Una noche antes de mi cumpleaños

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Y abrí la ventana para mirar los días pasados, actuales y futuros de mi existencia. Observé las estrellas distantes y plateadas, en el cielo ennegrecido por la noche, e imaginé paraísos, otras dimensiones, auroras y ocasos en mundos paralelos y lejanos; percibí, igualmente, las fragancias de las flores y las plantas adormecidas, sentí las caricias y los rasguños del aire y escuché los murmullos y los silencios de la vida que transita indiferente y sin pausas. Me vi solo, como llegamos y dejamos este mundo, con las cosas y las imágenes rotas que quedan atrás. Contemplé mi biografía, mi figura con mi nombre y mis apellidos, la historia de mi existencia, y reí y lloré, enmudecí y hablé. agradecí y bendije. Todos los acontecimientos de mi existencia, desde mi nacimiento presente hasta esta noche previa a mi cumpleaños, transitaron frente a mí. Mi historia, lo que soy, lo que he hecho de mí, todo navega a rutas insospechadas. Siento en mí el pasado, el hoy y el porvenir. Ahora entiendo cada interrogante y respuesta. Me siento profundamente bendecido por el padre y la madre que elegí en otro plano, a quienes no renunciaría, y también por toda mi familia tan querida y por la gente que me ha acompañado en estas jornadas. Sé que no es el mejor período en la historia humana; no obstante, pretendo hacer de cada día, en la existencia actual, un capítulo extraordinario, inolvidable y maravilloso. Tengo el pentagrama de mi vida en mis manos; deseo continuar escribiendo signos en las páginas blancas y pautadas, hasta crear la más cautivante, bella, sublime y magistral de las sinfonías. Un día antes de mi cumpleaños, repaso la historia de mi vida, agradezco a Dios tanta bendición, expreso mi amor eterno a los seres que forman parte de mi círculo principal y a la gente que me rodea, con la esperanza de que haya más amaneceres y pueda, modestamente, convertirme en manantial que derrame bien a los demás.

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Rutas de un viajero

Nurío, el inolvidable Nurío

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A los hombres y a las mujeres de la comunidad purépecha de Nurío

Sopla el viento. Desde temprano, cuando la primavera maquilla y perfuma la campiña, en la Meseta Purépecha, las ráfagas arrastran los murmullos y los silencios de la tierra nativa, en un lenguaje que data de minutos y horas distantes, como si intentara rescatar los ecos de un ayer irrecuperable y de otros rostros e historias que naufragan en la desmemoria.

Huele a tierra mojada, a leña, a recetas ancestrales de cocina, a molienda, a amasijo, a maíz, fragancias a las que se agregan otros olores, y no, precisamente, los que segrega la naturaleza, porque esta vez son la ceniza y los escombros los que despiden, al sentir las caricias y los rasguños del aire y del sol, suspiros y perfumes amargos de la historia, de los siglos, de hombres y mujeres lejanos y ausentes.

El ambiente, en el caserío y en el paisaje natural, es irreconocible, acaso por su maquillaje doloroso y triste, quizá por sus piezas rotas, tal vez por eso y más. El desconsuelo aumenta en la medida que ellos, los moradores de Nurío -pueblo de origen indígena enclavado en la Meseta Purépecha, en Michoacán, estado que se localiza al centro-occidente de la geografía mexicana-, recuerdan que apenas fue ayer cuando asistían a su templo colonial y veneraban al Santo Santiago.

La gente está triste. El templo de Santiago Apóstol, en Nurío, perdió sus reliquias y sus tesoros sacros, lo que era y lo que significaba para los habitantes del pueblo, quienes durante incontables generaciones se sintieron orgullosos de su recinto -cielo, arca, paraíso con rostro indígena e influencia europea, altar, pequeño mundo, punto de encuentro-, porque las llamas, en el techo, destruyeron el tejamanil y todas las cosas que eran tan suyas.

No olvidan la tarde del domingo 7 de marzo de 2021. Estaban en el recinto sacro, en misa, cuando enrareció el ambiente y los perfumes del copal, el incienso y las velas se mezclaron con el olor de la madera consumida por la lumbre. El techo se incendiaba. Todo se cubrió de fuego y humo. Los gritos y lamentos, en purépecha, se mezclaban con el tañido del campanario. Unos miraban perplejos, otros lloraban impotentes y unos más intentaban rescatar lo que era tan suyo -sus reliquias sacras- y controlar y apagar las llamas que corrían insaciables.

El templo, construido durante los días del siglo XVII, deformaba su cara y su cuerpo conforme la lumbre quemaba las cosas tan queridas. La multitud presenciaba el final, la mutilación y el incendio de pinturas, mobiliario e imágenes coloniales. Siglos de arte sacro e historia eran consumidos por las llamas amarillas, naranjas y azuladas.

La humanidad perdió centurias de arte, documentos, tradiciones e historia. La Catedral de la Sierra, en Nurío, quedó rota e irreconocible. Vigas, retablos, esculturas y lienzos se volvieron ceniza, escombro, basura, recuerdo, ayer. Ni las lágrimas purépechas ni el agua apaciguaron la voracidad insaciable del fuego.

Quienes tuvimos oportunidad de conocer el templo virreinal del siglo XVII, dedicado a Santiago Apóstol, con todo el esplendor que le dio fama mundial y el nombre de Catedral de la Sierra, sabemos que era un recinto especial, un lugar mágico, un sitio que reunía la historia y las tradiciones, un espacio con la acumulación de centurias y leyendas, un rincón irrepetible de la cultura purépecha al mezclarse con las cosas europeas.

A salvo quedó, en la parte posterior, la capilla virreinal dedicada a la Inmaculada Concepción, otra joya artística, cultural e histórica del grandioso pueblo de Nurío, cuyos habitantes, sin duda, demostrarán la calidad de su esencia y su fortaleza al resurgir de las cenizas.

