La conclusión de una obra literaria

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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He concluido una obra literaria, un libro con el que me encariñé tanto, que me abrazó desde la esencia de su historia, y acompañó mis mañanas, mis tardes, mis noches y mis madrugadas solitarias e inquietas, silenciosas y estridentes. Llevo cada letra de sus páginas en mi ser, en mis sentimientos y en mi razón, en mis motivos y en mis cavilaciones, en mis sueños y en mis realidades.

Es un hijo al que miré crecer todos los días, hasta que, recientemente, por cierto, me percaté de que se encuentra preparado para salir al mundo con sus páginas abiertas e impresas y sus letras con ideas y relatos. Un hijo bueno que lleva en sus arterias y en sus rasgos -en las líneas, en los párrafos, en los capítulos- el linaje puro de mis letras. Le he dado un título especial, con la misma emoción que uno siente al registrar un hijo.

Me acostumbré tanto a la convivencia con esa obra que, en este momento de mi vida, me doy cuenta de que cada libro es un ser querido que uno crea, alimenta y lleva por ciertas direcciones, hasta alguna fecha, a una hora inesperada, cuando anuncia que está listo para andar y presentarse aquí y allá, y así cumplir su misión de ser leído y mostrar tantas cosas con sus significados, llevar a los lectores a rutas insospechadas y enriquecer a incontables hombres y mujeres.

Entiendo, ahora, que un libro terminado es un proyecto grandioso en el que el autor deja pedazos de sí, fragmentos de su vida, detalles y momentos, sentimientos e ideas, realidades, sueños e ilusiones. Uno experimenta nostalgia por el hijo que, irremediablemente, parte a otras rutas a medir su estatura y probarse a sí mismo. Lleva mi nombre, mi esencia, mi textura de papel y mi sangre de tinta.

No adelantaré el título de mi obra concluida, hasta que próximamente establezca una relación con la editorial que lo publicará. Planeo que la edición constará de una edición impresa y de otra digital. Me dará mucho gusto compartirles, en su momento, la noticia; sin embargo, hoy siento nostalgia por el hijo que está listo para compartir su historia, sus letras que tienen mi perfume y forman parte de mí. Se suma a mis otros hijos de letras, a los siete que he publicado y a otros más que esperan viajar por el mundo.

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Emboscada

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Carentes de originalidad, imaginación, creatividad, talento, sensibilidad, inspiración, valores y honestidad, los plagiarios de obras artísticas e intelectuales son forajidos que acechan cobardemente en los parajes más recónditos -en las páginas, en los lienzos, en los pentagramas, en las formas-, con la intención de emboscar, robar y presentar los textos -novelas, cuentos, poemas, relatos-, las pinturas, la música y las esculturas, entre otras expresiones sutiles -propias de las mentes que consagran los días de sus existencia a tan sublime tarea-, como mercancía que exhiben y de la que esperan aplausos, cámaras y reflectores, dinero y reconocimiento público.

Evidentemente, son criaturas mediocres y rapaces, totalmente insatisfechas consigo, quienes, ante su incapacidad y miseria humana, ensucian lo etéreo, lo que es tan sublime y excelso. Tienen la desfachatez de mostrar las obras artísticas e intelectuales como propias. Merecen que autores y público los delatemos, exhibamos sus mentiras y los castiguemos ejemplarmente. Hay que denunciarlos con sus mentiras.

Se trata de forajidos disfrazados de artistas e intelectuales que preparan celadas. Son tramposos que violan las obras de los creadores auténticos, las mancillan y las muestran al público. Sus trampas, ahora, se descubren con mayor facilidad con la tecnología cibernética; sin embargo, están acostumbrados a engañar, a raptar, con el objetivo de justificar su incapacidad, su falta de talento y sensibilidad, en un intento, también, de colocarse máscaras y atuendos totalmente ajemos que, según ellos, les darán celebridad.

