Y se acabó el año

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y se acabó el año. Se fue, igual que como llegó, sin adicciones, indiferente a la alegría y a la tristeza, al triunfo y al fracaso, a la salud y a la enfermedad, al gozo y al sufrimiento, a la vida y a la muerte, acaso porque el tiempo le prohibió encariñarse con la gente, quizá porque al enamorarse de algunos seres humanos hubiera realizado escalas para regalarles más minutos, horas y días, y eso, en el mundo y en el universo material, está prohibido. Al tiempo, como a las Matemáticas y a las ciencias exactas, les gusta la puntualidad. Son proclives a la exactitud.

El año se fue sin despedirse. La gente, en sus casas, en los restaurantes, aquí y allá, en todos los rincones del mundo, lo despidieron como un viejo amigo que les acompañó durante la travesía de 365 días. Unos, odian al año que partió, seguramente por lo malo que sigificó para ellos; otros en cambio, lo despidieron con nostalgia, tal vez por lo bueno que les representó.

Al marcharse el año, brindaron por lo que vivieron y se abrazaron y felicitaron por el que llegó. Como la mañana entumece durante el atardecer o la noche se diluye con la aurora, el año se retiró con sus silencios, sí, callado, fiel a su patrón, el tiempo, que le ordenó mantenerse ajeno a los asuntos humanos.

Y que bien que, al celebrar el fin de un año y el nacimiento de otro, hombres y mujeres, en todo el planeta, se reúnan y hagan planes en difeferentes aspectos de sus existencias, proyectos que, lamentablemente, al transcurrir las semanas y los meses, incontables ocasiones quedan en promesas, en las libretas, como algo incumplido, a veces con la creencia de que el año no los favoreció. Y así suelen recordar los años o las décadas como períodos de infortunio.

Mucho hay que insistir en que no es el tiempo una fórmula mágica que trae consigo las transformaciones estructurales en los seres humanos. Sería un error, una aberración y un sentimentalismo creelo así. El año llega sin equipaje y se marcha igual, ausente de cargas y liviandades, carente de recuerdos y olvidos. Son las personas quenes registran el año y los acontecimientos.

La existencia humana y, en general, de toda criatura viviente o yerta, en el mundo temporal, es independiente al tiempo. El tiempo es una medida que la gente utiliza para organizar su existencia, sus asuntos, sus ciclos naturales.

No me permito ser el aguafiestas de las celebraciones de fin e inicio de año; al contario, me alegra mucho que las personas hagan un paréntesis para festejar. No obstante, más allá de brindis, cena, abrazos y buenos deseos, me parece que es aconsejable efectuar un balance de lo que se ha hecho y de lo que falta por llevar a cabo, en todos aspectos de la vida y conforme a la naturaleza y los proyectos de cada ser humano.

Sucede que las botellas, las envoluras de regalos, los desperdicios de bocadillos, son arrumbados en el bote de la basura, como quedan, con frecuencia, las muestras de afecto por temporada, los abrazos, los planes y los buenos deseos.

La realidad y los signos de la hora contemporánea, plantean verdaderos cambios en la humanidad; no emotividades ni promesas que difícilmente se cumplen. La trama de la vida exige compromiso, entrega, responsabilidad, energía y felicidad; no acepta mentiras, falsas actitudes ante los demás, tristezas, sentimientos negativos ni ostentosidades. El amor, el bien, la verdad, la alegría y la honestidad son parte de una vida dichosa, noble y plena.

Es momento de hacer una pausa en nuestro camino existencial con el objetivo de llevar a cabo un balance sobre lo que hemos hecho en la vida y lo que aún falta por llevar a cabo, y no me refiero exclusivamente al dinero, a los negocios, a la profesión que se ejerce; también incluyo la armonía, el bien, la salud, el amor, el conocimiento, la familia, los valores y la estabilidad. El desarrollo debe ser equilibrado e integral. Hay que crecer espiritual, mental, física y materialmente. Es un derecho. Cada uno tiene su meta, sus finalidades, sus motivos. La evolución no admite que alguien sea infiel. La infidelidad, en cualquier aspecto, es un engaño a sí mismo, una traición personal, un acto deleznable.

