Después de la tormenta

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

Derechos reservados conforme a la ley/ Copyright

La vida me ha enseñado, en el trayecto del viaje, que tras un ambiente nebuloso y frío, envuelto en nubes plomadas, la tempestad derramará sus gotas en el paisaje, multiplicadas y prodigiosas, y dejará, al partir, charcos que retratarán la belleza y la profundidad del cielo, arcoíris traídos de parajes de ensueño, riachuelos que llevarán los conciertos y los sigilos de la naturaleza entre cortezas y hojas desprendidas de los árboles, perfumes de flores y helechos, policromía excelsa, reflejo, todo, de un pedazo de terruño llamado paraíso, con la invitación de abrir las puertas y las ventanas, admirar el escenario y salir, agradecido y emocionado, a deleitarse con los colores, las fragancias y los sabores de la creación. En una tormenta pertinaz, mucha gente suele espantarse al oír el estruendo de los truenos que se propagan y contemplar el cielo ennegrecido que se incendia con el relampagueo interminable. Ignoran, parece, que las lluvias incesantes no son para llorar ni temer calamidades; heredan, al siguiente día, un ambiente encantador para el alma y deleitante a los sentidos, un paisaje de beatitud y paz, y la oportunidad de vivir en armonía, con equilibrio y plenamente, dentro de la brevedad terrena, como anticipo de paseos infinitos.

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