Este día

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

No sé si somos pedazos de sueños que flotan en el espacio sidéreo y se disuelven entre las estrellas y mundos cercanos y distantes. Ignoro si fuimos desterrados de paraísos perdidos y si caminamos en las arenas de los desiertos o si pertenecemos a la generación del terruño prometido. Desconozco, a esta hora de mi vida, si cada instante -¿existe el tiempo?, ¿es real el espacio?- naufragamos en océanos turbulentos, o si, acosados por la nostalgia, exploramos en las profundidades nuestro origen y buscamos la flama que sospechamos quedó prendida. Me resulta complicado declarar que somos suspiro, principio y fin, luz y sombra o reflejo de algo incomprensible. Podríamos ser parte de un guión destruido y arrojado a este mundo por su autor, o simplemente el efecto de una serie de casualidades o, al contrario, burbujas diáfanas en espera de navegar por corrientes etéreas para retornar al manantial. No deseo aclarar si somos resultado de una experiencia química y nosotros, los componentes, hemos resuelto enfrentar a los demás ingredientes con la creencia de ser superiores, o si solamente venimos a pasear al mundo, a lo que definimos con el término de vida, con su sí y su no, sus luces y sus sombras, para más tarde, tras probarnos, regresar a casa. Acaso somos historia fragmentada o proyectos inconclusos, probablemente ilusiones atrapadas en burbujas, quizá sueños fundidos o realidades desgarradas, tal vez todo y nada. Este día, junto con los anteriores, en el aislamiento global, he roto candados y barrotes de celdas que me aprisionaban, en busca de mi libertad y con la intención de enfrentarme a los prisioneros, a mí mismo, y perecer entre mis antifaces, fantasmas, abismos y sombras o renacer, coexistir en el plano actual con lo que soy -esencia y arcilla-, hasta seguir la ruta a jardines prodigiosos e inagotables y sentir el aire y la brisa de la inmortalidad. Tengo la certeza de que la vida empieza cada instante, y que los momentos son cápsulas irrepetibles para experimentarlos, aprender y evolucionar. Cada instante, por minúsculo que parezca, es vida que se presenta y escapa indiferente y, a la vez, implacable al sumarse entre sí y dejar huellas en la gente, en todo, más allá de que alguien sea feliz o desdichado. Hoy no pretendo argumentar el origen y el final humano; pero sí, en cambio, invitar a todos, mujeres y hombres, a despertar del letargo y comenzar a vivir cada segundo en armonía, con equilibrio y plenamente, en total libertad, dignamente, con el bien que se puede hacer a uno mismo y a los demás. El día que aprendamos que la existencia humana es breve y frágil y que, por lo mismo, es absurdo, incongruente y estúpido derretirla en apetitos fugaces, ambiciones desmedidas, superficialidades, estulticia y sentimientos y actos innobles, comprobaremos que tenemos capacidad de ser luz y no sombra, ángeles y no demonios, y que tal vez hemos transformado el planeta en infierno e inventado paraísos falsos dentro del desconsuelo y al perder el destino al cielo que inicia en las profundidades de cada uno y se prolonga a la eternidad. Y no me refiero a creencias y doctrinas, sino al lenguaje que pulsa en los troncos de los árboles, en las cascadas y en los ríos, en el mar, en las flores, en las gotas de lluvia, en las estrellas, en uno mismo. Al quebrantar cadenas, barrotes, candados y grilletes de mazmorras lóbregas y hediondas, uno se enfrenta a sí mismo, ausente de máscaras, y conquista su libertad, recupera su identidad y se reencuentra consigo. Entonces, la alegría y la sonrisa de un niño tienen más valor que un auto de lujo o un momento de placer infiel, y el amor, las cosas materiales, los sentimientos nobles y lo que uno posee, se convierten no en frontera ni en muralla, sino en puente que destila luz y da a los demás el bien y la verdad. Así, entiendo, reinicia la vida.

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Es letra, y así, en el embeleso y la locura de mi vida, le he escrito poemas

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

¿Alguna vez dije que se trata de la locura de un amor?

Es letra, quizá la más bella y dulce del abecedario, y así, en el embeleso y la locura de mi vida, le he escrito tantos poemas como luceros cuelgan en la ruta que conduce a los sueños y al paraíso. Es melodía, acaso la más hermosa y profunda, y de esa manera, le he compuesto sinfonías y conciertos que se mezclan con los rumores y silencios de la creación y del aire que revolotea su cabello Es paleta de colores, tal vez los más cautivantes o los que Dios utilizó al decorar el mundo, y no he dudado en pintar su rostro con alegría y sonrisas. Es fragancia, probablemente la de mayor exquisitez, y de ese modo la comparo con los perfumes de los tulipanes que crecen dichosos y plenos alrededor del molino de viento. Es gota diáfana, y me parece definirla en la lluvia que la multiplica con el prodigio de dar un sentido más hermoso y magistral a los días de nuestras existencias. Es el poema, la lectura que da el aire una mañana de primavera o una tarde de otoño, y sus matices son los que aparecen, ante la mirada, una aurora de encuentro inolvidable, o las huellas que deja cuando anda conmigo durante un paréntesis de lluvia o aquellos instantes de nevada inagotable. Es musa que inspira y yo artista que escribe. Es arcilla, esencia y luz que ilumina mis días y años de paseo terreno, mientras caminamos por estos parajes con claroscuros y navegamos sobre los pliegues turquesa del océano implacable durante el viaje de la vida, en busca de la orilla donde inicia el terruño entrañable e infinito en el que no existen amaneceres ni anocheceres porque todo, ante la disolución del tiempo y el espacio, es arrullo y principio sin final. Es letra del abecedario, nota del pentagrama, color de la paleta, forma del dibujo que dan cincel y el martillo, apellido de mi nombre, latido de mi corazón, episodio interminable de mi biografía. Tomo las letras y, emocionado, le escribo el más bello de los poemas, el texto que cada día se deshoja con la idea de formar las alfombras de pétalos que prometí regalarle.