Un artista genuino dedica un día, otro y tantos más de su existencia a su delirio, a su encomienda, a su pasión. No hay tregua en su labor. Sabe el escritor, el artista, el intelectual, que en su misión no existen horarios ni descanso; tampoco se piensa en el retiro porque el proceso creativo no tiene final y es un eterno renacer. La inspiración llega en cualquier momento y exige atención inmediata. El arte es excelso, magistral, infinito.

Los facinerosos son depravados, hombres y mujeres despiadados que se esconden, acechan y esperan el momento para secuestrar las letras, los colores, las melodías y las formas, botín que, finalmente, les pesa tanto que quedan al descubierto con toda la vergüenza de sus delitos.

Soy de tinta y de papel, desde que era niño, y seguramente hasta el minuto postrero de mi existencia terrena y más allá de la temporalidad, porque es algo que surge de mi interior. Por eso te sugiero que si estás dispuesto a consagrar tu vida al arte, al proceso de la creación, no olvides ser auténtico, original e innovador. Jamás engañes ni hagas trampa. Evita convertirte en delincuente y en estafador. No plagies obras. No seas imitador ni defraudador. El que plagia obras artísticas e intelectuales, por mínimas que parezcan, se delata a sí mismo como el más insensible, depravado, mediocre, tonto y pobre. Descubre, el plagiario de obras, su insatisfacción consigo.

El arte, cuando surge de la inspiración y del esfuerzo, de la constancia y de la disciplina, de la creatividad y de la originalidad, es una puerta que siempre permanece abierta a otros reinos, a planos infinitos, a niveles insospechados, como si uno, al producir obras, reprodujera, con estilo propio, los rumores, los tonos y las formas del infinito. Es maravilloso visitar los paisajes y los rincones de un paraíso sin limitaciones ni fronteras, y entregar, a través del arte, pedazos de cielo.

Los otros, los que roban obras artísticas e intelectuales, simplemente son malhechores que, a pesar de engañar a su público y beneficiarse, a veces, con dinero y fama, siempre cargarán con los barrotes de sus delitos, sus mentiras, sus fraudes, su burla y su mediocridad. Y los verás desesperados, mientras habitan el mundo, por ocultar sus fechorías; pero algún día son descubiertos y exhibidos públicamente, en sus días terrenos o al partir.

El arte es tan excelso y puro, que no admite suplantaciones. Ennoblece a los artistas y a su público. Es, sencillamente, una opción, un camino seguro hacia otros planos de mayor armonía, plenitud y amor. Se trata, sencillamente, de una ruta inequívoca a la inmortalidad, y no me refiero a la fama, al poder o al dinero, sino a la trascendencia del ser.

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Son flores, caminos, historias

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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La letras y las palabras, cuando uno las escribe con talento, sensibilidad e inspiración, son perfumes que envuelven el ambiente y cautivan al ser y deleitan los sentidos, como un oleaje suave que ondula el viento en un lago que refleja las frondas de los árboles, las nubes rizadas que flotan peregrinas y el azul profundo del cielo.

Al escribir, el artista se encuentra entre el infinito y la temporalidad, lo que equivale, indudablemente, a pasear por los jardines y las moradas de Dios, con todos sus encantos, y a andar por los caminos de un mundo con flores y abrojos, auroras y ocasos, donde el alma abraza y besa a la arcilla en un pacto inquebrantable que rompe barreras y fronteras.

Quien escribe sin máscaras ni disfraces, lejos de la arrogancia y de superficialidades, ausente del calzado que pisotea, preferentemente descalzo o con sandalias, deja huellas indelebles en el camino, en el sendero que lleva a rutas insospechadas. Cada párrafo es una idea, un mundo, una reflexión, una época, una o más vidas.

Uno, al enlazar una, otra y muchas letras más, compone historias, rumbos, ideas, motivos. Las palabras se fusionan, similares a las gotas que surgen de la intimidad del la tierra y se unen a tantas, hasta transformarse en corrientes diáfanas, en cascadas y en ríos de incomparable belleza que invitan a bañarse y a hundir los pies en la arena para sentir el pulso de la creación, los susurros y los silencios de la vida, el canto de la naturaleza.

