¿Y si esta noche, cuando los susurros se arrullen y duerman en los sigilos, le confieso a usted que me encantan sus ocurrencias y locuras, que anhelo escuchar su voz al pronunciar mi nombre y que deseo pasear a su lado entre los sueños y la vida? ¿Y si a cierta hora del ocaso, al descansar la policromía del mundo y de la vida en algún remanso apacible, lejos de los faroles siderales, todo cuanto es, incluidos usted y yo, aparecemos como simples trazos y les agregamos colores, los matices de un amor que se vuelve encanto, locura y motivo? ¿Y si deslizamos los pinceles sobre las cosas y los detalles de la vida? ¿Y si al marcharse la tarde, como aconteció con la mañana y, posteriormente, con el mediodía, me anticipo a la noche y tomo las estrellas que cuelgan en la pinacoteca celeste y le escribo un poema, con polvo de luceros, o un texto, con letras sustraídas de una quimera? ¿Y si usted y yo, al reír tanto, al jugar incansables a la vida y al amor, hacemos un paréntesis, simplemente para escuchar los rumores de nuestras almas? ¿Y si al caminar sobre nubes matizadas con la policromía del cielo, decidimos ya no regresar a lo cotidiano, a la rutina, y hacemos de usted y de mí una historia cautivante e inolvidable? ¿Y si de pronto, al descubrir innumerables burbujas de cristal a nuestro alrededor, las reventamos y, felices, recibimos gotas, detalles y regalos, hasta que los sueños y las ilusiones se vuelvan realidades? ¿Y si entramos un rato al paraíso, a los engranajes de la inmortalidad, y traemos algo de su sustancia y la impregnamos en el mundo, en la tierra nativa, para hacer de nuestros encuentros un destino maravilloso y sin final? ¿Y si, finalmente, usted se da cuenta, como yo, de que vamos a la misma dirección, a un destino común, y acepta dar un sentido a los días de su existencia, con mucho de mí? ¿Y si le encanta la excursión y regresamos en la madrugada, antes del amanecer, con la intención de dormir profundamente y despertar con la fragancia del cielo y la hojarasca del edén en las sandalias? ¿Y si, al darnos cuenta de que el amor es poema, usted y yo nos volvemos letras? ¿Y si, simplemente, a cualquier hora, en el mundo, o quizá hasta en los paraísos de otros planos, o en la fuente luminosa, le recuerdo que la amo?
Soy uno, pero me sé, en el mundo, hecho de pedazos, ecos y fragmentos de aquí y de allá, luces y oscuridades, rumores y silencios. Soy yo, el de entonces, el de siempre, con rostro de tierras distantes y cercanas, con memoria de ayer y de hoy, con episodios protagonizados tantas veces y momentos futuros aún inexplorados y, a la vez, presentdos. Emulo, al crear, al escribir, a la flor, al tulipán, a la orquídea, a la rosa, que reproducen los matices y los perfumes del cielo, las formas de un paraíso que se siente en uno y, no obstante, se extienden en su tierra nativa. Estoy compuesto de partes, luz y arcilla, esencia y barro, éter y textura, infinito y hora. Soy de esos linajes con historia, que navegan en mares impetuosos, entre olas y tempestades, y hasta en corrientes benévolas, con sabor a aventuras y a sueños. Me siento con piel y sangre de distintos mapas, acaso con la certeza de saberme de tantas partes, quizá con el pulso de innumerables terruños, tal vez con motivos, detalles y sentidos de mi naturalelza; sin embargo, me reconozco, iguamente, al percibir mi ser, la esencia que habla y calla dede mi interior. Estoy confeccionado de alegrías y tristezas, realidades y sueños, triunfos y fracasos. Fui hilvanado con lingotes de Dios y recortes de tierra. Soy ayer, hoy y mañana, temporalidad e infinito, resumen de unos y promesa de otros, edén y mundo. Soy, finalmente, yo, con tanto de alma y algo más de arcilla, en un ensayo para llegar al centro de la esencia. Me sé uno. Y aquí estoy, con mis enteros y mis fracciones, con la identidad que es tan mía y en la senda que he elegido.