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Un día como hoy

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A la memoria de mi padre y mi madre

Un día como hoy, se volvió fecha memorable y quedó marcada en el calendario, en los recuerdos, en los apuntes y en las partituras de la vida. Un día como hoy, el tiempo pareció quedar suspendido y dejó de ser informe y viajero indiferente para transformarse en apellidos enlazados, en inicio, desarrollo y prolongación de una historia. Un día como hoy, 26 de mayo, se transformó en familia, en hogar, en mundo y en paraíso diminuto para nosotros, quienes tuvimos oportunidad de formar parte de una sinfonía de notas subyugantes y protagonizar una hermosa realidad que pareció ensueño. Un día como hoy, se repitió y multiplicó, a través de los años, con celebraciones de un acontecimiento trascendente para nosotros. Un día como hoy, mis padres, Santiago y Lucía, contrajeron matrimonio y así, enamorados como se sintieron durante la trayectoria de su caminata mundana, rompieron el silencio del tiempo, la complicidad de los minutos y las horas, los susurros  del reloj, hasta trascender a un infinito anhelado. Un día como hoy, aprendieron, en el mundo, a ganarse el cielo. Un día como hoy, y hasta que permanecieron con nosotros, sus descendientes, hicieron de su casa no un sitio de encuentro casual para comer y dormir, sino centro de aprendizaje y convivencia, laboratorio de platillos deliciosos, biblioteca y espacio de juegos, fuente de amor y consejos, taller de sentimientos nobles y formación de seres humanos interesados en el bien, el conocimiento y la espiritualidad. Un día como hoy, dos seres humanos eligieron coincidir en sus existencias y seguir la misma ruta, caminar por un sendero común, multiplicar su amor con otros rostros y nombres, dejar huella de sí. Un día como hoy, el amor llevó a dos seres humanos a explorar las rutas del amor, con el sí y el no de la vida, con los amaneceres y ocasos, hasta probarse con una familia, un hogar, un linaje. Un día como hoy, y los que siguieron en nuestras existencias, con lo positivo y lo negativo, siempre les llamé papi y mami, en diminutivo, y en todo momento los abracé y saludé con amor y emoción, como si ante mí se encontraran dos personajes maravillosos -y en realidad lo fueron-, y les di un beso en cada mejilla. Un día como hoy, inició mi historia, comenzó la de mis hermanos, empezó la de nuestros descendientes. Un día como hoy, simplemente nacimos nosotros porque con el amor auténtico y fiel, inician las historias maravillosas, se conocen los milagros, se perciben los murmullos y silencios de Dios, se comprueba que los ángeles vienen ocasionalmente al mundo y se reproducen, de alguna manera, destellos y sueños del cielo.

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De aquellos días…

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

No era cuestión de besos arrebatados ni de actos incontrolables… ella, la vida y el tiempo me lo enseñaron. No se trataba de amoríos disueltos una, otra y muchas noches en posadas inciertas, sino de la calidez de un hogar decorado con los colores de la alegría, el amor, la entrega y los detalles… ella lo repitió ante la caminata de las horas y los días, mientras nuestras existencias se consumían sin darnos cuenta y todo quedaba en anhelos e ilusiones. No nos movían los apetitos ni la búsqueda de otros rostros y cuerpos… definitivamente, ella y yo cerramos las puertas y ventanas porque nuestro destino tenía dirección y, en consecuencia, no esperábamos a alguien más. No intentamos mentir, escondernos o practicar simulaciones… ella mostró su cara de niña y su mirada de espejo ausentes de antifaces y maquillajes, y yo, igual, ajeno al instinto de los titiriteros que manipulan y controlan a otros, con la idea de que si uno es caballero, no se le puede engañar a una dama. Nunca busqué otras manos… las suyas me bastaron porque sentí su calidez, me enseñaron a dar y recibir y hasta las admiré en sus instantes femeninos, en sus horas de trabajo, en sus momentos de romance. Fuimos caminantes incansables, enamorados silenciosos, niños sonrientes, esencia y arcilla, musa y artista, ángeles y seres humanos, mujer y hombre, ella y yo… coincidimos en un sitio especial, en una fecha significativa, y así partimos por el mundo, diferentes y amurallados, en un viaje inagotable a rutas esplendorosas. Admiramos las flores minúsculas que crecían en las laderas, en los jardines, en una alfombra tersa de colores y fragancias que sólo la corriente diáfana se atrevía a rasgar y serpentear. Permanecía inmerso en mi arte, en las ideas, en las letras, en las profundidades del océano y en la soledad de la cumbre… ella, el amor y la vida me inspiraron para dedicarles las palabras escritas a una hora y otra de mi existencia. No solíamos pronunciar el lenguaje sin sentimiento ni razón… ella y yo decidimos comunicarnos y entender nuestro propio código. Hicimos de cada encuentro un motivo de alegría, un detalle de amor, un pretexto para viajar, una historia inolvidable… ella, el tiempo y la vida me lo aconsejaron. La primavera desvaneció la nieve invernal, el verano hurtó las canastas pletóricas de flores y mariposas, el otoño sopló y diluyó la lluvia, y el frío llegó de nuevo… ella y yo lo aprendimos. Y así, ambos llegamos puntuales y de frente a nuestra cita con el destino y la historia, cada uno en el aislamiento, como toda la humanidad, con los días y los sueños rotos, con la vida que escapa cada minuto, en espera de nuevos encuentros y coincidencias, con la esperanza de abrazarnos y protagonizar más capítulos, con las burbujas de la dicha que revientan en nuestras manos vacías, con el miedo de convertirnos en pasado y en todo y en nada, con la enseñanza, los recuerdos y la magia de un amor que siempre ha sido una locura hermosa… ella y yo lo sabemos, y también comprendemos que si se ausentan otros amaneceres en el mundo, acudiremos al del infinito para seguir jugando al amor y a la vida.

