Libertad previa a la trampa

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Dueños del poder, de las armas, del dinero, de la ciencia y de la tecnología, se han apropiado, a través de los años, y casi sin darnos cuenta, del planeta, de la naturaleza, de la vida y de la voluntad humana, de lo que es tan de ustedes y mío. Hemos perdido casi todo lo que éramos y teníamos. Nublaron los días soleados y maravillosos. Son dioses ausentes de principios nobles, deidades de arcilla, malvadas y capaces de destruir, asesinar, extinguir y castigar. Controlan los sentimientos, las costumbres, las ideas, los sueños, los proyectos, los estilos, las creencias, los pensamientos y hasta la alimentación y la salud de la gente, y parece que la mayoría no lo nota. Millones de personas, en el mundo, se encuentran tan distraídas y fascinadas en una libertad barnizada, artificial y manipulada, previa al control absoluto, a la escasez, a la imposición de reglas severas e inhumanas, que, lamentablemente, no se dan cuenta de las trampas que existen a su alrededor y de los peligros que las acechan cotidianamente. ¿Cómo despertar a quienes en el minuto presente se arrullan en un mundo egoísta, superficial, baladí, violento, materialista y estúpido, sin más referencias que lo que ven y sienten, y no entienden que alguien, y otros más, les han arrebatado el presente y el derecho a un futuro pleno? Los antagonismos y las diferencias entre generaciones parecen tan abismales que hasta la comunicación y la interpretación de la vida y sus cosas son motivos de discusión, problemas y diferencias. ¿Cómo explicar y advertir a la gente de la hora contemporánea que el mundo tiene dueños crueles que pretenden transformarse en amos de la humanidad a la que han vaciado totalmente, maquillado de acuerdo con sus gustos e intereses y sujetado con hilos que moverán como lo hacen los titiriteros más despiadados? La única esperanza, parece, son los jóvenes que aún no se intoxican en al ambiente insano que uno, y otros más, han preparado mortalmente para los hombres y las mujeres de hoy y de mañana. Son ellos quienes podrán asumir los liderazgos que se encuentran vacíos ante la cobardía, el miedo, la traición y los intereses de quienes los tenían. Innegablemente, a esta hora presenciamos el deplorable paisaje de la desarticulación y del quebranto de las familias, de las instituciones, de la educación y de los valores; pero si aún tienes, joven querido, la fortuna de vivir en un hogar ejemplar y de contar con principios nobles y justos, probablemente serás uno de los que aporten la luz que la humanidad necesita para despertar de su letargo y reaccionar. No es sano esperar pasivamente y con indiferencia que alguien, y varios más, atrapen a toda la humanidad y jueguen con sus vidas y sus destinos en la carpa grotesca que han hecho del mundo.

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Se empeñan en desnudar al arte, en colocarle atuendos de bufón, en arrancarle su encanto,

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Las manos y los tentáculos de las costumbres, los modelos y las tendencias actuales, convertidos en garras despiadadas, se empeñan en desnudar a las letras, a los textos, y despojarlos de la belleza de sus acentos, de su puntuación, de sus signos y hasta de su sentido, para colocarles atuendos de bufones y dar gusto a la muchedumbre ansiosa de presenciar la agonía, en los anfiteatros y en los patíbulos, de las obras literarias. La estulticia habla sin recato, exhibe su barbarie y su pequeñez, no calla, acaso por su afán de aturdir y envolver al arte, a las palabras que escriben los artistas cuando se inspiran. Se oyen gritos, risotadas, que aquí y allá intentan confundir y desviar a los caminantes, a los lectores, a otros rumbos, a destinos superficiales que nada enseñan ni ofrecen. Persisten la necedad y la pretensión de que la gente, en masculino y en femenino, en mayúsculas y en minúsculas, enamore y se sienta cautivada por la textura, la apariencia, el maquillaje, la arcilla, y sienta repugnancia por la esencia, por la senda interior. La inteligencia artificial -ausente de sentimientos nobles, coqueta, seductora y perversa- intenta amordazar a los autores, a los escritores, con el propósito de imponer sus caprichos, su estilo y sus trampas, sus verdades y sus mentiras, sus planes y sus vocaciones. La televisión y las redes sociales, integrantes de un linaje pútrido, idiotizan a la gente, le arrebatan su creatividad y sus sueños, destruyen cualquier iniciativa de innovación y originalidad, porque su encomienda es, precisamente, perforar cerebros, encarcelar sentimientos, castigar la fantasía y la imaginación. No hay rutas seguras para el arte de las letras porque detrás de los peñascos, en las cimas y en los barrancos, en todo el paisaje, acechan bandoleros crueles que roban, destruyen y violan. Los únicos que salvarán al cuento, a la novela, al relato, al poema, al prodigioso arte de las palabras escritas, serán, innegablemente, los autores y los lectores; de lo contrario, al extinguirse la creatividad, la fantasía, la imaginación, la inspiración, la originalidad y los sueños, morirá una parte esencial del ser humano y todos -hombres y mujeres- serán autómatas insensibles, carentes de sentimientos y de raciocinio, incapaces de volar libre y plenamente por los cielos inconmensurables.

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Un pedazo de esencia, un trozo de arcilla

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Las letras, como todo el arte, provienen de las profundidades del ser, tienen algo de etéreo y de humano, son inspiración y reflejan la belleza y los sentimientos más nobles; aunque, a veces, por cierto, las utilicemos para expresar descontentos y situaciones complejas del mundo. Hemos olvidado -acaso por la inmediatez, posiblemente por la superficialidad y el apego a las apariencias, probablemente por el anhelo patético y casi exclusivo de obtener riqueza y poder, quizá por la creciente estulticia individual y colectiva, seguramente por dar gusto masivo y seguir modas y tendencias, o tal vez por eso y por algo más- escribir con el alma, con lo mejor de nosotros, y ahora, contagiados de ese mal moderno, hasta nosotros, los creadores, parecemos ignorar que la vida y sus encantos no son mercancía en serie que satisface apetitos, sino arte, el lenguaje que palpita en el interior y, por lo mismo, está conectado al pulso infinito. El arte es la voz del alma, de la naturaleza, del universo, de la creación, de Dios. En la hora presente, algunas hordas humanas -las que más gritan, las que todo lo vulgarizan, las que pretenden enmendar las planas a la vida, las que ambicionan controlar y las masificadas- se han dedicado a romper el arte, a desarticular las letras y las palabras, y a sustituirlas por expresiones que parecen baratijas. Las generaciones actuales ya no leen -argumentan en los medios de comunicación, en las editoriales, en las oficinas de prensa, en las instituciones públicas y privadas, en todos los ambientes-; hay que darles, en consecuencia, imágenes, publicaciones digeridas, ideas fáciles, mensajes estúpidos y vinculados a sus apetitos primarios. Y así, contribuimos a la pereza mental de las personas, hombres y mujeres que serán vaciados espiritual y mentalmente por una inteligencia artificial e indiferente, diseñada para controlar, despojar, manipular y explotar. No sabemos pensar. Permitimos que robaran nuestros principios, valores y sentimientos. Hemos dejado de hacer arte. La inspiración ha sido desgarrada. Escribir, como toda expresión artística, requiere entrega, pasión, creatividad, esfuerzo, disciplina, inspiración, originalidad, dedicación, trabajo. Parece que hemos olvidado imaginar, vivir y soñar. Creemos, erróneamente, que experimentar la vida tan fugaz es entregarnos a apetitos, perder el tiempo en ambientes superfluos y pasajeros, evadir compromisos, responsabilidades y trabajo. Escribir una obra artística significa dejar un pedazo de sí, constancia del equilibrio entre los sentimientos y los pensamientos. Escribir un cuento, una novela, un relato, un poema, es, en el arte, presentar diferentes senderos y estilos de vida, es elegir un rumbo y un destino, es protagonizar tantas biografías e historias, es aprender, es entregar a los lectores trozos de cielo y de mundo. Las letras, como todo el arte, son el lenguaje del alma, de la mente, de la creación, de la vida. Quienes escriben y leen, saben a lo que refiero, y no desconocen, igualmente, que algo tiene de esencia y de arcilla, de infinito y de temporal, de Dios y de humano. Escribir, en el arte, es algo más que una pose; es, simplemente, participar en el excelso e interminable proceso de la creación. Escribir no es imitar las producciones en serie ni recurrir a la tentación de malbaratar el arte, simplemente por complacer a las mayorías; es, sencillamente, asimilar y explicar mucho de lo infinito y tanto de lo temporal, descubrir y presentar al alma y al humano, y aprender a vivir en un plano y en otro.

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Historia de una escuela. Prefeco «Melchor Ocampo», un modelo educativo para jóvenes con aspiraciones

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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A Renata Sofía

El ayer se convierte en historia, en recuerdo, en amnesia; el hoy, pronto se transforma en pasado, en otros días, en años distantes, en momentos que de pronto se contemplan desde una orilla lejana; el mañana se vuelve presente, y también se va en algún instante. Solo quedan las huellas, el testimonio del paso por el mundo, lo que hacemos para bien nuestro y de los demás. Son tan breves los instantes de la existencia. Se diluyen entre un suspiro y otro. El tránsito del tiempo es impostergable y, en consecuencia, resulta preciso escribir y protagonizar una biografía agradable, bella e inolvidable.

La caminata de las horas parece impostergable, como si los minutos, los días y los años, en sus incansables rondines, desafiaran a los seres humanos -hombres y mujeres- a hacer de sus existencias una obra magistral o una serie de notas discordantes. Cada uno elige el ruta y el destino que anhela seguir y conquistar.

Mucha gente anda por los senderos de la vida, en el mundo, acaso en busca de sí misma y de su realización plena, quizá perdida entre sus confusiones y su ignorancia o tal vez intentando descifrar los signos de su estancia en la vida y coexistir en medio de claroscuros. La existencia humana es, sin duda, la mayor aventura y la prueba más grande.