La alegría y la libertad, parece, se refugian en las auroras y en los ocasos de otras fechas, cuando apenas ayer éramos poema y viento, lluvia y arena, cascada y río, y no sabíamos, por estar tan distraídos, que nuestra ruta conducía a destinos inciertos.
Por alguna causa -y muchas más-, la alegría y la libertad se volvieron encanto de apariencia irrecuperable -al menos es lo que pretenden que creamos quienes intentan atraparnos-, fantasías y sueños, añoranzas y suspiros, jeroglíficos indescifrables, piezas de museo, y ahora, desolados y tristes, los miramos naufragar y hundirse, lejos de nosotros.
Sin notarlo -así son las dosis de veneno cuando se aplican gradualmente, con cierta intencionalidad-, alguien -y muchos más- atrapó nuestras alegrías y libertades, presas desnudas y ultrajadas que padecen angustias y tormentos indecibles. Compramos, sin notarlo, promesas incumplidas, apariencias y trampas.
La alegría y las sonrisas, agotadas y rotas, son desdibujadas. Alguien -y otros más- las borra de nuestros rostros, las debilita de la naturaleza humana, las desmantela por completo, las desconecta del alma. Ante nuestras miradas de asombro y la pasividad de seres cansados por la monotonía y los acontecimientos terribles que se suceden unos a otros, propiciados por los titiriteros del circo humano, alguien -y muchos más- elimina lo que somos y lo que parecía de nosotros.
Ellos -y alguien más-, quieren que las personas -en masculino y en femenino, en mayúsculas y en minúsculas- destierren las voces y abracen los gritos, sepulten la alegría y las sonrisas, y coloquen epitafios dolorosos y tristes sobre sus ruinas y sus nombres. Pretenden que las multitudes desprecien la luz y la sustituyan, entre sombras, por lámparas que finalmente romperán o fundirán.
Alguien -y otros- sabe que si esclaviza la libertad, mientras enferma, aterra, enfrenta y mata a la gente, la dignidad, los sentimientos nobles, la originalidad, el amor, la verdad, el bien, la inteligencia, la creatividad y todo lo maravilloso de los seres humanos -luz y arcilla, alma y cuerpo-, se exraviarán y solo flotarán despojos mediocres, desgarrados, incapacs de restaurarse, transformados en maniquíes y en títeres en serie.
No obstante, si alguien -y otros más- pretende y ambiciona cortar y destruir nuestra alegría y libertad, con todo lo que significan, nosotros aún poseemos capacidad y fortaleza para cerrarles las puertas y las ventanas e impedirles el paso. Somos más, en número y, aunque no seamos dueños de fortunas inmensas que corrompen gobiernos, ejércitos criminales, redes sociales perversas y medios de comunicación mercenarios, tenemos capacidad de resurgir de los escombros, valorarnos y enfrentar las guerras, los ataques y los ensayos actuales con fórmulas pacíficas. Ellos -y alguien más- temen a los valores, a los sentmientos, a la razón, al despertar, a las familias, al amor, al bien, al conocimiento masivo, a los ideales. Poseemos los elementos para derrotarlos y parar su locura, sin necesidad de violencia.
Cada letra escrita, al transformarse en palabra, oculta y exhibe sentimientos que brotan del alma, suspiros que el viento arrastra a rutas insospechadas, pensamientos que vuelan a otros destinos, motivos y detalles que cautivan, secretos y verdades que quedan o se van. Un texto, al escribirlo el artsta, es poema, es historia, es sueño, es realidad. Al hurgar en el baúl del abecedario, en el desván de las letras y las palabras, el artista, inagotable, deja algo de su vida en cada página, en las hojas que exhalan su perfume cuando uno las lee, aunque él, su creador, ya no esté. Detrás de las obras de los escritores y los poetas, quedan historias con sus rumores y sus silencios, pedazos de biografías, alegrías y tristezas, placeres y dolores. Cada autor lleva consigo lo liviano y lo pesado de su carga, y no lo dice, no lo expresa, simplemente por no desconocer que la vida de artista es así, intensa y plena, y que si unas veces navega por mares impetuosos, entre naufragios y tempestades deesgarradoras, otras ocasiones, en cambio, pernocta en alguna cabaña apacible y romántica, El escritor y el poeta son creadores, artistas, una parte seres humanos y otra porción, en tanto, seres consentidos de Dios. Cada letra y toda palabra, en el arte, es un pedazo de cielo que se mezcla con un trozo de barro, y ese es, tal vez, uno de sus encantos y la fórmula secreta para llegar a la cumbre.