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Simplemente…

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Quiero dejarte trozos de mí, como la primavera, al nacer, regala sus colores y fragancias;  el verano, en sus mañanas y noches, dispersa perlas de agua que deslizan por las hojas de los árboles y los cristales de las ventanas; las tardes otoñales, en su empeño de no desfallecer, arrastran rumores y silencios en su viento procedente de horizontes recónditos y misteriosos; y las madrugadas invernales, en tanto, maquillan de nívea blancura las montañas, los techos de las casas, los jardines, las calles y los parques, mientras la lumbre de la chimenea arrulla y cobija las horas de ensueño. Me resulta preciso salvar del naufragio de la desmemoria, las historias que compartimos, las ocurrencias que tenemos y hasta los juegos y las risas que dan un toque de locura a nuestros días. Tengo interés en colocar pedazos míos en ti, y no como ensayo de una ecuación de sobrantes y vacíos, sino en un acto que complemente el tú y el yo de nuestras existencias, con la arcilla de mi rostro y la esencia de mis sentimientos, hasta que un día, a cierta hora, pronuncies mi nombre al escribir el tuyo y me sientas en ti al volar libre y plena, con tu sonrisa de niña y tus ojos de muñeca. Antes de partir a otras fronteras -ya sabemos que los días de la existencia son breves y frágiles-, quiero esculpir mi perfil cerca del tuyo con la intención de que me sientas junto a ti y si corres por el césped, sepas que también ando contigo, como lo estaré en los perfumes que el aire matinal arrastrará imperturbable, ráfagas que, por cierto, jugarán con tu cabello, te despeinarán y te recordarán que es bello experimentar el milagro de la vida y el deleite del amor. Simplemente, lo confieso, deseo vivir con intensidad el minuto presente, a tu lado, correr, abrazar troncos de abetos, girar hasta caer sonrientes, hundir los pies en la arena y en la corriente de la alegría e inmortalidad e invitarte a asomar  al engranaje de los segundos con el propósito de desarmar el tiempo y dar paso a la libertad y al infinito. Quiero dejar algo de mí en ti para que siempre, al abrir y cerrar los ojos, al amanecer y al anochecer, sepas que el amor flagela la espalda del tiempo y derrumba sus murallas. Es, sencillamente, una fórmula que tiende puentes etéreos y mágicos entre uno y otro, y propicia, por lo mismo, la cercanía a paraísos que de pronto creíamos perdidos y solamente estaban ocultos en nosotros, entre los abrojos y los maquillajes de la cotidianeidad. Es, en suma, amar, componer el poema o la sinfonía magistral y sutil, atreverse, traspasar umbrales, cruzar puentes, salvar abismos, desvanecer fantasmas, diluir sombras y conquistar vergeles, escalar cumbres, zambullirse a profundidades insondables, entender las pautas de la vida, percibir los rumores y silencios que pulsan en la creación y transformarse en cielo, luz y corriente diáfana.