Uno descubre, a veces, que el tiempo apenas alcanza para hacer algo importante, dejar huellas y trascender, o, al contrario, derrocharlo en banalidades, estulticia y superficialidades, dos rutas totalmente opuestas que conducen a destinos contrarios, uno grandioso y otro mediocre.

Y así transcurren y escapan los instantes, los minutos, las horas, los años, y se va la vida, entre triunfos y fracasos, luces y sombras, alegrías y tristezas, sueños y realidades, anhelos e ilusiones, encuentros y desencuentros, y se protagonizan historias, se diseñan y se cumplen motivos y se siguen rumbos y sendas.

Cuando uno, a cierta edad, mira el tránsito de las generaciones de la hora contemporánea -niños, adolescentes, jóvenes-, reflexiona en su presente y en su futuro, en su hoy y en su mañana, seguramente con la idea de que les corresponderá ser autores y protagonistas de sus propias biografías, unos en los escenarios de la vida y otros, en cambio, como espectadores.

Son los hogares mundos diminutos en los que se libran las batallas, desde el cunero hasta el minuto postrero. Cada padre y madre tienen la responsabilidad de educar a sus hijos y formar seres humanos extraordinarios. La familia es la primera escuela. Allí inicia y se define, en mucho, lo que cada hombre y mujer, en minúscula, será algún día, en el futuro casi inmediato, al crecer y madurar.

Es en las aulas, en los corredores, en los patios de los colegios, en las escuelas, donde se perciben los destellos y los ecos de las generaciones que otrora se encontraban en la aurora de la existencia -niñez, adolescencia, juventud-, y se formaron, aprendieron y ensayaron el juego de la vida, para, más tarde, a cierta hora y en alguna fecha, dejar las últimas huellas de su paso en las instituciones educativas, seguramente con las expectativas de continuar en el interminable proceso de aprendizaje, o, probablemente, sin oportunidades de seguir con la educación académica.

En una de las actividades académicas de la institución.

Grupos que compartieron instantes pasajeros, historias, encuentros y desencuentros, exámenes, estudio, bromas, juegos, calificaciones. Hombres y mujeres que un día, otro y muchos más estuvieron juntos en los pupitres, en el aprendizaje, y que después, al consumirse los años primaverales, se marcharon a diferentes rumbos.

Y tras el paso temporal de las generaciones de antaño, quienes impregnaron parte de su esencia en los salones de clase, en los patios y en todos los rincones escolares, ahora se siente la presencia inmediata de los niños, adolescentes y jóvenes de la hora presente, a quienes corresponde recibir el aprendizaje y prepararse para ser los futuros hombres y mujeres que tendrán la responsabilidad de sumar y multiplicar lo mejor de sí para construir un mundo más equilibrado, justo y próspero.

En Morelia, capital de Michoacán -estado que se encuentra al centro-occidente de México-, existe una escuela con historia y tradición, cuyo modelo de enseñanza es exitoso y ofrece a los estudiantes de nivel de Educación Media Superior -bachillerato, preparatoria- una alternativa de formación integral.

Acto cívico en el plantel.

Se trata, innegablemente, de la Preparatoria Federal por Cooperación «Melchor Ocampo», conocida, por sus siglas, como Prefeco, la cual se ha ganado, en el lapso de los últimos años, un lugar significativo dentro de las escuelas que ofrecen el nivel de Educación Media Superior en México.

Los orígenes de Prefeco «Melchor Ocampo» datan del año 1938, cuando el entonces presidente de la República Mexicana, Lázaro Cárdenas del Río, se interesó en aplicar una política orientada a generar condiciones de igualdad para que todos los mexicanos tuvieran acceso a la educación. El objetivo era que toda la población mexicana obtuviera formación educativa. Y así concibió una educación que involucrara a campesinos, obreros y personas de escasos recursos económicos.

Apenas, en 1910, había iniciado el movimiento revolucionario en México, que concluyó en 1917 y que coincidió, en parte, con la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Posteriormente, entre 1926 y 1929, se registró, en México, la Guerra Cristera, conflicto que involucró al Gobierno Federal y a los católicos. Inmerso en un proceso histórico con siglos de explotación, sometimiento y ausencia de oportunidades, el pueblo mexicano, en amplio porcentaje, carecía de educación y de medios económicos. Se registraba un preocupante analfabetismo.

Fue en 1939, año en que inició la Segunda Guerra Mundial, cuando el presidente mexicano, Lázaro Cárdenas del Río, impulsó, por decreto, el establecimiento de las escuelas por cooperación, antecedente del modelo Preparatoria Federal por Cooperación (Prefeco), que surgió, en 1956, como bachillerato nocturno para trabajadores con deseos de superarse.

Cuando uno desempolva la historia de la institución, descubre que, el 18 de septiembre de 1955, se impulsó una petición al entonces gobernador de Michoacán, Dámaso Cárdenas, para crear la Escuela Preparatoria Nocturna. El documento fue firmado por el director de la que era la Escuela Secundaria Nocturna Federal por Cooperación No. 23 «Melchor Ocampo», Luis Sepúlveda Vázquez, y por el presidente de la Sociedad de Alumnos, Moisés Duarte Aguíñiga. Días más tarde, el 28 de septiembre, el Gobierno de Michoacán contestó la solicitud con la promesa de que se tomaría en cuenta.

Así, el 20 de enero de 1956, el profesor Luis Sepúlveda Vázquez, director de la institución educativa, solicitó a la Dirección General de Enseñanza Superior e Investigación Científica la autorización oficial para que el plantel funcionaria con el reconocimiento de la Secretaría de Educación Pública, conforme a los planes de estudios y programas de las escuelas preparatorias. Ese año, fue inaugurada la Escuela Preparatoria, antecedente de Prefeco «Melchor Ocampo», con sus bachilleratos de Derecho y Filosofía, Matemáticas y Ciencias Biológicas, con una matrícula, entonces de 50 alumnos.

Fundadores:

Prof. Luis Sepúlveda VázquezDirector
Prof. Samuel Caballero CervantesSubdirector secretario
Cecilia Hernández BrandtSecretaria administrativa
Rafael C. Haro Maestro de Lógica y Lengua y Literatura Griegas.
Tomás Rico CanoMaestro de Lengua y Literatura Castellana
Eduardo Pérez TabascoMaestro de Historia de México
Enrique González VázquezMaestro de Historia Universal
Carlos García de LeónMaestro de Física
Gaspar Hiribarner y S.Maestro de Francés
Cuauhtémoc Mejía AyalaMaestro Química y Matemáticas
Eleazar Moreno VázquezMaestro de Zoología y Botánica
Melesio Aguilar FerreiraMaestro de Lengua y Literatura Latinas
Mario Carrillo OlivaresMaestro de Biología
Quienes conocen la majestuosa ciudad de Morelia, fundada el 18 de mayo de 1541, indudablemente saben que la escuela inició la impartición de sus clases en la Escuela Primaria «Benito Juárez», para más tarde trasladarse al Centro Escolar «Michoacán y posteriormente, al incrementarse el número de estudiantes, mudarse a la Escuela Primaria «Virrey de Mendoza». En 1972, la institución tuvo su sede en la Escuela Primaria Estatal «Simón Bolívar». En el momento presente, el plantel, ya con el título de Escuela Preparatoria Federal por Cooperación «Melchor Ocampo», opera al oriente de la ciudad. Prefeco «Melchor Ocampo» cuenta con áreas como Contraloría, Control Escolar, Dirección, Departamento Psicopedagógico, consultorio médico, Departamento de Trabajo Social, 22 aulas, dos áreas de centros de cómputo con 50 equipos cada uno, biblioteca, almacén de materiales de oficina y otro de herramientas, auditorio abierto y otro cerrado, dos espacios deportivos, patio cívico y áreas verdes. Prefeco se rige administrativamente por una asociación civil, la cual, a través de cooperaciones mensuales, es responsable de pagar los sueldos del personal y de proveer los recursos para cubrir las necesidades académicas y económicas de la institución. Prefeco «Melchor Ocampo» cuenta, también, con cursos sabatinos y actividades extraescolares.

Si bien es cierto que una de las prioridades gubernamentales, en México, era atender el nivel de educación primaria, uno de los retos se orientaba, precisamente, al estudio de bachillerato. Así, las escuelas por cooperación se diseñaron con la participación de la Federación, de los gobiernos estatales y de aquellas personas interesadas en estudiar. Por cierto, en el caso de las Prefeco, establecidas en el territorio nacional, el Gobierno Federal les entregó el último apoyo en 2004, situación que influyó en el quebranto de algunas de las instituciones educativas y, en otros casos, a su conversión e incorporación a otras instituciones de enseñanza.

En la República Mexicana subsisten 98 preparatorias federales por cooperación, de las cuales siete se localizan en el estado de Michoacán. Uno de esos planteles es Prefeco «Melchor Ocampo», establecida en la ciudad de Morelia, la cual se sostiene con las cooperaciones mensuales de los padres de familia.

Acto cívico en el plantel de Prefeco «Melchor Ocampo».

En 2014, la Preparatoria Federal por Cooperación «Melchor Ocampo», que entonces contaba con una matrícula de 900 alumnos y era dirigida por dos consejos directivos antagónicos, necesitaba una reingeniería integral. Padres de familia comprometidos con la educación de las nuevas generaciones, formaron una mesa directiva que, a partir de entonces, asumió la responsabilidad de convertir la institución en una alternativa de enseñanza de calidad y liderazgo en la ciudad de Morelia y sus alrededores.

Comprendieron que, desde su aurora, la humanidad es dinámica y, en consecuencia, se encuentra inmersa en un proceso de transformaciones, unas veces con encuentros y coincidencias, y, en ocasiones, con antagonismos y desencuentros, lo que ha definido sus ascensos y sus tropiezos.

Había transcurrido casi década y media desde el inicio del siglo XXI y el tercer milenio de nuestra era. El rostro de la humanidad era otro. Los paradigmas de la hora contemporánea parecían diferentes y hasta contrarios a los esquemas de apenas años pasados. El modelo educativo de Prefeco «Melchor Ocampo», tenía el reto de ofrecer una de las mejores opciones en el nivel de bachillerato. El desafío planteaba renovarse o sucumbir.

