Escribir es elegir las flores más bellas y cautivantes que, para otros, resultan ordinarias por mirarlas todos los días

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Uno de los secretos del artista de las letras, al escribir sus obras, consiste en transmitir sentimientos, ideales, sueños, reflexiones, fantasías y realidades con las palabras que otros, quizá, usan en su lenguaje cotidiano. Es como elegir las flores más bellas y cautivantes que, para otros, resultan ordinarias por mirarlas todos los días en el jardín. El escritor admira los colores, percibe las fragancias y siente las texturas que muchos no se atreven a explorar. El escritor sensible y talentoso, escudriña en el alfabeto las letras que necesita para expresar sus ideas, igual que el minero busca, en las hendiduras y en las profundidades, las piedras de mayor hermosura y valor; se inspira y localiza, en el diccionario, en la inmensidad del lenguaje, las palabras exactas que, finalmente, darán contenido e identidad a sus cuentos, a sus novelas, a sus relatos, a sus poemas. Así es como el escritor, inmerso en sus delirios, en sus motivos, en sus realidades y en sus sueños, construye sus páginas magistrales que, a veces, llevan al cielo, a la inmortalidad, o al mundo temporal con sus paraísos y sus infiernos.

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Cuando la mañana y la tarde se van

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Cuando la mañana y la tarde se retiran a descansar, llega la noche con sus luceros y sus sombras inseparables, como para recordarme la diferencia entre una y otra; entonces, comprendo que los minutos transcurren casi imperceptibles y se llevan pedazos de uno, trozos de vida que, bien o mal aprovechados, quedan atrás, en lapsos que se convierten en ayer, en pasado, en recuerdo o en olvido. Trato de cerrar las puertas y las ventanas cuando la mañana y la tarde reposan en su sueño; pero la noche entra no sé por dónde, mientras afuera llueve y sopla el viento o neva o todo es quietud. No le temo a la noche. Es el otro rostro. Tiene estrellas y cierto encanto y misterio que fascinan y, a la vez, estremecen. En ocasiones, la noche es tan intensa, que no veo los colores; a veces, en cambio, me arrulla entre sus silencios y rumores -al fin notas de la vida-, hasta que me sumerjo en las profundidades del sueño y descubro otras rutas con infinitas posibilidades. Cuando, a determinada hora, la mañana y la tarde se van, recibo la visita de la noche con la esperanza de que habrá otro amanecer para mí y todos los que amo. Diariamente, la noche llega puntual a su cita, y eso, de cierta manera, es favorable para mí porque quiere decir que todavía dispongo de tiempo para protagonizar mi historia. La noche trae consigo musas, suspiros, deleites, inspiración y sueños; aunque es natural, parece, que le acompañen soplos de vida y guadañas de la muerte. Para unos, es el espacio de sus romances y sus locuras; algunos, en tanto, la aprovechan para dormir; otros, la viven indiferentes a sus significados o entre la somnolencia y el desvelo, o ansiedades y miedos; yo, inspirado en el arte, enlazo letras que se enamoran y forman palabras, expresiones de sentimientos e ideas que tienen mayor sentido cuando son leídas, hasta que me arrullan. Así, invento colores, busco luces y rescato historias que me ayudan a vivir, a entender los significados de mi existencia, a seguir mi camino, a no depender de las luces matutinas y de los tonos vespertinos ni de las oscuridades nocturnas, para ser feliz, experimentar cada instante en armonía y con equilibrio, cultivar el bien, amar, dejar huellas de mi paso, dedicarme al arte, escribir mi biografía y trascender. Las mañanas, las tardes y las noches, con sus madrugadas, me han enseñado que no existe una hora específica para hacer el bien, ser dichosos, amar intensamente y vivir, porque cada instante es único e irrepetible, sin importar que el sol alumbre o los luceros decoren la pinacoteca celeste. La vida, con sus maravillas, detalles y milagros, late en uno, se encuentra en el interior, pulsa en el ser, independientemente de los amaneceres y los anocheceres. Cuando la mañana y la tarde concluyen sus faenas y se marchan agotadas, llega la noche.