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Se fueron muchas historias

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Alguien pretende desdibujar los trazos del maestro. Tiene interés en mutilar el lienzo,  contaminar los tonos de la paleta, alterar las notas del pentagrama, voltear el sentido de los poemas y distorsionar las historias. Su táctica consiste, estos días, en borrar sonrisas, confundir rutas, barnizar la alegría con los colores del dolor y la tristeza, eliminar destinos, enlodar la arcilla y la esencia. cortar puentes y presentar desfiladeros insondables y oscuros. Es alguien compuesto por una multiplicidad de rostros, nombres y apellidos, con poder, que siempre tuvo un plan siniestro para despedazar a las familias, a las instituciones, a las sociedades, a la humanidad, y generar divisiones y enfrentamientos entre los opuestos. Son quienes pretenden suplantar al uno, al artista de la vida. Es la élite que propició que la gente se escupiera a sí misma y se transformara en plástico, en concreto, en petróleo, en superficialidad, en porquería. Con el rapto de la salud y la vida, destruyen, enlutan, desequilibran, controlan. Se apoderan de todo. Y lo celebran y lo saben. No desconocen que con la gente, partieron y se rompieron innumerables historias sin relatar. Con los ancianos, se fueron otros días, épocas de antaño, costumbres y momentos que apenas ayer eran realidades y sueños. Con las mujeres y los hombres ausentes, perdimos trozos de diversidad, riqueza incalculable y originalidad. Con la infancia perdida, se desvanecieron sonrisas naturales, algarabía, juegos, inocencia y mañanas prodigiosas. Con los artistas que hoy faltan, se derrumbaron las quimeras y se apagaron los luceros de la noche. Con los enfermos que perecieron un día, otro y muchos más en la confinación y la táctica del aislamiento y la incomunicación, murieron las alegrías, la fe, la esperanza, las ilusiones. Los juegos de la vida quedaron incompletos. Con los adolescentes y jóvenes que abordaron los furgones con destino a otras fronteras, se fortalecieron los espectros de la generación perdida y aparecieron el luto, la tristeza y el dolor. El desconsuelo tiene figura. Con las preguntas e incógnitas, se multiplicaron los signos de interrogación y la falta de respuestas. Con los padres y las madres que a cierta hora enfermaron y sucumbieron, se multiplicaron los huérfanos desprotegidos, el luto, la desesperanza, la miseria y la soledad. Con la ambición desmedida de una élite poderosa y de apariencia indestructible que tiene bajo su control gobiernos, finanzas, ciencia e información y que anhela adueñarse del planeta y de la voluntad humana para someterla a niveles despiadados de explotación en un orden mundial totalmente injusto, el virus alterado en laboratorios y cultivado en zonas estratégicas para su inmediata propagación global, ha propiciado que las familias e instituciones se desmoronen y que haya faltantes, ausencias que lastiman. Con la denigración de los sueños, la esperanza, los sentimientos nobles, las ilusiones, la libertad, la fe, las ideas y la diversidad, empezamos a agonizar y perder la vida. Alguien -una élite cruel y poderosa, un grupúsculo en exceso ambicioso- pretende alterar y borrar rostros, nombres y apellidos, historias, valores, alegría, ideales, amor, remembranzas de un ayer apenas real hace algunos meses, sentimientos e inteligencia,  precisamente con el objetivo de masificar, controlar y explotar a la humanidad. Y nosotros, como individuos, familias, sociedades e instituciones, somos responsables, en amplio porcentaje, de que tales pillos estén destazando a una parte de la humanidad, al preferir los apetitos y superficialidades y arrojar a la basura los sentimientos nobles y los valores, al dar a los hijos y menores de edad aparatos costosos para distraerlos ante nuestra ausencia de amor y creatividad para atenderlos, al encender a la nodriza llamada televisión que criticó y ridiculizó desde hace décadas el bien y los conceptos positivos y normalizó y justificó el mal, al practicar la simulación y utilizar la táctica del engaño e innumerables antifaces, al perder identidad y el sentido de la vida, al carecer de proyectos reales. Ellos, los miembros de la élite que hoy somete a la humanidad, siempre han tenido un plan y no desconocen la ruta que hay que seguir para apoderarse del planeta, sus recursos y su gente. Es hora de despertar y reaccionar antes de que alguien conduzca a los rebaños humanos a los abrevaderos de la desmemoria y, aterrados, débiles y fragmentados, olvidemos quiénes somos y estiremos los brazos para recibir dócil y voluntariamente los grilletes o seamos empujados a abismos de los que surgirán nuevos dioses a los que tendremos que rendir tributo y estar agradecidos. Alguien intenta disolver nuestra historia e identidad a través del cargamento que esconde una enfermedad totalmente manipulada y dirigida. Como que tienen la aspiración ruin de suplantar los colores de la vida, las fragancias y las tonalidades que, al inicio, Dios o el principio creador aplicó magistralmente.