Innumerables instituciones educativas en el país se encontraban en crisis económica, carentes de apoyos oficiales e incluso, en determinados casos, desfasadas en temas de aprendizaje. Les resultaba perentorio enmendar el rumbo y transformarse en escuelas competitivas.

Ya en sus funciones administrativas, la asociación civil de Prefeco «Melchor Ocampo» acordó, por unanimidad, que la nota educativa tenían que darla los alumnos y los profesores, y así, con lo que disponían en ese momento, se dedicaron a trabajar en el diseño de un modelo de enseñanza más sólido, integral y acorde al minuto presente.

La mesa directiva hizo un diagnóstico financiero y estableció el compromiso de administrar los recursos con eficiencia y honestidad; además, desde el principio hubo una excelente relación de armonía, respeto y trabajo con el sindicato de profesores y empleados. Fue momento, entonces, de laborar de manera conjunta.

Así, la matrícula escolar, en ambos turnos -matutino y vespertino-, pasó de 900 a 1.500 alumnos, todos ellos adolescentes y jóvenes que diariamente acuden, desde esa época, al plantel, procedentes de distintos rumbos de la ciudad de Morelia y de la región, pertenecientes a diversos niveles socioeconómicos.

El proceso de cambios, en el plantel de Prefeco «Melchor Ocampo», fue gradual y no solamente consistió en temas de enseñanza de bachillerato y en la administración adecuada de los recursos humanos y económicos de la institución; también incluyó la ampliación y la modernización de las instalaciones, obras que contemplaron la edificación de tres aulas de clase y de los sanitarios, junto con la remodelación de la cafetería, de las áreas de cómputo y de idiomas, y la biblioteca.

La Preparatoria Federal por Cooperación «Melchor Ocampo», tuvo el privilegio de ser certificada por Cambridge. La institución estableció cursos sabatinos en los que los profesores lograron que los alumnos se certificaran. Había que propiciar la excelencia académica y, por lo mismo, la enseñanza de lenguas extranjeras.

La comunidad educativa de Prefeco «Melchor Ocampo» participa con entusiasmo.

En una época de globalización como la de la hora presente, el dominio del Inglés y de otros idiomas es de gran utilidad dentro de la formación académica de los jóvenes, quienes deben estar preparados con el objetivo de afrontar con éxito todo los retos.

Paralelamente a la enseñanza de idiomas, Prefeco «Melchor Ocampo» incursionó en la invitación a jóvenes de distintos países -Francia, Italia, Grecia, Inglaterra, Rusia y Japón, entre otros-, con la intención de que sus alumnos tengan oportunidad de conocer las culturas de otras regiones del mundo, sus lenguas, la gastronomía, las tradiciones y las costumbres de cada lugar. Hay que recordar que las experiencias ajenas a lo cotidiano, a la rutina, contribuyen a enriquecer el conocimiento de las personas.

En ese ejercicio de interculturalidad, al iniciar 2023, Prefeco «Melchor Ocampo» recibió a cuatro jóvenes extranjeros: una argelina, una rusa, un francés y un italiano. La argelina habla cinco idiomas y ha recorrido 13 naciones; la rusa, en tanto, domina seis lenguas extranjeras y ha visitado 33 países. El programa «Una ventana al mundo» es real y ofrece a la juventud estudiosa la oportunidad de aprender sobre la cultura de diferentes países. Adicionalmente, la institución estimula a sus alumnos destacados para que viajen a diversas naciones y se formen durante un año. En 2023, hay dos alumnos estudiando en Inglaterra y en Suecia.

Los estudiantes de Prefeco «Melchor Ocampo» se miden a sí mismos. El prestigio de la institución se basa en un modelo integral de educación. En la República Mexicana, dos Prefeco son exitosas, la de Chihuahua -al norte del país- y la de Morelia, en el estado de Michoacán, al centro-occidente de la nación.

Prefeco «Melchor Ocampo» es, además, promotora de la cultura y de las tradiciones. Un ejemplo es el desfile que cada año, el 2 de noviembre, la institución encabeza en la ciudad de Morelia con los altares a los muertos y la fiesta de las «catrinas», actividades que son seguidas por estudiantes y profesores de diversos planteles de enseñanza. Se disfrazan de personajes alusivos a la muerte.

La historia de los seres humanos está registrada por acontecimientos, en ocasiones fortuitos y otras veces provocados. El coronavirus marcó un antes y un después. El mundo estremeció. La asociación de padres de familia, los profesores y los empleados del plantel educativo, todos con actitudes solidarias e interesados en dar continuidad a la educación de los jóvenes, se comprometieron a dar lo mejor de sí con el propósito de garantizar a sus alumnos la continuidad de su formación académica, evidentemente sin exponerse a contagios.

Inmersos en reuniones constantes de trabajo, los integrantes de la mesa directiva, los profesores, los empleados y el sindicato establecieron el compromiso de evitar que ellos, los alumnos, perdieran sus estudios. Diseñaron un programa integral para no interrumpir el proceso de aprendizaje.

De hecho, mientras en otras instituciones se cancelaron los exámenes de ingreso y los cursos propedéuticos, en Prefeco «Melchor Ocampo» cientos de adolescentes y jóvenes pudieron continuar sus trámites de inscripción y sus posteriores estudios, a través de la plataforma digital que desarrollaron los profesores.

El mundo parecía desgarrarse ante los contagios y las muertes que provocó el coronavirus. Existía la sensación de que, por los hechos que se salían de control y por el manejo contradictorio y desbordante en los medios de comunicación y en las redes sociales, la humanidad estaba rota.

No obstante, en la plataforma que diseñaron los profesores, la institución educativa innovó y consiguió mantener a sus alumnos dentro del calendario y el programa de estudios; además, la asociación de padres de familia, convencida de que los estudiantes son seres humanos que valen más que cualquier recurso económico, destinó gran porcentaje de su presupuesto en la adquisición de 1.200 laptops y 100 tabletas, para lo que contó, también, con el apoyo de la Congregación Mariana Trinitaria.

La asociación de padres de familia elaboró un padrón de sus estudiantes. La enseñanza no podía detenerse ni obstaculizarse por falta de equipos de cómputo. Resultaba primordial que todos los alumnos contaran con un equipo adecuado para conectarse a las clases virtuales. Por ese motivo, el plantel implementó un sistema para que los estudiantes obtuvieran una laptop.

Aún había un asunto por resolver. Ante la carencia de internet en algunas zonas marginadas de la ciudad y de las zonas aledañas, la institución compró varias antenas y proporcionó todo su apoyo a los hogares de los estudiantes. Obtuvieron el apoyo de varios técnicos que instalaron las antenas y probaron su óptimo funcionamiento.

Fue grandiosa y ejemplar la participación de la asociación de padres de familia, de los profesores y de los alumnos y sus respectivas familias, quienes juntos, en torno a un proyecto común ante los desafíos mundiales que planteaban el Covid-19 y las consecuencias económicas, alimentarias, culturales, políticas y sociales a nivel global, se demostraron así mismos lo que valen y que todo es posible cuando prevalecen la armonía, el respeto, el orden, el trabajo y los valores. Se trató de un ejercicio que cambió a esa generación, acaso por su influencia en la asimilación de lecciones, quizá por ser un capítulo histórico e irrepetible que desafió a la humanidad, tal vez por eso y por más.

Hubo bajas muy reducidas en la matrícula. Todos participaron en las clases lineales, más allá de asuntos económicos. Se fortaleció la comunidad de la Preparatoria Federal por Cooperación «Melchor Ocampo». Se formó, innegablemente, una gran hermandad. Esa generación, la que estudió en línea y vivió un período cruento dentro de la historia de la humanidad, es única y siempre llevará consigo las remembranzas y la idea de que, a pesar de las dificultades y de los problemas, el ser humano tiene capacidad para enfrentarlos, sobrevivir y crecer. Ellos tienen el honor y el privilegio de haber pasado todas las pruebas. Aquí y allá, aunque un día se encuentren distantes unos de otros, los identificará una historia común.

Al retornar las clases presenciales, se establecieron reglas muy claras en materia sanitaria, precisamente con la finalidad de evitar contagios. Asimismo, la directiva implementó el programa de tutores, cuya encomienda es, a partir de entonces, que los profesores estén al pendiente de sus respectivos grupos para detectar y solucionar problemas. Los profesores acompañan, escuchan y orientan a los jóvenes.

Viaje a Guanajuato.

Las finanzas de la institución educativa son estables. Durante la contingencia sanitaria, los padres de familia hicieron un esfuerzo significativo para aportar las cuotas mensuales. Es un plantel financieramente sano. Incluso, en algún momento logró la certificación ISO 9000.

El plantel tiene un programa de reciclaje, pero también, en comodato, un área denominada Piedra del Indio, la cual se localiza en el municipio de Morelia -en la tenencia Morelos-, con la idea de convertirla en parque ecológico, para lo que la directiva de Prefeco «Melchor Ocampo» planea involucrar a su comunidad educativa y a la población con el objetivo de participar en tareas de reforestación.

Cada año, los alumnos que egresan de la institución tienen oportunidad de participar en un viaje a Chiapas, estado que se localiza al sur de la República Mexicana y que colinda con Guatemala, donde se encuentra la selva lacandona y existen diversas zonas arqueológicas pertenecientes a la cultura maya. El viaje anual es muy significativo. En cada autobús hay cuatro profesores que acompañan a los estudiantes. Es un viaje de aprendizaje y convivencia, inolvidable para los alumnos que se despiden de la escuela.

De visita en la pintoresca ciudad de Guanajuato.