La vida, en este plano temporal, es un milagro, una bendición, un regalo. Es algo bello y maravilloso que, aquí, dura algunas estaciones. Hay que agradecer el prodigio de vivir que recibimos cada día, con su dualidad, con sus claroscuros, y cubrir nuestras existencias, el viaje que hacemos, con la magia del amor, el bien, los principios nobles, los ideales más hermosos, los pensamientos libres y los actos sublimes, para ser felices en el mundo y preparar el sendero a la inmortalidad.

En consecuencia, deseo a mis amigos blogueros y a quienes tienen la amabilidad de leer mis textos en este espacio, feliz vida, una existencia maravillosa e inolvidable, sin omitir que, en muchos aspectos, cada uno tenemos la facultad de hacer de nuestra biografía una obra magistral. Elijamos la ruta hacia un destino excelso.

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No tiene permiso

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Es un engatuzador que no tiene apegos ni cumple las promesas que uno le confía -opinan algunas personas, quizá, al contemplar, incrédulas, las huellas del año que se marcha, similar a cuando llegó, indiferente y sin compromisos. Por eso no lleva cargas ni liviandades. Por su encomienda y su natualeza, el año ha preferido deshacerse de recuerdos, sentimientos y todo lo que aconteció durante su estancia pasajera en el mundo. Muchos hombres y mujeres, desde antes de la visita del año nuevo, se abrazan, suspiran, hacen planes, acuden a brindis y reuniones, celebran y piensan que es momento de transformarse y mejorar, y, para su sorpresa, no es así porque, simplemente, se trata de una medida de tiempo para organizar la vida. El año nuevo no trae consigo premios, sorpresas, alegrías, tristezas, promesas, salud, enfermedad, nacimientos, defunciones, triunfos y fracasos; depende de cada ser humano, en mayúsculas y en minúsculas, en femenino y en masculino, convertirse en autor de su historia existencial y trascender, evolucionar a pesar de las luces y las sombras que forman parte de la realidad terrena. El año, con sus instantes y sus meses, con sus minutos y sus semanas, con sus horas y sus días, es contratado por el tiempo y, por lo mismo, está marcado con un número secuencial. No tiene permiso de enamorarse o decidir el rumbo y el destino de la gente. Su naturaleza es distinta. No puede, aunque suspire, detenerse en alguna de las estaciones. Sencillamente, pasa. La gente es sentimentalista e ilusa cuando piensa que el año nuevo le regalará dicha y prosperidad sin esforzarse en conquistar sus anhelos, planes y sueños. Pocos se exploran a sí mismos y deciden, en consecuencia, modificar sus sentimientos, conductas, pensamientos, ideales y palabras; no se ateven a actuar, a protagonizar cada día de sus existencias, a trascender, y así se desvanecen los años, llegan otros tan efímeros como los anteriores y se va la vida. No es que el año viejo se retire o se jubile con su carga de recuerdos y vivencias, ni que el nuevo asome y llegue con un costal pletórico de regalos y sorpresas; es que cada hombre y mujer debe diseñar y tratar de seguir la ruta de una vida plena, inolvidable, bella y dedicada al bien, a la verdad y a la evolución. Nadie debe confundirse. El año no tiene autorización de mezclarse con la gente. No se queda ni regresa. Es como el viento que se siente y no puede atraparse. No tiene permiso.

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La fórmula

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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He caminado entre la vida y la muerte. Mi andar en las calzadas desoladas y envueltas en niebla, entre árboles corpulentos que proyectan sombras, sepulcros gélidos y yertos, epitafios que ya nadie lee y esculturas de mirada angustiada y triste, donde escabulle el viento fugaz con sus rumores y sus silencios, me ha enseñado, a través de las estaciones, a reflexionar sobre el paso temporal por este mundo.

Mucho tiempo he dedicado a meditar. Como estudioso e investigador de orígenes antiguos, he visitado tumbas abandonadas, criptas ennegrecidas que cubren nombres y apellidos y que, quizá, emulan a la desmemoria que todo lo arrebata a los recuerdos para dispersarlo como lo hace el viento con las hojas secas una tarde otoñal.

También, con profundo embeleso, he admirado las auroras y los ocasos, el nacimiento de cada día y su extinción dramática, horas más tarde. con sus cargas y sus liviandades, como si encerrara un mensaje secreto, un lenguaje oculto, para descifrarlo y, en consecuencia, no desaprovechar la vida humana y expermentarla en armonía, con equilibrio y plenamente.

