Amaneceres lluviosos y nublados

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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En la infancia, me encantaban los amaneceres lluviosos y nublados. Me parecían encantadores y mágicos, y más si la llovizna se prolongaba durante horas. El inmenso y primoroso jardín de la casa solariega, despedía fragancias exquisitan que embelesaban. Olía a árboles, flores, helechos, plantas y frutos empapados, a piedras y a tierra mojadas, a vida palpitante en cada expresión natural. La esencia y las formas de la creación fluían en el ambiente. Me parecía maravilloso aquel espectáculo. Era, pensaba, un milagro de la vida. Me causaba asombro mirar las gotas cristalinas que deslizaban en cada hoja del follaje y en los cristales de las ventanas. Las nubes, espesas y grises, flotaban tan bajo, que imaginaba que podía tocarlas e introducirme en sus capas misteriosas y prodigiosas. Creía, en aquella niñez azul y dorada, que el cielo descendía al mundo para sentirlo, descubrir sus tesoros infinitos y soñar y vivir en una felicidad eterna al lado de la gente que tanto amaba. Imaginaba tantas historias como gotas de lluvia se precipitaban. Ahora que lo recuerdo, este día nebuloso y de llovizna, confieso que me sentía inmensamente agradecido y cautivado, al grado, incluso, de que me gustaba y disfrutaba más contemplar el ambiente, que permanecer cautivo en el aula de clases. Me preguntaba, desde mi razonamiento infantil, por qué, si Dios me regalaba pedazos de cielo y de paraíso, debía soportar los castigos, desprecios, enojos y gritos de la profesora -una maestra agresiva que no dominaba sus impulsos negativos- y el acoso de mis compañeros, en un colegio de esos que hoy se exhiben en las películas de misterio, suspenso y terror. Me sabía, entonces, entre el cielo y el infierno. Aprendí, en consecuencia, que, en todo detalle y manifestación natural, podría reencontrarme conmigo, con el principio de la creación, sin olvidar que el mundo es transitorio y que uno, durante su paso, debe aprender, evolucionar y aportar lo mejor de sí para bien de la vida.

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Les arrebataron creatividad, sueños e identidad

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Con tristeza, noto, en la ciudad donde radico, como en otras tantas que visito, la enajenación en la que, lamentablemente, se encuentran inmersos tantos niños. Las redes sociales, los juegos, la basura, la estulticia y las superficialidades, maquillajes que disfrazan y ocultan las monstruosidades que hay atrás y los planes tan perversos que alguien, y otros más, pareparan en contra de la humanidad, especialmente en perjuicio de las generaciones jóvenes, los mantienen distraídos, enajenados e idiotizados, totalmente atrapados en lecciones deshumanizadas para romperlos, destruir las familias y las instituciones, volverlos inútiles y torpes, transformarlos en marionetas dependientes, masificarlos y controlarlos. Si de pronto se les arrebatan, a los niños, los celulares y todos los equipos que los transportan a realidades estúpidas -y conste que no estoy en contra de la ciencia y la tecnología cuando se utilizan para bien-, se aburren y carecen de imaginación, creatividad, energía, ánimo y originalidad para jugar, convivir, dialogar, construir y entretenerse. Se han transformado en la otra parte del contenido burdo de esos aparatos. Y sus padres, sus madres, sus familiares, ¿dónde están? Unos, cada día más ocupados, en busca no solo del sustento diario, en una época de crisis general -provocada, en gran parte, por una élite poderosa-, sino de mayor cantidad de recursos para participar en la aldea de las competencias en que se ha convertido el mundo, donde tienen mayor valor aquellas personas que ganan mucho dinero y estrenan autos y joyas como quien cambia la camisa o el vestido; otros, en tanto, igual que sus hijos, permanecen cautivos en el encanto digital que les han preparado como emboscada, antes de arrojarlos al precipicio o a la arena de las fieras. Hombres y mujeres prefieren mantenerse ocupados en los mensajes y en los contenidos de las redes sociales, al grado de que no dedican atención de calidad a sus hijos, a los pequeños que se encuentran entre las fauces y las garras de seres humanos despiadados que pretenden borrar todas las cosas buenas -el bien y la verdad-, para suplantarlas por los espejismos de un camino y un paraíso que ocultan el proyecto más cruel, desgarrador y terrible para la humanidad. ¿Seguiremos enajenados e idiotizados en distractores peligrosos? ¿Alcanzaremos a darnos cuenta de la trampa, del plan despiadado, de la tragedia que se prepara en contra de niños, adolescentes y jóvenes?