Hace años, principalmente en la aurora del siglo XXI, cuando efectuaba reportajes turísticos en el estado de Michoacán, los cuales publicaba semanalmente en ocho planas de un suplemento periodístico, fui diversas ocasiones a Nurío. Me cautivaban su gente, sus dos templos con sus reliquias, su ambiente, su mundo prodigioso. Un día me sentí atraído por su gente, por su raza, por sus costumbres. Era un forastero y me encantó ese terruño.

Ahora, entristecido por tan grave pérdida, rindo homenaje a aquel ayer, al esplendor de esos días y siglos pasados, a una raza que me abrió las puertas de sus hogares y de sus sentimientos, en su tierra nativa, y que siempre llevaré conmigo, en la memoria y en cada pulso de mi corazón. Mi amistad, cariño, gratitud, reconocimiento y admiración al pueblo de Nurío, a quien dedico, en este espacio, la fusión de dos de los artículos que escribí y publiqué al iniciar el siglo XXI.

Nurío, entre las costumbres, la historia y el linaje purépecha

Las manos indígenas hunden la cuchara de madera en el atole de maíz caliente y espeso que permanece recluido en las ollas de barro, distribuidas en mesas de tablones, entre adornos de papel multicolor y picado, flores y manteles, hasta que lo liberan al servirlo en pequeños platos de cerámica. Es símbolo del más puro mexicanismo.

Con rasgos que raptaron de sus ancestros purépechas -los del imperio y los que en el siglo XVI conocieron a Vasco de Quiroga-, las mujeres, envueltas en atuendos -blusa, delantal, enagua, rebozo-, se acercan, en grupos, hablando su dialecto, para comprar atole de maíz -blanco o morado- que saborean placenteramente en la plaza, entre el templo y la pérgola, centro y eje de su vida comunitaria.

Ya en la aurora purépecha, alguna mujer anónima, quizá ante la urgencia de alimentar a sus hijos, se inspiró y, mientras los sacerdotes, reunidos en adoratorios, ofrendaban a los dioses de barro, madera y piedra, molió maíz, lo coció e incluyó ingredientes de una fórmula que más tarde heredaría a la gente de su pueblo, quienes agregarían otros productos, ya en la Colonia.

Al inclinar el plato de barro en los labios femeninos y morenos, el atole de maíz escurre lentamente y lo recibe el paladar, seducido por el sabor dulce y extraño de una receta añeja, la de los purépechas que son dueños de ese mundo mágico que brota ante la mirada atónita.

Blanco o morado, pero espeso y muy caliente, el atole es hijo del maíz que ellos, los nativos, cultivan en la Meseta Purépecha, donde el aire helado lo acaricia e impregna sus aromas, su policromía, sus sabores. Tal vez, por ser parte del maíz de la sierra, sabe a flor, a lluvia, a tierra, a viento, que la mano nativa mezcla en su cocina rústica, donde la leña arde y se consume.

Los pueblos indígenas, enigmáticos e irrepetibles, acompañan el deleite culinario con el colorido, las flores y la música que forma parte de todos los acontecimientos de sus vidas. La banda de música de viento toca cerca de los puestos de madera, donde permanecen las ollas con atole de maíz, mientras los niños y las mujeres conversan o ríen en su dialecto, en un mundo que en las ciudades de asfalto, cristales, concreto y herraje parecería perdido y recóndito.

Se sienten orgullosos de Nurío, terruño que fundaron sus antepasados en la Meseta Purépecha, porque saben, además, que sus costumbres y tradiciones legendarias navegan en su memoria y en su sangre, convirtiéndolos en pueblo original, en raza singular, en gente irrepetible.

La música de viento es interrumpida, en determinados momentos, por el estruendo de los juegos pirotécnicos disparados al cielo con emoción y fervor, en honor de él, del Señor de la Misericordia, al que la mayoría venera con amor y respeto.

La mañana otoñal, nebulosa y fría, aún con síntomas de un verano ambicioso y longevo que ha derramado lluvia sobre un paisaje hechizante y multicolor, anuncia la fiesta del Señor de la Misericordia y la premiación a las familias que participaron en la Feria del Maíz. En un intento de animar el ambiente, los cohetes estallan en el cielo, alumbran las nubes plomadas y su estruendo se propaga en la sierra cautivante y misteriosa, con perfumes, colores y sabores del paraíso.

Fragmentos de una raza especial, la de los purépechas, los nativos de otros pueblos se reúnen en las callejuelas anchas de Nurío, donde sobresalen algunas de las casas típicas de madera de la sierra. Hogares serranos. Familias indígenas. Figuras, escenas, pueblos que sólo existen en Michoacán y que imagina uno lo bellos que debieron ser antaño.

Es día de la celebración pagano-religiosa. Hay tianguis, otra de las herencias de los pueblos ancestrales; la gente camina, pregunta, regatea, compra. Se trata de su pequeño mundo, de su rincón terreno, de su pueblo, de sus cosas y de sus costumbres ancestrales. Se encuentran en lo que es tan suyo.

Las tonalidades mágicas y subyugantes del tianguis las componen aguacates, ajos, calabazas, cebollas, chiles, cilantro, elotes, jitomates, limones, manzanas, nopales, papayas, piñas, plátanos, sandías y tomates que se extienden multiformes en los puestos, contrastando con la gastronomía -atole de maíz, churipo, corundas, enchiladas, pollo- y con los atuendos femeninos de las purépechas, doncellas de cautivante belleza y de rasgos que forman un lienzo, un poema, un concierto.

Colorido, dialecto, llanto, música, oraciones, pólvora, risas y tañido de campanas se atraen, se mezclan, hasta convertirse en voz del indigenismo, de un pueblo que ha sobrevivido al devenir de la historia y del tiempo. Libres, los cerdos, las gallinas y los perros pasean por calles solitarias que antaño exhibían casas de barro y madera, hoy, en la aurora del siglo XXI, separadas por construcciones ajenas e impostoras de concreto y ladrillos..

