Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Es momento de contagiar a la gente, a millones de hombres y mujeres, en todo el mundo, que apenas hace rato, quizá ayer, cantaban y reían felices e ilusionados, alrededor de la vida, y hoy, irreconocibles, temen a las sombras de la muerte que amenazan entintar los días de sus existencias con matices luctuosos. Es perentorio escapar de los barrotes y las celdas que hemos creado egoístamente, salir del estado de comodidad aparente que equivale más a irresponsabilidad que a razón, y transmitir a otros -familia, amistades, vecinos- auténticas dosis de alegría, fe y optimismo. No hay que esperar a que alguien enferme para llorar, mortificarse y contabilizar uno más dentro de la lista de ausencias. Es momento de formar una cadena humana con innumerables eslabones, todos unidos entre sí, atentos y solidarios, no con la intención de encadenarnos, sino con la idea de fortalecernos y ser auténticos, libres y plenos. Desde hoy, es aconsejable llamar por teléfono a los familiares, a los amigos, a los vecinos, a los contactos más próximos, con la intención de animarlos, preguntar por su salud, recomendarles se cuiden, recordar historias y días felices, planear futuros encuentros, alegres y sanos, para celebrar el milagro de la vida. Es urgente que ellos, a la vez, marquen a otras personas y las saluden igual. Las emotividades presenciales deben reservarse para otras fechas. En ocasiones, las apariencias y las superficialidades, emparentadas con la ansiedad, el consumismo, la soberbia, la necedad y la ignorancia, provocan que la gente no entienda y cometa imprudencias que propician mayores problemas y complicaciones. Es indispensable contagiar a los demás, aquí y allá, ahora y siempre, con sentimientos, ideales, deseos y pensamientos nobles, evidentemente con amabilidad, entrega, sinceridad y sonrisas. El aislamiento y las mascarillas, confinan, aprisionan, a pesar de las recomendaciones en su uso; mas no son excusa para transformarse en criaturas burdas, groseras y malvadas. Es tiempo de demostrar que tú, yo, ellos, nosotros, ustedes, somos mejores y superiores a grupúsculos perversos que causan tanto daño a la humanidad en su afán de reprimirla y dominarla para apoderarse de las riquezas del mundo. Si una élite poderosa, en complicidad con gobiernos serviles y corruptos, militares irracionales, científicos mercenarios y medios de comunicación sin escrúpulos, entre otros, diseñó, formó y dispersó un virus criminal que ha enfermado y asesinado a incontables hombres y mujeres, en el planeta, no olvidemos que Dios colocó un alma en cada uno, sentimientos e ideales, pensamientos y sueños, que se demuestran con la mano generosa que da a otros lo mejor de sí, con palabras de aliento, con una sonrisa, con una mirada comprensiva. Es hora de contagiar a la humanidad.
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