Me reconozco al mirarla a usted, acaso porque tantos días se han acumulado desde que coincidimos, por primera vez, en algún rincón del mundo; probablemente, por saberla mi musa y percibirla en mí, en el ambiente de la creación artística, en las páginas de la libreta de apuntes, entre el perfume del papel y de la tinta, al escribirle mis poemas y mis textos que se convierten en la locura de un amor; quizá por llevar ambos una porción de cada uno y caminar sobre alfombras de pétalos, acompañados de burbujas de cristal y momentos irrepetibles; tal vez por más de lo que creemos, pensamos y sentimos. Me reconozco cuando usted habla o calla. Sus murmullos y sus silencios me expresan tanto de usted, que me descubro en sus palabras, en sus cavilaciones, en sus pausas. Me reconozco en usted cuando está conmigo, enojada o contenta, feliz o triste, juguetona y ocurrente o formal y solemne, o al encontrarse lejos, tan distante como la lluvia, el viento y las nubes al partir a otras rutas en sus habituales paseos. Algo lleva de mí y yo, igual, tengo cierta porción de usted, al grado de que, sin perder nuestros rasgos e identidad, somos los dos y uno a la vez, como las gotas de lluvia al formar charcos y represas capaces de reflejar el cielo o las estrellas al alumbrar mientras el mundo duerme. Me reconozco en usted, con mis aciertos y mis fracasos, con mi esencia y con mi arcilla, como quien sabe que no existen vacíos ni espacios que ocupe alguien más. Me reconozco en usted, simplemente, desde aquella fecha, a cierta hora, en que coincidimos en nuestros sendero e hicimos de nosotros un destino, una historia, un detalle, un motivo.
Lloré. Derramé lágrimas en silencio. Percibí el sabor amargo del llanto. Miré a cientos de jóvenes, en femenino y en masculino, formados, en espera de ser vacunados contra el Coronavirus, mitad descubiertos y la otra parte oculta con cubrebocas, quizá con la interrogante que plantean los signos de la hora contemporánea y con la impotencia ante la falta de respuestas inteligentes y certeras.
Jóvenes con derecho a la vida, a ser felices, a amar, a realizarse plenamente como seres humanos y a probarse cada instante durante su caminata terrena. Permanecían en la fila de apariencia interminable, inquietos como son, callados unos y hablando otros, sonrientes algunos y pensativos en determinados momentos, acaso porque alguien -y muchos más- pretende automatizarlos y ejercer control absoluto sobre ellos, probablemente por las sombras que de pronto trastocaron las luces, quizá por el dolor que causa mirar los proyectos, las ilusiones y el hoy y el mañana inciertos, extraviados, rotos, o tal vez por tantos motivos y sentimientos reprimidos en un entorno hostil, irreconocible y enfermo.
Caminé y los vi en las filas enormes, en las calles, en los parques, con la esperanza de recibir una vacuna, frustrados, como me lo han confesado muchos de ellos, por la impotencia de las adversidades que atentan contra sus existencias y su derecho de ser felices, experimentar cada día, ensayar la vida. Me sentí en cada hombre y mujer, en todos los jóvenes preocupados, tristes e interesados en prevenir mayores riesgos y en resolver las paradojas de sus existencias.
Nosotros, sus padres o sus abuelos, les heredamos un mundo roto, irreconocible, sediento y con hambre, violento y enfermo, peor que el que recibimos de los adultos, a otra hora, en una fecha distante, en nuestra juventud lejana. Irresponsablemente, les entregamos la campiña ranurada y seca, los ríos contaminados o ausentes, los bosques y las selvas talados, el paisaje ennegrecido y pútrido.
Contribuimos, con mucho, en el proceso de formar una generación perdida, carente de oportunidades, con más desafíos y problemas que oportunidades. Tiempo previo a su nacimiento, los de antes y los de después, los de antaño y los de entonces, definimos su suerte y los entregamos a nuestro mundo de plástico, concreto y aparador, donde somos maniquíes en serie, títeres numerados, marionetas en serie, atrapados en los hilos que alguien mueve de acuerdo con un guión burdo y perverso.