Solamente algunas familias desfasadas de la festividad, transitan horas más tarde hacia el centro del poblado, donde se erigen, irrepetibles y suntuosos, la capilla de la Inmaculada Concepción y el templo del Señor Santiago o Catedral de la Sierra, como suelen llamarle algunos, obras artísticas e invaluables de horas del Virreinato. Quieren comer en algún puesto, acompañados de música de viento, para contemplar, más tarde, antes de asistir a misa, las piezas concursantes de la Feria del Maíz.

Allí, en las mesas de madera, están el atole de caña (ximba kamata), las calabazas (purhú), los huancipos (uantzin), los juguetes de hoja de maíz (chánarakua), las figuras y las mancuernas de maíz (tziri) y los tapones de cántaro (apacekua). Herederos de la creatividad de los otros, de los purépechas del pasado, los nativos de Nurío, en el municipio de Paracho, enclavado en la Meseta, son hábiles artesanos que lo mismo elaboran un Cristo que una muñeca con hojas de maíz tierno. Y es que los indígenas son artesanos muy talentosos. Cada pieza, por modesta que parezca, es irrepetible, original, única. Se trata de objetos elaborados a mano y de forma totalmente artesanal.

Quienes están acostumbrados a los destellos de los aparadores, en las plazas comerciales, difícilmente tendrán capacidad para admirar y apreciar las obras artesanales que desdeñan al calificarlas grotescas e insignificantes; pero aquellos que se han involucrado en las expresiones humanas y culturales, reconocen de inmediato el valor de cada pieza. En cada objeto que uno adquiere, lleva consigo un trozo de pueblo, un fragmento de Nurío, un pedazo de sierra purépecha.

Hay quienes con frecuencia menosprecian la vestimenta femenina de las purépechas; aunque pocos saben que los aretes indígenas, cuando son auténticos, junto con la blusa, la enagua, el delantal y el rebozo, suman una cantidad considerable que difícilmente pagarían quienes adoptan las apariencias como estilo de vida.

Innegable es que Nurío se ha contaminado con no pocas de las costumbres nocivas que llevan quienes regresan de otras ciudades mexicanas y extranjeras. No obstante, muchos de sus habitantes aún defienden y conservan lo que es tan suyo y los hace un pueblo cautivante, bello e irrepetible.

Cuando en el pueblo se registra algún problema comunitario, se reúne el consejo indígena para discutir y tomar la decisión más acertada. Y si se trata de realizar alguna faena de beneficio colectivo, la mayoría se compromete a colaborar y, adicionalmente, a que se cierren los caminos con la intención de que nadie evada su responsabilidad comunitaria.

Gente que una noche lejana, ante un escenario estelar tejido como diadema, concibió dioses de piedra, ídolos de barro, para apaciguar sus angustias ontológicas, es devota, desde el amanecer colonial, de un Cristo heredado por conquistadores y misioneros, de la Virgen con sus múltiples expresiones, del Señor Santiago y de los santos que permanecen cautivos en el templo, que es una excelente e invaluable obra de arte.

En la aurora colonial, tras el ocaso prehispánico, los indígenas se encontraron de frente con personajes extraños, procedentes de España, que parecían portar dos máscaras, un rostro de evangelizador, de misionero, que predicaba la doctrina católica, y otro de conquistador, de sanguinario capaz de asesinar, robar y violar a los débiles, contraponiéndose, precisamente, a las enseñanzas religiosas. Amor y paciencia versus ambición, brutalidad y odio.

Mientras los conquistadores explotaban y mataban a los indios, los misioneros, no siempre con sentido humano y tolerante, cumplían su tarea religiosa, apaciguando el coraje colectivo, prometiendo una eternidad gloriosa a los oprimidos e identificando el dolor y el sufrimiento con las imágenes de un Cristo atormentado y ensangrentado o con santos entristecidos, como concluían sus existencias no pocos de los nativos.

Los templos católicos sustituyeron los adoratorios prehispánicos, transformándose así en los nuevos centros ceremoniales en los que con frecuencia los indígenas practicaban una idolatría disfrazada, maquillada, velada. No es de extrañar que en comunidades indígenas, como la purépecha, verbigracia, los pueblos cuenten con historias, leyendas y tradiciones referentes a imágenes de Cristos, Vírgenes, Niños Jesús y santos que aparecieron en cierto paraje, que durante las noches salen de los templos y llegan con los pies cubiertos de lodo y tierra, que lloran o ríen, que obran milagros, que crecen, que se sienten incómodos en sus nichos o que se manifiestan milagrosamente ante alguien.

Con la celebración al Señor de los Milagros, los moradores de Nurío y de otras poblaciones aledañas, acuden muy puntuales a su cita, a su encuentro en el templo del Señor Santiago, en la artística y majestuosa Catedral de la Sierra o Novohispana, para llevar cirios y veladoras al Mesías.

Lóbrego, húmedo, el templo virreinal del Señor Santiago, con piso de tablones y su peculiar baptisterio con barrotes de madera y pinturas, es visitado por incontables familias purépechas y causa admiración de turistas mexicanos y extranjeros. Mientras los coros de mujeres indígenas cantan en su lengua, la purépecha, acompañadas al ritmo sacro de las guitarras, los incensarios despiden tal cantidad de humo, que el escenario, de por sí oscuro, se cubre con una nube aromática y misteriosa.

Huele a cera, a copal, a incienso, a madera, a reliquias; pero el aroma mágico, místico, se suma al perfume de los años, del arte virreinal y de la historia. El viajero que asiste a la misa que la comunidad ofrece al Señor de los Milagros, navega en la canoa de la historia y del tiempo, hasta que evoca, con las imágenes, escenas que debieron registrarse en las iglesias indígenas durante las horas virreinales.