He visto, con pesar, el duelo y las lágrimas de la gente en los cementerios. Colocan flores y rezan, a veces, creo, en susttución del amor, el bien y los detalles que, por alguna razón, no demostraron a sus familiares ya difuntos. Y las personas, en mayúsculas y en minúsculas, en femenino y en masculino, sienten dolor, soledad, arrepentimiento y tristeza ante tan fuerte ausencia. Se les fue el tiempo. Llegó la noche cuando pensaban que la mañana serpia duradera. Sospechan, desconsolados, que jamás volverán a reencontrarse con sus seres queridos, y lloran y sufren con mayor intensidad.

Unos creen, otros suponen y algunos más piensan o imaginan que, sin duda, al morir, se reunirán con la gente que quisieron y formó parte de sus historias y de sus vidas; sin embargo, la mayoría, en lo más íntimo, desconoce la realidad y se tambalea, hasta que el olvido se empeña en arrancarle al recuerdo las flores, las hojas y los perfumes. La textura se impone a la esencia, acaso por ser de este mundo, y, de esa manera, la vida humana sigue con desequilibrio, entre risas y llanto, apresuraciones y pausas, en su interminable y, en ocasiones, incomprensible dualidad.

Esta tarde, mientras contemplo el follaje, el tronco y las ramas de un viejo árbol, he pensado que si amo desde el alma, si hago el bien desinteresadamente, si dejo huellas para que otros las sigan, si doy ejemplo de actos buenos, si actúo con honestidad y valores, indudablemente, un día, al morir terrenalmente, mi alma recorrerá, antes de llegar a la morada inmortal, el interior de cada persona, y allí iniciará mi entrada al paraíso.

Mi hogar, mi paraíso, será, en un primer paso, al morir terrenalmente, en cada hombre y mujer que me recuerden con amor. Allí estaré, en ellos, y así, no lo dudo, comenzaré mi travesía hacia la inmortalidad. Pienso que si todos decidiéramos practicar esta fórmula, aseguraríamos el ingreso a un pedazo de cielo, a un trozo de infinito, y no habría, entonces, motivos para dudar y sufrir.

La clave se basa, parece, en amar y en hacer el bien a los demás para quedar en el recuerdo, en la memoria y en los sentimientos de la gente. Así, al volver a ser hermanos, perduraremos. Parte de nuestro remanso, al dejar el mundo, serán las almas con las que compartimos la aventura de la vida temporal. Hermoso sendero hacia la vida infinita. Tal es la fórmula.

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El poema de la vida

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Encuentro una correspondencia prodigiosa entre la naturaleza, la vida, y el arte, en sus diferentes expresiones. Es como si, en un lado y en otro, a una hora y a otra, se manifestara la esencia en su interminable proceso creativo y se plasmara en letras, en música, en colores, en formas, en movimientos.

Descubro con asombro, entre los rumores y los silencios de la lluvia, del viento, de las cascadas, de los ríos y del mar, el arte de las letras, de las palabras escritas con inspiración, el poema más bello, un relato tan profundo como el azul intenso del cielo, y, también, encuentro las notas musicales que cautivan a las almas, a todas las criaturas, a los árboles y a las piedras, a los manantiales y a las flores, a la tierra y a las nubes flotantes, a los hombres y a las mujeres.

Las ramas de los árboles, junto con las plantas y las flores, al sentir los besos y las caricias del aire, se balancean igual que la mano del escritor al dejar sus letras en el cuaderno y crear sus obras literarias, o la del músico al ejecutar las notas a través de sus instrumentos, o la del pintor al deslizar sus pinceles en el lienzo, o la del escultor al dar forma a los materiales yertos, sin omitur al que danza y regala sus movimientos sutiles.

Y hay más cuando detecto los colores y las formas de la creación, lo mismo en los seres vivientes que en las montañas y en todas las expresiones materiales que existen en el mundo, con su ritmo infatigable que que habla y calla tanto. El arte posee tal similitud con los suspiros de la vida. Es una corespondencia permanente con la naturaleza.

Camino por veredas solitarias e insospechadas, al amanecer y al atardecer, al mediodía y en la noche, y hasta en la madrugada, y distingo el canto de las aves -pájaros de la aurora y lechuzas del ocaso-, y también de los insectos, convertidos en notas, en conciertos, en melodías. Los susurros y los silencios de los bosques, de las selvas, de los desiertos y de las llanuras son parte de una obra magistral, como la que uno percibe al admirar el mar desde la orilla.

