Las otras páginas de nuestras existencias

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Somos libro de papel, colección de páginas escritas ayer y otros días, cúmulo de hojas por registrar las historias de cada instante. Contenemos, en nosotros, relatos de amaneceres y de anocheceres, de mediodías y de atardeceres, con los acentos y la puntuación de nuestros recorridos. Estamos insertos en las páginas con aroma a tinta y a papel, a realidades y a sueños. a encantos y a desencantos. Tenemos portada, hasta con nombre y con título; aunque no todos conocen nuestros escritos, la lectura que guardamos en cada capítulo y que reservamos, quizá, para que alguien y otros más la consulten en el minuto postrero de la existencia. Formamos parte de un libro, a veces correctamente encuadernado y, en ocasiones, por cierto, despastado, y no sé, en mi caso, si las páginas se encuentran acomodadas o dispersas. Necesito revisarlo, ordenar mi reseña, para que otros, al leerla, comprendan mis motivos, mis detalles, mis rutas, mis delirios. Somos compendios. Es inevitable renunciar a lo que somos. Unos insisten en que otros conozcan exclusivamente la portada o acaso el lado extremo -la contraportada-, y esconden la introducción, el prólogo, la presentación, y las narraciones sucesivas; algunos, en cambio, muestran todas las líneas impresas y no reservan sorpresas; hay quienes gradualmente muestran el contenido. Somos libros que desprenden fragancias de otros tiempos y perfumes de estos días -tal vez, con suerte, de temporadas sucesivas-, y olemos a papel y a tinta. Me pregunto si seremos capaces, en algún instante, de repasar, comprender y asimilar nuestras historias, los relatos que registramos desde que nacimos hasta el minuto final, con sus lecciones ocultas, o si quedaremos en anaqueles olvidados y empolvados, junto con otros libros, o, definitivamente, en el mercado de obras despastadas, viejas, perforadas por la polilla y despreciadas por los lectores. Creo que dependerá, en mucho, del contenido.

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¿Paraíso o infierno?

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Me asombra que tantos seres humanos anhelen, crean y sueñen un paraíso infinito tras su muerte física, en un ambiente de descanso y paz, al mismo tiempo que aquí, en el mundo, destruyen la naturaleza, contaminan, arrebatan, rivalizan, odian, ambicionan poder y riqueza sin fines nobles, critican, son violentos, se mofan y participan o respaldan guerras contra aquellos que no sienten ni piensan igual que ellos. Me parece contradictorio, estúpido y falso desear un cielo, un vergel, para reposo eterno del alma, mientras se colocan trampas mortales en contra de los más débiles, se les quita todo a los desposeídos y se consumen los días de la existencia con superficialidad, indiferencia al sufrimiento de otros, carencia de valores, ausencia de sentimientos nobles y estulticia. ¿Qué clase de criatura es ese porcentaje tan amplio de la humanidad que idealiza un paraíso tras su muerte física y hace de la Tierra, su único hogar temporal, un infierno? ¿Es lógico desear la vida, el bienestar, la salud y la felicidad, mientras se mata, se provocan enfermedades, se propicia el mal y se embiste a otros con dolor y tristeza? ¿Es razonable aspirar y soñar un cielo maravilloso, sublime e infinito, cuando la casa terrena es enlodada? ¿Qué clase de personas son aquellas que desean para sí un palacio y, antes de poseerlo, ensucian y destruyen la casa que habitan temporalmente?

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Más allá de barrotes y ataduras, el arte es libre