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Muñeca de porcelana

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Y una mañana, tras despertar, asomó al espejo y descubrió, ipso facto, que era ella, ausente de fragancia y maquillaje. Intentó reconocerse. Estaba rota. Faltaban y sobraban trazos, colores y pedazos. No era error del espejo de la belleza y la ensoñación al dibujarla añeja e insípida. Algo había sucedido con ella durante la repetición y monotonía de los días. Se acostumbró tanto a su imagen cotidiana, que no distinguió los rayones de las horas acumuladas. Pensó que su mirada -al fin sentido humano- la engañaba; sin embargo, el espejo permaneció callado, ausente, como quizá siempre lo había estado. Parece que los espejos son indiferentes, pero crueles si alguien insiste en molestarlos y preguntarles acerca de la belleza de la que se sienten dueños o que iluminan con paletas de diferentes tonos. Sintió, por primera vez en su vida, la carga del tiempo, lo sinuoso del camino, la amargura de sus rasgos. La altivez que padeció desde que aprendió a ser muñeca de aparador y no, como sus familiares, compañeras y amigas, mujeres con aciertos y errores, le arrebató la sencillez y la capacidad de saber que la apariencia física sólo es un vestido que carece de porvenir, un destello que se convierte en vestigio al paso del tiempo, un trozo de arcilla que embellece la luz o denigra la sombra. Olvidó que el brillo y la lozanía de los rasgos se apagan algún día, a cierta hora, y que al final quedan zanjas que sepultan la vanidad de otrora. Intentó distraer su mortificación, diluir su tristeza. Le resultaba difícil aceptar que tras innumerables momentos iguales, algo había sucedido con su cara y sus manos de muñeca de porcelana. Era un atributo, una característica, un algo que cautivaba y arrebataba la atención y los sentidos. Era su riqueza. Formaba parte de su éxito. ¿Qué haría? Consultó sus finanzas y descubrió con alarma y dolor que algo había acontecido en el mundo, de manera que ya no funcionaba el modelo económico que la ensalzaba socialmente. Supuso que se encontraba atrapada en una cárcel, entre sueños, pesadillas y realidades. El destino o algo había enmendado, entre un anochecer y un amanecer, su rostro, su piel, su apariencia física, su patrimonio material, las dos características que sostenían su distinción y su éxito. Se encontró consigo, con sus múltiples rostros escondidos en alguna caverna, desnuda, y entre rumores y silencios del interior y del exterior, alguna voz le indicó que nada, en el mundo, es permanente, y que los apellidos de linaje, los títulos académicos o nobiliarios, los reconocimientos sociales, la fortuna material, la ropa y los accesorios con etiquetas de prestigio y hasta los lujos y la belleza física, estorban cuando se utilizan superficialmente y con el objetivo de someter a los menos afortunados, obtener beneficios personales y descalificar y humillar a los demás. Asomó a la ventana y miró, a través de los cristales biselados y emplomados, a la gente que sonreía alegre, a los niños acompañados de sus padres y sus madres, a los enamorados, a las familias, a los solitarios, a hombres y mujeres que agradecían y disfrutaban el sol matinal, el perfume de las flores, las gotas de agua que salpicaban de la fuente del parque, las sombras jaspeadas que regalaban las frondas de los abetos, el canto de las aves, el vuelo de libélulas y mariposas, el zumbido de las abejas y la profundidad azul del cielo. Ninguno requería, para ser dichoso, libre y pleno, algún perfil de muñeca, una fortuna material, un apellido linajudo o un documento que acreditara su conocimiento. Simplemente, vivían contentos, en armonía, con equilibrio, libres y plenos, en su derecho de vivir dignamente y cumplir sus sueños y proyectos; pero no basaban su grandeza en rostros, siluetas, cuerpos y lujos excesivos.  Coexistían figuras de porcelana, cartón, trapo, madera y plástico en un ambiente donde raza, origen, creencias, nivel académico y posición socioeconómica resultaban secundarios. Volteó al otro lado, donde las construcciones grises de concreto estaban maquilladas y vestidas con apariencia de boutiques y tiendas elegantes, y presenció el desolador espectáculo que ofrecían los empleados silenciosos y malhumorados de un establecimiento comercial, envueltos en overoles apagados y botas opacas, quienes arrojaban al carretón de la basura pedazos de maniquíes que eran recompensados, tras permanecer diferentes temporadas en los aparadores con ropa que un día, otro y muchos más se convirtieron en ayer, en moda caduca, con el olvido y la partida entre porquerías y desechos de una sociedad consumista. Comprendió que la belleza física, la formación de riqueza material y la concentración de reconocimientos públicos derivados del conocimiento o de otros aspectos humanos, tienen validez cuando lo más importante, en cada persona, son sus principios, su esencia, sus sentimientos nobles, sus actos buenos, su sencillez. Se sintió la más miserable de todas las muñecas de porcelana. Asomó al espejo que, indiferente y silencioso, la dibujó sin maquillaje.