El perfume del copal, las flamas de docenas de cirios y veladoras, la decoración del templo, el canto sacro en lengua purépecha, las imágenes con rasgos indígenas, el papel picado, las luces que intentan disipar la oscuridad, el altar, el bautisterio enigmático y singular, el coro, el piso de tablones, las sombras, el artesón, el eco de los años y la gente que trae, en herencia, el modelo de sus ancestros, son fragmentos, trozos que se atraen, que se unen, para que el investigador se inspire y traslade a los muchos días del ayer, al pueblo, a sus cosas, a su historia. La historia es basura cuando sólo se memorizan acontecimientos, fechas, lugares y nombres, y no se asimilan sus lecciones. La historia se rescata para experimentarla, sentir sus capítulos y vivirla intensamente.

Con antecedentes de un templo de mayor antigüedad, construido en el siglo XVI, el actual, dedicado al Señor Santiago, inició su edificación, según los especialistas, en 1639, y fue concluido en 1677, según datos inscritos en un muro, en la decimoséptima centuria.

La Catedral de la Sierra es un recinto precioso, Su altar principal es una vitrina que exhibe al Santo Santiago, al Señor de la Misericordia y otras imágenes sacras. El baptisterio y el templo ofrecen sus techos historiados que contrastan con los retablos que contienen al Señor de la Columna y San Sebastián, junto con otras esculturas de manufactura indígena. Retablos barrocos, virreinales, artísticos.

El día del Señor de la Misericordia, en octubre de cada año, los moradores de Nurío quitan la almohada para interrumpir el sueño de la historia y recordar, al menos por unas horas, que todavía naufragan entre ellos costumbres, fiestas y tradiciones del pasado.

La Feria del Maíz fue añadida a las fiestas dedicadas al Señor de la Misericordia. Se trata de impulsar la creatividad y el trabajo de los artesanos purépechas y promover la producción de tan importante alimento para los mexicanos. Entre los principales platillos gastronómicos de Nurío, destacan atole de maíz, churipo con carne de res, corundas y atápacuas.

Tal vez, si el visitante tiene suerte de convivir con los purépechas de Nurío e interés en demostrarles amistad y respeto a sus costumbres y tradiciones, lo invitarán a compartir sus alimentos. Entre ancianos, jóvenes, niños y adultos que se comunican a través de su lengua, el viajero permanece sentado a la mesa y le sirven churipo con carne de res que acompaña con corundas.

Ya en la conversación, el aventurero se entera de que Nurío tiene, al menos, tres significados, referentes a los obrajeros, al antiguo manantial llamado Nuricho y a la planta nurite que el pueblo utiliza para preparar té refrescante.

Relata la tradición que en el siglo XVI, cuando el sanguinario Gonzalo Nuño de Guzmán y su implacable ejército llegaron a la región de la Meseta Purépecha, los nativos huyeron hacia la montaña, exactamente al cerro que denominaban Nurio-juata, donde los investigadores han descubierto evidencias de construcciones indígenas.

Tiempo después, al marcharse Gonzalo Nuño de Guzmán, se registraron conflictos y divisiones entre la gente que moraba en la montaña, partiendo un grupo hacia el sur, a lo que hoy es San Felipe de los Herreros, y otro a Nurío Tepacua (grueso), que es el actual poblado que presume su capilla y su templo de la época colonial.

Interesado en el indigenismo y en la gente purépecha de Nurío, el turista se entera, igualmente, que en el poblado viven familias con apellidos muy antiguos como Cacaris, Marcuecha, Quétzecuas y Tiamuris, entre otros. Todos son de linaje purépecha.

Aparte de la fiesta del Señor de la Misericordia y de la ya instituida Feria del Maíz y de la que se organiza en honor del Señor Santiago, que es patrono de los habitantes, la Semana Santa es respetada y se recuerda la escenificación del viacrucis, mientras la Navidad, en tanto, se festeja con posadas.

Cada año, cual simbolismo misterioso en torno a los muertos, a los que partieron de este mundo, el campanario suena todas las mañanas desde el 1 de octubre al 2 de noviembre. El último día de octubre, las familias purépechas de Nurío se reúnen en casas de los difuntos más recientes, para dirigirse, posteriormente, en la madrugada, al cementerio envuelto en neblina, donde colocan cruces y flores elaboradas con anticipación; respetuosamente, acomodan las ofrendas en los sepulcros de los niños indígenas, de los pequeños que en el camino terrenal cayeron en la trampa de la muerte, apagando sus risas y suspendiendo sus juegos.

Ya el manto nocturno se esparce en el paraje helado, mientras el campanario vetusto cae en desasosiego durante horas, porque la noche del 1 de noviembre regresan, según la creencia popular, los difuntos que se manifiestan como neblina o lumbre.

El siguiente día, el 2 de noviembre, es dedicado a todos los muertos. Todavía no se disipan las sombras, cuando son colocadas flores, ofrendas y veladoras en cada tumba; las oraciones y los sollozos, acompañados por el susurro del viento que acaricia los árboles y arrastra las hojas doradas y quebradizas, son la canción suave para llamar y arrullar a quienes duermen con la muerte. Los murmullos y los silencios de la vida y la muerte se manifiestan y se sienten en las ráfagas del viento que atraviesa las calles, en la plaza, en el campanario, en todos los rincones.

Aretes y collares aromáticos y multicolores de la campiña serrana, las flores yacen cerca de los cirios y de las veladoras que crepitan y se consumen lentamente en el templo oscuro, húmedo y vetusto de adobe, madera y piedra, donde se proyectan enormes y espectrales las sombras de las imágenes sacras. El bullicio purépecha, casi indescifrable, se ahoga en el recinto añejo que guarda celosamente una parte de los tesoros sacros del período virreinal.

