SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA
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Y sin darnos cuenta, noviembre entró a la casa, entre rachas de viento otoñal en el norte y colores primaverales en el sur. No tocó a la puerta ni solicitó permiso. Simplemente, entró. Anticipa la vejez del año, la proximidad de su hora postrera, como el médico que anuncia a los parientes la impostergable agonía de un anciano. Y sin darnos cuenta, los días, en el calendario, se desprendieron irremediablemente, como un otoño arranca las hojas secas. Y sin darnos cuenta, atrás quedaron otros meses y estaciones, con algo de nosotros, con rasgos de nuestras vidas. Todo fue sepultado en nuestra biografía, en la memoria, en los dulces o amargos recuerdos, en la amorosa u odiosa desmemoria. Y sin darnos cuenta, el año se consume, anticipa y promueve su final, mientras el otro, en tanto, prepara su venida. Todo es tan breve y pasajero en este viaje, que la vida, la realidad terrena, parece un sueño, un paréntesis con sus excesos y sus sobriedades, con sus locuras y sus solemnidades, con su felicidad y su desdicha. Y sin darnos cuenta, las ausencias se multiplicaron y las listas de presencias se modificaron. Las sillas fueron desocupadas por unos y, casi de inmediato, ocupadas por otros. Y sin darnos cuenta, ahora tenemos mayor edad y más experiencia y vivencias, o tantos tropiezos, repeticiones y errores por la carencia de entendimiento. Y sin darnos cuenta, la lozanía huye silenciosa, gradualmente, como para que nadie lo note al siguiente día ni la atrape. Se va con la juventud. Y sin darnos cuenta, escapan la niñez, la adolescencia, la juventud, la madurez y la ancianidad, con la única esperanza de desechar las edades desde el alma y abandonarlas en los basureros de las apariencias, las mediocridades, los prejuicios y las presunciones. Todo pasa. Nada es permanente. Y sin darnos cuenta, preparamos el viaje de regreso a casa, al hogar, a la morada, de donde alguna vez, al nacer en el mundo, venimos a crecer y a probarnos. Y sin darnos cuenta, durante la caminata fuimos y somos acompañados por seres maravillosos e inolvidables que siempre, en cada ciclo, han estado a nuestro lado, y también con otros que se separan o no pertenecen al círculo evolutivo con el que vibramos. Y sin darnos cuenta, dejamos atrás tantos amaneceres y ocasos, quién sabe si bien aprovechados o totalmente desperdiciados. Quedan en el pretérito, en los otros días, los arcoíris con sus colores mágicos, las gotas cautivantes de la lluvia, las flores de exquisitos perfumes y finas texturas, los copos blancos y helados, las cortezas de los árboles en los bosques, el barro y los ríos, con la vida que solo uno sabe si aprovechó o desperdició, porque hay quienes la experimentan en armonía, con equilibrio y plenamente, lo mismo durante los aguaceros que en las sequías, y otros, en cambio, que la malbaratan y la venden con la idea de comprar apariencias y cáscaras, que ya definen, a partir de entonces, sus paraísos y sus infiernos. Y sin darnos cuenta, llevamos con nosotros cargas y liviandades, la historia completa de nuestras existencias, lo bueno y lo malo que no pueden refugiarse porque la verdad desnuda aquello que se oculta. Escribimos y protagonizamos nuestra historia, de acuerdo con el guión que nos inspira, unos para bien y otros para mal. De cada uno, por cierto, dependerá lo sublime de la obra o su triste desencanto y su fatal desenlace. Y sin darnos cuenta, la vida humana escapa cada instante.
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