Los vi, en grupo o solos, con libros, revistas, audífonos y celulares. Me refiero a los jóvenes que aún no se pierden en las locuras que cruelmente les han preparado quienes desean ser amos del mundo. Desean vivir plenamente, salir a las calles con libertad, continuar sus estudios, trabajar y obtener ingresos, enamorarse, pasear, cumplir sueños e ilusiones, ser protagonistas de sus biografías.
Me fusioné en ellos al contemplarlos, al sentir su palpitar, y pensé que si mi generación y las anteriores les entregamos un mundo agónico, la solución no es abandonarlos ni criticar su situación. Es consecuencia, en parte, de lo que irresponsablemente les dimos; carecen, por nuestro abandono, de puntos de referencia y de ejemplos auténticos de vida.
Más que caer en la trampa mortal de ser antagónicos y radicales, sentimentalistas y violentos, emotivos y depredadores, tenemos el reto de sacudir el polvo de la irresponsabilidad, la pereza y el conformismo, y cada uno participar en el salvamento y la restauración de la humanidad y del planeta.
Si hoy permanecemos tan distantes una generación de otra y hasta parecemos enemigos, en mucho es nuestra culpa porque, igual que ellos lo hacen ahora con los celulares y las redes sociales, nosotros los desatendimos mientras estábamos tan distraídos con la estulticia de la radio y la televisión, y con nuestros asuntos e intereses pasajeros y baladíes. Olvidamos que la familia es uno de los tesoros más bellos y grandiosos.
Lloré al mirar tanto joven aglomerado, seguramente con la incógnita de lo que acontece en el mundo, con más preguntas que respuestas, con el malestar de coexistir en un planeta decadente y agónico, versus la indiferencia de tantos adultos, la complicidad y el silencio de las comunidades médicas y científicas, la complicidad de gobiernos corruptos y de medios de comunicación mercenarios, la violencia creciente e incontrolable y la falta de liderazgo y principios orientados al bien y a la libertad, al progreso y a la dignidad.
Saben, los jóvenes, que algo anda mal y que esta vez se trata de algo preocupante que atenta contra ellos y el resto de la humanidad. En el lapso del último año y medio, alguien -y muchos más- ha eliminado a millones de seres humanos, a nivel global, con una enfermedad maliciosamente creada y diseminada estratégicamente, casi acostumbrándolos a la muerte, al dolor, al sufrimiento, como preámbulo para someter, controlar, manipular y explotar en serie a las generaciones de la hora contemporánea.
Los recuerdos son pedazos de nosotros que quedan en los escollos de la memoria, en algún remanso de los sentimientos, mientras navegamos, como las botellas antiguas con mensajes, escritos no sé cuándo, que naufragan solitarias en la impetuosidad del océano. acaso para que alguien las rescate, las abra, se reconozca y le sea posble encontrarse consigo y reconstruirse, justificar los días de su existencia, igual que lo hago, cada instante, al pensar en ti, al voltear atrás y descubrirte en mi historia, en mis poemas, en mis suspiros, en mis detalles y en mis motivos. Recolecto trozos de ti y de mí, como el jardinero que desde el amanecer elige las flores más bellas, cautivantes y poéticas que regala a su enamorada. A veces me pregunto si reúno fragmentos tangibles del pasado con la idea de trasladarlos a mi presente y, así, ilusionado, tenerte a mi lado con los momentos más felices; no obstante, descubro que los capítulos de antaño fueron desmantelados ante la caminata indiferente de los minutos, los días y los años, y que son, exclusivamente, remembranzas. Exploro otras fechas, minutos distantes, en busca de nosotros, y me doy cuenta de que el amor, la vida, el bien y la alegría son ensayo de cada día, y tan es así que nuestros ecos solo son páginas incompletas para recrearnos y asimilar lecciones, porque el hoy es nuestro y es lo que tenemos, dentro de la temporalidad, para vivir y soñar. No es razonable, en consecuencia, regresar al puerto por cuerdas, provisiones y cosas porque significaría enredarse en tropiezos, hundimientos y naufragios. Entiendo que resulta imposible vivir de imágenes difusas. Te traigo en fragmentos del pasado y de los recuerdos con el objetivo de reconstruir nuestra historia; sin embargo, noto que una odisea se experimenta cotidianamente, se construye con hechos y con sueños actuales, aunque después se conviertan en los otros días. Es imposible rescatarnos de aquellos recuerdos tan nuestros si hoy, con su fugacidad, no hacemos de nosotros una historia grandiosa, inolvidable, bella e irrepetible. Te traigo de mi ayer, pero te ofrezco un presente magistral e intenso.