Me siento fascinado. Como artista de las letras -oh, nosotros, los escritores-, me fundo en la vida temporal e infinita, me entrego a la contemplación, me deleito con el proceso de la creación, vivo y sueño, sigo las rutas de la imaginación. El silencio interior me habla y reproduzco sus voces, como lo hago, igualmente, al permanecer entre los susurros.

La vida, al excursionar por el mundo, deja constancia de sus obras, huellas maravillosas, como para que uno, al dedicarse al arte, siga su camino y no pierda la luz. Cada sonido, color, silencio, movimiento y forma, en la naturaleza, es reflejo de lo que hace el gran artista, la mente infinita a la que nosotros, los escritores, los poetas, los músicos, los pintores, los escultores, emulamos como aprendices, simplemente con la encomienda de regalar pedazos de cielo a los hombres y a las mujeres que, alguna vez, en su peregrinar, coinciden con nosotros. La correspondencia del arte con la vida y la naturaleza, no es casualidad; se trata de una conexión etérea con el principio creador que es inmortal y late en cada uno de nosotros.

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La tarde

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Al caer la tarde, compruebo que el tiempo y la vida no tienen apegos porque, si fuera lo contrario, permanecerían a nuestro lado, en un mundo que, a pesar de estar roto por la autoría humana, invita a quedarse, a no abordar los furgones a otros rumbos, a acampar en la estación; pero al asomar a la carátula del reloj, noto la caminata imparable del péndulo que colunpia los segundos, los minutos y las horas, y descubro, sorprendido, al mirarme en el espejo, el paso efímero de la existencia terrena. Al consumirse el mediodía, el sol y el viento de la tarde entan por las rendijas con caricias que despiden las luces y los colores y aguardan las sombras de la noche, con la nostalgia que, a veces, uno siente al saber que la estancia se agota y que hay tantas encomiendas por hacer y cumplir. Antaño, cada atardecer representaba, dramáticamente, la torrtura de experimentar un final, la proximidad inevitable a los capítulos postreros de mi excursión; pero luego aprendí que la vida, en el mundo, es temporal, un estado previo al tránsito a otros planos, en un círculo interminable que es ruta a estados infinitos. Desde entonces, comprendo que la mañana, y también el mediodía, tienen que agonizar y morir con la llegada del atardecer, una tarde que anuncia la cercanía de la noche, instantes vespertinos que, en ocasiones, provocan nostalgias, arrepentimientos, satisfacciones, alegrías, tristezas, desconsuelos, esperanzas y satisfacciones. Al caer la tarde, reconozco que la noche toca a la puerta y que es capaz de entrar si uno no le abre. Al caer la tarde, ya no hay tiempo de mirar el cielo con la brillantez del sol, contemplar los jardines pletóricos de flores y plantas, hundir los pies en la corriente de agua cristalina, ni tampoco de abrazar a la gente que uno ama, solicitar perdón a quienes se ha ofendido, regalar sonrisas, multiplicar el bien a los demás, aconsejar a los desolados y construir puentes y caminos de armonía, justicia, libertad, paz y respeto. Habrá que esperar, en consecuencia, el paso de la noche y el siguiente amanecer. Y si uno, por fortuna, sobrevive a las calmas y a las tormentas de la noche y la madrugada, llegará al amanecer con sentimientos excelsos y con ideas renovadas con el propósito de resplandecer y así, en cierta hora, trascender. Y hay que hacerlo antes de que caiga la tarde y no sepamos, en la noche, si habrá otro amanecer.

