Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Mi padre y mi madre me enseñaron, desde pequeño, que los libros no son criaturas yertas de papel y tinta que se usan y se desechan. No. No se les abandona ingratamente en un asilo ni en el destierro, y menos en la desmemoria, como lo hacen los malos hijos cuando sus padres ya no les aportan algo nuevo ni dinero. En sus páginas, uno encuentra, al acariciarlas y cambiar de una otra, conocimiento, sabiduría, consejos, historias. Son maestros y compañeros inseparables que abrazan y transmiten, fielmente, sentimientos e ideas. No fallan. Son amigos leales. Representan el encuentro con uno mismo. Unos envejecen y otros, en cambio, llegan nuevos, recién impresos; pero todos ofrecen las fragancias de sus páginas y el encanto de sus letras y palabras. En la biblioteca familiar, me enseñaron a amar cada libro, y así, entre tareas escolares, juegos con mis hermanos y participación en las labores de casa, de improviso entraba al recinto de los libros y me deleitaba con sus perfumes y sus narraciones. Sabía que un día, en cierta fecha, llegaría puntual y de frente a los estantes, a las obras, y crecería, viviría, envejecería y moriría en compañía de los libros. Alguien refinado en las lecturas, en las obras, voltea cada hoja con admiración, delicadeza y respeto, como si acariciara lo más amado, y nunca maltrata el papel. En los libros, se notan la educación, la exquisitez y la evolución de quienes los consultan o leen, y así, uno distingue clases, seres que los aman y también a aquellos salvajes burdos que los mancillan cruelmente. Las páginas de los libros concentran los aromas del papel y la tinta, y las letras y las palabras con sus signos y puntuaciones; pero lo más importante es que susurran a los lectores, les muestran relatos literarios, poemas, arte, conocimiento sobre una multiplicidad de temas. Entre más me interno en los libros y exploro sus rutas, llego a planos superiores y obtengo experiencias maravillosas, irrepetibles y enriquecedoras. Si ingrato es abandonar los libros y permitir que el abandono, la humedad y el polvo los envuelvan, admirable es cuidarlos y entregarse a la aventura que ofrecen. Las páginas de los libros me regalan perfumes de la tinta y el papel; sin embargo, me llevan a recorrer el mundo, a volar a otros universos, a sumergirme en océanos de profundidades insondables, a navegar, al cielo. Cuando los leo, soy personaje, En las páginas de los libros, coincido con los sentimientos más nobles, con los sueños, con las realidades, con el conocimiento, con paraísos distantes y vergeles lejanos. Son, después de todo, seres mágicos que cautivan y envuelven en su deleite. Huelen al perfume de la tinta y el papel, a las palabras escritas e impresas, a pedazos de mundo y cielo.
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