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Tal es la vida

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Tal es la vida. Viajamos en un tren y con frecuencia permanecemos tan inmersos en los asuntos y problemas que se registran en los furgones, que perdemos la capacidad de abrir las ventanillas, sentir el aire fresco y admirar el paisaje que pasamos y que tan rápido queda atrás. Y así transcurren los instantes y los años de nuestras existencias, en un paseo que un día concluye en alguna de las estaciones. Tal es la vida, insisto. Vemos pasar los escenarios vertiginosamente. Olvidamos contemplar y disfrutar los detalles, los crepúsculos, los amaneceres y los anocheceres, las gotas de lluvia, los copos de nieve, la brillantez del sol, el encanto de la campiña serpenteada por ríos diáfanos y alfombrada de flores policromadas y fragantes, el prodigio de los luceros y la belleza de los árboles que proyectan sus sombras jaspeadas en un juego interminable de luces y sombras, acaso porque nos preocupan los apetitos, las superficialidades, las ganancias en exceso, y así competimos por ser los más atractivos físicamente, los dueños del poder y de la riqueza, los genios de la clase, los de mayor éxito e inteligencia en el empleo o en la profesión que desempeñamos, los personajes célebres, hasta confundir la ambición genuina y normal con un traje monstruoso y deforme, confeccionado con materiales antinaturales. Pronosticamos que seremos felices y nos sentiremos realizados cuando obtengamos una residencia, conquistemos un mercado y consigamos lo que anhelamos, lo cual es válido; pero omitimos, entonces, los períodos del viaje que transcurren como si estuvieran envueltos en una nube grisácea que arranca los colores de la vida y se los lleva. Parece interesarnos más la cáscara del fruto que su pulpa. Renunciamos, sin darnos cuenta, a lo hermoso y grandioso. Creemos, al actuar con tanta altanería y superioridad ante los demás, que estamos atentos a nosotros; pero no es verdad porque nuestras conductas acusan falta de amor propio, un culto enfermizo a las superficialidades y un olvido imperdonable al bien, a la verdad y a la justicia. El viaje continúa mientras envejecemos. La infancia, la adolescencia y la juventud se desmoronan y aparece la madurez que también se quebanta. No hay tregua. Las estaciones quedan atrás, extraviadas en el ayer y en la distancia, con pedazos de nosotros que mueren irremediablemente. Tal es la vida. Cuando llegamos a la última estación, descubrimos sin aliento que el secreto de la felicidad y la plenitud consistía en disfrutar en armonía y con equilibrio cada instante y detalle de la travesía. Si la aprovechamos o la desperdiciamos, la vida se consume indiferente. Viajamos en alguno de los furgones. Quizá estamos tan acostumbrados al ambiente que prevalece a nuestro alrededor, que olvidamos que la vida es un milagro y un regalo, preámbulo a otras fronteras, a planos y fuentes que palpitan en nosotros y a veces no percibimos por estar tan distraídos. El viaje continúa. Tal es la vida.

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La flor que se deshoja, silenciosamente, entre las páginas de un libro

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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La flor que un día lejano fue regalo e ilusión, es el poema que se conserva en una caja -la de los recuerdos, dulces o amargos-, o entre las páginas de un libro con aroma a papel, tinta, perfumes y un viejo romance. Los pétalos que se desprenden de la flor guardada en el armario, son pedazos de amor que tuvieron fragancias, colores y texturas. Las flores secas que se atesoraron cierta vez, tras provocar ilusiones y suspiros, con la idea de un amor bello y sin final, agonizan en la desolación, mientras algún corazón se apaga silenciosamente. Los pétalos secos que uno, al cambiar las páginas de un libro, descubre en el naufragio, huelen a idilios añejos, a alegrías pasajeras, a ilusiones y a sueños que duermen profundamente. La flor que, en otra fecha, alguien obsequió, es, simplemente, un pedazo de amor que quedó en el camino y que se deshoja irremediablemente.