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Mesa incompleta

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

La mesa se rompió. Está incompleta. No es la misma de hace días. Luce descompuesta e irreconocible. Sobran asientos y platillos; faltan risas, conversaciones y rostros. Hay ausencias que duelen y se sienten en lo más profundo del ser.  Es algo que lastima. Son presencias que se añoran y se repiten cada instante en las esquinas y los rincones de los sentimientos y la memoria. Las sillas evocan otras horas, instantes tan lejanos y próximos a la vez. Son recuerdos de minutos apenas consumidos ayer y que intentan, en medio de faltas y desolaciones, cubrir huecos, trazar siluetas, dibujar rasgos de seres con nombres y apellidos que ya no regresaron. Quizá un amanecer o tal vez un anochecer -todo es tan impreciso-, despertamos o dormimos con la noticia de que alguien pretende modificar cruelmente la vida humana, oculto cobardemente entre el ropaje del coronavirus -Covid-19-, y lo creímos porque la enfermedad, sin ser pandemia como aseguran, es real y aniquila con la complicidad de actores de todas las disciplinas: gobernantes, científicos, laboratorios y medios masivos de comunicación a nivel internacional, entre otros. El ambiente se encuentra enrarecido. Flotan medias verdades y medias mentiras que se mezclan con contagios, temores, quebrantos y dolor. Atrapados en el naufragio desconsolador de un aislamiento dirigido, forzoso o sugerido, entre grupos humanos interesados en el bien y hordas primarias, el telón se ha levantado con el objetivo de presentar un espectáculo mundial de miedo, corrupción, muerte, conductas excesivas y lastimosas, discursos enloquecedores, debilitamiento mental y físico, saciedad, distractores, noticias contradictorias, montajes, antagonismos y divisiones en las familias y las instituciones de la sociedad, rumores y promesas incumplidas, en un afán despiadado de asesinar al mayor número posible de personas, apoderarse del planeta con todas sus riquezas y manipular y ejercer control absoluto en todos los pueblos. Es así como al deambular entre destellos y sombras, mucha gente se retiró del camino. Innumerables hombres y mujeres ya no retornaron a sus sitios en la mesa por perecer temprana e irremediablemente, por sentir la atrocidad y cargar el peso de la época o simplemente por no coincidir con los otros comensales. La mesa está incompleta. Falta gente. No se distinguen las múltiples caras de niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos. No llegaron. Unos quedaron atrás, atrapados en las espinas de la muerte, en la caducidad de la existencia, y otros, en cambio, prefirieron no presentarse más. El banquete de la vida continúa con sus sazones, a pesar de las luces y sombras. Al menos hoy es notoria la cantidad de espacios vacíos. Lloramos las faltas anticipadas de aquellos que ocuparon paréntesis dentro de nuestras existencias, con todo y nada de lo que fueron y significaron, y lamentamos que otros, con vida, hayan elegido no regresar por ser piezas discordantes de la maquinaria de la coexistencia. Cómo hieren y matan las ausencias. Hay exceso de sillas vacías. La mesa, insisto, no es la misma. Se palpan huecos y se perciben ausencias.

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Las máscaras cayeron… ya nos reconocemos

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Cuando los seres humanos superemos el capítulo del coronavirus -Covid-19- y se convierta en ayer, en recuerdo doloroso, en vestigio triste, en rostro desmaquillado de lo que seres humanos crueles e intoxicados por la ambición desmedida y las pretensiones de dominio global son capaces de hacer en contra de la vida y el equilibrio del planeta, el mundo presentará rasgos diferentes, algo habrá cambiado, por lógica se establecerán otras reglas y seremos náufragos y pedazos de la historia y del destino que irresponsablemente consentimos durante años al resultarnos más fácil quedarnos en la aparente comodidad de las butacas, entre la masa informe del auditorio, insensibles e irreflexivos, que diseñar proyectos existenciales auténticos y actuar de frente, transformarnos en protagonistas de los cambios individuales y colectivos que requerimos para trascender.

Quizá tan doloroso episodio quedará registrado en la historia mundial como algo asqueroso y repugnante por parte de un grupo asesino y dominante -dependerá de quienes documenten y escriban tan terribles capítulos, desde luego no pocos justificando las decisiones, conductas y reacciones de quienes les paguen-, probablemente los responsables de la masacre mundial serán denunciados y perseguidos o tal vez dicha élite continuará libre e impune, como hasta hoy, empeñada en apoderarse del planeta y de las voluntades humanas, ya fortalecida con la información obtenida de tan fatal experiencia global y con los resultados de su ensayo macabro y las conclusiones del ejercicio mortal que llevaron a cabo sin importarles disfrazar la realidad, esconderse y manipular el dolor, la enfermedad y el miedo de acuerdo con sus caprichos e intereses. Nadie lo sabe. Dependerá, en mucho, del despertar o del adormecimiento de millones de personas que han permanecido en el aislamiento, condenadas a presenciar espectáculos terribles y vergonzosos para una civilización que se creyó y sintió dueña y eje del universo.

Más allá de análisis, de especulaciones y del intento de armar un paisaje al que a la vez le faltan y le sobran piezas, es innegable que las condiciones y reglas del mundo serán otras y habrá que reconstruir lo que cada persona y nación perdimos durante la etapa que ha colapsado a la mayoría. Cada uno, al regresar a los espacios públicos, a las escuelas, a los centros laborales, a los despachos, a las oficinas burocráticas, a las empresas, a las actividades cotidianas, habremos tenido oportunidad de medirnos previamente por medio de las pruebas y tribulaciones de mayor dimensión en la historia humana que enfrentamos, y sabremos, en consecuencia, si somos esencia y arcilla o simple tierra burda mezclada con residuos de desagües y movidos con hilos que alguien manipula conforme a sus apetitos, intereses y caprichos.

Estos días de rasgos ensombrecidos, también han sido de aprendizaje. Ahora, cada uno sabemos lo mucho o poco que valemos como personas. Hemos tenido oportunidad de comprobar si estamos despiertos, a pesar de las adversidades y los desafíos, o si preferimos refugiarnos en apetitos, superficialidades y pretextos.

Cada uno, en el interior, entendemos si somos luz o sombra, identidad o cifra y estadística. Al cabo de días repetidos, hemos sido náufragos amorosos y solidarios o resentidos, crueles y amargados. A pesar del dolor, la tristeza y el miedo impuestos, ya demostramos de qué estamos hechos y lo que somos. Ahora hay que renacer o morir, despertar o esconderse entre celdas, fantasmas y sombras.