No era así. Estamos desarmados. Hay piezas faltantes, voces que callaron de improviso, espacios ausentes, listas de epitafios. Estamos incompletos. Venimos de una historia distante, oculta no sé dónde -en los recuerdos que se debilitan, en los sentimientos que se extinguen, en todo lo que fuimos y vivimos-, al grado de hundirse en los esteros de la desmemoria. Algo extraño e inexplicable aconteció en el camino, en alguna estación de descanso o de la jornada, cuando vivíamos y, por lo mismo, suponíamos que éramos intensamente dichosos. Estamos rotos. Algo cambió. Hoy, cualquiera muere, y no importa si los instantes de su existencia se contabilizan en horas y en días o en años y en décadas, o si es en el cunero, en los jardines del mundo o en el lecho postrero. No era así. Antes -hace tan poco tiempo, apenas ayer-, la gente, en masculino o en femenino, nacía, protagonizaba su biografía y moría. Convivíamos en familia, hacíamos planes, porseíamos amigos, compartíamos alegrías y tristezas, reíamos y llorábamos, actuábamos y soñábamos. De pronto, cierta fecha, mientras dormíamos, alguien -y otros más- ya había acomodado las fichas del tablero y la partida y sus reglas son otras desde entoncs. No era así. Nos sentimos tan libres, que no nos percatamos de que alguien -y otros más- construía barrotes y celdas con apariencia de cosas, placeres y mercancía. Hoy, tenemos las alas despedazadas. No sabemos ni nos atrevemos a volar libres y plenos. No era así. Estábamos completos. Ahora, desconfiamos unos de otros, nos miramos con cautela, vemos nuestros rostros irreconocibles -mitad nosotros y el resto con una mordaza que oculta y apaga palabras y sonrisas.-, somos antagónicos y peleamos. No era así. Perdimos algo muy valioso mientras nos distraían. Creímos que resultaba cómodo y placentero ocupar las butacas de los espectadores, en el teatro de la vida, y ahora somos esclavos de intereses malsanos y nos pesa actuar. No era así. Estos días, tenemos miedo, escapan gente y cosas tan queridas, nos callan y ridiculizan. Nos están acostumbrando a permanecer aislados, indiferentes, antagónicos y enemigos, casi incomunicados y fragmentados, y no nos atrevemos a despedazar las cadenas que aceptamos ni a rebelarnos. Las sombras se proyectan enormes y estamos olvidando la belleza y lo esplendoroso del bien y de la luz. Estamos tristes, enfermos, intoxicados de odio y violencia, enfrentados, totalmente rotos. No era así.
Me es grato presentarles mi libro Tenencias de Morelia, sus colores, sus rostros, sus sabores, publicado por Editorial Resistencia y patrocinado y respaldado por el Ayuntamiento de Morelia, a través de la Secretaría de Turismo en el municipio.
Como autor de la obra, agradezco el apoyo y la confianza que mi amigo, Roberto Monroy García, depositó en mí durante su gestión como secretario municipal de Morelia. Su amplia experiencia y su reconocida trayectoria en la actividad turística, influyó en el alcalde de Morelia, en 2020, Raúl Morón Orozco, para respaldar la elaboración de un libro sobre las 14 tenencias de la capital de Michoacán, como legado y reconocimiento de la administración municipal a la gente de la zona rural, a las familias de las regiones naturales que poseen arquitectura típica, artesanías, costumbres, gastronomía, historia, leyendas y tradiciones.
Texto de la primera solapa.
El alcalde de Morelia, aceptó de inmediato la propuesta e iniciativa del secretario municipal de Turismo, quien me autorizó, como escritor, recorrer las tenencias, entrevistar a la gente en un ensayo de rescate de la tradición oral, investigar en documentos y redactar, finalmente, la obra.
Reseña del autoren la segunda solapa.