Y así, en las aulas, los pasillos, la biblioteca, las oficinas, los jardines y los patios de la Preparatoria Federal por Cooperación «Melchor Ocampo», conocida por sus siglas como Prefeco, se perciben la caminata de los minutos y de las horas, de los días y de los meses, de los años y de las décadas, con el paso de cada generación, estudiantes en femenino y en masculino, profesores, empleados e integrantes de la asociación de padres familia, cada uno escribiendo y protagonizando la trama de su existencia y la historia de los grupos a los que pertenecen. Llevan, en sus sentimientos y en su memoria, el recuerdo de un gran acontecimiento, el de la adolescencia y la juventud estudiosa, el de los sueños y las realidades, el de los anhelos y las ilusiones.

La institución participa en las actividades culturales de la ciudad de Morelia. Al fondo, catedral barroca de Morelia.

Uno aprende, finalmente, que para convertirse en ser humano cautivante, magistral e irrepetible, capaz de aportar lo mejor de sí y de dejar huellas indelebles en el camino, es fundamental haber sido adolescente y joven con principios integrales y sólidos. Un buen hombre, una gran mujer, indudablemente recibieron una educación humana, y la Preparatoria Federal por Cooperación «Melchor Ocampo», en la ciudad mexicana de Morelia, es un ejemplo claro de la capacidad de educar para hoy y mañana.

Ha sido un honor, un encanto y un privilegio escribir y aportar algo sobre la historia de la Preparatoria Federal por Cooperación «Melchor Ocampo» (Prefeco). Dedico estas letras a alguien muy especial y, en general, a toda la comunidad educativa, a los de ayer, a los de hoy y a los de mañana, con la esperanza de que siempre se expresen con la grandiosidad de los seres humanos sensibles y talentosos.

Alumnos, profesores y directivos de Prefeco «Melchor Ocampo», en uno de sus viajes a la zona arqueológica de Teotihuacan.

Agradezco, igualmente, a las siguientes autoridades de la institución, quienes tuvieron la amabilidad de recibirme y relatar un trozo de la historia de Prefeco «Melchor Ocampo»: Lenin Sánchez Rodríguez, presidente de la Asociación de Padres de Familia; José Luis Ayala Pérez, director de la institución; Rubén Loya Álvarez, coordinador administrativo del plantel; Leticia Florián, responsable del área de Comunicación Social.

Dedico las siguientes palabras a los estudiantes de la Preparatoria Federal por Cooperación «Melchor Ocampo» (Prefeco), con el deseo de que cada uno diseñe los días de su existencia con lo más bello y sublime que ofrece la vida y con el desarrollo de sus capacidades humanas:

Solamente una vez eres joven. Únicamente un día y otros más, la primavera se alberga en ti. Disfruta estos años tan breves, escribe tu historia con lo mejor de ti y nunca olvides lo hermoso que ha sido vivir, a pesar de las luces y de las sombras. Es tu momento, es tu biografía, es tu vida. Eres tú.

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Y un día, al despertar…

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y una mañana, al despertar, nos daremos cuenta de que la noche quedó atrás y que sus sombras, a veces aterradoras y, en ocasiones, tan envolventes, solo eran eso, oscuridad temporal, instantes pasajeros y opacos, momentos ausentes de luz. Y un día, al amanecer, descubriremos que la noche es la otra parte del día luminoso y que, por lo mismo, forma parte de la vida. Y alguna vez, a cierta hora, veremos con mayor claridad que hasta los días más soleados presentan sombras y que, al contrario, durante las noches de intensa oscuridad suelen aparecer luceros. Y otro instante, sin duda, aprenderemos que ante el paso de las auroras y de los ocasos, la vida transita indiferente y se va. Y en algún momento de la existencia, comprenderemos que somos viejos y que nuestros sueños, aspiraciones, anhelos, ilusiones y suspiros quedaron atrás porque no nos atrevimos a transformarnos en protagonistas de una historia bella, inolvidable, magistral e irrepetible. Y otro día, entenderemos, finalmente, que perdimos muchos de los minutos y de los años de nuestras existencias en satisfacer ambiciones desmedidas y apetitos incontrolables, a lucir superficialidades y a esperar ciclos que nunca llegaron porque olvidamos que el desenvolvimiento del ser, la armonía, el equilibrio, la plenitud y la evolución no dependen de las riquezas materiales que acumulemos, sino de algo de mayor excelsitud que lleva a la inmortalidad. Y una mañana, un mediodía, una tarde, una noche o una madrugada, descubriremos que es hora de empacar las maletas con nuestros sentimientos y lo bueno y lo malo que hicimos durante la jornada terrena, renunciar a las cosas materiales y partir a otras rutas. Y una mañana, al despertar y al observar el amanecer, volveremos a dormir.

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Somos piedras, quizá, con la esperanza de despertar

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Somos piedras, quizá, que un día no recordado quedaron abandonadas y dispersas en el camino, en barrancos y en montañas, en desiertos y en vergeles. Somos piedras, tal vez, que dormimos en las profundidades con el anhelo y la esperanza de despertar y de brillar al liberarnos y salir. Somos, piedras, acaso, que alguna vez, en una fecha ya olvidada, caímos a los ríos, a las cascadas, a los lagos, a los manantiales, a los océanos, a los mares, y el agua, al acariciar nuestras texturas, dio forma a cada una. Somos piedras, probablemente, que se hundieron en el fango, en la desmemoria, sin la esperanza de ser descubiertas y rescatadas. Somos piedras, seguramente, que alguien y otros más recogieron con la idea de construir hogares y mazmorras, palacios y chozas, fortalezas y presas. Somos piedras, indudablemente, que uno utilizó para salvar vidas y otro usó para matar. Somos piedras, parece, expuestas al aire, al sol, a la lluvia, a la nieve. Somos piedras, creo, que, a veces, queremos reaccionar y superar el letargo que nos mantiene inmóviles para fundirnos en un crisol y tener motivos grandiosos. Somos piedras, supongo, que guardamos tesoros en nuestro interior y que nos recuerdan, con sus silencios y sus rumores, que venimos de paraísos infinitos y que, por lo mismo, podemos resplandecer eternamente o, al contrario opacarnos y permanecer en sepulturas.

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Escribir es elegir las flores más bellas y cautivantes que, para otros, resultan ordinarias por mirarlas todos los días

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Uno de los secretos del artista de las letras, al escribir sus obras, consiste en transmitir sentimientos, ideales, sueños, reflexiones, fantasías y realidades con las palabras que otros, quizá, usan en su lenguaje cotidiano. Es como elegir las flores más bellas y cautivantes que, para otros, resultan ordinarias por mirarlas todos los días en el jardín. El escritor admira los colores, percibe las fragancias y siente las texturas que muchos no se atreven a explorar. El escritor sensible y talentoso, escudriña en el alfabeto las letras que necesita para expresar sus ideas, igual que el minero busca, en las hendiduras y en las profundidades, las piedras de mayor hermosura y valor; se inspira y localiza, en el diccionario, en la inmensidad del lenguaje, las palabras exactas que, finalmente, darán contenido e identidad a sus cuentos, a sus novelas, a sus relatos, a sus poemas. Así es como el escritor, inmerso en sus delirios, en sus motivos, en sus realidades y en sus sueños, construye sus páginas magistrales que, a veces, llevan al cielo, a la inmortalidad, o al mundo temporal con sus paraísos y sus infiernos.

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El árbol viejo

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Envuelto en niebla, entre los rumores y los silencios de la lluvia y del viento, el árbol viejo balanceaba sus ramas, en perfecto equilibrio y armonía con la naturaleza, con la creación, con la vida. Disfrutaba el regalo que, desde hacía tantos años, le había entregado la vida. Compartía su sombra y atraía la lluvia y el oxígeno. Daba lo mejor de sí.

Por vivir tanto, el árbol había quedado solo e irreconocible, anciano y rodeado de plantas, flores y arbustos jóvenes, egoístas e incapaces de convidar agua y de compartir espacios soleados a otras especies. Habían olvidado, parece, su encomienda, su misión, su labor.

Alguna vez -hacía tanto que no quedaban registros ni memoria en el jardín-, el árbol fue joven y vigoroso, demasiado bello y sensible, capaz de transmitir los mensajes de la lluvia, del sol, del aire, de las estrellas y de la nieve, que compartía, en el jardín, con todas las criaturas de la naturaleza.

Quienes desafían al tiempo, llegan a la ancianidad con nostalgias, soledades y una lista de ausencias. Están destinados a coexistir con rostros diferentes a los de antaño, con otros motivos e intereses, porque cada generación trae sus cargas y sus liviandades.

Acostumbrado a compartir su sombra protectora, el árbol viejo escuchó con asombro y tristeza el diálogo entre el jardinero y las flores, los arbustos y las plantas.

-Es un árbol que ha vivido demasiado. Creemos que es momento de talarlo -propuso una flor petulante al jardinero.

-Tal vez, su leña vieja sirva a alguien para una fogata -secundó otra flor.

-Es tan feo e inútil.

-No lo queremos con nosotras, las flores, porque es detestable y, además, ensombrece el jardín e impide que la luz solar alumbre y resalte nuestra belleza.

-Habla y aconseja tonterías.

Tras escuchar la opinión y la petición de las flores, en el área del jardín que se llamaba arrogancia, el hombre reflexionó y preguntó:

-Si el árbol atrae la lluvia, es amigable con el oxígeno y comparte su frescura y su sombra, ¿por qué desean que lo tale y lo convierta en leña?

-Porque es viejo y nos estorba -contestó una flor.

-Nos afecta -dijo otra-. Roba nuestros alimentos.

Opinó otra flor:

-Es tan feo y viejo que evitamos mirarlo.

El árbol viejo, que era tan bueno y sabio, entristeció mucho al notar el desdén, el odio y el desprecio que expresaban las flores.

-Flores de efímera existencia que se sienten enamoradas de su apariencia y suponen que siempre lucirán hermosas. Se sienten doncellas del jardín, cuando se trata de espejismos que pronto se marchitan -reflexionó el árbol.

El jardinero, confundido, volteó hacia el área denominada ambición e interés, donde varios árboles jóvenes escuchaban burlones y observaban al anciano con desprecio, grosería y odio.