Ya nada puede alterar la historia que se escribió durante casi cinco siglos en los pueblos michoacanos, en los rincones indígenas; aunque es posible caminar, explorar, recorrer los parajes purépechas para encontrar un día, con agrado, los rostros de barro, la mirada nativa, la sonrisa infantil, las costumbres ancestrales y, por qué no, a la joven con enagua, rebozo y trenza que acaso expresará algunas palabras en su dialecto y quedará atrapada en un lugar del corazón y de la memoria, como se recuerda la flor que crece agreste, hermosa, ufana. Eso y más es Nurío.

Nurío mágico

Ósculo y caricia entre el arte de las horas virreinales y la concepción religiosa de los indígenas recién conquistados y evangelizados, o, quizá fragmento, trozo raptado del paraíso con la idea plasmar la eternidad en un cielo de madera. Policromía hechizante y mística que expresa, tal vez, nostalgia por ángeles, flores, querubines, santos, soles y vírgenes del edén, y que evoca, al mismo tiempo, el colorido de la campiña aromática y multiforme de la sierra purépecha.

Cielo sacro, pintado en los instantes virreinales por manos indígenas que ya sabían arte, ha cubierto, desde hace centurias, la fe de incontables generaciones de purépechas. Humildes, modestos, pero de peculiar belleza como las mujeres nativas, la capilla colonial de la Inmaculada Concepción y el templo del Señor Santiago o Catedral de la Sierra, en Nurío, lucen sus rostros y cuerpos de adobe, madera y piedra, reservando para quienes se atreven a conocerlos, en el interior, obras de arte sacro irrepetibles y de incalculable valor artístico e histórico.

Quizá ambos recintos son alusivos a la idea de la humildad y sencillez material, en contraste con la riqueza interna que debe desarrollar todo individuo durante su jornada existencial. Ya las horas y los días han transcurrido inexorables y raudos, dejando tras la espesa cortina de la historia el complejo proceso de evangelización y la difícil prueba de la coexistencia entre indígenas, conquistadores y misioneros.

Y si los capítulos del ayer permanecen distantes y naufragan en el inconmensurable océano de la historia, en los rincones de Nurío se esconden huellas, signos de un lenguaje que delatan una intensa actividad indígena y evangelizadora.

El aventurero y el investigador que han caminado por parajes recónditos e insospechados, enamorándose de los rostros de Michoacán, lamentan, como el amante que llega tarde a su cita, no haber conocido antes el pueblo de Nurío, en el municipio de Paracho, porque dignos de estudio son su gente purépecha, sus costumbres, sus leyendas, sus tradiciones y sus dos iglesias añejas.

Incansable estudioso y explorador de pueblos y rincones michoacanos, el viajero caminará por callejuelas anchas de tierra, entre las que destacan algunas trojes, casas típicas de madera, peculiares de la Meseta Purépecha, hasta llegar a la plazuela con pérgola.

Allí, en la plaza, donde sentirá las caricias del viento matinal en la cara y escuchará, en un concierto sinfónico, el tañido del campanario y el trinar de pájaros que llegan de la sierra, contemplará la cruz atrial de piedra y la fachada antigua y mestiza del templo dedicado al Señor Santiago.

Entre el templo de adobe, madera y piedra y la casona que alberga la jefatura de Tenencia, hay un callejón estrecho y solitario que conduce, primero, al campanario compuesto por columnas y un tejabán, y luego a un atrio íntimo, donde se erige una cruz que antecede a la pequeña y modesta capilla de la Inmaculada Concepción.

Ya desde la cruz atrial, la fachada de barro es delineada por un arco de piedra que enmarca un portón; postes de madera sostienen el viguerío y las pequeñas tablas que forman el techo, al estilo de la Meseta Purépecha. Diminuta y sencilla, la capilla indígena es doncella anciana y hermosa que abre su puerta al interior, a su corazón, que es relicario de obras de arte invaluables.

La puerta de madera, con talla de la Virgen y símbolos marianos, anuncia el ingreso al cielo, a un rincón del paraíso concebido por artistas indígenas ya conversos al catolicismo. Es el Iuritzio, la entrada a la casa de la Virgen; la decoración del techo rinde culto a la Inmaculada Concepción.

En la parte superior del arco de piedra, entre el portón y el techo, apenas se distingue el relieve de una Virgen con corona, capa azul y vestido rosa. Bajo el cielo policromado, yace el coro diminuto con rasgos mudéjar, que parece un mueble, acaso pieza única en México por sus características y tamaño. Pieza peculiar que posee un incalculable valor artístico e histórico.

La puerta pequeña, con decoración en las tablas que le rodean y que funcionan como muro, conduce a unas escaleras demasiado empinadas y estrechas que comunican al coro, también multicolor, que es balcón que acerca al artesón celeste y mariano.

En la capilla, enclavada en el área que funcionó como hospital durante el amanecer de la Colonia, en el siglo XVI, reposan tres retablos, destacando, evidentemente, el dedicado a la Inmaculada Concepción, por cierto de talla estufada.

En la parte central superior del retablo, entre el resplandor de tablillas doradas, asoma la imagen del Creador, casi sobre la corona y las dos esculturas angélicas que custodian a la reina, a la Inmaculada Concepción. Dos medallones con ángeles, al lado del resplandor divino, se insertan cerca del cielo polícromo, quedando bajo sus pies, en el retablo de madera, con columnas y detalles dorados, cuatro nichos con imágenes estufadas.

Adicionalmente, en ambos lados del retablo principal, permanecen dos canceles enormes y policromados de madera, con la pintura del Señor Santiago en su caballo blanco, aniquilando con su espada a un moro. Abundan las flores en ambos retablos, cuyas dos pinturas inferiores, alusivas a religiosos, son puertas diminutas. Los retablos laterales, en tanto, albergan imágenes sacras de pasta de caña, técnica purépecha que los religiosos de las horas coloniales supieron aprovechar para la elaboración de Cristos, Vírgenes y santos.

Arte popular que expresa la concepción indígena del cielo católico en las tablas decoradas con tonalidades azul, blanco y rojo. Los medallones plasman imágenes de la Virgen, San José, los apóstoles, los doctores de la Iglesia Católica y arcángeles rodeados de querubines, cintas y flores.

