SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA
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Mi padre y mi madre, quienes nunca perdían la oportunidad de educarnos. me inculcaron, una y otra vez, que siempre hay que agradecer y reconocer a aquellas personas, hombres y mujeres, que en algún momento de nuestas existencias hacen algo extraordinario y positivo por nosotros y que, por lo mismo, dejan huellas indelebles.
Y es verdad. Tenían razón. Hay seres humanos, en toda la geografía internacional, que son más esencia que arcilla y, en consecuencia, sus sentimientos, ideales, palabras, acciones y pensamientos se orientan a hacer el bien, a aliviar los dolores ajenos, a dejar el mundo un tanto mejor que como lo encontraron.
Aunque cada vez resulta más difícil coincidir con esos hombres y mujeres que, por sus actos, palabras, opiniones, ideas y sentimientos, transforman cada instante en una oportunidad para hacer el bien, afortunadamente todavía existen y son una auténtica bendición para aquellos que, por algunas circunstancias, sufren tanto.
En ocasiones, uno se entrega a la dinámica de las labores y, de pronto, es notorio que se hizo de noche, al grado, incluso, de que se pierde la oportunidad de agradecer a quienes colocaron pétalos en nuestos caminos para hacer más livianos nuestros pasos y las cargas que llevamos.
Cuando miro los días que han pasado, descubro una etapa de mi existencia en la que venía de una estación en la que perdí casi todo, como naturalmente ocurre con las naciones, los seres humanos, las empresas y las instituciones, en cualquier parte del mundo. Enfermé y, por una serie de situaciones complicadas, perdí empleo, salud y patrimonio material.
En esa época, una mujer de sentimientos extraordinarios -Mercedes, a quien en su comunidad llaman Míriam Ruth por la nobleza de su ser-, percibió que algo me dolía profundamente y se interponía en mi camino hacia la evolución y la felicidad. Se atrevió a preguntarme. qué ocurría conmigo. Yo, que siempre he sido tan hermético, y no porque oculte algo, sino por ser mi naturaleza proclive a la soledad y al silencio interior, a pesar de que mis actividades como artista, escritor y periodista me lleven a la parte pública de la vida, apenas le respondí; pero ella, quien era mi contacto en una red social, insistió y, finalmente, le relaté superficialmente mis preocupaciones.
Nunca imaginé que, a partir de entonces, Mercedes o Míriam Ruth, haría algo extraordinario por mí, evidntemente sin que se lo solicitara. Creyó en mí. Me apoyó por su propia voluntad. A mí me apenaba, entonces, recibir su ayuda, sobre todo porque soy un hombre que siempre ha trabajado con honestidad, por mí mismo, y no es mi costumbre abusar de los sentimientos nobles de otras personas.
Mi situación empeoró en aquella época, principalmente por mi estado de salud y las complicaciones de empezar de nuevo tras perder todo lo material. Desinteresadamente, Míriam Ruth siempre estuvo atenta a mis necesidades y jamás renunció a ayudarme. Me enteré, al paso de los años, que es una mujer que ha apoyado a niños, personas de edad avanzada y gente enferma en la India y en otras naciones, donde, incluso, los pequeños, en agradecimiento al apoyo otorgado por ella, un día la recibieron en una institución educativa y le llamaron embajadora.
Cuando uno pierde tantas cosas materiales y la salud se deteriora, resulta muy difícil recuperar la estabilidad de antaño; sin embargo, esta mujer extraodinaria se empeñó en apoyarme, a pesar de ser yo un hombre tan extraño. Nunca se cansó de darme consejos muy valiosos. Siempre estuvo presente.
Cierta ocasión, le prometí que un día, cuando me recuperara, devolvería a otras personas el bien que me hizo, y creo que de eso se trata, en la vida, de sumar y multiplicar todo lo bueno a favor de los demás, y principalmente a aquellos que, por sus condiciones, más lo necesitan.
Míriam Ruth -Mercedes-, es una mujer de siempre, a quien hoy, en agradecimiento a lo mucho que hizo por mí, rindo un reconocimiento muy grande, con la bendición y la dicha de saber que las personas cargadas de luz son reales y no sueños. Ella irradia y derrama el bien, sin necesidad de exhibirlo públicamente, como tantas personas que buscan los reflectores y las cámaras, porque su esencia está cargada del bien que siempre ha buscado. Mi gratitud permanente a una mujer de siempre.
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