Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Creemos, ingenuamente, que estamos vivos, acaso sin entender que hace tiempo morimos. Miramos nuestras imágenes en los espejos y hasta saciamos apetitos, y suponemos, por lo mismo, que seguimos vivos. No reconocemos nuestros nombres, apellidos y biografías, inscritos en sepulcros inexistentes, en tumbas desoladas, en criptas sin flores. No nos reconocemos ni recordamos la fecha en que hicimos feliz a alguien, regalamos una cobija al que tenía frío, dimos un consejo al que iba a suicidarse o consumir drogas, sonreímos al caminante entristecido o cedimos nuestro platillo al que padecía hambre; pero resguardamos en la memoria, con abundancia de detalles y emotividad, el día y la hora en que compramos un auto lujoso, el momento en que adquirimos un anillo de oro con diamantes y el año en que hicimos un negocio redituable. Nadie dijo que la ambición y las cosas materiales sean malas e indignas. El problema es que, al paso del tiempo, cubrimos nuestros aspectos y existencias con tantos atuendos, que olvidamos quiénes somos. Preferimos hablar sobre fragancias -lo que es legítimo- y olvidamos profundizar en la esencia. Nos enamoramos de las apariencias, hasta que su brillo cegó nuestras miradas y conciencias. Y así sepultamos y olvidamos lo que éramos, la fuente de la vida, lo que nos daba sentido. Morimos a partir del instante en que olvidamos que nosotros, hombres y mujeres, somos hermanos y dejamos, en algún sitio, o en la nada, el amor, las sonrisas, el respeto, la dignidad, el trato amable, la tolerancia, el bien y la verdad. Estamos muertos, insisto, porque en alguna parte renunciamos, intencionalmente o por descuido, al milagro de la vida. Nos mataron el desamor, la ignorancia, el odio, la crueldad, el miedo, la violencia, el rencor, la injusticia, el afán de acumular fortunas inhumanas, poseer en exceso, dominar, la afición de colocarnos máscaras y disfraces y el delirio de tratar de satisfacer, casi exclusivamente, apetitos primarios. Recordamos el modelo de un automóvil de colección o de lujo, y la marca de un perfume distinguido y elegante, y eso es formidable y causa emoción; pero olvidamos extender las manos no con el objetivo de arrebatar o recibir, sino de dar de nosotros lo mejor, lo más noble, principalmente a aquellos que, por sus condiciones humanas de enfermedad, ignorancia o pobreza, más lo requieren. Morimos antes de la masacre del coronavirus y de lo que una élite tiene planeado, y si en verdad deseamos abrir los ojos, despertar de las pesadillas, las redes y las telarañas que hemos tejido, en unos casos, y que, en otros, algunas más han tendido sobre nosotros. Volveremos a nacer cuando amemos y experimentemos, desde el interior, los sentimientos y los valores que, alguna vez, cegados y ensoberbecidos, dejamos perder. ¿Renaceremos esta tarde, mañana temprano, alguna noche o cierta madrugada? No lo sabemos. Cada uno decidirá si vive o muere antes de que las manecillas indiquen la hora de partir definitivamente. Aquí nos encontramos, en medio del mundo, con la creencia de que vivimos y sin sospechar que hoy, al consentir la descomposición humana, estamos muertos.
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Excelente…estamos más muertos que vivos, o al menos existimos, sin vivir…como reza mi novela..y no es por publicitar, es que conecta perfectamente con ella..gracias
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Ana, tu novela debe ser muy realista e interesante. Claro que puedes hablar de tu obra en este espacio. Bienvenida.
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“In everything I did, I showed you that by this kind of hard work we must help the weak, remembering the words the Lord Jesus himself said: ‘It is more blessed to give than to receive’ ” (Acts 20: 35).
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It is a blessing to give, especially to those who need it most.
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