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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La inspiración, en el arte, vuela y navega una noche o alguna mañana, en la tarde o en la madrugada, mientras es otoño o es primavera, durante un invierno o cierto verano, libre y plena, en armonía y con equilibrio, sin que alguien la mancille y someta, a veces solemne y en ocasiones, en cambio, desbordante. El arte sigue su ruta. No admite cadenas, barrotes y candados, simplemente por su rebeldía a la producción en serie, a las reglas estrictas e indiferentes, a la crueldad y al juicio sin sentido. Es un pájaro que vuela lejos o cerca, una hoja que juega con el viento o que deja pasar las corrientes de aire por preferir las gotas de lluvia o los copor de nieve, una embarcación que sortea el oleaje impetuoso, las tormentas incesantes y las tranquilidades profundas o superficiales. Es, parece, una palabra o alguna melodía de Dios, ciertos matices del cielo y determinadas formas del paraíso. El arte es una locura, un motivo, un delirio que va más allá de una época, una tendencia o una moda. El arte -igual que la ciencia- es universal y no puede fragmentarse en ideologías e intereses económicos y políticos. No está a la venta ni es una oferta. Es algo superior a la mercancía, a los discursos políticos, a las costumbres y a los fanatismos; aunque con frecuencia se le pretenda atrapar y etiquetar igual que un esclavo, un sirviente o un objeto. El arte visita las realidades cotidianas, lo extraño y lo conocido, y hasta explora los sueños, los parajes recónditos, la arcilla y la esencia, las luces y las oscuridades. Es tan auténtico y libre, que cada artista lo expresa con su estilo. El arte es la letra, el color, la nota y la forma de Dios, concepto que definitivamente no cabe en las mentalidades cuadriculadas y obstinadas en medirlo, alabar o condenar sus expresiones. El arte es la conexión a la inmortalidad, a las realidades y a los sueños, al alma y a la textura, al cielo y a la tierra. Es la corriente etérea que, en algún momento, plantea y explica lo incomprensible y le da sentido con las palabras, con las notas, con la policromía, con las formas. Es un puente de cristal prodigioso que conecta el mundo con reinos infinitos.

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Incapaz de restaurar un mundo que ha roto, el ser humano ambiciona conquistar el universo

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Incapaz de restaurar el mundo que ha roto, el ser humano ambiciona conquistar otros planetas, no con la idea de extender la vida y transformar el universo en hogar apacible y en paraíso colectivo; su anhelo e interés consisten, principalmente, en dominar, someter y explotar a la gente, a los pueblos de la Tierra, saquear riquezas y controlar todo, en una guerra sin tregua, simplemente para endiosarse por un rato. Ha olvidado, parece, que su estancia en el mundo es temporal y que la verdadera dicha, antes de proseguir la caminata a otras fronteras, se basa en el bien que pueda derramar para sí y en beneficio de los demás. Resulta incongruente desgarrar, arrebatar y aniquilar la vida en un entorno que le es natural y propio y, a la vez, buscarla en otros planetas. Ni siquiera ha explorado su ruta interior ni ha logrado coexistir en armonía, con equilibrio y plenamente, y ya planea apoderarse del pulso de esta galaxia y de otras tantas. El universo es espectacular y maravilloso, con sus luces y sombras, sus encantos y desencantos, sus honduras y superficialidades; sin embargo, su destino no es convertirse en predio de criaturas depredadoras que se sienten centro y eje de la vida. Se trata de algo superior a la ambición de conquistar, pelear, dominar y matar. Es parte de la fórmula magistral e infinita.

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«Escritor», mi tercer apellido: Santiago Galicia Rojon

Me es grato presentarles la entrevista que tan amablemente me hizo la periodista Cynthia Ayala Jiménez, a quien agradezco su profesionalismo, sensibilidad y talento.

Santiago Galicia Rojon Serrallonga, escritor y periodista.

Cynthia Ayala J.

“Escribir es mi vida,

mi delirio,

mi encomienda,

mi destino”

Cynthia Ayala

Hace ya mucho tiempo, tal vez desde aquellos jóvenes años que dieron luz a sus primeras obras, agregó a su presentación en cualquier foro, reunión, o de manera individual, la palabra escritor.

“Santiago Galicia Rojon, escritor”.

Llegó a convertirse, dijo, en mi tercer apellido, porque, a diferencia de muchas otras profesiones, el artista –en cualquiera de sus disciplinas- siempre está creando.

Y es que, para Santiago, escribir ha sido, es y será su mayor pasión. En las letras –dice- se encuentran respuestas a muchos planteamientos e interrogantes de la vida; es un encuentro con uno mismo, con el principio, con el universo.

Escritor, mi tercer apellido: Santiago Galicia Rojon

“Soy escritor en todo momento, y lo fui desde siempre. Desde aquella maravillosa infancia que tengo tan presente, con una extraordinaria familia -padres y hermanos-, que…