Escribir es, parece, dispersar las semillas en los surcos, regarlas, permitir que sientan los abrazos, las caricias y los besos de la lluvia, del viento, una mañana soleada, una tarde nublada o una noche estrellada. Es un acto magistral y prodigioso, exclusivo de seres casi etéreos que exploran las rutas del alma y del infinito.

Los textos bien escritos -oh, el encanto y la magia del artista- son flores -orquídeas, buganvilias, margaritas, tulipanes, rosas, nardos, gladiolas, crisantemos, azucenas, dalias- que cautivan, enamoran y regalan detalles y fragancias; matorrales y tallos con espinas, plantas venenosas, como opción para aquellos que renuncian a las texturas; hongos, cortezas, helechos. Cada palabra lleva consigo un regalo, una sorpresa, un detalle, una razón, un sentido.

Al contemplar tanta belleza, en el arte de las letras, siento y pienso, definitivamente, que, al escribir, dejo pedazos de mí en las hojas de los cuadernos, en los equipos, aquí y allá, para constancia de mi entrada a paraísos etéreos e infinitos y mi paso por el mundo. Quiero que la gente que amo reciba mis letras como prueba de nuestra unión dentro de la inmortalidad; pero también quiero que otros, mis lectores, descubran en cada página un camino, un rumbo, un destino.

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Y así aprendí a amar las flores

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Me encantan las flores. Las amo. No renunciaría a su belleza ni a su encanto. Tuve el privilegio de que mi madre amara los árboles, las flores y las plantas, e hiciera de cada especie, en el jardín de la casa solariega, un detalle, un milagro, un regalo de la creación.

Emocionaba y sentía ilusión al recorrer el jardín y contemplar tanta vida natural. Era un espacio donde flotaban la armonía, el equilibrio, la paz, el amor, la beatitud, mezclados con incontables colores, texturas y fragancias que embelesaban, lo mismo en los días calurosos que cuando el paisaje era envuelto por niebla y llovía o si en el ambiente se sentía frío.

Desde los pinos, eucaliptos, higueras y duraznos, hasta los helechos y las flores minúsculas, prevalecían, ante todo, el amor y el respeto, la armonía y el equilibrio, como si se tratara de un pedazo de cielo, un trozo de paraíso que invitaba a vivir y a ser intensamente felices.

Cuando iba por mis hermanos y por mí al colegio y retornábamos a casa, preparaba ensalada de lechuga o de pepinos y agua de fruta de la temporada, que disfrutábamos durante un maravilloso paseo en un mundo hermoso y natural, como esos capítulos que uno ama y recuerda durante los años de la niñez y de la adolescencia. Parecen mágicos e irrepetibles.

Le ayudábamos a regar los árboles y las plantas, mientras hablaba amorosamente y nosotros, sus hijos consentidos y respetados, aprendíamos los nombres y las características de tantas especies. Conocíamos la naturaleza de cada planta. Nos enseñó a vivir naturalmente.

Los pájaros volaban y trinaban; las abejas, las libélulas y las mariposas, en tanto, andaban próximas a las flores. Cerca, en un espacio protegido, los patos y los gansos enfrentaban la compleja prueba de la coexistencia, libres y plenos.

Más tarde, mi padre regresaba de la oficina y comíamos en armonía y dichosos, agradecidos por tanto que recibíamos de la vida. Siempre había flores. Un día, por cierto, mi padre llegó a casa con un ligustro o trueno con la intención de que mi madre y yo lo plantáramos. Creció con nosotros. Todos contribuíamos a cuidar y enriquecer la colección de árboles, plantas y flores.

Y así crecimos y aprendimos de la vida, en un ambiente de amor, paz, respeto, armonía, convivencia y bien, entre árboles, plantas y flores. Vivíamos, entonces, en una ciudad enorme y moderna; sin embargo, mi padre y mi madre supieron construir un paraíso en la casa solariega, donde aprendimos a amarnos, valorar a cada integrante de la familia y transitar por el mundo con valores, rodeados de la naturaleza que formó parte de nuestro paraíso.