Los árboles jóvenes ordenaron:

-¡Derríbalo!

-¡No lo queremos con nosotros!

-Es un viejo inservible que se dedica a robarnos el agua, los minerales y el oxígeno que necesitamos. Ya vivió demasiado. Sus consejos y sus mensajes nos molestan. Quedó rebasado por la modernidad. No se ha dado cuenta de que el mundo es diferente a su concepción. Se encuentra en un lugar y en un tiempo que no le corresponden. Hace tiempo debió renunciar a permanecer en nuestro jardín. Está desfasado.

Asustado, el jardinero palideció. Se sintió acosado y con temor. Volteó hacia el área conocida con el término maldad y veneno. Allí coexistían flores con espinas y plantas venenosas, criaturas aterradoras de las que supuraban formaciones extrañas y líquidos enrarecidos y tóxicos. Expresaron su odio y molestia contra el árbol viejo:

-¡Tala ese árbol!

-¡Préndele fuego!

-¡Conviértelo en leña!

Y en las zonas denominadas amor, bien, conocimiento, honestidad, justicia, luz, respeto, salud y vida, donde cada vez había menos árboles, plantas y flores, se escuchaban tristes lamentos, voces que defendían al anciano condenado a morir, simplemente por su edad y por expresar sentimientos, ideas y reflexiones opuestos a los de las mayorías.

Suplicaban que fuera respetado y tratado dignamente en la etapa postrera de su existencia; sin embargo, el jardinero, abrumado, irracional y desquiciado, calculó que le resultaría más conveniente sumarse a las decisiones y exigencias de las multitudes. Daría muerte al árbol viejo.

El hombre sabía que si talaba el árbol viejo, ganaría la simpatía de los moradores del jardín y que, adicionalmente, disminuiría su esfuerzo al ya no existir hojarasca y varas en el suelo. Sonrió maliciosamente. Cumpliría su plan. Talaría el árbol viejo e innegablemente ganaría el aprecio y la simpatía de las criaturas más poderosas del jardín.

Armado de un hacha y de una sierra, el segador miró al árbol viejo. Escudriñó su aspecto, sintió su textura y contempló sus tonalidades. Sus ramas, cubiertas de hojas verdes, se balanceaban y crujían al recibir las caricias del viento, igual que brazos y manos que dirigen una orquesta sinfónica, tocan algún instrumento musical o escriben mensajes profundos.

Recordó, el hombre, que el árbol ya era corpulento cuando él, muchos años antes, fue contratado como aprendiz de jardinero. Entonces, coexistían en el jardín otras generaciones de árboles, plantas y flores, época en que toda la superficie se denominaba amor, bien y armonía. Los impíos, rápidamente eran identificados y aislados de los demás o castigados por sus fechorías.

Entre una generación y otras, tras plagas, epidemias, incendios, escasez, guerras, contaminación y sequías que alguien, y unos más, provocó con cierta intencionalidad, cambiaron radicalmente las creencias, los valores, los anhelos, los valores, el lenguaje, la ideología, los sentimientos, las costumbres y los pensamientos, hasta alcanzar niveles preocupantes de intolerancia, agresividad, falta de respeto, superficialidad, ambición desmedida, odio y amordazamiento de la esencia. La prueba de la coexistencia presentó una crisis desgarradora que amenazó sustituir, gradualmente, la naturaleza por flores de plástico y plantas artificiales.

Murieron las generaciones pasadas, se diluyó y se perdió la memoria del conocimiento y de la historia, se borraron los recuerdos y los códigos de vida, se eliminó la identidad, se impusieron esquemas y reglas y surgieron líderes y formas económicas y de gobierno antinaturales y perversas.

El único sobreviviente de aquellas generaciones extintas era el árbol viejo, depositario de la sabiduría milenaria de la naturaleza, motivo, por cierto, de la envidia y del odio que la élite del poder absoluto y las multitudes jóvenes y enajenadas que, totalmente enardecidas, pedían su sacrificio. La clase gobernante lo catalogaba un ser peligroso, el cual podría influir en las generaciones jóvenes para despertarlas de su letargo y concientizarlas de su esencia y su valor. Resultaba perentorio manipular a los habitantes del jardín para exigir la muerte del árbol viejo.

La élite del poder absoluto había trastornado los sentimientos, los ideales, los sueños, las aspiraciones, los pensamientos y los valores de los moradores del jardín. En cada generación habían aplicado dosis de destrucción. Les destruyeron la familia y los valores. No percibían ni recordaban su esencia porque, en cada etapa, habían colocado placas de estupidez y superficialidad.

Gritaba la masa en coro. Los moradores del jardín exigían derribar el árbol viejo con el argumento de que había vivido demasiado y que les robaba el agua, los nutrientes, el oxígeno y los minerales que necesitaban en un escenario que cada día registraba mayor número de carencias.

Inesperadamente, surgió el viento de algún sitio y arrastró la llovizna al antiguo jardín del bien y del mal, donde el árbol viejo balanceó sus ramas y habló; pero sus mensajes y sus súplicas no fueron escuchados, acaso porque a nadie interesaba oír a un anciano, quizá por la estridencia y la superficialidad de la época, tal vez por eso y más.

El hombre, trastornado por sus conflictos e intereses, pisoteó los escasos valores que poseía y decidió, en consecuencia, renunciar a su oficio de jardinero para convertirse en leñador, en un cruel depredador de la naturaleza y de la vida. Renunció a su sentido humano y de inmediato sintió un vacío doloroso.

La naturaleza lloraba amargamente, mientras el ruido de la sierra se mezclaba con los truenos que anunciaban una tormenta y presagiaban, sin duda, un ciclo de desamor y maldad. Las ramas caían sobre la hojarasca y la tierra, al mismo tiempo que los árboles jóvenes, las plantas y las flores, masificados, gritaban con júbilo y exigían el aniquilamiento del pobre anciano.

Gradualmente, el árbol viejo fue desarticulado por el leñador ambicioso, desleal y enardecido que pretendía ganar la confianza y la simpatía de los habitantes del antiguo jardín de la vida y la muerte. Solamente dejó las raíces enterradas, con la certeza de que no florecerían. El jardín se convirtió, ipso facto, en ruedo sangriento, en coliseo de gritos e injusticias, en basurero donde abundaba la escoria y se respiraban odio, ignorancia, maldad, desamor, violencia, casos y discordia.

Conforme el leñador destrozaba el árbol viejo, sentía que lo intoxicaba una tristeza profunda, un dolor que nunca antes había experimentado. Era como desnudar a un ser y exhibirlo ante una multitud bestial. Su mirada se nubló por las lágrimas, su voz se agitó y su respiración se aceleró. Como ser humano, ya estaba roto.

Al observar, finalmente, el árbol mutilado, las hojas y las ramas dispersas aquí y allá, el hombre, quien se había portado con tanta crueldad, sintió agotamiento y desolación. Pronto notó que los árboles jóvenes, las plantas engreídas y las flores petulantes lo habían utilizado para destruir al anciano. Aquellas criaturas feroces y sanguinarias, callaron y voltearon a otros sitios opuestos al del segador, quien descubrió, atónito, que las escasas criaturas buenas e inteligentes también estaban muertas. Las plantas venenosas aniquilaron a los habitantes de la zona del bien. Aprovecharon un acontecimiento que distrajo a todos los moradores del jardín para asesinar a sus enemigos.

No había seres buenos y reflexivos en el jardín del bien y del mal. El escenario era de guerra y muerte. Ya destruidos el bien, la verdad, el talento, la justicia, la unidad familiar, la creatividad, los sueños, la lealtad y la nobleza, los dueños del poder absoluto ejercieron el abuso y la represión con el objetivo de someter y controlar a las turbas. Todo resultó un engaño, un fraude, una trampa.

El criminal, aterrado, abandonó sus herramientas entre el tronco y las ramas del árbol viejo y corrió con la intención de huir de la zona de conflicto y peste; pero antes de saltar la cerca, algunas de las plantas venenosas le encajaron varias espinas en la pierna derecha, en el brazo izquierdo y en la espalda.

Mareado e intoxicado por el veneno que corría por sus venas, el leñador volteó al antiguo jardín del bien y del mal, donde el espectáculo resultaba grotesco. Vio a los árboles jóvenes, a las plantas y a las flores inmersos en un aturdimiento masivo, despiadados y enajenados, destruyéndose entre sí y sin percatarse de que, idiotizados, exterminarían a la mayoría y únicamente sobrevivirían las criaturas más fuertes y de menor edad, las cuales, finalmente, ya vacías y ausentes de sí, serían controladas, sometidas y explotadas sin compasión.

Desgarrado y fuera de sí, el jardinero llegó hasta la ciudad, donde la gente, automatizada, coexistía en un ambiente de asfalto, plástico, concreto y petróleo. Todos -hombres y mujeres- eran jóvenes que parecían carecer de amabilidad, sentimientos nobles, sonrisas, creatividad, sueños, familia, amigos, originalidad, iniciativa propia e inteligencia. Actuaban igual, como si fueran productos en serie y alguien, y otros más, programara y controlara sus acciones y sus vidas.

Intoxicado por el veneno, agotado y sediento, notó que era el único ser humano viejo, rasgo que, inevitablemente, lo delataría y le provocaría una muerte cruel. La gente se movía como autómata. En sus rostros no se distinguían marcas de alegrías y sentimientos. Eran personas transformadas en maniquíes. Alguien, y otros más, las movía, igual que el titiritero manipula a sus personajes en una carpa para ridiculizarlas, robarles el encanto de la vida y explotarlas.

No había agua, ni tampoco árboles ni plantas, y menos flores. Todo era tan árido. La temperatura era elevada. Vivir, le pareció, resultaba un martirio, una pesadilla, una condena. La gente estaba programada para vivir cierto lapso; más tarde, antes de su envejecimiento, era desconectada desde algún centro donde se controlaba la existencia humana. Era el juego de la vida y la muerte. Los dueños del poder económico, militar y político, y otros más, decidían el momento del final en la existencia de cada persona. Eran dioses enamorados de sí mismos y de lo que obtenían a través del ejercicio mezquino del poder.