Roberto Monroy García tuvo el acierto de nombrar a su colaborador, otro amigo de ambos -Gabriel Chávez Villa-, el funcionario que estuvo atento a diferentes procesos, como recorridos a las zonas naturales y a los pueblos que forman parte de las 14 tenencias de Morelia, quien ha desempeñado los cargos de presidente estatal y nacional de una de las agrupaciones de guías de turistas de prestigio.
Contraportada.
Posteriormente, ya como encargada del Despacho de la Secretaría de Turismo de Morelia, Ada Elena Guevara Chávez, tuvo la amabilidad de apoyar y respetar el proyecto, el cual promueve con entusiasmo y profesionalismo, ya que se trata de un reconocimiento del Ayuntamiento de Morelia a la gente de las 14 joyas que rodean la ciudad de origen colonial, las tenencias.
Es un honor ser autor del libro Tenencias de Morelia, sus colores, sus rostros, sus sabores. Mi gratitud a Roberto Monroy García, principalmente, y al exalcalde Raúl Morón Orozco, a Gabriel Chávez Villa, a Ada Elena Guevara Chávez, a los jefes de Tenencia, a los habitantes de las zonas rurales del municipio, a los fotógrafos que apoyaron con material gráfico, a la editora Josefina Larragoiti Oliver, al diseñador Jaime Espinosa y a toda la gente que me otorgó las facilidades para la creación de esta obra.
Fue una de esas presentaciones que quedan en la memoria, en los sentimientos, acaso por el ambiente, probablemente por su significado, quizá por la gente con la que uno coincide, tal vez por eso y más. Cada presentación literaria, en mi vida de escritor, ha tenido un rostro, un detalle, un motivo, y no olvido ninguna, desde la de mi primer libro, a la edad de 20 años, en el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México, hasta la que hoy reseño con el deleite de lo que significó para mí.
Llegué puntual a la Casona de Villalongín, en el centro histórico de Morelia*, donde todos los invitados permanecían formados, en orden y con respeto, para seguir los protocolos sanitarios y evitar, por lo mismo, contagios de COVID-19. Había, en la fila, periodistas, empleados y funcionarios públicos municipales, jefes de Tenencia, cronistas, representantes de instituciones educativas, fotógrafos, empresarias de la hotelería e incluso una profesora del nivel de enseñanza preescolar, interesada en conocer más acerca de Morelia con el propósito de enseñarles a sus pequeños alumnos las bellezas, las riquezas y la grandiosidad de la zona rural del municipio.
Ada Elena Guevara Chávez, encargada del Despacho de la Secretaría de Turismo en Morelia.
Ingresé. Miré las baldosas de origen colonial y la finca añeja, restaurada y dedicada actualmente a diferentes actividades culturales y sociales. En el patio, había un toldo enorme. Las sillas permanecían alineadas a cierta distancia prudente, dentro de las reglas de higiene y prevención de contagios.
Me recibió un gran amigo, Gabriel Chávez Villa, quien es director de Desarrollo Turístico y Capacitación en la Secretaría de Turismo de Morelia, hombre con amplia experiencia que, adicionalmente, hace algunos años, fue presidente a nivel estatal y nacional de una agrupación reconocida de guías de turistas. Como responsable de la coordinación de la presentación del libro y del acto que se llevaría a cabo, me saludó amablemente y me invitó a pasar al patio. Él recibía el apoyo entusiasta de sus compañeros de oficina.
Al llegar al patio, observé el presidium con los personalizadores. Anóté el nombre de los integrantes de esa mesa de honor. En primer lugar, registré el nombre de la actual encargada del Despacho de la Secretaría de Turismo de Morelia, Ada Elena Guevara Chávez, quien, por cierto, en ese momento era entrevistada por algunos de mis colegas periodistas, los cuales me recordaron mis pasadas jornadas reporteriles.
Tras la pausa que inevitablemente me provocó suspiros por las tantas experiencias del ayer y la nostalgia por aquellos episodios periodísticos, anoté el nombre de mi entrañable amigo, Roberto Monroy García, quien el año pasado, en 2020, como secretario municipal de Turismo y con su gran experiencia y talento, habló con el entonces alcalde de Morelia -otro amigo, con el que trabajé cuando era diputado y yo coordinador de Comunicación Social en el Congreso del Estado de Michoacán-, Raúl Morón Orozco, al que convenció acerca de la trascendencia de respaldar la elaboración de un libro sobre las 14 tenencias morelianas, enclavadas en la zona rural del municipio.