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Confesión de humano

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Percibo, en las hojas que el viento otoñal de la tarde arranca de los árboles, los pasos y el aliento de Dios, quien las pinta de matices amarillentos, cafés, dorados, naranjas y rojizos, y las convierte en alfombras que adornan y tapizan los bosques, los remansos y los jardines. Escucho sus rumores y sus silencios con la lluvia, en cada gota que se desprende de las nubes, en un delirio de hablarle al alma, a los sentidos, y dejarles lapsos de sigilos, pausas, simplemente, creo, para que se reconcilien y convivan en armonía, con equilibrio y plenamente. Veo el milagro de la creación y de la vida en cada flor que me regala sus perfumes, sus texturas, sus encantos y sus colores. Me siento inmerso en la fuente infinita, en el universo, al despojarme de las sandalias, caminar descalzo, hundir los pies en la corriente diáfana y en la arena del fondo, y al abrazar un árbol, otro y muchos más, y descubrir sus secretos, sus deleites, sus motivos, hasta fundirme con la corteza, los helechos y el ritmo de la naturaleza, y así, con tal desnudez, entregarme al palpitar del infinito, a la esencia, al principio sin final. Oigo la conversación de Dios en el susurro del mar, en las tormentas, en los murmullos de las cascadas y en el canto de los ríos, en los truenos y en la lejanía y la soledad de los desiertos. Me reencuentro y me defino en las miradas de los niños, de los jóvenes, de los adultos, y también, no lo omito, en las de las plantas y en las de los animales. Encuentro, en el camino, abismos que me invitan a construir puentes, cimas que me llaman a escalar, profundidades que me retan a explorar.. Hay, en la senda, pétalos fragantes, policromados y de textura deliciosa, pero también abrojos y varas, para que uno, al andar, nunca olvide las luces y las sombras y decida, finalmente, la ruta y el destino. Es tanta la belleza que me rodea, que al palpar la cercanía de Dios y sentirlo en mi interior y afuera, siempre en mí, le agradezco tanta maravilla. Me responde y sonríe con las caricias del aire, con las gotas de la llovizna, con los copos nevados, con el agua que bebo, con los frutos y las legumbres que como y con las rocas y los peñascos donde reposo y desde los que contemplo, arrobado, los paisajes que tienen algo del paraíso. No obstante, al diluirse las tonalidades de la mañana y la tarde y cubrirse la pinacoteca celeste de estrellas y de otros mundos, me siento avergonzado, como ser humano, por tanta ausencia de bien, por romper el mundo, por el abuso a las criaturas más indefensas, por la ambición desmedida que arrebata todo, por las injusticias y por los que tienen hambre, por los que sufren lo indecible al enfermar, por los que han perdido a quienes tanto amaban, por la contaminación, por la estupidez, por la superficialidad, por el daño a la gente, a las plantas, a los animales, a la tierra, al aire, a todo. Me apena mucho que, no conformes con destrozar el mundo -nuestra única morada temporal-, ahora estemos interesados en conquistar otros planetas con la intención de ejercer dominio y control absoluto. Con tan poco, estamos confundidos y pensamos erróneamente que somos dioses con capacidad de destruir y modificar todo lo que nos rodea por así desearlo nuestros apetitos, intereses y ambiciones. Con la noche, la creación me obsequia el sueño, el descanso, para mañana, al amanecer, disfrutar el aire y los colores de la vida. Descansaré esta noche, como otras tantas de mi vida, con la diferencia de que siento pesar por lo que era tan nuestro y hemos roto en detrimento de innumerables seres. Dios me habla, en su código de murmullos y silencios, entre una estrella y otra. Me regala tanto y yo, pregunto con congoja, ¿qué le doy?

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Simplemente, una invitación

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Sí, simplemente es una invitación a usted

¿Y si hoy, antes de la lluvia del atardecer y de los arcoíris que el sol y las gotas suelen pintar entre el cielo y el mundo -acaso para unir la esencia con la arcilla, quizá con la intención de regalarnos momentos fugaces y eternidad, tal vez con el objetivo de recordar que estamos aquí y allá-, usted y yo arrullamos las letras, con sus acentos y sus signos, para descifrar sus sentidos y mecernos suavemente en los columpios de nuestros días y de los años temporales y dentro del palpitar del infinito que canta incesante? ¿Y si, juntos, colocamos las palabras en un remanso apacible y desentrañamos y vivimos sus significados? ¿Y si desprendemos del poemario sus sentidos, sus detalles, sus motivos, para deleite nuestro? ¿Y si este día, previo al amanecer, acordamos despertar de nuestros sueños y jugar aquí, en el mundo, ahora y mañana, al amor y a la vida, antes de retornar a paraísos sin final? ¿Y si emulamos al viento que arranca hojas de los árboles, en otoño, y usted y yo tomamos colores de las estrellas y del universo con la idea de alegrar y matizar nuestros encuentros y desencuentros, los encantos y los desencantos que compartimos? ¿Y si del arte, que es mi vida, y también la suya al ser mi Musa, sustraigo letras para componerle un poema, notas que arranquen del piano y del violín melodías sublimes, tonalidades que iluminen lo que somos, lo que es tan nuestro, lo que pulsa en usted y en mí? ¿Y si la noche nos alcanza en el camino y decidimos pernoctar en nuestros sueños y vivencias, en los minutos imparables? ¿Y si mañana, al despertar, descubre hojarasca en sus pies y en sus sandalias, percibe mi fragancia en usted y me convierto en su primer sentimiento del día, como quien amanece en la eternidad? ¿Y si, simplemente, damos un paseo?