Desde hacía décadas, la élite había preparado las condiciones y los escenarios propicios para desgarrar a la humanidad, idiotizarla y vaciar sus sentimientos, sus ideales, sus convicciones, sus pensamientos, sus creencias y sus anhelos. Todo fue eslabón de una cadena que conducía a mazmorras y tormentos indecibles.

El jardinero comprendió que se trataba de generaciones jóvenes, ausentes de sí y de familias, creencias y sentimientos. Era gente vacía e incapaz de pensar y de tener iniciativa, creatividad, ingenio y originalidad, acostumbrada a coexistir igual que máquinas.

Intentó pasar desapercibido en el interior de una alcantarilla bastante antigua que descubrió, donde sorpresivamente coincidió con un hombre tan viejo como él. Era un ermitaño, rodeado de libros en el antiguo sistema de drenajes, quien aún conservaba la sabiduría de antaño, tan perseguida y castigada por la fuerza secreta de aquella élite que gobernaba a nivel global. El lector de libros trataba de evitar que las cámaras y los sensores, instalados en las calles y en los espacios públicos, lo captaran.

El jardinero, cada vez más debilitado, sintió alivio al saber que en aquel mundo hostil y raro existía un hombre tan viejo como él; sin embargo, el sabio le pidió que se marchara porque las condiciones, en la ciudad, eran de hostilidad y sobrevivencia. La recomendó trasladarse a una comarca desértica, donde había cuevas habitadas por viejos, enfermos y prófugos; no obstante, tendría que caminar durante las noches y evitar el encuentro con los equipos de patrullaje y las cámaras y los sensores.

Insistió el jardinero en permanecer con el anacoreta, quien sonrió irónicamente y expresó:

-¿Es digno de confianza quien atenta contra la vida?

Al jardinero se le inyectaron los ojos de sangre. Cuestionó al sabio:

-¿Yo? ¿En qué momento he atentado contra la vida? ¡Mi oficio es la jardinería! ¡Siempre me preocupé por cuidar las especies del jardín!

El filósofo experimentó asombro al escuchar al jardinero, quien sufría amnesia o fingía ser hombre bueno.

-Analiza el reflejo de tu mirada, tus manos que empuñaron el hacha y la sierra para acabar con un árbol que colaboraba en el milagro de la vida, tu ropa y sus zapatos manchados e impregnados de savia. Hueles a martirio, a dolor, a muerte.

Encolerizado, el segador respondió:

-Ya era viejo y estorbaba. No servía.

-El árbol viejo te suplicó que respetaras su vida y te explicó su función natural. Lo destruiste.

El jardinero contestó retador:

-¿Qué hubieras hecho? ¿Perdonarle la vida y ganarte la enemistad de la mayoría de las especies del jardín? Contesta. Era un árbol inservible. Lo odiaban los árboles, las plantas y las flores jóvenes.

-Como a ti y a mí nos odian las multitudes jóvenes que actúan igual que autómatas. Por así convenir a tus intereses, renunciaste a tus valores, a tu esencia, y te convertiste en criminal, en verdugo de un árbol -el único que, en su especie, había en el mundo-, y acabaste, por añadidura, con el prodigio de la lluvia, el oxígeno puro y el viento. Atentaste contra la naturaleza y la vida.

Irascible, el jardinero amenazó:

-Te advierto, viejo lector de libros, que si rehúsas ayudarme y me niegas refugio, te delataré con la intención de que te aprehendan y te castiguen o te maten.

Tras escuchar las palabras amenazantes del intruso, el sabio habló:

-Mi vida no concluirá en la prisión ni con la muerte física. No baso el porvenir de mi existencia en abusos ni en maldad porque mi esencia es parte de un pulso infinito, de una fuente inmortal. No tengo miedo. Eres libre de denunciarme, si así lo deseas, motivado por tu cobardía y tus intereses mezquinos; pero inevitablemente te descubrirán y no te perdonarán… ¡Vete de aquí!

La voz del intelectual retumbó en los tímpanos del segador, quien, encolerizado, desprendió un tubo de hierro que colgaba en la pared, antaño parte de un sistema hidráulico, y golpeó, una y otra vez, la cabeza de su víctima, hasta asesinarlo. Cada golpe al lector de libros le recordaba los impactos del hacha contra el árbol viejo.

El sabio cayó al suelo, entre los libros que estudiaba cotidianamente. Varias obra resbalaron y quedaron sobe el hombre ensangrentado. Temeroso, el jardinero percibió la sutileza del perfume de la savia del árbol viejo y de la sangre del filósofo, mezcla de vida que escapaba irremediablemente y lo asfixiaba sin misericordia. El veneno de las plantas actuaba en sus órganos, en sus venas, en todo su organismo.

Experimentó angustia, dolor, tristeza y miedo al sospechar que moriría en una alcantarilla abandonada, vestigio de los desagües de generaciones ya extintas, al lado de su víctima ensangrentada, entre libros a los que nadie interesaban.

Inesperadamente, oyó un rumor similar al de la corriente atrapada en una tubería de grandes dimensiones. La intensidad del ruido crecía. Temeroso, descubrió que agua ennegrecida y hedionda, al parecer cautiva en una tubería antigua, se filtraba por la pared del recinto subterráneo.

El agua, al llegar a la instalación eléctrica que alguna vez colocó el intelectual, produjo chispas que pronto, para terror del jardinero, saltaron a los libros y provocaron un incendio. El talador intentó correr hasta la tapa metálica de la alcantarilla, por la que se filtraban la luz solar y el aire contaminado de la ciudad; no obstante, su pie izquierdo atoró entre el cuerpo inerte del filósofo, los libros desparramados y el tubo que utilizó para cometer el asesinato.

Resultó aterrador el espectáculo. El agua pútrida que se filtraba por las paredes de la bóveda y que parecía reventarlas por la presión tan fuerte, competía con el fuego que consumía los libros, quemaba el cadáver del sabio y se aproximaba al talador del árbol viejo.

Cuando, finalmente, el fuego empezó a quemar la piel del jardinero, el agua hedionda reventó las paredes cubiertas de salitre e inundó el recinto, hasta arrastrar todo por antiguos túneles. Libros, piedras, tubería, escombros, cadáver, utensilios, jardinero y cuanto había en aquel sitio, fue envuelto por la turbulencia.

Ahogándose en el agua ennegrecida y hedionda, por el veneno de las plantas que desgarraba sus órganos, por el miedo y por las cargas y las liviandades que le provocaban la tala del árbol viejo y el asesinato del sabio, fue arrastrado por un ducto enorme y oscuro.

De improviso, descubrió, a varios metros de distancia, la salida del túnel, por donde el agua podrida se vertía y dispersaba en la llanura. La luz solar iluminaba cierta área. Con suerte, pensó, llegaría hasta el final de la tubería y salvaría su vida. Solo debía evitar cualquier accidente.

No se percató de que metros antes de la salida, asomaban las raíces secas de un árbol viejo, quizá talado por algún leñador despiadado. El agua del drenaje lo arrojó contra las raíces, donde quedó preso. Su ropa desgarrada y sucia atoró con las raíces endurecidas que parecían manos o fauces, y allí permaneció colgado. La corriente putrefacta cesó y él, el jardinero colgado en el techo del cauce, entendió que moriría irremediablemente. Se supo enfermo y viejo.

Durante la caminata de las horas, creyó reconocer, en el aroma de las raíces, el linaje del árbol que destruyó; pero le embargaron, inevitablemente, una gran pesadez y somnolencia, un aturdimiento incesante, hasta que, atormentado, sintió hundirse en un sueño pesado del que no despertó más.

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Estaba roto

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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A los 16 años de edad, me sentía confundido, disperso y roto. Estaba desgarrado, a pesar de los capítulos azules y dorados de mi niñez y de mi adolescencia, del amor y de la nobleza de mi padre y de mi madre, de lo bello de mis hermanos y del significado tan especial que tenía la casa solariega, mi hogar, mi refugio, mi santuario.

Mi adolescencia fue prolongación de mi infancia. Era intensamente feliz en mi ambiente familiar y, por lo mismo, me sentía agradecido por ese milagro tan hermoso, por un regalo que me parecía celeste. El hogar representaba mi mundo y mi paraíso. En el colegio, en cambio, me sentía vulnerable entre compañeros agresivos y groseros, profesoras artificiales que actuaban con la estupidez de quienes se creen superiores y directoras arrogantes, ambiciosas e ignorantes. Diariamente se dedicaban a molestarme, a involucrarse en mi vida, a mirarme con desprecio y a burlarse de mí. Preparaban trampas con la intención de causarme daño. Eran pepenadores de vidas ajenas.

Fue imposible confiar en alguien. Dos colegios privados y una escuela pública de nivel primaria y un plantel federal de secundaria, fueron mis mazmorras, las prisiones oscurantistas donde aprendí a sobrevivir, a pasar todas las pruebas complejas y a superar a las hordas que pretendían lastimarme. Tales centros de enseñanza representaban coliseos, arenas y patíbulos en los que todos, desde estudiantes hasta maestras y directoras, ambicionaban ser verdugos y torturar a los más débiles.

Tenía que ser más inteligente que aquellos malhechores, analizar todos los escenarios, revisar las posibles respuestas, anticiparme y reaccionar con acierto; de lo contrario, enfrentaría el riesgo de ser víctima de seres humanos rapaces, malvados y poco o nada evolucionados. No tenían piedad. Hoy, al contemplarlos desde otra orilla de mi existencia, siento compasión por ellos y los imagino hundidos en el lodazal perenne de quienes vibran en los niveles más bajos.

