Laura Giselle, el encanto de una vida
Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Cumplió siete años de edad. Es una niña al natural, auténtica, sensible e inteligente, con la nobleza de quien ha descubierto, en el mundo, la fórmula de la esencia y la arcilla, para algún día transitar, libre y plena, a planos superiores. Responde a su naturaleza infantil, a los rasgos, en minúsculas, de su rostro y sus manos, y por eso juega y aprende a vivir. Desde muy pequeña, sorprendió por su léxico tan rico. Aprendió a hablar rápido y a pronunciar cada palabra correctamente, ante el asombro de su familia. Cautivó. Inquieta, original, creativa, demostró, igualmente, cariño y respeto profundo a la vida, los animales, las plantas y todos los signos de la naturaleza. Cuando asomaba a una fuente, a un charco, y descubría una abeja, una libélula o cualquier insecto ahogándose, pedía ayuda a su madre, a su padre o a su abuelo con el objetivo de emprender el rescate con una vara o una hoja seca. Así, entregada a su gesto humano, participaba, en serio, en la aventura de salvamento. Alguna vez, en la ciudad donde vive, una serpiente escapó de su refugio y llegó hasta el patio de la casa de su abuela. Su madre, Karla Paola, al descubrir que el reptil asoleaba cerca de las macetas, dominó la sensación de terror y fascinación que ejercen las víboras y, ante la mirada de asombro de la pequeña, quien tenía entonces cinco años de edad, decidió capturarla y resguardarla en una cubeta de plástico, hazaña de una mujer joven, valerosa, que dio ejemplo a su hija. Ambas dialogaron e investigaron la clase de reptil a la que pertenecía aquel animal con la intención de conocer los riesgos que enfrentaban al mantenerlo cautivo unas horas o tal vez un día. Tenía similitud con las víboras de cascabel, pero madre e hija descubrieron que se trataba de otra especie. Averiguaron el tipo de alimentos que consumía y los depositaron en la cubeta que siempre permaneció tapada y ventilada. Llamaron a los bomberos, quienes por alguna razón, aparentemente de horario o personal, argumentaron que no podrían rescatar ni trasladar al animal a un albergue seguro, y aconsejaron, apresuradamente, que lo resguardaran e investigaran, entre los vecinos, si pertenecía a alguno. Y se marcharon. La joven y la niña acordaron que al siguiente día se trasladarían hasta un paraje natural, entre barrancos y montañas, próximo a un río y una cascada, donde caminaron y liberaron a la serpiente. La niña tiene demasiada imaginación y le encanta leer. Juega, es verdad; sin embargo, algo le embelesa de los libros que se entrega a sus letras, a la información, al conocimiento. Le encantan los caracoles marinos, las flores y los rompecabezas. Karla Paola, su madre, ha hecho una pausa existencial, un paréntesis dentro de su vida, para entregarse por completo a la educación de la niña, y con mayor calidad en una etapa en la que el coronavirus y otros signos, atentan contra la humanidad. La niña y su madre viven un ciclo que vale demasiado. No tiene precio. Se trata de un proceso de convivencia y educación invaluables. Seguramente nunca lo olvidarán. Siempre quedará grabado en la memoria de las dos, en sus sentimientos, en su alma, como un regalo de Dios, y así se construye el camino a la inmortalidad. Por cierto, el nombre de la pequeña es Laura Giselle, y vive en algún rincón del mundo.
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