Habrá quienes se reconciliaron consigo, con la vida, con sus familias, con otros seres humanos, y crecieron sustancialmente; pero también aquellos que no dejaron de proyectar que vienen de hordas y solamente se interesan a sí mismos, en la satisfacción de sus apetitos, en la petulancia de sus apariencias o posesiones, en la estupidez y en la ausencia de valores y de sí en que coexisten. Cada uno tenemos la respuesta.

Igual que como estos días, semanas y meses hemos tenido paréntesis y lapsos tendientes a probarnos como individuos, familias, instituciones, comunidades y naciones, los gobernantes y políticos de todo el mundo también han demostrado quiénes son en realidad, qué intereses existen detrás de ellos y si efectivamente aportaron e hicieron algo valioso por la gente o si aprovecharon la confusión, el miedo y el caos para fortalecerse como grupo y perpetuarse en el poder.

En cuanto a aquellos que se han amurallado y callado desde sus fortalezas científicas, sociales, académicas, religiosas, médicas, intelectuales y artísticas, definitivamente ya enseñaron sus credenciales. El silencio, cuando urge la información firme y honesta, suele transformarse en cómplice o en mercenario al pronunciar medias verdades y medias mentiras. No tiene caso ni sentido desperdiciar el tiempo tan preciado en solicitarles que hablen lo que prefirieron mantener en las prisiones del silencio.

Las máscaras cayeron. El maquillaje se desvaneció pronto. Los antifaces y los vestuarios se mostraron inservibles, caducos, artificiales e insulsos. Estamos rotos y debemos reconocernos y pegarnos, rescatar los minutos perdidos y la vida fugaz, reconstruir nuestros ideales, sueños, aspiraciones, sentimientos, realidades, proyectos, valores e ilusiones.

No dudo que algunos continuarán con la necedad de permanecer atrapados en sus propias celdas espirituales y mentales, en sus salones de tortura personal, familiar y colectiva, hacinados en su miseria humana, mientras otros tantos optarán por quebrantar las cadenas y respirar el aire de la libertad, disfrutarse con lo que son y amar a sus familias, experimentar los instantes de la vida con su sí y su no, respetar a la gente y la naturaleza, coexistir en armonía y con equilibrio, destilar luz y no sombras, actuar con principios y sentimientos nobles.

¿Quiénes somos? Cada uno tenemos la respuesta. La presente, ha sido la prueba global más desafiante y peligrosa para la humanidad por todo lo que esconde y significa. Si el período histórico que hemos enfrentado con tanto dolor, preocupación y temor no nos ha motivado a la reflexión, al reencuentro con nosotros y los seres que amamos, a la reconciliación interna y colectiva, al rescate de las familias y los principios nobles, definitivamente somos, en consecuencia, la basura y la escoria que cierto grupo poderoso, a través de los años, ha tratado de volvernos en lo personal y socialmente. Cada uno sabemos, ahora, quiénes somos y si tenemos capacidad de ser auténticos, amar a nuestras familias. dar de nosotros a los que más sufren y dejar huellas imborrables, hermosas e inolvidables.

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La escuela extraña a su gente

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

El polvo se mezcla con los rumores del silencio y, juntos, trazan rutas cotidianas, entre nombres y apellidos que una y otra vez pasaron lista y susurros de recreos que permanecen a los lados, atrás, enfrente, aquí y allá, en las aulas, los pasillos, las escaleras y el patio. Se encuentran latentes en la memoria y en los sentimientos, en los recuerdos, en el tiempo, en los ecos fragmentados que a veces flotan.

Las instalaciones se encuentran desoladas. Evocan a las miniaturas de hombres y mujeres que ensayan a la vida, con rasgos de juguete, y a los adolescentes y jóvenes cargados de mochilas con libros y cuadernos, ilusiones y ocurrencias, y a los profesores entregados a su ministerio, a su profesión, a su quehacer de la enseñanza.

El viento arrastra hojarasca y la dispersa en su camino, como para recordar que nada es permanente, en memoria de aquellas mañanas nebulosas y frías de algarabía infantil, adolescente y juvenil, y las tardes calurosas o de lluvia con tareas y repaso de lecciones.

La escuela exhala suspiros nostálgicos. Extraña a sus niños estudiosos y traviesos, a sus adolescentes con tantas ocurrencias, a los jóvenes enamorados e inquietos, a sus maestros estrictos, tolerantes o inolvidables.

¿Dónde se encuentran los alumnos?, preguntan, a cierta hora, las butacas a los salones de clase y estos, a la vez, al patio, a las canchas deportivas, a los jardines, al gimnasio, a la cafetería. Nadie contesta. No hay respuestas. Simplemente prevalecen esos pedazos de susurros que a veces uno percibe cuando los estudiantes y sus profesores se encuentran ausentes.

Anochece y las estrellas alumbran la escuela. Vuelve a amanecer. Los días se repiten, inagotables e indiferentes, con sus pausas de murmullos y silencios, sus paréntesis de luces y sombras, cual es la vida, con un sí y un no.

Los muros de los salones de clase dialogan con los pintarrones, los marcadores, los proyectores, el material educativo y los cristales. Saben que la infancia, adolescencia y juventud se encuentran en el aislamiento, ante los abismos y los desafíos de la historia y el destino, quizá, con suerte, si poseen medios de subsistencia y tecnología, protegidos en sus casas, al lado de sus padres, madres y hermanos, asistiendo a clases virtuales.