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Encuentros y desencuentros en el colegio

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Era pequeño e inocente, cuando la profesora, en el colegio, encolerizó y gritó, fuera de sí, totalmente descontrolada, por mis respuestas. Ordenó que me incorporara del pupitre que ocupaba y que de inmediato, sin titubeos, contestara sus preguntas, mientras los otros, mis compañeros, me observaban sonrientes y con mofa.

La maestra preguntó el motivo por el que había opinado, en el examen, que resultaba más aconsejable descifrar, comprender y asimilar lecciones de geografía e historia, que memorizar, a cambio de una calificación aprobatoria, continentes, países y sus capitales, fechas, nombres y apellidos de personajes, acontecimientos y guerras. Lo primero, dije, serviría para entender las conductas y las tendencias sociales, mientras lo segundo, en tanto, finalmente quedaría en la desmemoria y absolutamente desfasado ante nuevas realidades.

Rió burlona. Mis compañeros, respaldados por la mujer, carcajearon. Irónica, manifestó al grupo que yo, Santiago Galicia Rojon, al andar en las calles o en otras ciudades y naciones, sería un analfabeto e inculto al que habría que tomar de la mano para mostrarle los nombres de las avenidas, los jardines, las plazas y las urbes. Volvieron a reír. Escuché gritos colectivos, majaderías y silbidos, conductas indignas de una institución educativa.

Me resultaba complicado hablar, pero me atreví a explicar que en los siguientes años, ya en mi juventud y en mi madurez, la geografía sería diferente y quizá hasta las fronteras y los nombres de las naciones cambiarían. Ella pertenecía a una época que quedaría marcada en el pasado, en la historia, y yo, en cambio, pisaría otras tierras con distribuciones físicas y términos distintos.

Irascible, argumentó que demostraba atrevimiento e ignorancia, y que la ofendía al decirle que era una vieja que quedaría en el ayer. Simplemente, respondí que el mundo de mi juventud, de mi madurez y de mi ancianidad, sería diferente al suyo, y que si los nombres de los países cambiaban, era natural porque el mundo es dinámico y nada es permanente.

Mis compañeros mantuvieron silencio, en espera, tal vez, de que la profesora atacara de nuevo. Al demostrarle la inutilidad de la memorización de continentes y nombres de ciudades y países, transitó a la historia y expuso que sería tan ignorante, que ni siquiera conocería el significado de los días festivos y de las celebraciones nacionales.

Callé, pero exigió que hablara con la idea de arrojarme al escarnio, al coliseo, al anfiteatro, donde quedaría roto y destruido, envuelto en la basura y los escupitajos de la turba enardecida; sin embargo, al mirarme rodeado de sus fieras, cerca del patíbulo, argumenté que en otro tiempo, el de mi juventud y mi edad adulta, seguramente tendría capacidad para discernir entre la verdad y la mentira, con la fortuna, entonces, de identificar a la gente por sus obras, con sus luces y sombras, y no por ser estampas e imágenes de una farsa creada para engañar, manipular y controlar a una generación.

Insistí en marcar mi respeto al estudio, al conocimiento, y a ella, como profesora. No estaba de acuerdo con el enfoque de la educación; aunque, evidentemente, debía aprender y obtener el mayor provecho de la instrucción que recibía. Repliqué que se podría aprender demasiado sin necesidad de memorizar fórmulas, nombres, datos e información, generalmente sin procesar, como un robot que se programa y más tarde se desecha.