El presidente municipal de Morelia, escuchó con atención e interés los argumentos del secretario de Turismo. De inmediato, aprobó la propuesta. El profesor Raúl Morón Orozco, conocedor de la realidad del municipio de Morelia, coincidió con su secretario de Turismo, Roberto Monroy García, en la necesidad de que el Ayuntamiento de Morelia reconociera a las 14 tenencias, a sus habitantes y todo lo que significan, desde hace siglos, dentro del desarrollo de la ciudad. Le pareció indispensable rendir un merecido y justo reconocimiento a las 14 tenencias: Atapaneo, Atécuaro, Capula, Chiquimitío, Cuto de la Esperanza, Morelos, Jesús del Monte, San Miguel del Monte, San Nicolás Obispo, Santa María de Guido, Santiago Undameo, Tacícuaro, Teremendo de los Reyes y Tiripetío.
Agradezco, en verdad, la confianza que Roberto Monroy García depositó en mí como escritor. Las presiones del tiempo, las dificultades del entorno y la complejidad del Coronavirus, resultaron bastante intensas; sin embargo, afortunadamente concretamos el proyecto y ese día, jueves 12 de agosto de 2021, a las 11 de la mañana, presentamos el libro Tenencias de Morelia, sus colores, sus rostros, sus sabores.
Roberto Monroy García, ex secretario de Turismo en Morelia y hombre con amplia trayectoria, quien impulsó el proyecto.
Posteriormente, registré, en la lista, los nombres de Gabriel Chávez Villa, director de Desarrollo Turístico y Capacitación de la Secretaría de Turismo en Morelia; Beatriz Pérez Torres, presidenta de la Asociación de Hoteles y Moteles del Estado de Michoacán, conocida por sus siglas como AHMEMAC; y Judith Mora Rodríguez, dirigente de la misma agrupación hotelera en la capital de la entidad.
Junto con los nombres ya citados, yo, como escritor y autor del libro Tenencias de Morelia, sus colores, sus rostros, sus sabores, compartiría un espacio en el presidium. Tuve oportunidad de saludar a varios amigos y colegas, a quienes hacía bastante tiempo no veía.
Tras anunciar públicamente nuestra presencia, el maestro de ceremonias solicitó a la encargada del Despacho de la Secretaría de Turismo, Ada Elena Guevara Chávez, que dirigiera un mensaje de apertura. Y lo hizo muy bien. Atenta, respetuosa y conocedora del tema, la funcionaria expresó que la obra, sin duda, dejará huella como producto turístico que reconoce la importancia de las 14 tnencias morelianas y de sus habitantes. Es un justo homenaje a la gente de las etnencias morelianas, dijo.
La funcionaria resaltó el compromiso de la administración municipal en el trabajo a favor de las 14 tenencias de Morelia, donde es posible encontrar tantas manifestaciones naturales y expresiones artesanales, gastronómicas, culturales, históricas, sociales y arquitectónicas.
Por su parte, el entusiasta impulsor del proyecto, Roberto Monroy García, tomó un ejemplar y destacó que, por primera vez, una administración municipal, en Morelia, promovió una investigación seria y a fondo de las 14 tenencias, cuando antes solo se trataba, principalmente, de folletos y publicaciones someras.
Argumentó que figuran, entre los objetivos primordiales del libro, despertar el interés de los diferentes sectores de la sociedad y de los turistas en visitar las tenencias morelianas, recorrerlas, sentirlas, explorar sus rincones, tratar a sus moradores, vivir sus costumbres, fiestas y tradiciones. Anunció que la obra se distribuirá en bibliotecas e instiituciones académicas, entre otros sitios, con el objetivo de difundir la investigación.
En tanto, las presidentas de los hoteleros michoacanos y morelianos, Beatriz Pérez Torres y Judith Mora Rodríguez, respectivamente, coincidieron en que los resultados de la investigación, plasmados en el libro, no solamente recuerdan e invitan a recorrer, vivir la experiencia y descubrir las riquezas de las tenencias morelianas, sino estimula a continuar la exploración y la difusión de lo tanto que ofrecen y significan esos rincones.
