Santiago Galicia Rojon Serrallonga
No es el abismo lo que detiene al caminante ni la piedra en la senda la que obstruye su paso, ni tampoco los abrojos que crecen a los lados y al frente o las sombras que se proyectan fantasmales una noche de relámpagos y tempestad; es el miedo de atreverse a construir puentes, el temor de retirar los obstáculos, la indecisión de transformarse en un ser especial y excelso. No es que el puerto resulte poco atractivo para anclar e iniciar el desembarco; es que no hay itinerario, no existe rumbo, no se define un destino. No son las murallas las que condenan el andar, es la ausencia de amor, alegría, sentimientos y valor. No es lo aburrido de una estación y otra, es la ausencia de una historia auténtica y la negación de ser libre y pleno. No es la suerte culpable de los fracasos, es no tener un proyecto existencial y no trazar el destino correcto. No son las costumbres ni las tradiciones pretexto para estancarse, es temor a no enfrentar las críticas y los juicios, es arrullarse en la comodidad de un palco mediocre. No son los grilletes los que encadenan a los barrotes de una mazmorra hedionda, es la cobardía de no volar. No es miseria, es simplemente elegir el lindero más pobre y mirar los desagües de las cañerías y no las frondas de los árboles y las flores que crecen ufanas. No es que la vida signifique una caída dramática o una broma perversa, es que el amor, las ilusiones, la admiración, los sentimientos, los sueños y la alegría son sepultados mientras transcurre la vida indiferente. No es que los días de la existencia sean una comedia monótona, triste y dolorosa, es que se prefieren las enfermedades, la melancolía, las superficialidades y el mal en sustitución del bien, la verdad y la belleza. No es que la muerte sea suprema, es que la ambición desmedida, los apetitos pasajeros, la estulticia, el odio y la carencia de valores sepultan la vida y le niegan el derecho de ser eterna.
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