En el otro recinto, el mayor -dedicado a Santiago Apóstol-, el portón de madera exhibe una talla de simbolismos abstractos. El entablado inferior del coro es otro cielo policromado con querubines, símbolos y ángeles tocando la guitarra, acaso como guías que conducen al edén o quizá cual evidencia de que la música ha estado presente en el pueblo purépecha. Bajo el coro, muy próximo a las escaleras adosadas en uno de los muros del amplio y oscuro recinto, yace el minúsculo baptisterio de madera, también con su pequeño cielo, con barrotes o columnas. Con pinturas religiosas en la parte inferior del barandal y de los barrotes, el pequeño baptisterio de madera es un arca, una jaula, un barco que parece navegar hacia la morada del Creador, llevando consigo a quienes ya recibieron el agua bendita. El interior del baptisterio, que se refleja en el agua que contiene la pila de cantera, presenta óleos con Dios rodeado de ángeles y querubines, quien bendice a los fieles. Indudablemente, las pinturas sacras del baptisterio y de la parte inferior del coro, debieron complementarse con las que existieron en el artesón o artesonado del templo del Señor Santiago. Al respecto, un reporte añejo de la Inspección Ocular menciona el artesón del recinto, explicando que se encuentra “pintado de azul y oro”, y refiriendo posteriormente que “aunque antiguo, está muy lúcido con un arco de madera todo dorado…”

La iglesia de Santiago Apóstol, que de acuerdo con algunos datos fue construida de 1639 a 1677, posee tres retablos muy interesantes, tallados en madera cubierta de dorado y decorados con pinturas al óleo. El retablo principal mantiene residuos de uno anterior, destacando imágenes estufadas de origen franciscano, vestigios de columnas y, obviamente, el sagrario.

Tablones centenarios, gruesos, forman el piso del templo, que le da una imagen más auténtica y vieja; sobre el confesionario, en el muro, se prolonga la figura gigantesca de San Cristóbal, quien parece alcanzar el artesón ya ausente de tablillas policromadas. En el mismo templo es venerado el Señor de los Milagros, junto con otras reliquias, a quienes los purépechas, los nativos de Nurío y los alrededores, colocan adornos multicolores, cirios y veladoras.

Cielo multicolor, madera policromada, con figuras sustraídas por artistas purépechas de un paraíso no recordado, acaso mezcla del indigenismo y de la doctrina católica impuesta por los españoles. Tablillas multicolores como la campiña alfombrada de flores aromáticas o el crepúsculo al besar las nubes y el horizonte, que se niegan morir ante la caída de la tarde y el peso de los siglos. Flores cultivadas, pintadas en la madera, similares a la belleza de las indígenas que pasean por la plaza y el templo de Nurío, envueltas en rebozos, convertidas en el más bello de los poemas.

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La lógica desvirtuada del Covid-19

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Resulta asombroso y patético que, en el año 2021, los seres humanos formemos parte de un mundo de farsas, simulaciones, privilegios para unos e injusticias para otros, ausencia de bien y valores, crueldad, ignorancia y sentimientos negativos. El Coronavirus, denominado Covid-19, descubre el nivel evolutivo tan ínfimo de millones de hombres y mujeres de la hora contemporánea. Somos criaturas deformes, espiritual y mentalmente, que deambulamos en un mundo surrealista e ilógico. Acostumbrados a las apariencias, a lo sintético, a los matices, coexistimos en medio de realidades y argumentos irracionales: «el Coronavirus fue preparado por la naturaleza; sin embargo, existen sospechas de que forma parte de un plan maestro, elaborado por científicos mercenarios bajo el servicio de una élite poderosa, a nivel global, que tiene un plan maestro y la intención de destruir parte de la humanidad -sobre todo a los más débiles, a los enfermos y a los viejos, a los que estorban y significan gasto público excesivo- y enajenar y controlar, incluso genéticamente, a quienes sobrevivan. El Coronavirus sale de control y presenta diferentes cepas; aunque las vacunas necesitan distribuirse y aplicarse con urgencia en todo el mundo para recuperar la salud colectiva. Pocas comunidades académicas, médicas y científicas se atreven a hablar de frente a la humanidad, con valor y un sentido real y honesto; en contraparte, un multimillonario que ni siquiera concluyó sus estudios universitarios, pero tiene acceso a información privilegiada, habla a nombre de especialistas e instituciones y hasta pronostica acontecimientos y ofrece recomendaciones para salvar al mundo. Es recomendable, necesario y urgente que las personas, en todo el mundo, permanezcan recluidas en casa; aunque de acuerdo con estudios, el encierro, la difícil prueba de la coexistencia entre integrantes de distintas familias, está provocando situaciones y problemas serios, como ansiedad, nerviosismo, agresividad, miedo y violencia. Es aconsejable no alarmarse, mantener la calma, seguir instrucciones por parte de las autoridades sanitarias, y, claro, con la libertad de reenviar fotografías y videos creados con escenarios e historias irreales, como los gritos de angustia y terror y el abandono de innumerables cadáveres en las calles, frente a los domicilios, o docenas de buitres en espera de devorar a los muertos despellejados. Las vacunas están llegando a diferentes naciones y son una esperanza para la humanidad; pero no son inmunes, pueden causar reacciones y hasta la muerte, en mínimo porcentaje, y hay desconocimiento en cuanto a su composición exacta. El cubrebocas, bien colocado, puede evitar contagios y riesgos innecesarios, y cuidado, sus efectos, ante el uso prolongado, no son tan favorables para la salud. Olvidaron comentar que si el encierro es un requisito en ciertos períodos, los beneficios del aire libre, el sol y el ejercicio son invaluables. Los niños, adolescentes y jóvenes son nuestro tesoro y la esperanza del mundo, a pesar de que se les pervierta, se les enajene, se les manipule, se les prostituya el concepto de familia y se les oculten el bien y los valores. Hombres y mujeres, supuestamente preocupados por el agua, el oxígeno y la alimentación mundial, dictan lo que debe comer la gente y adquieren enormes propiedades de cultivo. La humanidad es una porquería, y tan es así, que al siguiente día del confinamiento, las calles, los jardines y los espacios públicos, en algunas ciudades del mundo, fueron invadidas por renos, osos y toda clase de animales. Sí, la humanidad es escoria, principalmente los menesterosos; no obstante, los dueños del poder y el dinero, cuentan con permiso para apoderarse de bosques, cascadas, ríos, selvas, lagos y playas para destruirlos y construir sus mansiones, hoteles, restaurantes y clubes. Y semanas y meses antes, la élite global, apoyada por los medios de comunicación masiva y las redes sociales, entre otros elementos, presentó la catástrofe natural: incendio, primero, en el Amazonas, y, posteriormente, en Australia, para continuar con asteroides y otros cuerpos de alto riesgo, próximos a la Tierra, junto con sonidos extraños. Ahora insisten en buscar evidencias de vida en Marte. Pidamos a Dios evite tanto dolor y luto a la gente, a pesar de que sus líderes no se atrevan a representar a sus seguidores, en un reclamo justo y enérgico a los dueños del poder económico y político, quienes pretenden apoderarse de las riquezas del planeta y de las voluntades humanas. Quédense en casa enfermos y personas sanas, aunque padezcan hambre, pierdan sus empleos, quiebren sus negocios, incremente la inseguridad, se registren índices inflacionarios excesivos y el conocimiento y la verdad sean intoxicados. Hay que desinfectar todo, lavarse las manos continuamente, y cuidado, el uso excesivo de detergentes, cloro y otras sustancias representa alto riesgo…» La lista de contradicciones y estulticia es demasiado extensa. ¿Seguimos enumerando argumentos que a las generaciones de hace medio siglo les hubieran parecido contradictorias, estúpidas y cínicas?

