Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Él y ella se sentían tan hermosos, que tras asomar un día, otro y muchos más al espejo, a los cristales y a los charcos, enamoraron de sí, sintieron embeleso al definir sus imágenes y rindieron culto a su apariencia. Evitaban hablar de la caminata del tiempo porque temían descubrir en sus rostros, en sus miradas, en su piel y en su cabello, alguna mañana, al despertar, o una noche, al dormir, las huellas de los días y los años. Anhelaban la cáscara y la inmediatez de su existencia porque aprendieron, y así les enseñaron, a ser maniquíes de aparador, muñecos de boutique, huéspedes de posadas transitorias. Demostraron, al interesarles más el calzado que las huellas y preferir los reflectores a la fuente de luz, que la belleza física no siempre es compatible con la inteligencia y las virtudes. Atendieron tanto la forma y descuidaron en exceso la esencia, que se transformaron en antítesis de la razón y los valores. Estaban enamorados de un sueño llamado belleza cuya sanación, parece, es el tiempo. Deslumbraron con la belleza temporal y sepultaron la hermosura de su interior.
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