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Eso es, sencillamente, escribir

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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El arte de las letras es un deleite, una pasión, el rapto de pedazos de cielo y, a veces, de mundos, de estrellas y también de infiernos, de luces y de oscuridades, que uno regala a la gente, a los lectores, quizá porque, al escribir, uno asimila y transmite lo inmediato y lo distante, lo estrecho y lo ilimitado, desde lo de apariencia insignificante hasta lo sublime, en un pulso y tantos más que vienen del interior, del alma, del ser, y se perciben aquí y allá, en la temporalidad y en el infinito.

Al ser, el arte de las letras, esencia y materia, es una encomienda auténtica y pura; ofrece, en su menú, lo sutil y lo tangible, lo profundo y lo superficial, para que los lectores, en cada línea, se reconozcan de una y de otra forma e identifiquen rutas a diferentes fronteras y planos.

Uno, al escribir, debe evitar hacerlo con desánimo, apresuración, desorden, molestia y descuido. Quienes lo hacen así, no son escritores auténticos. El autor genuino se entrega a su arte sin restricciones y es capaz de escalar o sumergirse a paraísos con la intención de regalar el prodigio de la creación.

En consecuencia, escribir con faltas gramaticales y de ortografía, como si se aventaran paladas de tierra y estiércol, equivale a entrar a un recinto limpio y enlodarlo, impregnar la hediondez en adornos y en muebles. Es como ingresar a una sala con la ropa y el calzado sucios, con modales groseros y actitudes toscas, sin respeto a los moradores.

Resultaría insultante y tondo invitar un banquete a la familia, a la gente tan amada, y ofrecer platillos salados y sin condimento, con ingredientes descompuestos y de pésima calidad, y bebidas contaminadas y mal elaboradas, en una mesa desordenada y sucia, con vajilla, copas, vasos y cubiertos rotos y mugrosos. Lo mismo ocurre con las obras literarias. Conquistemos a nuestros lectores. Hay que embelesarlos. Dejemos las emboscadas y las trampas literarias; leguemos lo mejor de las letras escritas.

Y cautivar al público, a los lectores, no significa empalagarlos ni hostigarlos; simplemente, hay que ser color, lluvia, viento, nieve, calor, frío, nube, río, cascada, océano, aurora, ocaso, estrella, árbol, arena, ser humano, con incontables caminos y senderos, hacia destinos pequeños y grandiosos, de acuerdo con la elección de cada uno. Eso es, sencillamente, escribir.

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Entre las páginas de los libros

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Conserve usted los cuadernos y los libros impresos, con olor a papel y a tinta, para que mantenga siempre, entre sus páginas, las flores y los trozos de papel en los que le expreso mi amor y admiración. No olvide, en el desván, los libros que enseñan tanto y que, además, conservan los pétalos y las hojas de los árboles que un día y otro le he regalado con la emoción de un amor que es delirio y me transporta al cielo anticipadamente. Si un día, como indudablemente acontecerá, los libros impresos se convierten en piezas de museo, en testimonios rotos de otras épocas y de gente que ya no está, las generaciones no conocerán la emoción e ilusión de recibir una flor, una carta, una hoja, una servilleta de papel, e introducirla entre las páginas con letras, puntuaciones, acentos y páginas, y que, al pasar los años y descubrirlas, remueven episodios bellos e inolvidables, alientan un romance muy querido y justifican el paso por el mundo. Entre las páginas de los libros que le enseñan tanto, usted inserta flores y papeles con mensajes míos, constancia, al transitar los años y consumirse las vidas, de que alguien le entregó su más noble y puro amor. Sí. Entre las páginas de los libros que tanto le enseñan, también suelen aparecer pedazos y testimonios de amor.

