SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA
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Dueña de una fortuna incalculable, accionista de firmas empresariales a nivel internacional y propietaria de una mansión que contaba con biblioteca, salón de fiestas, piscina, canchas de tenis, campo de golf y muelle para yates particulares de lujo, era una mujer piadosa y sencilla, con una historia grandiosa e irrepetible, una de esas personas que no se olvidan, sensible y talentosa, que hablaba con el pordiosero y con el magnate.
Alternó con inversionistas, empresarios, políticos, gente de la realeza, mandatarios y personas famosas, y nunca dejó de visitar orfanatos, hospitales y asilos, siempre con detalles y sonrisas, palabras de aliento y mensajes positivos. A nadie lastimó por su aspecto ni por su condición económica. Era refinada, humilde, respetuosa y educada.
Si miraba, desde su automóvil lujoso, a alguna persona en la calle, en un parque, con hambre o con frío, enferma o moribunda, pedía a su chofer que parara. Aliviaba el dolor, la angustia, el sufrimiento. No dejaba pasar un día sin hacer algo benéfico a los demás, a quienes realmente lo necesitaban. Era jardinera de la vida y curaba los males al intervenir en el sufrimiento de los desvalidos.
No se enamoró del dinero ni del poder, a pesar de que fueron sus acompañantes durante su caminata por el mundo y, por lo mismo, al dar el último suspiro, su esencia trascendió y no quedó atorada entre los muros de su residencia. Salvó de quedar atrapada entre el lujo pasajero y, en consecuencia, no se volvió fantasma aferrado a las cosas materiales que le fueron tan útiles para dedicar una parte a hacer el bien.
Estos días la he recordado por su grandeza ejemplar y su vida admirable y de virtud modelo, tras enterarme del trato indigno que un ama de llaves da a los empleados de una finca. Recibí la queja de los trabajadores, quienes, descontentos e impotentes ante los abusos de autoridad, las majaderías y las arbitrariedades, mencionaron que ella, la mujer, es mezquina, intolerante y déspota.
Una vez más, al comprobar sus actitudes de crueldad y odio contra las personas que considera inferiores y rivales, y de amabilidad fingida y lambisconería hacia la gente con mayor poder económico y político, detecto de inmediato la diferencia que existe entre aquellos que poseen riqueza interior, valores, y quienes son tan insignificantes y vacíos que prefieren coexistir entre decoraciones pasajeras.
La vida no consiste en acumular puntuaciones negativas, como lo hace la mujer que se cree dueña de la finca y maltrata, irracionalmente, a los empleados que tiene a su cargo, ni de lisonjear a los que, por su posición social, tienen riqueza material y poder; al contrario, se trata de sentir, pensar, hablar y actuar con respeto, siempre con el anhelo genuino de hacer el bien y contribuir a sumar y multiplicar, en armonía y con equilibrio, hacia la evolución humana.
Cuando falleció la mujer acaudalada de la que hablé al principio de esta historia real, innumerables personas de todas las clases sociales se enteraron de la noticia y pensaron en ella con verdadero amor y con gratitud, como la recuerdan hasta la fecha; al contrario, el ama de llaves que, al creerse dueña de la finca que administra, minúscula si se le compara con la mansión descrita, que existe en Estados Unidos de Norteamérica, con el encargo laboral que tiene, llega uno a la conclusión de que dedica, esta temporada de su vida, a la obsesión que la acosa en la mañana y en la tarde, al mediodía, en la noche y en la madrugada, igual que la fiebre al enfermo que agoniza en su delirio, de la que supongo, algún día, se volverá espectro y penumbra.
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