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Arte e inspiración

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

La inspiración es tan amorosa, detallista y sorpresiva, que suele tocar a la puerta con la idea de visitarme y permanecer conmigo, diariamente, a cualquier hora, en la mañana y en la noche, en la madrugada y en la tarde, con lluvia o con viento, con calor o con frío, en la arena y en la nieve, como una enamorada feliz y plena que regala, fielmente, el más bello y cautivante arreglo de flores. Y cuando llega de improviso, a veces no cargo la libreta de apuntes ni el equipo móvil o de cómputo, situación apremiante que me obliga a escuchar e interpretar su lenguaje y escribir en una bolsa, en un trozo de papel, en alguna publicidad, en un boleto. Así es como el arte y la inspiración me abrazan en cualquier momento y construyo algunas de mis obras.. En el arte, la inspiración habla, lo despierta a uno, se encuentra presente en los sueños y en la vida, en el descanso y en las labores, en las comidas y en los viajes, ente el sí y el no de la existencia y en el palpitar del alma, de la creación, de la temporalidad y del infinito. Cada línea, al escribirla, tiene un motivo, una historia, como lo poseen, igualmente, los signos en el pentagrama, los matices en el lienzo y las formas en el material yerto. Así se construyen algunos fragmentos de arte y hasta obras completas.

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Quiero ser el amor de tu vida — Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Agradezco y valoro el detalle de publicar mi texto en tu blog,, Dalila Cruz.

Dalila Cruz

Santiago Galicia Rojon Serrallonga Quiero ser el amor de tu vida cuando escribo un poema y acaricio tu alma con letras y palabras, en los momentos en que te abrazo desde mi arte, sin abandonar el deseo de pasear contigo entre las flores que Dios pintó mientras soñábamos. Quiero ser el amor de tu vida […]

Quiero ser el amor de tu vida — Santiago Galicia Rojon Serrallonga

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El encanto y la magia de los blogueros — Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Agradezco la amabilidad de publicar mi artículo en tu página, Evelia.

Evelia Guzmán

Santiago Galicia Rojon Serrallonga A mis amigos y colegas blogueros Ser bloguero tiene un encanto. Se trata de un privilegio, una aventura, una pasión. Es la libertad de publicar textos e imágenes en espacios que estimulan la creatividad, el ingenio, la originalidad, el esfuerzo y hasta la capacidad de presentar un tema de actualidad e […]

El encanto y la magia de los blogueros — Santiago Galicia Rojon Serrallonga

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Nací en marzo

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Estoy feliz. Me siento intensamente bendecido y dichoso. Nací en marzo, cuando las abejas, las libélulas y las mariposas posan sobre las flores que brotan de la tierra con la fórmula de sus colores y sus perfumes mágicos, cautivantes a los sentidos y tan parecidos al encanto del vergel. Mi cuna data de marzo de cierta fecha -¿importan el día, el año, la edad?-, en algún minuto y una hora que el tiempo raptó al sentirse dueño de las manecillas del reloj, mientras el sol y la lluvia de primavera, en el hemisferio norte, fabricaban arcoíris para provocar alegría y sonrisas. Desembarqué en marzo, procedente de algún paraíso etéreo, con la idea de reencontrarme, abrazar a los otros -oh, mi grandioso tesoro-, protagonizar una historia, fundir la esencia en la arcilla y probarnos en un paseo terreno, en una jornada mundana, hasta descubrir la ruta y preparar el regreso a casa. Nací en marzo, cuando en el hemisferio sur las hojas otoñales eran mecidas por el viento al soplar inagotable y melancólico. Llegué al puerto de la existencia, en marzo -en marzo de cierto año-, donde ya me esperaban mis padres, amorosos y nobles, contentos ante el prodigio de la vida, y, lo mejor de todo, agradecidos con Dios por la oportunidad del reencuentro. Nací en marzo, alguno de esos días que posee el mes -el tercero del año-, en un tiempo, con una familia y en un sitio que no cambiaría. Vengo de un marzo distante y cercano, espectacular y normal, con los besos de primavera y los abrazos de otoño al coincidir, en algún punto de encuentro, los hemisferios norte y sur, enamorados al obsequiarse, mutuamente, las tonalidades de las flores y los matices de las hojas, el calor y el viento, los perfumes de uno y otro. Nací en marzo, en marzo de cualquier año -el día 30, si hay que ser exactos-; sin embargo, estoy agradecido con Dios por cada instante que vivo, por la oportunidad de ser yo y el privilegio de formar parte de una historia con las almas que tanto amo. Sé que nací en marzo y tengo la fortuna de desconocer la fecha de mi partida, quizá porque es maravilloso y preferible despertar, cada mañana, o dormir, en la noche, con el milagro de la vida, y agradecer, siempre, por un instante más y la oportunidad de amar, reír, abrazar, compartir, aprender, dar de sí, caminar y hacer el bien. Nací en marzo, pero en realidad me renuevo cada momento con mi agradecimiento a la fuente infinita que me ha dado tanta dicha, a pesar de sus claroscuros.