Presentación del libro Tenencias de Morelia, sus colores, sus rostros, sus sabores,
Durante mi intervención, agradecí la asistencia de los participantes y reconocí, principalmente, el apoyo irrestricto de mi amigo Roberto Monroy García, a quien conozco desde hace tres décadas. Le agradecí la confianza y destaqué su reconocida trayectoria, la cual es real y no simple parte de formalidad discursiva. Su visión en temas turísticos, lo estimularon a ofrecerme todo su apoyo para la elaboración del libro.
Y, efectivamente, dije que, con frecuencia, los pueblos y los gobiernos nos interesamos en construir autopistas, pasos a desnivel, avenidas, calles y obras de infraestructura, y destruimos, acaso sin darnos cuenta, historia, tradiciones, leyendas, costumbrse, arquitectura típica, sabores y tantas cosas que representan nuestra identidad; sin embargo, aclaré, la presente administración municipal se ha preocupado por participar en el desarrollo de los habitantes de la ciudad y de las tenencias y sus comunidades, como puede comprobarse, y en reconocer, por añadidura, el valor de sus 14 joyas, que cotidianamente, dede hace centurias, han contribuido al progreso y a la dinámica de Morelia.
Tenencias de Morelia, sus colores, sus rostros, sus sabores, es una aportación, un legado y un reconocimiento a la gente de la zona rural del municipio, y un intento por rescatar y difundir sus riquezas naturales, su arquitectura típica, sus costumbres, su gastronomía, sus leyendas, sus artesanías, su folklore y su historia.
Santiago Galicia Rojon Serrallonga, autor del libro.
Evidentemente, en una sola obra resulta imposible concentrar toda la expresión y el significado de las 14 tenencias de Morelia, pero se trata, sencillamente, de un intento para estimular a escritores, periodistas, académicos, investigadores y estudiosos a desentrañar y publicar tanta riqueza.
Una vez que concluyó la presentación del libro, jefes de Tenencia y representantes de instituciones académicas, principalmente, recibieron ejemplares para su consulta permanente y su difusión. Como suele acontecer en esa clase de actos, el público me solicitó amablemente que autografiara sus ejemplares, lo cual hice con mucho gusto y respeto.
No obstante, entre una persona y otra, tomé un ejemplar y lo dediqué a mi amigo Roberto Monroy García. A pesar de los protocolos sanitarios, a ambos nos rebasó la emotividad y nos dimos un abrazo breve y, finalmente, tras expresar «gracias, amigo», estiró su mano y estrechó la mía. Fue, para mí, un gesto muy humano que siempre mantendré en mi memoria y en mis sentimientos.
Gracias, Roberto Monroy García, Raúl Morón Orozco, Ada Elena Guevara Chávez y Gabriel Chávez Villa. También agradezco el apoyo y el respaldo por parte del alcalde actual de Morelia, Humberto Arróniz Reyes, de la tesorera municipal María de los Remedios López Moreno, de los funcionarios y colaboradores de la administración, como lo hago con los jefes de Tenencia, los moradores de la zona rural que hicieron favor de recibirme y transmitir parte de su tradición oral, y a los fotógrafos y amigos que tan amablemente participaron con imágenes: Jorge Érick Sánchez Vázquez, Leticia Florián Arriaga, Lázaro Alejandre Gutiérrez, Luis Vílchez Pella, Araceli López Valdez, Damaris Cortés Bedolla, José Arturo González Acuña y César Barrera Ceja. Igualmente, valoro el apoyo de Josefina Larragoiti Oliver, directora de Editorial Resistencia, y de su diseñador profesional, Jaime Espinosa. Mi gratitud a ellos y a los que no aparecen en la lista.
Morelia es la capital de Michoacán, estado que se localiza al centro-occidente de México. Su fundación, en el Valle de Guayanguero, data del 18 de mayo de 1541. Su nombre fue Ciudad de Mechuacan, para más tarde, en 1545, cambiar por el de Valladolid, hasta que, posteriormente, en 1828, en honor y memoria de José María Morelos, héroe de la Independencia mexicana que inició en 1810, se le llamó Morelia.