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Cuando escribas…

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

Cuando escribas un cuento o una novela, nunca olvides hacerlo como si se tratara de ti. Entrégate al arte con inspiración, sin prisas ni facetas superficiales, como una sinfonía con sus diferentes movimientos, unas veces pausados, otras equilibrados y algunas más con intensidad. Transmite emociones, sentimientos, ideas. Consigue el milagro de que tus lectores sientan y vivan tus relatos.

El escritor genuino se consagra al arte, a las letras, a las palabras, y no renuncia, por ningún motivo, a su pasión, a su encomienda, a sus motivos. Sabe que su destino y su misión, durante su jornada terrena, es escribir, crear obras, transmitir sentimientos y también pensamientos, conocimiento y mensajes que no podrían impartirse de otra manera.

Si eres escritor, no abandones el delirio, la locura, la pasión. Dedícate a escribir en serio. No le seas infiel al arte. La deslealtad, la traición y la mentira, en las letras, no son perdonadas. El arte literario exige atención, disciplina, entrega, constancia e inspiración. No se puede ser escritor a medias. Es un estilo irrenunciable de vida.

Muchos de quienes nos dedicamos al arte, sabemos que, a veces, se presenta como una dama etérea, demasiado celosa, que exige atención completa. No tolera que uno le sea infiel ni le interesa que pierdas todo. Exige mucho. Y hay que entregarse íntegramente.

El escritor nato no condiciona su arte. Sabe que el arte desconoce treguas. La inspiración puede tocar a la puerta inesperadamente, escapar del ser en cualquier momento, durante la mañana, al mediodía, en la tarde, durante la noche o en la madrugada. El proceso de la creación es permanente.

No esperes, para escribir, un momento tranquilo y de soledad porque, quizá, podría no llegar a tu vida. Tienes, como escritor, la responsabilidad de escribir en cualquier lugar y hora. Muchas de las grandes obras fueron escritas en situaciones adversas, complejas e incómodas.

Vive. Aprende, reflexiona, siente. Sé auténtico y libre. Equilibra tus sentimientos y tu razón. Experimenta. No temas expresar tus ideas, a través de las palabras escritas, porque, después de todo, existe libertad de hacerlo bien. Explora todos los escenarios. Sé creativo, original e innovador. Nunca plagies obras. La deshonestidad literaria es deleznable en cualquier ser humano.

Y si en la hora contemporánea, marcada por las herramientas digitales, no dispones de equipos, recurre al lápiz, al bolígrafo y a la hoja de papel. Cuántas obras, antes de publicarse y ser magistrales y reconocidas mundialmente, fueron escritas en cuadernos o en trozos de papel. No desdeñes los materiales. Escribe. Sigue el camino de las letras y las palabras escritas con fidelidad. Se trata de tu tesoro. Llévalo siempre contigo. Es inseparable. Compártelo a la humanidad. Lo que escribas, quedará vibrando aquí, en el universo, en la creación.

Escribir, por cierto, es emular el proceso creador de la naturaleza, de la vida, de la creación. Es, si así lo piensas, acercarse un poco a lo que hace Dios, la Mente Infinita, en el sentido espiritual, físico y mental, durante sus lapsos de creación. No rechaces los sueños, la creatividad, el ingenio, la originalidad y la innovación.

Mientras exista un escritor en el mundo, un artista pleno, la humanidad se salvará y tendrá oportunidad de volar y transportarse a fronteras grandiosas e insospechadas. Cuando escribas novelas, cuentos, poemas o relatos, no inhibas la inspiración que surge de las profundidades de tu ser y conquista los sentimientos, los ideales y los pensamientos de tus lectores. Regálales el milagro de la creación.