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Usted

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Disculpe que la distraiga e interrumpa sus labores. Desde hace tiempo, al pasar por aquí, la observo con alegría e interés, en silencio, acosado por una pregunta y mil interrogantes que, por su repetición, ya son permanentes en mí, igual que la sangre que fluye por mis arterias, mientras usted, inmersa en sus actividades, indica, también calladamente, que es una dama. La he mirado durante la mañana, cuando las flores, recién acariciadas por el viento, las gotas del rocío y el sol, destilan perfumes que cautivan los sentidos y se mezclan, parece, con su fragancia de mujer; pero, igualmente, la he visto en las tardes, con ese semblante que irradia la gente encantadora. Quisiera verla en la noche y en la madrugada, siempre, a toda hora. Perdone usted si la molesto con mi insistencia, pero tengo deseos de invitarle un café en el balcón de la casa o en uno de esos restaurantes que se encuentran en alguna calle empedrada, al aire libre, entre macetas con flores bonitas, simplemente con la idea de expresarle que me parece mujer y dama, ser humano y ángel, y, quizá, si me lo permite, musa e inspiración. No pretendo interrumpir sus minutos y sus horas de concentración en las tareas que desempeña con tanto esmero; pero sí, en cambio, anhelo involucrarme en sus años, en sus décadas, en un proyecto existencial entre usted y yo. ¿Entiende usted lo que pretendo decirle? Precisamente he buscado una dama. Entiendo que es usted a quien he tratado de localizar, dentro del mapa, en aldeas y ciudades. Me gustan sus ojos, sus pestañas, sus manos y todo lo que la hace mujer y dama. No pretendo abrumarla con mis palabras y mis historias; aunque confieso que, desde hace tiempo, planeo incluirla en mi viaje, en el itinerario de mi existencia, y si usted hace favor de colocar sus manos, junto a las mías, en el timón, creo que navegaremos por rutas esplendorosas e interminables.

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La casa

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Estoy en las paredes de mi existencia, entre ladrillos y cemento, mármol y cristales, madera y herrajes, cerca de las ventanas, desde las que miro los amaneceres y los ocasos -con su sol, sus arcoíris y sus flores, y su luna, sus estrellas y su negrura- y distingo las tonalidades y las fragancias del jardín. Limpio las habitaciones, la casa de mi vida, cada instante, de día y de noche, hasta en la madrugada y en la tarde, mientras protagonizo capítulos y sueño mi historia. Me encuentro en el hogar temporal de mi alma, entre mis rasgos, mis formas, mi nombre y mis apellidos, con lo que fui hace años y con lo que soy ahora, simplemente con la idea de disfrutar mi estancia en la casa que elegí habitar durante mi jornada terrena. Cuido y restauro la fachada, los salones, las habitaciones, para entregar, al final, al partir, el palacio que recibí al nacer. Evito que el herrumbre, la polilla y el salitre intoxiquen la finca con su desamor, contradicciones, maldad, odio, envidia, resentimiento, tristeza, miedo, estulticia y ambición desmedida. Trato de embellecerla con los matices del amor, la verdad, el bien y los sentimientos nobles. Anhelo que mi casa sea distinguida por la calidad y grandeza de quien la habita.

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Sencillez de una libreta

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Entre una estación y otra, en un rincón y en algunos más, durante ciertas esperas breves y prolongadas, construyo mi arte, escribo inmerso en mí, al mismo tiempo que la gente que me rodea permanece fascinada en las redes sociales, en sus mensajes cotidianos, en un mundo paralelo y digital que parece su destino y realidad. Me miran las personas, hombres y mujeres sonrientes que han añadido a sus vidas, a sus formas, a sus momentos, aparatos móviles que no abandonan. Piensan, tal vez, que soy alguien que diseña letras y traza palabras con ciertos significados -sentimientos e ideas, al fin- en páginas interminables de cuadernos, medios y herramientas que a la mayoría parecen caducos, inservibles y primitivos. Sospechan, creo, que naufrago en los extravíos de la razón, en los apuntes de una libreta frágil y sencilla, de esas marcas que los centros comerciales rematan como saldos de mercancía estática durante ciertas temporadas del año. Observan que el bolígrafo escribe innumerables letras, palabras, acentos, puntuaciones y signos. Piensan, seguramente, que vengo de otro tiempo y que soy, en consecuencia, prófugo de minutos, horas, días, meses y años inscritos en calendarios amarillentos; pero no es así porque conozco los rostros y las siluetas de la modernidad. Ignoran, por su propia inmediatez, que, más tarde o al siguiente día, recurro a un equipo moderno y transcribo mis apuntes y los publico. Así es como fabrico, generalmente, mis letras y mis obras, con pedazos de cotidianidad y trozos de ideas y sentimientos plasmados en una libreta de apariencia humilde.

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