civil, que en alguna etapa se llevará a cabo porque la gente no podrá permanecer más tiempo en sus casas ante las necesidades apremiantes de trabajar, obtener percepciones económicas, solventar gastos y deudas y quizá hasta por el incremento de niveles de inseguridad versus la parálisis e ineptitud gubernamental, deben aconsejar, guiar y, en todo caso, enmendar y sugerir a las autoridades.

México se encuentra desmantelado. La corrupción y los saqueos por parte de políticos, gobernantes y grupos poderosos, han debilitado y empobrecido a la nación a través de los años. Hoy, independientemente del ocultamiento de cifras y las contradicciones y enigmas de la epidemia, el número de contagios aumenta considerablemente, y lo más preocupante son la incapacidad gubernamental y su torpeza para tratar la emergencia nacional, junto con la carencia de equipos, personal especializado, medicamento e instalaciones adecuadas, y la necedad, rebeldía e ignorancia social.

No es justo, en consecuencia, que un magnate y su empleado, un hombre altivo que hace años anunciaba las noticias a gritos y con sensacionalismo, aporten al caos nacional. Son crueles y despiadados, tan tontos como los que se dedican a reenviar a sus contactos todos los memes y rumores que reciben en sus equipos móviles. Y son peores por tener una intencionalidad perversa.

Pésima imagen han dejado un magnate y un responsable de noticiero. Se notaron, en sus respectivas declaraciones, ausencia de inteligencia y de sentido común, voracidad, manipulación, egoísmo y ambición desmedida, como si la vida fuera una de sus series o de sus telenovelas burdas.

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Lo que dejamos atrás

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Lo que dejamos atrás, en los días y las noches que apenas hace algunas horas parecían tan nuestros y hoy añoramos, son el amor que recibimos de otros, sus sonrisas y los pequeños detalles que daban luz y engrandecían todos los momentos. Lo que se hunde en el traspatio de nuestras existencias es, precisamente, la lista con los nombres y apellidos de quienes ya no se encuentran con nosotros y fueron reales sin que muchas veces nos percatáramos de lo que valían. Lo que salió por alguna de las puertas o ventanas de nuestras vidas es la gente de antaño, son los actos nobles y las costumbres buenas. Lo que perdimos en alguna parte del camino son, sin duda, los paréntesis vacíos de nuestras existencias, los puntos suspensivos de la vida, los días y los años que condenamos a la desmemoria por carecer de proyectos y sentido. Lo que quedó encallado en algún sitio y parece irreconciliable con la realidad que hoy enfrentamos, son las familias alegres que se amaban, los períodos de paz, el respeto a uno mismo y a los demás. Cambiamos, parece, las fragancias de los tulipanes y el aroma de la naturaleza por perfumes caros y artificiales. Nada que no tuviera valor monetario, nos atraía ni satisfacía, y lo perdimos todo. En algún paraje abandonamos el amor, la capacidad de asombro, las virtudes, el poder de dar de sí a los demás, la sonrisa, los sueños. Lo que arrastramos son los remordimientos y la tristeza, el vacío de existencias artificiales y superfluas, la crítica y la mofa a otros. Lo que cargamos, tras la pérdida de lo que verdaderamente valía, son temores del encuentro con uno mismo y los demás, pánico de que de alguna manera se suspenda nuestra participación en el concierto existencial, miedo de perder el asiento y tener que ausentarse a pesar de que la presencia no aporte lo que se esperaba. Lo que se extravío allá, en algún instante de antaño, fueron las oportunidades que no aprovechamos, la incapacidad de ser nosotros mismos y hacer el bien a los demás. Lo que cayó en el pantano que ahora atravesamos aterrorizados e inseguros, es el valor de ser auténticos. Desde antes de la huida a escondites seguros -¿qué son los muros?, ¿qué las paredes y fortalezas cuando los seres son tan frágiles?-, permitimos que cayeran y se enlodaran nuestros tesoros invaluables, que cambiamos por destellos falsos, brillos tramposos y rutas inciertas. Lo que perdimos durante la caminata es la esencia que vendimos con la ambición de comprar formas y sensaciones pasajeras. Quedamos vacíos y hoy, angustiados e irascibles, inmensamente mortificados y tristes, preguntamos dónde quedó lo que éramos; pero somos tan soberbios y tontos que no tenemos valor de cavar en nosotros, evitamos sumergirnos en las profundidades del ser, no horadamos un día y otro más con la finalidad de reencontrarnos y rescatar la luz. Preferimos tomar la pala y el zapapico con la intención de preparar tumbas que abrir puertas con la finalidad de descubrirnos realmente y ser auténticos. renacer y transformarnos en luz.

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