No es normal, sugieren los corredores; mas las nubes ennegrecidas que anuncian una lluvia inesperada, expresan que la humanidad, atrapada en su ambición desmedida, su soberbia y su estilo de vida antinatural, cayó en su propia trampa y parece agonizar.

La escuela llora. Sí. Derrama lágrimas. Extraña a sus niños y a sus muchachos. Sabe que muchos de ellos tienen miedo, sufren o se preguntan la razón de tanto dolor y quebranto. Algo anda mal en la humanidad. No es centro ni eje de la vida y del mundo, como erróneamente lo creyó.

Mientras llueve, las aulas intuyen que algunos estudiantes y profesores tal vez ya no ocuparán sus asientos y espacios. Una enfermedad alterada en laboratorios y dispersada cruelmente en el mundo, con sus contradicciones y terrores, dará un paso al frente y provocará que muchos hombres y mujeres sufran lo indecible y no abran más los ojos, o que retornen incompletos, tristes y rotos.

Los árboles, que asoman por la barda perimetral y las rejas, entristecen al reflexionar que la ambición de una élite despiadada que tiene a su servicio gobiernos corruptos, científicos mercenarios, artistas e intelectuales mercantilistas e inhumanos y medios de comunicación a sus órdenes, se orienta a aniquilar parte de las personas, en el planeta, e imponer un orden perverso a las generaciones que sobrevivan.

¿En qué momento ingresaron a los salones de clase, lecciones tendientes a ensoberbecer a la infancia, adolescencia y juventud, dividirla y endurecer sus sentimientos, hasta convertir a un porcentaje de egresados en profesionistas insensibles al dolor y las necesidades humanas, ambiciosos en extremo, insaciables y con capacidad de vender sus conocimientos?, interrogaron los trozos de gises y los pizarrones antiguos a los proyectores y pantallas, y ninguno respondió.

¿Fue en las familias, en los hogares, al fracturarse? ¿En las escuelas? ¿En ambas partes? ¿En qué momento se establecieron las condiciones para deshumanizar a niños, adolescentes y jóvenes, generarles antagonismos y divisiones, inculcarles falta de respeto e intolerancia, fomentarles lo grotesco y pisotear sus ilusiones, creatividad, sueños, imaginación, autenticidad, inocencia y valores?

La escuela se siente sola y triste. Añora los días de clases, las horas de recreo, los encuentros infantiles, las voces de quienes aprenden y ensayan el juego de la vida. Llora desconsolada por la generación perdida, por lo bueno que no se hizo, por la ausencia todos y la presencia de nada.

Sabe la escuela que la propagación del coronavirus, denominado Covid-19, es una prueba, el anticipo de otras guerras más funestas, planeadas, diseñadas y organizadas por una élite que pretende apropiarse del mundo, dominar las voluntades humanas y someter a la gente a esquemas económicos, políticos y sociales despiadados y tiranos.

Es momento de que familias y academia desechen aquellos modelos educativos que han creado robots insensibles e implementar esquemas de enseñanza más humanos, amigables y prácticos para hacer del desarrollo integral algo real, incluyente, benéfico para todos, evidentemente con derecho a la superación material de los individuos y al bienestar familiar y colectivo.

Suspira la escuela. Promete darlo mejor de sí con la idea de preparar seres humanos auténticos e íntegros, con valores y responsabilidad social, capaces de diseñar y aplicar modelos reales de desarrollo y progreso.

Las familias y las escuelas deben retomar sus principios, colocarse de frente ante las condiciones y los retos de la hora contemporánea, adelantar sus pasos ante quienes ambicionan dañar y ensombrecer la alegría, los valores y el derecho a la vida, al respeto, a la dignidad, a los sueños, al bienestar.

Hoy, mientras las ráfagas de viento penetran y cantan melodías tristes en los pasillos, salones, corredores, patios y escaleras, la escuela extraña a sus niños, a sus adolescentes, a sus jóvenes. No desea generaciones perdidas. Quiere que su comunidad tenga acceso a familias unidas y con valores, a la dignidad humana, a las libertades, al respeto, al desarrollo integral.

Cómo duele ya la ausencia. Lastima que la lista de alumnos permanezca vacía. Hiere no escuchar las voces de la inocencia. Incomoda no enseñar. Aturde la falta de susurros infantiles y juveniles. Faltan juegos, ocurrencias, risas.

Entre paréntesis de rumores y silencios, la escuela suspira hondamente y espera el amanecer de la vida. Sabe que mañana será otro día. Abraza y añora a su gente, a su comunidad, a las minúsculas que pronto serán mayúsculas. La escuela sufre lo indecible ante la falta de sus alumnos; sin embargo, sabe que al siguiente día nada será igual que en el pasado inmediato, que la generación del momento presente forma parte de un capítulo intenso de la historia y que si en verdad extraña a sus niños y muchachos, tendrá que establecer alianzas con los padres y las madres, con las familias, para juntos rescatar los valores desdeñados y perdidos, formar individuos completos y sanos e inculcar conocimiento que sea empleado al bien y al servicio de la humanidad. La escuela, repito, extraña a su gente.

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