Santiago Galicia Rojon Serrallonga
La economía de México es tan endeble, que la inesperada renuncia de Agustín Carstens Carstens como gobernador del Banco de México, programada para dentro de siete meses, en julio de 2017, tambaleó el mercado accionario del país y ejerció mayor presión sobre el peso, fenómeno digno de análisis y preocupación porque denota un país que se desmorona ante la corrupción e impunidad de autoridades y políticos y el conformismo y la pasividad de millones de personas.
Acaso coincidencia o tal vez con intención perversa porque alguien tiene interés en extinguir a México para más tarde tomar el control y beneficiarse con sus recursos naturales y minerales, el responsable de la política monetaria nacional, sí, el mismo que permitió que durante la administración de Enrique Peña Nieto el endeudamiento público haya alcanzado niveles alarmantes que representan alrededor del 50 por ciento del Producto Interno Bruto, hizo su anuncio irresponsablemente, en plena coincidencia con el día en que el mandatario nacional dirigió un mensaje a la sociedad con motivo de sus cuatro años de gestión.
Más allá de que el anuncio burló toda formalidad y violó leyes e incluso las reglas del Banco de México, pareció diseñado y ejecutado como un golpe maestro, precisamente con la finalidad de acentuar la crisis financiera del país. ¿Para quién trabaja, en realidad, este señor?
Dicen los analistas que nadie como él para controlar los niveles inflacionarios del país, pero se trata de estadísticas suscritas en el papel, las computadoras, los informes oficiales y los discursos políticos, ya que habría que salir a las calles, a los mercados, a las colonias populares, para preguntar a trabajadores y amas de casa si en verdad este año el índice fue de 2.8 por ciento. Se sentirán burlados porque en la práctica los aumentos de precios en la canasta básica y en diversos productos y servicios, se han incrementado considerablemente.
No obstante, hay que recordar que el señor Carstens sirve a intereses ajenos a los de las mayorías. Está al servicio de la élite gobernante, de los dueños del dinero y el poder, de quienes controlan la economía y el destino del mundo, ¿o acaso alguna vez se ha interesado por la microeconomía? Le pagan para que atienda otas funciones totalmente ajenas a la ralidad de los mexicanos. Sí, le pagan con el dinero que los mexicanos aportan a través de sus impuestos, a los mismos que considera estadística, cifra, número.
El hombre posee información relevante con la que beneficia al grupo que representa, pero jamás, y eso debe quedar muy claro, a las millones de familias que cada día notan que sus percepciones económicas resultan insuficientes para vivir dignamente.
Si Carstens peleó con el presidente Enrique Peña Nieto o con el secretario de Hacienda y Crédito Público, José Antonio Meade Kuribreña, debería de pensar como adulto y funcionario responsable de la política monetaria de México, no actuar igual que un mozalbete goloso que abandona a sus camaradas y se marcha con otra pandilla.
Tal vez fue, pensarían algunos, porque ganó el premio como gerente general del Banco de Pagos Internacionales al coadyuvar a destruir al país, o quizá, sospecharían otros, por la ambición e interés de conseguir mayores percepciones y hacer más obeso su currículum.
¿Será que pretende evadir su responsabilidad y huir ante los problemas que se avecinan para México y que no podrá enfrentar con declaraciones, pronósticos cambiantes, precisiones y medidas antipopulares con su muy peculiar estilo y soberbia?
En el fondo, tan ensoberbecido señor debe reconocer que no es divinidad ni Nobel de Economía, como parece creerse, sino un funcionario con relaciones importantes en el mundo financiero, con experiencia y con información privilegiada; además, el próximo año resultará sombrío para México, con altos riesgos sociales y el debilitamiento del mandatario nacional ante la cercanía del proceso electoral de 2018. Se anticipó para salvar su imagen de héroe, sus ingresos y su desarrollo profesional.
Nadie creería que el hombre, al recibir la noticia de que fue electo gerente general del Banco de Pagos Internacionales, llegó abatido a su casa, con el dilema de aceptar el cargo o quedarse con los mexicanos, y que no durmió esa noche. Obviamente, el tipo lo celebró con sus excesos.
Por otra parte, ¿que puede esperarse de un hombre que nunca ha demostrado compromiso con las mayorías y que de pronto, igual que una “chacha” -perdón por el tono despectivo-, decide marcharse del trabajo y no cumplir su contrato. Quiere salir por el traspatio, pero debería de juzgársele. Hay que obligarlo a que rinda un informe claro, preciso y real, y se sujete a un proceso de transparencia.
Abandonó la responsabilidad que asumió hasta 2021, como si una firma fuera cualquier garabato. Algunos analistas coinciden en que existen reglas en el Banco de México y que, por lo mismo, debió entregar su renuncia formal al mandatario mexicano para que éste, a su vez, la presentara ante el Poder Legislativo, cuyos integrantes, es cierto, hubieran aprovechado la coyuntura para exhibirse y actuar en perjuicio de México y sus habitantes.
Es innegable que Agustín Carstens tiene excelentes relaciones con directivos y personalidades de bancos centrales del mundo y personajes del ámbito financiero, y claro, también experiencia; sin embargo, su renuncia manda señales negativas a los mexicanos porque da la impresión de que se puede actuar irresponsablemente sin consecuencias contra quienes actúan en perjuicio del país y no cumplen los compromisos que establecen.
Más allá de la corrupción alarmante, el ejercicio de impunidad, las injusticias, el desempleo abierto, la miseria creciente, el endeudamiento, los servicios de salud humillantes, la delincuencia, el desorden social y la falta de oportunidades de desarrollo, los mexicanos también enfrentan encarecimiento del dinero a través del financiamiento, inflación, devaluación del peso mexicano frente al dólar y la sombra de un racista y extremista llamado Donald Trump, quien asumirá la presidencia de Estados Unidos de Norteamérica en enero de 2017 y cuyos efectos, al obtener el triunfo electoral, resultaron funestos para México.
México enfrenta adversidades que colocan en riesgo su equilibrio económico y financiero, pero también la estabilidad social y la seguridad nacional, como para que un funcionario vedete, soberbio y con intereses a los de la nación, contribuya a echar paladas de estiércol a la podredumbre.
¿Qué heredó Carstens México? ¿Una supuesta inflación controlada, cuando la realidad, en las calles, indica lo contrario a sus números? ¿Un peso fortalecido? ¿Desarrollo, cuando ahora el dinero financiado es más caro? ¿Inversionistas, cuando se trata de especuladores que juegan de acuerdo con sus intereses?
Evidentemente, el pueblo mexicano está más preocupado e interesado en los chismes del deporte y la televisión, en las modas, en la proximidad de las celebraciones navideñas y en las redes sociales, en memes y whats app, que en la realidad devastadora que se avecina.
Planteo, finalmente, una pregunta. Claro, sólo es una interrogante que no pretende hacer alusión a alguien. Se trata de resolver inquietudes que surgen durante las cavilaciones: ¿a quién se le tendrá mayor confianza, al perro que ladra y muerde para ganarse el hueso, las croquetas, sin importarle la clase de amo al que sirve, o al sabueso fiel a la casa donde mora y reibe beneficios?