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El encanto de los pequeños charcos

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Al caminar por los parques y las callejuelas, en los pueblos y en las ciudades, o por la campiña, en las llanuras, en los bosques y en las montañas, asomo a los pequeños charcos que forman las gotas de lluvia al acumularse o los ríos al salpicar una y otra vez, con la intención de descubrir las imágenes que reflejan. Encuentro, al mirarlos, los perfiles modestos y presumidos de las casas, de los edificios y de las tiendas, y hasta de los faroles y de las personas y de los vehículos que transitan incesantes, o las siluetas de los árboles, de las montañas y de los peñascos; aunque al fijar la mirada, si el agua de los charcos es diáfana, observo el fondo arenoso o de tierra, en contraste con la profundidad del cielo azul intenso y la blancura o el grisáceo de las nubes que flotan y modifican su apariencia, en un intento metafórico, quizá, de mostrar la dualidad, el infinito y la temporalidad. Me encanta volver a los pequeños charcos, igual que los niños regresan a sus espacios donde juegan a la vida, porque enseñan mucho. He aprendido que lo diminuto y lo sencillo pueden reflejar tanto, lo mismo los paisajes con su naturaleza, que la grandiosidad y los días soleados y nublados. Cuando el viento sopla, se multiplican los pliegues en el agua y las imágenes se vuelven difusas y parecen distorsionar lo que reflejan, como acontece con las personas y sus cosas al transcurrir los años. Las estaciones transforman el panorama que humildemente reflejan los charcos, con los colores de la primavera, el celaje nublado y la lluvia del verano, el aire otoñal y la nieve del invierno. Cuando los escenarios cambian, uno aprende, al mirar los reflejos, que nada, en el mundo, es permanente. Con frecuencia, los charcos se secan o se contaminan al permanecer inmóviles, como ocurre con hombres y mujeres al perder su dinamismo e interés en la vida. En los charcos que se evaporan o que la gente pisa con descuido, he visto mi reflejo, el del entorno y el de la profundidad azul del cielo, siempre con el asombro y la interrogante de cómo, algo tan minúsculo, puede replicar tanto. Si yo pudiera, como los charcos, reflejar mi interior y el exterior, como parte de una vida noble, con mis razones y mis motivos, con mi cordura y mi delirio, sencillo y grandioso, a la vez, dispuesto a compartir hasta regalar la imagen del cielo, me parece que sería un hombre extraordinario; no obstante, me sé un caminante, un discípulo de los árboles, de las plantas, de las flores, del viento y del agua, observador del alma y de la textura, explorador del cielo y de la arcilla, con la curiosidad de asomar a las pequeñas represas naturales que me enseñan tanto y me piden, a su nombre, derramar lo que contienen para bien mío y de los demás.

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Los sabores, cuando encantan…

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Los sabores regalan esencias, aromas, purezas o mezclas; pero también, cuando encantan, ofrecen armonía, equilibrio, amor, laboriosidad y tiempo. Los sabores que prepara la naturaleza o los que elaboran los seres humanos, son irrenunciables al paladar, a los sentidos, y deleitan, como si, al arrancar pedazos de instantes, minutos y horas, los impregnaran con sus fórmulas para invitar a la naturaleza, al mundo, al universo a hacer bellas pausas dentro de su incansable palpitar. Los sabores tienen perfumes y también, no lo niego, colores y formas, matices y rasgos que enamoran y se añaden al encanto de comer. He notado, igualmente, que los sabores, al probarlos, traen recuerdos, sentimientos e ideas, imágenes familiares o de otros días, personas y momentos. Son un poema, un concierto sinfónico, el trazo y la conclusión de un proyecto y una encomienda de la naturaleza o de la gente que se aplica en sus recetas gastronómicas. Los sabores me recuerdan los días soleados y nublados de mi existencia, las convivencias familiares y la suma de los instantes que he vivido, solo o al lado de la gente, durante mi paso por esta estación que llamamos mundo. Y me pregunto, siempre con asombro, si los sabores, en la Tierra, deleitan los sentidos y provocan tanto gozo, ¿cómo serán en el infinito, en el hogar, en la morada sin final?

