Los rieles

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

Derechos reservados conforme a la ley/ Copyright

Al caer la tarde, camino sobre durmientes de madera vieja y apolillada que apenas sostienen, por el agotamiento que sienten, rieles de acero envejecidos, por donde un día y tantos más transitó el ferrocarril, vías que, al extenderse en el horizonte, parecen acercarse una a la otra con el deseo de darse un abrazo, un beso que solo es anhelo e impaciente espera porque, un día no recordado, quizá muy lejano, alguien, al fundir el hierro y darle forma, lo sujetó y lo dejó atrapado en la tierra para seguir una ruta definida, entre una estación y muchas más, sin opción de desviarse. Piezas de acero, sobre trozos de madera, que durante años y décadas soportaron el dolor de una carga que no era la suya. Cuando alguien extrajo el mineral de las piedras y de las entrañas de la tierra, parecía un acto de liberación; pero la temperatura de los hornos y todos sus procesos dieron forma al acero, al hierro que, convertido en rieles, se le asignó una tarea sin mayores posibilidades de elección. Sintieron pasar el peso descomunal de la locomotora y sus furgones, junto con el devenir del tiempo y de la vida, siempre con la ilusión de darse un abrazo y fundir sus texturas metálicas. Permanecieron alineados, cerca uno del otro, paralelos, hacia la dirección que les fue marcada, sin lapsos de descanso y libertad. Mientras camino sobre los durmientes y de pronto mantengo el equilibrio en los rieles, pienso, reflexiono profundamente. Me doy cuenta de que, generalmente, los seres humanos somos demasiado frágiles. Aceptamos, por diferentes motivos, someternos a decisiones, caprichos e intereses de otros hombres y mujeres, y nos condenamos a llevar cargas dolorosas, pesadas e innecesarias, con la ilusión frustrada de acercarnos a lo que está tan cerca de nosotros, en sentido paralelo, y no logramos alcanzar. Pensamos, por confiar absolutamente en nuestros sentidos, que alguna vez, tras la caminata, llegaremos a un paraje donde seguramente se unen los rieles, y las expectativas que teníamos se rompen y diluyen al comprobar que no es así y que, adicionalmente, perdimos pedazos de vida durante el trayecto. No seamos como las vías del ferrocarril que, inmersas en sus deseos y sueños, creen que sus espejismos son reales, cuando nunca se unirán en el horizónte. Envejecen y continúan sujetas al mismo rumbo. Diseñemos un destino grandioso y no suframos por tratar de alcanzar nuestros anhelos, planes, sueños e ilusiones. Tenemos capacidad de ser maestros de nuestras propias existencias.

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