Descubrí que, al menos en el país donde he vivido -y supongo que casi en todo el mundo porque, de lo contrario, no habría odio, maldad, explotación y guerras-, a mucha gente le molestan las personas diferentes, los hombres y las mujeres que, por su esencia o cualquier rasgo natural, sienten, piensan, hablan y actúan en una dirección contraria a la de las mayorías. No aceptan que alguien piense diferente. Son tan pobres y mediocres que están acostumbrados a la producción masiva. Las únicas diferencias, entre ellos, pueden ser académicas, raciales o económicas; pero todos actúan igual o parecido, como si fueran mercancía producida en serie.

No tuve profesores inolvidables. ¿Podrán refugiarse en la memoria, en los gratos recuerdos, profesoras capaces de odiar y castigar injustamente a un niño educado y noble -Teresa y Juana, por ejemplo-, o una directora refugiada en hábitos y rezos -María Teresa, verbigracia-, disfrazada de mujer piadosa, a quien, en el fondo, solo interesaba satisfacer sus ambiciones personales y de grupo? Me llamaron estúpido, idiota y retrasado. Pisotearon mi dignidad humana. Y ya vivíamos, entonces, en tiempos de modernidad. Estaban atrapadas en el oscurantismo. Miren que castigar a un niño bueno e inocente con golpes en las manos y en las pantorrillas, jalones de orejas y de cabello, arrodillamiento y brazos estirados al frente o hacia arriba, exhibir y condenar ante al grupo, rechazar los permisos para ir al baño e imponer la permanencia en el patio soleado con una piedra en cada mano, hasta provocar el agotamiento y la vergüenza. ¿Eso fue cumplir la misión de la enseñanza?

Y así, desplazado socialmente, me convertí en anacoreta, en un ser callado y solitario. Evitaba participar en clase con el propósito de no llamar la atención y evitar, por lo mismo, agresiones y burlas. Mis intereses eran distintos a los de la mayoría. Me disgustaba criticar y hablar mal de los demás, pronunciar groserías, relatar chistes y preparar bromas y trampas a la gente.

No fui un alumno destacado en las aulas. Me parecía caduco el sistema de enseñanza. Leía innumerables libros en la biblioteca de la casa. Los había de antropología, arqueología, arte, aviación, biografías, contabilidad, economía, filosofía, finanzas, geografía, historia, leyes, medicina, naturaleza, negocios, paleontología, política, relatos, religiones, sociología y viajes, entre otros temas de actualidad e interés; además, mi padre, que había leído y sabía tanto, era un maestro grandioso. Mi madre era un tesoro que me educaba correctamente. Jamás hubiera renunciado al paraíso que tenía en mi hogar.

Evité compartir a mi padre y a mi madre el sufrimiento, la ansiedad y el miedo que sentía. Creía, erróneamente, que el hecho de que alguno de ellos se quejara en el colegio, repercutiría en acentuar los problemas y los riesgos en contra mía, y eso, definitivamente, no me convenía. Ahora sé que las personas que son víctimas de abusos de toda clase, deben confiar en gente y en instituciones honorables y justas, relatar lo que sucede y denunciar públicamente a quienes les causan daño. La maldad no debe quedar impune. Hay que denunciar. El silencio y la soledad propician aislamiento y, en consecuencia, facilita las acciones de los pillos.

Mi padre y mi madre me educaron bajo cánones de amor, bondad, respeto, amabilidad, justicia, honestidad, ideales y sentimientos nobles. En mi lenguaje no figuraban palabras burdas ni gritos, y menos obscenidades. Se trataba de seguir un modelo de vida armónico, libre y pleno. Todo estaba planeado, en casa, para vivir limpiamente y ser dignos de una existencia sublime y ejemplar.

Reconozco que mis alegrías y mis tesoros estaban en mi interior, en mí, en mi padre, en mi madre y en mis hermanos. La gente en la que verdaderamente confiaba, era escasa. Sabía, por aprendizaje y por experiencia, que no todas las personas merecían que uno les confiara los asuntos de su existencia, por minúsculos que parecieran.

Jugaba, soñaba e imaginaba mucho. Era muy feliz en casa. Convivía y paseaba con mi familia. Hacíamos de cada día un motivo de dicha. Sabíamos que la vida es un milagro, un regalo, un paseo. Tratamos de que nuestra familiaridad y convivencia resultara inolvidable y grata. Formábamos, como ahora, parte de una historia maravillosa y sublime.

Me desagradaban las conversaciones vulgares, la estulticia, las superficialidades, la falsedad y las apariencias; me atraían, en cambio, los buenos modales, la cultura, el arte, la ciencia y los sentimientos de bien. Me ejercitaba física, mental y espiritualmente. Supe, desde niño, que el desarrollo es integral. Me interesaba evolucionar.

Cuando me percaté de mi realidad social, ya era, en su momento, un niño y un adolescente distinto a los de mi época. Caminaba hacia un rumbo opuesto. Me di cuenta de que si deseaba trascender y conquistar mi destino, necesitaría dedicarme a mi encomienda, seguir los dictados de mi interior y no distraerme en asuntos baladíes.

A los 15 y a los 16 años de edad, durante las vacaciones de las dos últimas semanas de diciembre, había trabajado, evidentemente con la autorización de mi padre y de mi madre. Descubrí, a través de mis experiencias, que el mundo era más grande que un aula de compañeros agresivos y una profesora déspota, malvada y autoritaria. Después de todo, la inteligencia no se mide por medio de exámenes, sino ante las pruebas de la vida.

A los 16 años de edad, ya había descubierto mi ruta interior, la morada de mi alma, con todos los tesoros que se reservan al caminante. Tenía algunas libretas con dibujos e historias que escribía. Resguardaba, en mis vivencias, los juegos interminables, los paseos y los días de convivencia, las lecturas, la convivencia familiar, el encuentro con la Mente Infinita y con la naturaleza, la actividad deportiva, la búsqueda de la verdad y la práctica del bien. No tenía duda de que mi riqueza se encontraba en mí y en mi familia, y no me refiero a dinero ni a posesiones dentro de la temporalidad, sino a valores trascendentales.

No obstante, me sentía abrumado, roto y acechado en los salones de clase, en los planteles escolares. No lograba hacer a un lado a aquella gente disfrazada de fantasma y de monstruo, capaz de destrozar a cualquier ser humano, simplemente por ser distinto a las mayorías. Hasta entonces, las aulas escolares, sus alumnos y sus profesores no tenían un significado positivo para mí.

Tal fue mi batalla en aquel período de mi existencia. Me sentía desolado y roto. Enfermé de gravedad, antes de cumplir 17 años de edad, hasta que una mañana, antes del atardecer de mi agonía, mi padre me visitó en el cuarto del hospital y tuvo el valor de revelarme que yo, su hijo, estaba muy mal y que, probablemente, de acuerdo con las conclusiones y los pronósticos de los especialistas, moriría. Contuvo las lágrimas. Confesó que él, mi madre y mis hermanos me amaban profundamente. Me aconsejó y suplicó que luchara, que no me opusiera a la aplicación de medicamentos y que abriera mi ser interno al amor infinito, a la vida y a la salud.

Es impactante saber, a los 16 años de edad, cuando uno ha diseñado tantos sueños y comparte una familia maravillosa, que las horas y los minutos de la vida se agotan, que la vida se diluye y que todo parece destinado a concluir sin más oportunidad para disfrutar el milagro de la existencia. Y descendió el telón de mi vida porque se acentuó mi angustiante y dolorosa agonía. Comencé a delirar, a respirar agitadamente y a hablar incongruencias. La fiebre era demasiado elevada.

Mi historia quedaría interrumpida. Todo estaba inconcluso. Pesa demasiado la carga de no terminar una biografía, una existencia, una historia. Los médicos y las enfermeras corrían por los pasillos. El hálito de la muerte estaba presente en aquel piso del hospital, específicamente en el área de Infectología. Llegó la noche. Mi estado de salud empeoró. Perdí el sentido en algún momento, a cierta hora, como si la vida que tanto amaba y disfrutaba, me hubiera abandonado. Empecé a morir. El dolor provocado por la enfermedad se diluyó. Perdí la conciencia de mi cuerpo y de mi organismo. Estaba cruzando el umbral. Moría la arcilla y la esencia se liberaba de su mansión temporal. Moría mi versión de adolescente y mi alma, libre y plena, se desprendía; aunque, desde algún lugar del mundo, parece, logré percibir la energía de mi padre, mi madre y mis hermanos.

«Lucha, hijo. No te abandones. Naciste para ser grandioso. Te amamos. Eres nuestro orgullo, un gran tesoro que la vida nos regaló. Tal vez morirás, como aseguran los médicos; pero esta noche tu alma brillará en la eternidad, en la Mente Infinita, a la que pertenece, o retornará a su cuerpo para estar con nosotros. Tienes derecho a vivir y a demostrarte que no estás en el mundo por casualidad ni por capricho, sino porque tu misión es excelsa y noble», dijo mi padre aquella ocasión, palabras sustentadas en el amor, en los sentimientos más puros, que innegablemente quedan en uno y dan fortaleza.

Clínicamente, estaba muerto. Sentí que estaba liberado del dolor. Era como si flotara suavemente en todo y en nada, donde no había arriba ni abajo. La sensación de paz era tan bella y profunda que me sentí muy bien. Me pareció, como hoy lo recuerdo, que avanzaba hacia una luz maravillosa e infinita. Era muy agradable, pero necesitaba regresar a mi vida terrena, al lado de mi familia tan amada, y cumplir mi encomienda, mi destino, mis razones.

La siguiente mañana, muy temprano, cuando mi cuerpo y mi organismo serían revisados, por última vez, para extender el certificado de defunción, mi corazón volvió a latir y mis facultades recuperaron su vitalidad, para asombro de médicos y enfermeras que me sabían muerto. Desperté. Volví de otros planos, Venía de una luz muy hermosa. Al abrir los ojos, miré hacia la ventana del recinto hospitalario y descubrí, maravillado, la luz solar y los colores de la vida. Respiraba. Sentía. Humanamente, estaba vivo.