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Solamente, si usted quisiera

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Al pronunciar su nombre, suavemente, me pregunto si le gustaría que, con las mismas letras, le escribiera algo, un poema, un texto, un te amo, para que me sienta, como antes y siempre, en usted, y me descubr en su mirada de espejo y en su pulso, en su esencia y en su textura. Al recordarla, casi me atrevo a interrogarla con el objetivo de proponerle ser su aurora y su ocaso, su día y su noche, para acompañarla y nunca renunciar a usted. Si me aceptara como su amanecer, tenga la certeza de que sería el sol que asomaría a su ventanal con la idea de anunciarle que la vida inicia otra vez con nuevas tonalidades, el perfume de la flor que con delicadeza se impregne en su piel, la policromía intensa del paisaje que maquille su rostro, la abeja que endulce sus horas, el pájaro y la mariposa que la lleven, en un vuelo encantador e irrepetible, por las rutas de la vida y de las ilusiones. Y si usted quisiera, sería su noche para, así, inspirarme y escribirle poemas. Me volvería luciérnaga capaz de alumbrar su andar y estrella interesada en guiar su caminata a los sueños. Si usted quisiera, simplemente me volvería la mañana y la noche de su existencia, La dibujaría, la pintaría, la diluiría en las notas musicales y en mis letras, para tenerla conmigo en mi arte, en mis motivos, en mis detalles. Solamente, si usted quisiera.

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Éramos sorprendentes

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Éramos increíbles, grandiosos y sorprendentes. En la niñez, adolescencia y juventud, aprendimos a enfrentar y solucionar adversidades, obstáculos y problemas. Nos enseñaron a no darnos por vencidos, a observar y a analizar, a insistir, a luchar, a intentar una y otra vez. Y así nos forjamos. Supimos esperar. Entendimos que todo tiene una razón, un sentido, una encomienda. Si deseábamos saber más acerca de un tema, debíamos trasladarnos a una biblioteca o con la gente que conocía, investigar, preguntar, escudriñar, porque no existían sistemas ni aparatos que llevaran a la gente, como ahora, a toda clase de información. Hasta llamar por teléfono, desde la calle, implicaba buscar una caseta pública, esperar en la fila y depositar la moneda correcta. Y si, por algún motivo, no prendía el motor del automóvil, aunque fuera nuevo, lo empujábamos y lo hacíamos arrancar. Sabíamos desarmar una bicicleta y reparar la ponchadura de llanta de un vehículo. No éramos tan frágiles como los adornos de cristal y porcelana que, al caer al suelo, se fracturan o se despedazan, porque si, por alguna causa, nos sentíamos desgarrados, curábamos nuestras heridas, vencíamos los dolores y seguíamos adelante, y aún así conservábamos los sentimientos nobles, el bien, la verdad, la nobleza, los valores, la razón y los sueños. No culpábamos ni responsabilizábamos a otros de nuestros fracasos, culpas y responsabilidades. Así crecimos, y éramos sorprendentes. Nos respetábamos y también lo hacíamos con nuestras familias, con los ancianos, con los más débiles y con la gente que permanecía alrededor. El malo, el desleal, el deshonesto, el mentiroso, el cruel, eran identificados de inmediato y se les evitaba. La gente buena no trataba de normalizar los temas negativos. A veces, hasta con un alambre reparábamos las cosas. Nos gustaba destacar sin lastimar a los demás. Admirar la bóveda celeste, pletórica de estrellas, o escuchar el murmullo de las cascadas, de los ríos y del viento, al acariciar, en el bosque o en los jardines, las frondas de los árboles, enriquecía nuestras existencias. Sabíamos que las superficialidades eran eso, cáscaras que un día, a cualquier hora, se descomponen. Las cosas pasajeras tenían su utilidad y si vigencia, pero no se les idolatraba. Sabíamos divertirnos y claro que nos encantaba lo que estaba de moda; pero teníamos muy claro lo que deseábamos en la vida. No llorábamos ni escandalizábamos, ni tampoco sentíamos estar rotos, por el simple hecho de suponer que las palabras nos excluían ni porque alguien opinara contrario a nosotos. Hacíamos que las cosas funcionaran. Realmente, lo admito y lo confieso, fuimos asombrosos e irrepetibles.