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Trozo de papel

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Una página es una hoja de papel que invita al artista, al escritor, al poeta, a trazar sus letras y sus palabras, a dejar historias, relatos, poemas y cuentos procedentes de alguna de las rutas de la imaginación, los sueños y la razón. Una página es un escenario, un paisaje, un espacio en el que la sensibilidad del artista y la profundidad del intelectual confluyen, igual que dos ríos cristalinos y etéreos, con la intención de crear una obra magistral. Una libreta de apuntes es, parece, la posibilidad de una o varias existencias, con sus historias, para expresar lo que difícilmente se explica, se dice o se enseña fuera de la novela o del relato. Las letras dicen y callan tanto. Un cuaderno de notas ofrece, en cada página, un día completo, instantes para reseñar una vida y otras más. Una hoja de papel es, sin duda, un paraíso para el escritor que posee un bolígrafo, ideas, sueños, reflexiones e inspiración. Un escritor nunca desprecia una hoja de papel. Una página, aunque parezca un trozo insignificante de papel, una envoltura modesta, una hoja arrugada, contiene, a veces, el principio de una obra de arte grandiosa.

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Y nunca lo olvides

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y nunca lo olvides, cuida y valora a tu familia, a tu pareja, a la gente que amas, como la bendición y el tesoro más grande de tu vida y de tu alma. Son un regalo invaluable. No los descuides ni los exhibas como mercancía. En la época actual de peligro, superficialidades, violencia y mal, jamás salgas a la calle con tu corazón porque alguien podría causarle daño o robarlo. Eso significa que no hay motivos para cargar retratos ni detalles que delaten tus sentimientos cuando andes en los espacios públicos, donde los ambientes son nocivos y la gente se lastima y se odia. ¿Se los mostrarías a alguien indigno de confianza? ¿Presentarías, indirectamente, a tus seres queridos a hombres y mujeres desconocidos? ¿Es necesario portar fotografías para recordar a quienes amas? No vivas con temores y dedícate a hacer el bien, a tratar correctamente a las personas, a mantener la honestidad, el respeto y la justicia en todos tus sentimientos, palabras, ideales, pensamientos y acciones; pero no abras puertas innecesarias porque alguien más podría entrar como invitado indeseable. No muestres tus sentimientos familiares a personas extrañas porque, finalmente, se transformarán en debilidades. La familia y la gente que amas no son mercancía que se exhiben o se presumen en espacios públicos y en redes sociales. Cada uno merece atenciones, respeto y cuidado. Las bendiciones y los regalos de la vida no son ofertas ni necesitan difundirse entre desconocidos. No son diseños para aparadores y vitrinas superficiales, donde cualquiera puede manosear lo que más se ama. El amor a la familia, a la pareja, a las amistades auténticas y especiales, no necesita demostrarse a la gente que no es cercana a ti, y menos a aquellos que son proclives a ambiciones desmedidas, enojos, odio, envidias, apetitos, superficialidades, tristezas y perversidad. Protege a quienes amas. Nunca aparezcas en las redes sociales ni salgas a las calles con tu corazón porque alguien, carente de sentimientos, podría causarle daño o robarlo. Aprende a demostrar el amor a tu familia, a tu pareja, a los amigos genuinos. Cuídalos. No los ofrezcas en escaparates. Son tu bendición y tu regalo.

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Y aquí sigo

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y aquí sigo, en medio del mundo, entre mis mañanas y mis noches, tratando de vivir cada instante en armonía, con equilibrio e intensamente. Sé que si uno permanece atorado en la orilla de la corriente, entre el agua que se encharca y se vuelve pútrida y hedionda, pierde la grandiosa oportunidad de disfrutar, con sus claroscuros, la travesía por el mundo. Y aquí sigo, lejos de envidias, desamores, enojos, maldades, odios, rencores y tristezas, alumbrado por la luz de mi alma. Y aquí sigo, en la temporalidad, rumbo al infinito. Y aquí sigo, en el camino, interesado en explorar la vida, en recibirla como el maravilloso regalo y milagro que es. Y aquí sigo, hasta en las madrugadas y las tardes, con mis sueños y mis realidades, entretenido en el inacabable ensayo de la vida. Y aquí sigo, inmerso en mi esencia y en mi arcilla, enamorado de la vida y con asombro ante sus detalles y maravillas. Y aquí sigo, con mis letras y con lo que soy, con flores y poemas para que todos sepan que el amor, la verdad y el bien son parte de la fórmula de la felicidad, la evolución y la inmortalidad. Y aquí sigo.

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