Me llevó, como otros días, a la oficina de la directora, no si antes golpearme con la regla de madera. Relató a la superiora, una monja, mi osadía de burlarme de ella y rebatir su enseñanza. La religiosa, a quien no simpatizaba a pesar de compartir detalles y motivos de la tierra nativa, me interrogó severamente, igual que lo haría, sin duda, cualquier tirano con poder, y repetí que carecía de lógica memorizar nombres de una geografía que cambiaría y de personas del pasado que, finalmente, eran catalogados ángeles y demonios, de acuerdo con los intereses oficiales de la época, respaldados por sus académicos e intelectuales, cuando lo más importante era, en todo caso, asimilar las lecciones, entender los sentidos y los motivos de la humanidad y su trayecto por el mundo.

Sumidas en su enojo e ignorancia, en su falta de dominio de sí y en su abuso de autoridad basado en su tamaño y en sus cargos dentro de la institución educativa, las dos mujeres -la monja y la profesora, la directora y la maestra- me escudriñaron, como pieza de laboratorio, y prácticamente montaron su espectáculo, un teatro grotesco, en el que ellas hubieran obtenido, en caso de estar presentes, los aplausos de mis compañeros, quienes innegablemente habrían mostrado sus colmillos.

Ellas se aferraron a que era un niño atrapado en los extravíos de la razón, ocrurente y loco, incapaz de asistir al colegio y estudiar con normalidad, como los otros alumnos, y yo, en tanto, con la defensa de mis argumentos -en casa, mi padre solía decir que los ideales genuinos se defendían, incluso, con la vida-, en una batalla, de su parte, por imponer la enseñanza por medio de sistemas y métodos desfasdos versus, de mi lado, la propuesta buscar e implementar mecanismos acordes a la época y congruentes con la realidad y el método cienfífico.

Definitivamente, no llegamos a un acuerdo y me castigaron. Horas después, en el portón del colegio, yo permanecía de pie, igual que otros niños, expuestos públicamente por haber orinado los uniformes o por conductas que parecían irracionales de nuestra parte. Recibíamos, entonces, el desprecio y el escarnio de la comunidad educativa.

Años más tarde, en mi etapa juvenil, enfrrenté una situación parecida con un profesor radical, quien militaba en un partido político de ideología extrema, en Europa. Pidió, en clase, que elaboráramos un texto relacionado con el contexto global y nuestra opinión personal. Cuando terminé la encomienda, le entregué el breve manustrito, como lo hicieron, en su momento, otros compañeros. Leyó mi texto en silencio, sonrojado, entiendo, por el coraje que le produjo mi planteamiento.

Con las hojas de papel en la mano, como quien sostiene basura, me preguntó que si estaba seguro de lo que había escrito. Mi respuesta fue afirmativa. Volvió a interrogarme y advirtió que si no cambiaba mi opinión, me reprobaría. Solo contesté que modificar mi opinión equivaldría a intentar transformar los procesos de transformaciones mundiales.

Amenazante con la idea de romper mi manuscrito, expresó «cómo es posible que un joven, en pleno siglo XX, trate de anticipar que el Muro de Berlín caerá y quedará como triste y vergonzoso recuerdo en las páginas de la historia, y que la Unión Soviética se transformará. No me convencen tus argumentos. La realidad humana no es sueño, joven poeta».

El hombre me reprobó y condenó mi actitud y mi pensamiento, como años antes, en el colegio, lo hicieron la religiosa y la profesora. No transcurrió mucho tiempo después de aquel incidente, cuando el Muro de Berlín, en Alemania, fue derrumbado, mientras la geografía, en otras naciones, modificó sus fronteras, independientemente de que surgieron, a nivel internacional, tendencias orientadas a revisar la historia y denunciar la falacia de tantos capítulos respaldados por ciertos gobiernos y sus ideólogos, académicos e intelectuales.

Si hoy tuviera oportunidad de traer del pasado a la religiosa, a la maestra y al profesor, no fabricaría mi anfiteatro, como ellos lo hicieron. Simplemente les recordaría nuestros encuentros y desencuentros, en clases, y les aclararía con sencillez que mi idea no era, como suponían, aplastar el conocimiento ni tampoco considerarme superior ni desprestigiarlos, porque mi intención era proponer otros mecanismos y sistemas en la forma de enseñar. De nada o de muy poco sirve memorizar en un mundo cambiante, donde vale más lo real, asimilar las lecciones para entender la situación presente y no repetir errores.

Hoy, en el verano de mi existencia, insisto en el mismo mensaje. Estamos impartiendo educación, en diversas regiones del mundo, con herramientas anticuadas e impropias para que las generaciones de la hora contemporánea se preparen integralmente, asuman sus responsabilidades y afronten con éxito los problemas, las contradicciones y los retos que amenazan a la humanidad y parecen ensombrecer su presente y su mañana tan cercano.

