SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA
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Estaba completo. Me acompañó, entero, desde la infancia. Conoció, también, mi adolescencia y mi juventud. Estuvo conmigo durante mis años de madurez. Creí, por lo mismo, que algún día llegaríamos juntos al otoño y al invierno de mi existencia, al período de ancianidad, a la noche de mi travesía mundana; sin embargo, al salir de una reunión en el Centro de Convenciones de la urbe donde vivo, unas personas imprudentes atravesaron de improviso y, en mi intento de esquivarlas para no golpearlas, perdí el equilibrio y caí. Mi diente superior derecho sufrió una fractura y mis labios resultaron heridos. Rápido, la sangre cubrió mi boca. Me incorporé. Mi diente estaba roto. Le faltaba un trozo. Aunque sé que soy alma, esencia, y que el cuerpo es una morada temporal, ya no llegaré completo al minuto postrero de mi existencia terrena. Me dirigí, tristemente, al consultoio de mi sobrina, quien es una odontóloga excelente y reconocida. Con gran maestría, elaboró la parte que faltaba a mi diente. Lo hizo muy bien. Mi inolvidable y querido diente aparenta estar completo; no obstante, cierto porcentaje no es natural. Anda en muletas. Ella -mi amada sobrina- y ustedes -mis apreciables lectores- lo saben. Hoy dedico unas letras a mi diente, a la parte que quedó en el camino, a lo que queda, a lo que fue, a lo que es, y le agradezco su amable compañía y todo lo que compartimos. Como atleta -diariamente corría 10 mil metros-, jugador de basquetbol, practicante de artes marciales y explorador inquieto en montañas, barrancos, cuevas, desiertos, selvas, ríos, lagos, mares y ruinas, incontables ocasiones resbalé, desafié riesgos y me lastimé; pero no perdí, entonces, una parte de la arcilla que me envuelve. Estoy agradecido con mi diente por tantos años de compañía y servicio. Su fractura me enseña, una vez más, la fragilidad de la vida. La mayor parte de la gente se encuentra inmersa en asuntos cotidianos, en la inmediatez, y no reflexiona, parece, en lo endebles que son el cuerpo y el organismo. Le estoy muy agradecido a mi diente y le dedico estas palabras con la sinceridad de un hombre como yo -artista, escritor, caminante incansable- que, a veces, siento las ausencias y las presencias con peso o con demasiada liviandad. Habrá gente a la que le parecerá atrevido y hasta ocioso, o una locura, escribirle a un pedazo de diente; pero si no lo menciono, ¿alguien lo admirará y recordará? Cierto, acudí, puntual, al funeral de una parte minúscula de diente, un trozo que ahora me enseña a querer y respetar, más que antes, mi envoltura, el cuerpo y el organismo en el que se encuentra mi ser. Si quiero tanto un diente, ¿cuánto amaré a la gente que siento en mi alma? Oh, la vida es tan prodigiosa. Regala tanto. Mi diente fue, completo, un obsequio maravilloso, como lo es ahora que se encuentra mutilado y con una minúscula porción artificial. Fue compañero fiel.
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