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Perfume de escritor

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Alguien dijo, una vez, que huelo a papel, a libro, y a tinta, a bolígrafo, a páginas impresas, mezcla que forma, inevitablemente, el encanto de una fragancia, especial que no tiene precio porque se trata, simplemente, de perfume de escritor. Y es que, a pesar de que conozco y manejo la tecnología de la hora contemporánea, soy un artista de las letras, muy romántico, proclive a escribir mis textos en un cuaderno o en una libreta, antes de transcribirlos en la computadora y publicarlos. En ocasiones, por la dinámica cotidiana, me resulta imposible tomar el bolígrafo y escribir sobre una hoja de papel; entonces recurro, directamente, a los equipos modernos y me entrego al arte. He escrito fragmentos de mis obras en servilletas, pedazos de cartón, trozos de papel, boletos y comprobantes de pago de las tiendas, porque la inspiración toca a la puerta en el momento inesperado, y se marcha cuando uno la desatiende y le es infiel. El perfume de escritor no solamente implica el ejercicio de trazar letras y tener contacto con el papel y la tinta, práctica que, sin duda, algunos podrían aprovechar como una oportunidad de pose y de lucimiento; significa entregarse al proceso de la creación de obras, a la composición de novelas, cuentos, historias, relatos, poemas y textos cautivantes e insíradores. Oler a libro, a papel, a tinta, equivale a transpirar letras y palabras, sentimientos e ideas, narraciones e historias, y derribar muros y fronteras, abrir las puertas y los ventanales, explorar caminos y acercar el mundo a paraísos insospechados. El perfume de escritor es una esencia que no se consigue fácilmente por ser escasa y selectiva. La fragancia del arte no se impregna en los impostores, acaso por estar reservada y ser exclusiva para quienes aman la encomienda de crear obras, como lo hacen la naturaleza y, siempre, Dios.

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Christian David

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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¿Quién es Christian David? Es un hijo muy admirado y querido, un joven extraordinario, un hombre que merece ser feliz y realizarse plenamente como ser humano. Me siento orgulloso de él porque es educado, respetuoso y honesto. Estudió y se formó como Economista, con todo el esfuerzo, la disciplina y el sacrificio que implica, en la hora contemporánea, superarse, tratar de ser diferente y alcanzar la excelencia. Ajeno a superficialidades, vicios, tonterías y maldad, es una persona amable, culta y bien intencionada. Dichoso el hombre, como él, que cultiva, durante su existencia, el bien, los sentimientos nobles, el conocimiento y la razón. Sé que un joven como él, debe sentirse feliz y libre, auténtico e irrepetible. Christian David es un hijo inolvidable, una de esas personas que cautivan por su esencia y su forma, un joven por el que uno es capaz de dar pedazos de vida. Quiero abrazarlo al natural, mirar sus ojos de frente, en silencio, y expresarle mi cariño, decirle que me siento orgulloso de él, que por algo maravilloso y subime somos personajes de una historia y que el amor, cuando es real y viene del interior, lleva a rutas infinitas. Christian David es un buen hijo, un joven agradable, un hombre ejemplar. Me siento agradecido.

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Los rieles

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Al caer la tarde, camino sobre durmientes de madera vieja y apolillada que apenas sostienen, por el agotamiento que sienten, rieles de acero envejecidos, por donde un día y tantos más transitó el ferrocarril, vías que, al extenderse en el horizonte, parecen acercarse una a la otra con el deseo de darse un abrazo, un beso que solo es anhelo e impaciente espera porque, un día no recordado, quizá muy lejano, alguien, al fundir el hierro y darle forma, lo sujetó y lo dejó atrapado en la tierra para seguir una ruta definida, entre una estación y muchas más, sin opción de desviarse. Piezas de acero, sobre trozos de madera, que durante años y décadas soportaron el dolor de una carga que no era la suya. Cuando alguien extrajo el mineral de las piedras y de las entrañas de la tierra, parecía un acto de liberación; pero la temperatura de los hornos y todos sus procesos dieron forma al acero, al hierro que, convertido en rieles, se le asignó una tarea sin mayores posibilidades de elección. Sintieron pasar el peso descomunal de la locomotora y sus furgones, junto con el devenir del tiempo y de la vida, siempre con la ilusión de darse un abrazo y fundir sus texturas metálicas. Permanecieron alineados, cerca uno del otro, paralelos, hacia la dirección que les fue marcada, sin lapsos de descanso y libertad. Mientras camino sobre los durmientes y de pronto mantengo el equilibrio en los rieles, pienso, reflexiono profundamente. Me doy cuenta de que, generalmente, los seres humanos somos demasiado frágiles. Aceptamos, por diferentes motivos, someternos a decisiones, caprichos e intereses de otros hombres y mujeres, y nos condenamos a llevar cargas dolorosas, pesadas e innecesarias, con la ilusión frustrada de acercarnos a lo que está tan cerca de nosotros, en sentido paralelo, y no logramos alcanzar. Pensamos, por confiar absolutamente en nuestros sentidos, que alguna vez, tras la caminata, llegaremos a un paraje donde seguramente se unen los rieles, y las expectativas que teníamos se rompen y diluyen al comprobar que no es así y que, adicionalmente, perdimos pedazos de vida durante el trayecto. No seamos como las vías del ferrocarril que, inmersas en sus deseos y sueños, creen que sus espejismos son reales, cuando nunca se unirán en el horizónte. Envejecen y continúan sujetas al mismo rumbo. Diseñemos un destino grandioso y no suframos por tratar de alcanzar nuestros anhelos, planes, sueños e ilusiones. Tenemos capacidad de ser maestros de nuestras propias existencias.