No esperemos grandes humanistas ni científicos mientras continuemos empeñados en impartir educación desfasada, pobre, inadecuada y parcial, más proclive a obedecer intereses egoístas y a fabricar seres humanos alejados de su esencia, del bien, de la justicia, de la dignidad, del conocimiento puro y de la libertad, en un entorno en el que valen más las personas que rinden culto a las apariencias, a las cosas, a los temas superfluos y a poseer sin destino ni motivo.

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Estas tardes nebulosas

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Estas tardes nebulosas, volteo atrás, a los muchos instantes y horas de mi ayer, entre remembranzas y suspiros, en busca de pedazos míos y de otros hombres y mujeres, todos con nombres y apellidos, con quienes compartí una historia, episodios irrepetibles, y de los que solo encuentro trozos y percibo ecos, al lado de espacios vacíos y listas de ausencias. Estas horas vespertinas de lluvia, parecen despertar antiguos recuerdos, fragancias de antaño, imágenes que ya no están, nostalgias que se prenden conforme llegan las sombras nocturnas. Estos minutos, al irse el día, como se fueron la gente y las cosas de otro tiempo, llegan recuerdos distantes, porciones de mi infancia y de mi juventud, partes de mi edad madura y adelantos, parece, de lo que alguna vez será mi vejez. Navega mi existencia, mi biografía, en fragmentos lejanos e irrecuperables, como si, rotas, dispersas en el naufragio, pretendieran expresar que los momentos y los días huyen y no vuelven más, y que si la gente, con sus estilos y sus formas, se ausenta, alguna vez, del mundo, es posible sentirla, desde el interior, si se frecuentan sus recintos y se rompen los barrotes de las celdas. Unos se van y otros vienen, y si uno continúa aquí, en este plano, hay que vivir en armonía, con intensidad, plenamente y con equilibrio, antes de convertirse, por un descuido, una omisión o un delirio, en retratos inmóviles, en recuerdos, en imágenes difusas, en lo que un día fue y ya no es.

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De pedazos

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Estoy hecho de pedazos -fragmentos de cielo y trozos de barro, partes de aquí y porciones de allá, colores y fragancias de un lado y también de otro-, porque así, simplemente, es mi naturaleza. No tengo arraigo en el mundo porque conozco mi destino, mi ruta, mis detalles, mi encomienda; aunque reconozco que aquí poseo mis afectos y mis motivos, mis caminos y mis paseos, mis realidades y mis sueños, mi biografía presente y mis espisodios, mis apegos y mis relatos. Vivo en el destierro y extraño mi casa, mi origen, mi hogar, como añoro, igual, mi tierra nativa. Soy un fotastero en este plano, con fracciones de un sitio, otro y muchos más, como el reloj que exhibe en su rostro gajos de tiempo, minutos y horas disímiles, matutinas, vespertinas y nocturnas, diluidas no sé donde, o similar al navegante que trae consigo tantos mares y puertos. Con la memoria de incontables comarcas y rincones, en el mundo, ¿acaso pertenezco a un pueblo, a una ciudad, a una nación? Me es imposible negar la historia acumulada en mi memoria, en mi sangre, en el linaje que cada uno conservamos. Es imposible traicionar lo que forma parte de uno. Traigo segmentos de paraísos y de arcilla, de corriente etérea y de riachuelos, y aunque me cautiven las formas y me enamore de las cosas, sé que todo, aquí, es temporal, y que si quiero conquistar el infinito, la fuente de donde vengo, debo hacerlo, antes, conmigo. El sendero de regreso a la morada sin final, se encuentra en mí, comienza en mi alma, y se extiende al infinito, y mucho se relaciona con el bien y la verdad; pero el camino de la envoltura que traigo, con nombre y apellidos, es un viaje temporal, con sus alegrías y sus tristezas, su risa y su llanto, sus luces y sus sombras, y he de aprender, por lo mismo, a conciliar todos mis fragmentos para ser uno y llegar completo, real, auténtico, y así resplandecer al lado de quienes tanto amo. Estoy hecho de pedazos, de arcilla y de luz, de tierra y de cielo. He tenido que desmantelarme, una y otra vez, en diferentes ciclos, con la idea de volver a armar las piezas, unir las partes, y saberme completo.

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