Llegaron los especialistas hasta la cama donde me encontraba, quienes, sorprendidos, exclamaron que se trataba de un milagro. Aunque me sentía muy débil por las semanas de enfermedad, no tenía fiebre y mi pulso y mis signos vitales estaban presentes. Lo demás, ya es historia que queda en el recuerdo.

Un día, tras los procesos de recuperación, análisis, exámenes y pruebas de laboratorio, regresé a la casa solariega, donde mi padre, mi madre y mis hermanos me recibieron con alegría, bendiciones y amor. Debía restablecerme porque mis condiciones físicas, tras la enfermedad tan intensa, no eran las ideales. El amor y los cuidados de mi familia resultaron invaluables, detalle que siempre agradeceré y nunca olvidaré.

Desde entonces, al final de mis 16 años de edad, agradezco cada día el milagro de la vida y trato de entregar lo mejor de mí. Sé que morí físicamente y que recibí otra oportunidad para seguir mi historia, mi biografía, no como un ser humano dedicado a satisfacer apetitos y a codiciar bienes materiales por el simple deseo de acumular, sino con la intención de cumplir una misión, una tarea, e intentar dejar huellas indelebles, siempre con los ideales del bien y de la verdad.

A los 17 años de edad, poco tiempo después de aquella experiencia, aprendí a enfrentar mis miedos. Empecé a laborar por las mañanas y a estudiar por las tardes; además, escribía, desarrollaba actividades deportivas, paseaba y llevaba a cabo tareas que me encantaban y disfrutaba. Vencí mis miedos. En el nivel de preparatoria y de estudios universitarios, no volví a enfrentar problemas con mis compañeros y mis profesores, excepto con dos, episodios que un día narraré. Eliminé los espectros y las sombras. Aprendí a coexistir entre las luces y la penumbra, la interminable dualidad.

Cada día significa, para mí, una bendición, un regalo, una oportunidad de vida en este mundo y una preparación para mi futuro tránsito a otros niveles, hasta conquistar mi retorno al manantial etéreo, a la energía infinita de donde proviene mi alma. Quizá no acumulé una fortuna, pero me considero infinitamente rico por mi familia, por la gente que amo, por los valores que tengo y por la encomienda que debo cumplir.

A los 16 años de edad, es cierto, me sentía totalmente roto. Sospechaba que el camino que recorría estaba fracturado en alguna parte y que los abismos y las trampas se encontraban ocultos. Agonicé y morí en verdad; pero recibí, como una bendición y un regalo, la dicha y el milagro de vivir. No he dejado de agradecer cada día. Tengo la certeza de que es parte del aprendizaje para que la existencia sea feliz en el mundo y uno prepare la ruta hacia la inmortalidad.

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Felipe, el inolvidable Felipe

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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A la memoria de mi entrañable primo Felipe G. O.

Existen seres humanos especiales y grandiosos que cautivan y dejan huellas en la memoria de innumerables hombres y mujeres, unas veces por sus actos, sus detalles y sus palabras, y, en ocasiones, por sus sentimientos, sus ideas, su talento y su sensibilidad. Son, en verdad, un regalo invaluable que uno, al conocerlos y tratarlos, lleva en el alma y en la mente.

La hora contemporánea, hundida en la inmediatez, la superficialidad, la estulticia, la producción en serie, las apariencias, la violencia, la satisfacción de apetitos primarios, la inteligencia artificial y la ambición desmedida, no ofrece, en sus vitrinas, aparadores y menús, suficiente número de personas amables, dedicadas al bien y a la verdad, magistrales, sencillas e inolvidables.

Y cuando alguien, en mayúsculas o en minúsculas, pretende, por su esencia, sentir, pensar, hablar y actuar diferente a la mayoría de la gente, suele condenarse al desprecio, la condena y el maltrato colectivo, lo mismo en ambientes académicos, laborales y estudiantiles que en escenarios artísticos, sociales, deportivos, intelectuales, políticos, empresariales y científicos, porque a la gente, con frecuencia, le molesta e irrita tratar con seres proclives a la búsqueda interior, al encuentro con la luz y lo sublime.

No siempre tiene uno la dicha y el privilegio de coincidir con hombres y mujeres genuinos, amables, sencillos, inteligentes, buenos, sensibles y extraordinarios. Son quienes acercan las estrellas a la humanidad y marcan la ruta al paraíso.

Escribo estas palabras en honor y en memoria de un hombre que se probó a sí mismo y pasó todas las pruebas que la vida le presentó. Es grandioso e increíble que uno recuerde a ciertas personas desde la infancia por las huellas que dejó a su paso. Felipe visitaba nuestra casa y siempre tenía un detalle bello y agradable.

Felipe, mi primo paterno, fue excelente hijo, hermano, esposo, padre, abuelo, pariente y amigo. Mi padre, mi madre, mis hermanos y yo tuvimos el privilegio de convivir y de compartir pedazos de vida con él. Siempre dejó algo hermoso, ejemplar y perdurable en nuestras existencias. Hizo algo grandioso de los pequeños detalles.

Mi padre y Felipe convivieron hace décadas. Uno era joven y el otro adolescente. Se identificaron porque coincidieron en temas esenciales y ambos pretendían superarse y evolucionar. Convivían, paseaban, caminaban y platicaban durante horas, lo mismo en el centro histórico que en el antiguo y hermoso barrio de Coyoacán, en la Ciudad de México, donde sus mañanas y sus tardes se diluían mientras el tiempo caminaba impostergable.

A los 19 años de edad, mi padre sufrió lo indecible al morir su hermano menor. El pequeño tenía 13 años de edad cuando, atacado por una enfermedad terrible, falleció irremediablemente ante la impotencia, el dolor y la tristeza familiar. Tres años antes, el padre de ellos, mi abuelo. había pasado por la transición. Mi padre era 15 años mayor que su sobrino Felipe, quien significó, para él, una compañía grata, un consuelo que, en parte, lo mantenía feliz e ilusionado.

Felipe fue, simplemente, alguien más que un sobrino, un ser humano que, por ser tan especial, ganó el amor de mi padre, quien lo consideró, respetuosamente, un hijo, un compañero leal, un amigo inseparable. Compartieron múltiples capítulos, desde su primavera existencial hasta la hora postrera, siempre unidos desde las profundidades del alma, inmensamente ricos por la convivencia e identificados, aquí y allá, por una historia inolvidable, bella e irrepetible que, sin duda, pulsará eternamente en su interior.

Cuando mi padre y mi madre contrajeron matrimonio, fundaron, en la colonia Roma de la Ciudad de México, una fábrica de gelatinas -Rojon y Gonet-, las cuales, por cierto, eran deliciosas y estaban preparadas con esmero e higiene. La grenetina Wilson y todos los ingredientes, cumplían los niveles de calidad que ellos, los clientes, exigían y disfrutaban.

En aquella época, la Fábrica Rojon y Gonet contaba con diferentes esquemas de comercialización, entre los que destacaban los pedidos que se atendían en tiendas, restaurantes y diversos establecimientos, y la venta directa en las avenidas, los parques y las calles, donde jóvenes estudiantes las transportaban en vitrinas con ruedas.

Mi padre, que también era inventor, diseñó el modelo de los carros. Tras los cristales, lucían exquisitas las gelatinas de agua y de leche. Las había de limón, naranja, fresa, grosella, piña y uva; pero también de vainilla, nuez, coco y pistache.

Felipe, sus hermanos y otros muchachos se emplearon en el negocio familiar. Junto con otros jóvenes, salían, desde muy temprano, con los carritos repletos de gelatinas y el arroz con leche, que era una de las especialidades de la empresa. Vendían los productos y regresaban con la intención de entregar los carritos y el dinero de la venta, e irse a sus respectivas escuelas.

Más tarde, Felipe ingresó a una institución bancaria; no obstante, él, que era un hombre emprendedor, tenía cita con el destino y fundó, en el tradicional barrio de Coyoacán, en la Ciudad de México, una refaccionaria. Yo era muy niño cuando lo miraba en su negocio. Era un hombre amable y cariñoso.

En aquella época, la de mi niñez inolvidable, solía visitarnos. Le encantaban los autos de colección, marca Mercedes Benz, los cuales, aunque eran modelos pasados, conservaban su encanto, belleza y elegancia. Y siempre tenía un detalle, una palabra, una sonrisa, un gesto amable, una reacción buena. Se volvió, para nosotros, como seguramente para tanta gente que lo conoció, un ser irrepetible.

Cuando, en mis primeros años juveniles, visité el sureste mexicano, las playas hermosas y paradisíacas de Cancún, donde decidió radicar y establecer sus negocios en el giro de refacciones automotrices, tuvo la gentileza de acompañarme, convivir y atenderme con el cariño que le caracterizó y que lo hizo un ser humano cautivante y maravilloso. ¿Cómo olvidar a una persona que es auténtica, que irradia sentimientos nobles y que actúa con valores?

Transcurrieron los años. Las enfermedades no lo doblegaron. Fue un luchador ejemplar e incansable. Le encantaba caminar. Parecía inagotable. Su memoria era prodigiosa. Durante el último par de años, me relataba historias de mi padre y de nuestros antepasados; yo le compartía, por teléfono, datos e información sobre mis investigaciones relacionadas con el linaje familiar.

La madrugada del pasado jueves 9 de febrero de 2023, mi primo Felipe pasó por la transición. Hoy pienso que nos faltó más tiempo para convivir; sin embargo, tengo la certeza de que tanto él como mi familia y yo somos inmensamente afortunados y ricos porque siempre, aquí y allá, incluso en otros planos, nuestras almas siempre se sentirán atraídas e identificadas por lo que fuimos e hicimos. Eso es parte de la belleza y del encanto de la vida. No morimos. Simplemente, partimos a otros niveles, a la fuente infinita, de la que formamos parte, y eso, Felipe querido, me estimula a pensar que eternamente compartiremos un destino grandioso. Gracias por ser quien eres, a pesar de que estemos en diferentes planos.

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