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Y si mañana, cuando amanezca otra vez, descubre usted que no fue un sueño…

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y si mañana, cuando amanezca otra vez, ¿descubre usted que nuestra historia no fue un sueño ni terminó al despertar? ¿Y si se convence de que, en un amor como el nuestro, el guión no tiene final y sí, en cambio, posee continuidad y se renueva cada instante? ¿Y si le platico a usted que el amor viste distintos colores en cada estación, siempre con tallas a nuestra medida y con los estilos que compartimos y deseamos? ¿Y si, tras mucho soñar, despertamos en un paraíso con flores, como las que, a hurtadillas, dejo cada mañana en su almohada impregnada de su exquisito perfume y de su encantadora presencia? ¿Y si, al abrir la ventana y asomar al jardín, mira las hojas del árbol y se da cuenta de que, en cada una, hay una palabra escrita, letras que se abrazan, como usted y yo al contemplar una noche estrellada o al mojarnos una tarde de lluvia, hasta formar el más bello y romántico de los poemas? ¿Y si esta noche, al dormir, usted se sumerge en las profundidades de su alma, y yo, igual, con la intención de reunirnos en los sueños y, juntos, despertar, al amanecer, para jugar a la vida y al amor? ¿Y si, después de leer mis textos, se encuentra e identifica en cada letra y palabra que le escribo? ¿Y si mañana, al despertar, usted se da cuenta de que los sueños son estaciones, paréntesis, descansos, regalos de Dios, para seguir viviendo en el mundo y en algún paraíso que se intuye desde el interior? ¿Y si mañana, al despertar, asoma al espejo y me descubre en su mirada?

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Otra definición de arte en un párrafo

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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El arte consiste en introducirse en las profundidades del ser, explorar las vetas que existen en sus rincones inconmensurables, escuchar los rumores y los silencios del alma y de Dios y descifrar, finalmente, su lenguaje y sus mensajes, para, más tarde, transmitirlos a la humanidad, a través de letras y palabras, colores y formas, melodías y pausas, de tal manera que los relatos, los poemas, los murales y los lienzos pictóricos, las esculturas y la música, hablen suavemente, susurren a los oídos de arcilla y a la esencia y ofrezcan pedazos de cielo y conduzcan a otras fronteras, donde la luz infinita alumbra a quienes se atreven a sentirla.

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Algo tiene el arte

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Algo tiene el arte. Me recuerda, cuando lo escribo, los poemas y los textos de un paraíso que siento en mí y percibo aquí y allá, en el mundo y en el universo, en el barro y en la esencia. Leo sus razones y sus delirios en las hojas que se desprenden de los árboles al sentir las caricias del viento y en las gotas de lluvia que forman charcos y reflejan la profundidad azul del cielo. Algo tiene el arte. Sus formas y su policromía son, parece, trozos que flotan para que uno, al mirarlos, no olvide que existe lo tangible y lo etéreo. Algo tiene el arte. Al escucharlo, creo, y estoy seguro de que así es, que tiene mucho de la voz de Dios y del lenguaje de la creación. Algo tiene el arte. Cuando me inspiro y escribo, me transformo en flor y en helecho, en estrella y en oleaje, en tierra y en viento. Algo tiene el arte. Me recuerda a Dios cuando escribe sus guiones, al pintar y al decorar sus creaciones y sus formas, y al darles sonidos, pausas y silencios. Algo tiene el arte. Cuando escribo, sé que emulo, en pequeño, la inmensa tarea de la creación. Algo tiene el arte. Es la encomienda que traigo conmigo, mi razón, mi sentido, mi motivo. Algo tiene el arte. Enamora, cautiva, encanta. Eleva y lleva al bien, a la realización, a la plenitud, a la textura y a la fuente infinita. Algo tiene el arte. Es una forma de definir y expresar el mundo, el cielo y el infierno, la temporalidad y la eternidad, las cargas y las liviandades, los sueños y las realidades. Algo tiene el arte. Obsequia pedazos de vida. Algo tiene el arte. Abre las puertas de mi interior y descubro a los del ayer, a los del pretérito, a los de hoy, a los de mañana, en un palpitar con múltiples rostros que describo y vuelvo letras que dicen tanto y callan todo. Algo tiene el arte. Lo descubro en mí y no puedo renunciar a su linaje, a la encomienda de escribirlo, a la alegría de compartirlo. Algo tiene el arte.