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El poema de los minutos y de las horas

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Los minutos y las horas son palabras silenciosas, péndulos que columpian pedazos de vida, lenguaje y susurros de engranajes y de maquinaria que trabajan de día y de noche, poemas que el tiempo escribe cuando se siente inspirado. Los instantes, cuando callan, dicen tanto; los momentos, al hablar, suelen ocultarse. Los segundos guardan tantos mensajes. El tiempo es un libro que uno aprende a leer cotidianamente con la idea de no extraviarse y seguir un camino, una ruta. Los minutos que otros desdeñan y malbaratan, algunos los transforman en puentes y sendas para transitar al otro extremo, a la orilla donde finaliza la temporalidad y empieza el infinito. El tiempo es un canto que escucho siempre, aunque unos y otros, por modernidad, pretendan suprimir sus manecillas infatigables. El tiempo, dicen, marca huellas en los rostros, en la piel, en la textura de las flores, en los helechos y en la arena de los desiertos y de las playas; pero nada de eso sigo yo, un artista de las letras, rebelde, porque me gusta más escucharlo, percibirlo, sentir sus caricias junto con el viento, e interpretar sus sigilos y sus rumores, oír sus enseñanzas. Cada instante es un poema, notas de un concierto magistral, luces y sombras, trozos de vida.

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Con un plan

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Hay gobiernos, en el mundo, que fomentan la desigualdad social y el antagonismo y el odio entre los opuestos, y que, aparentemente, toleran los desórdenes, el caos, la inseguridad y la violencia, con la estrategia de justificar, más tarde, su invervención armada y el control absoluto del poder.

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El peligro inminente

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Me preocupa que sean las generaciones jóvenes quienes estén participando en la destrucción de las bases y los principios que sostienen y dan sentido a cada persona, familia, grupo y pueblo. No me refiero a alguna religión específica ni a la moral de apariencias y simulación; hablo de valores que trascienden modas y tendencias del pensamiento y de la conducta. El plan y la intención de quienes forman parte de la élite que pretende ser gobierno global, es, precisamente, eliminar toda clase de principios orientados al bien, la verdad, la justicia, la originalidad, la iniciativa, el respeto y la dignidad humana, los cuales minimizan y ridiculizan, a través de películas, programas y series de radio y televisión, y contenido y mensajes en internet y en redes sociales, con la intención de normalizar los temas negativos y vaciar a la gente, sepultar sus sentimientos, sus capacidades, sus talentos, sus aspiraciones y sus anhelos, a cambio de engaños y superficialidades que, más tarde, al no tener obstáculos al frente, les arrebatarán para imponerles un esquema de control y explotación. Desde hace décadas, aplican la ley de gradualidad con una intención malsana. Lamentablemente, los progenitores de tales generaciones -también jóvenes-, justifican lo que acontece, se encuentran manipulados y tienen otros intereses. Y no se trata de volver al pasado ni de recolectar herramientas educativas que hoy ya no son aplicables, sino de enmendar todos los errores y diseñar rutas hacia el desarrollo pleno e integral, acorde a las necesidades y a los retos que plantean los signos de la hora contemporánea. En medio de la desintegración familiar, la corrupción y el quebranto de diversas instituciones, la deshonestidad, las enfermedades, la violencia, los crímenes, la escasez, lo baladí, la mediocridad, las enfermedades y el mal, los niños, adolescentes y jóvenes se están acostumbrando a las migajas que les ofrecen cotidianamente quienes pretenden ejercer el dominio absoluto del mundo. Afortundamente, existen jóvenes que todavía conservan principios y están conscientes de la importancia de impedir que la humanidad se desmorone; sin embargo, no son mayoría para enfrentar la terrible amenaza que parece inminente ante la pasividad generalizada. Junto con la gente joven, estamos presenciando el resquebrajamiento social con una pasividad e indiferencia que nos mantiene atados e inmóviles. Estamos asistiendo, casi sin darnos cuenta, a uno de los espectáculos más escalofriantes: el de la mutación natutal del ser humano a la criatura virtual que todo lo desecha y, ante las pruebas, es reducido a su realidad insignificante. ¿A dónde podrá llegar una generación humana a la que se le programa y automatiza para seguir una ruta existencial que resulta tan irreal como su incapacidad de sentir, pensar y soñar? ¿Seguiremos encadenados a la pasividad que es cómplice de lo que otros están haciendo en perjuicio de las generaciones del minuto presente? ¿Eso es lo que deseamos para nuestros descendientes? ¿En verdad deseamos una generación de personas intolerantes a la realidad natural, incapaces de acciones tan sencillas como destapar una lata o una botella, entregadas, ciegamente, a una existencia vacía?

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