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El otro problema

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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El problema que ya debería preocupar a las generaciones de la hora contemporánea, es que quienes tienen poder económico, militar y político e intentan, por lo mismo, controlar el mundo, planean modificar la alimentación de la humanidad. Lo terrible no solo es lo que hacen actualmente para enfermar a la gente, empobrecerla y desgarrarla, lo cual es preámbulo del caos y la escasez de alimentos que propiciarán a nivel global con la intención de sustituir lo natural por lo artificial, hasta que hombres y mujeres transiten del estado de dignidad humana, plenitud y libertad a criaturas sintéticas, débiles y estúpidas. Analicen la dieta que, apenas ayer, consumían sus antepasados, sus abuelos, sus padres, y lo que hoy comen ustedes. La nueva alimentación será química y dañina, por necesidad y por imposición, porque así conviene a aquellos que pretenden dominar el mundo. Resulta perentorio apoyar a los campesinos, a los agricultores genuinos, a la gente que produce alimentos naturales, y rechazar la basura química que, gradualmente, se apropia de los mercados y de las preferencias colectivas. Incontables personas que argumentan no disponer de tiempo para elaborar sus platillos o que consideran que la preparación natural y tradicional de almentos es rudimentaria y primitiva, abren espacio a todos los productos que suplantarán el menú que, en algunos hogares, todavía disfrutamos por su esencia. La mejor defensa contra las pretensiones de esos malhechores que intentan dañar a la humanidad, es la de la conciencia pacífica, con actos masivos como rechazar los productos químicos que saturan los anaqueles, exigir a los gobiernos que respalden a los poductores de alimentos naturales, y todos, en una muestra de solidaridad, oposición y unidad, plantar árboles frutales afuera de las casas, en las calles, en los espacios públicos, donde todos podamos identificarnos y saber que condenamos la suplantacion de la naturaleza por fórmulas químicas tan falsas como las máscaras y los disfraces de sus creadores. Evitemos que nos pocesen y conviertan en seres humanos de desecho, en basura, en veneno, porque bien es sabido que somos, en parte, resultado de lo que comemos. Y no es ocurrencia.

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Fuimos cristales

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Fuimos, quizá, un cristal bonito, cautivante y prodigioso, igual que un poema o una nota musical de inspiración profunda. Un cristal etéreo y mágico que separaba con cuidado la esencia de la arcilla. Sin duda, embellecía la fachada, reflejaba el paisaje y, a la vez, permitía mirar el interior de nuestra morada, eco de aquel ayer que vivimos entre el infinito y la temporalidad. Acaso desconocíamos que, una mañana o una tarde, una noche o en la madrugada, a cierta hora y en determinada fecha, se volvería opaco o se rompería por exceso de historias y por tantos días que se acumularían en ayeres, en pasados, en recuerdos y en olvidos, en murmullos y en silencios que, forzosamente, llegan a uno, a pesar de que ya no se les espere. Somos, probablemente, cristales rotos que, una vez, fueron esculturas, imágenes, objetos con una vida terrena que parecía extinguirse conforme transitaban los minutos y las horas, los meses y los años, a otras rutas. Fuimos parte de ventanales que permanecieron abiertos o cerrados a las ráfagas del viento, a la nieve, a la lluvia, a los perfumes, a las fragancias, a la policromía, a los susurros de la vida. Las envidias, los miedos, las discordias, los rencores, los desencuentros, los odios, las discusiones, las avaricias, las superficialdades, las tristezas, la ignorancia y la maldad -tanto y más, aunque agote y fastidie enumerarlas-, ensuciaron y rayaron los vidrios otrora límpidos, los cristales que antaño lucieron transparentes, sin que reaccionáramos y, por lo mismo, los laváramos o, en su caso, los puliéramos. Se fracturaron. Quedaron rotos como nuestro tiempo y las historias que escribimos a diario, precisamente cuando ya no había oportunidad de rescatarlos. Están incompletos. Quedaron tan sucios, rayados y mutilados, que ya no pudimos observar ni reconocer lo que había dentro. Ya lo olvidamos. Rompimos los vidrios. Imposible pasar al interior porque hay exceso de astillas. Es necesario retirarlas. Fuimos, parece, viajeros que descuidamos los vidrios, los detalles, cada pieza de crital. Ahora ya sabemos que un cristal, al ensuciarse o quedar rayado, puede lavarse o pulirse oportrunamente; sin embargo, una vez que se rompe, no vuelve a ser el mismo, aunque se le pegue con esmero. Indudablemente, muchos de nosotros aún conservamos un ventanal completo, un espacio con un cristal que puede restaurarse y, así, ofrecer una inspección a la morada, la entrada a la ruta interiot y a nosotros mismos, en busca de la esencia, la verdad, el bien y el plano de la inmortalidad. No esperemos a que nuestros cristales estén todos rotos para, esterilmente, tratar de encontrarnos en los escombros y reconstruirnos.

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