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Y sin darnos cuenta

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y sin darnos cuenta, noviembre entró a la casa, entre rachas de viento otoñal en el norte y colores primaverales en el sur. No tocó a la puerta ni solicitó permiso. Simplemente, entró. Anticipa la vejez del año, la proximidad de su hora postrera, como el médico que anuncia a los parientes la impostergable agonía de un anciano. Y sin darnos cuenta, los días, en el calendario, se desprendieron irremediablemente, como un otoño arranca las hojas secas. Y sin darnos cuenta, atrás quedaron otros meses y estaciones, con algo de nosotros, con rasgos de nuestras vidas. Todo fue sepultado en nuestra biografía, en la memoria, en los dulces o amargos recuerdos, en la amorosa u odiosa desmemoria. Y sin darnos cuenta, el año se consume, anticipa y promueve su final, mientras el otro, en tanto, prepara su venida. Todo es tan breve y pasajero en este viaje, que la vida, la realidad terrena, parece un sueño, un paréntesis con sus excesos y sus sobriedades, con sus locuras y sus solemnidades, con su felicidad y su desdicha. Y sin darnos cuenta, las ausencias se multiplicaron y las listas de presencias se modificaron. Las sillas fueron desocupadas por unos y, casi de inmediato, ocupadas por otros. Y sin darnos cuenta, ahora tenemos mayor edad y más experiencia y vivencias, o tantos tropiezos, repeticiones y errores por la carencia de entendimiento. Y sin darnos cuenta, la lozanía huye silenciosa, gradualmente, como para que nadie lo note al siguiente día ni la atrape. Se va con la juventud. Y sin darnos cuenta, escapan la niñez, la adolescencia, la juventud, la madurez y la ancianidad, con la única esperanza de desechar las edades desde el alma y abandonarlas en los basureros de las apariencias, las mediocridades, los prejuicios y las presunciones. Todo pasa. Nada es permanente. Y sin darnos cuenta, preparamos el viaje de regreso a casa, al hogar, a la morada, de donde alguna vez, al nacer en el mundo, venimos a crecer y a probarnos. Y sin darnos cuenta, durante la caminata fuimos y somos acompañados por seres maravillosos e inolvidables que siempre, en cada ciclo, han estado a nuestro lado, y también con otros que se separan o no pertenecen al círculo evolutivo con el que vibramos. Y sin darnos cuenta, dejamos atrás tantos amaneceres y ocasos, quién sabe si bien aprovechados o totalmente desperdiciados. Quedan en el pretérito, en los otros días, los arcoíris con sus colores mágicos, las gotas cautivantes de la lluvia, las flores de exquisitos perfumes y finas texturas, los copos blancos y helados, las cortezas de los árboles en los bosques, el barro y los ríos, con la vida que solo uno sabe si aprovechó o desperdició, porque hay quienes la experimentan en armonía, con equilibrio y plenamente, lo mismo durante los aguaceros que en las sequías, y otros, en cambio, que la malbaratan y la venden con la idea de comprar apariencias y cáscaras, que ya definen, a partir de entonces, sus paraísos y sus infiernos. Y sin darnos cuenta, llevamos con nosotros cargas y liviandades, la historia completa de nuestras existencias, lo bueno y lo malo que no pueden refugiarse porque la verdad desnuda aquello que se oculta. Escribimos y protagonizamos nuestra historia, de acuerdo con el guión que nos inspira, unos para bien y otros para mal. De cada uno, por cierto, dependerá lo sublime de la obra o su triste desencanto y su fatal desenlace. Y sin darnos cuenta, la vida humana escapa cada instante.

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