Felipe, el inolvidable Felipe

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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A la memoria de mi entrañable primo Felipe G. O.

Existen seres humanos especiales y grandiosos que cautivan y dejan huellas en la memoria de innumerables hombres y mujeres, unas veces por sus actos, sus detalles y sus palabras, y, en ocasiones, por sus sentimientos, sus ideas, su talento y su sensibilidad. Son, en verdad, un regalo invaluable que uno, al conocerlos y tratarlos, lleva en el alma y en la mente.

La hora contemporánea, hundida en la inmediatez, la superficialidad, la estulticia, la producción en serie, las apariencias, la violencia, la satisfacción de apetitos primarios, la inteligencia artificial y la ambición desmedida, no ofrece, en sus vitrinas, aparadores y menús, suficiente número de personas amables, dedicadas al bien y a la verdad, magistrales, sencillas e inolvidables.

Y cuando alguien, en mayúsculas o en minúsculas, pretende, por su esencia, sentir, pensar, hablar y actuar diferente a la mayoría de la gente, suele condenarse al desprecio, la condena y el maltrato colectivo, lo mismo en ambientes académicos, laborales y estudiantiles que en escenarios artísticos, sociales, deportivos, intelectuales, políticos, empresariales y científicos, porque a la gente, con frecuencia, le molesta e irrita tratar con seres proclives a la búsqueda interior, al encuentro con la luz y lo sublime.

No siempre tiene uno la dicha y el privilegio de coincidir con hombres y mujeres genuinos, amables, sencillos, inteligentes, buenos, sensibles y extraordinarios. Son quienes acercan las estrellas a la humanidad y marcan la ruta al paraíso.

Escribo estas palabras en honor y en memoria de un hombre que se probó a sí mismo y pasó todas las pruebas que la vida le presentó. Es grandioso e increíble que uno recuerde a ciertas personas desde la infancia por las huellas que dejó a su paso. Felipe visitaba nuestra casa y siempre tenía un detalle bello y agradable.

Felipe, mi primo paterno, fue excelente hijo, hermano, esposo, padre, abuelo, pariente y amigo. Mi padre, mi madre, mis hermanos y yo tuvimos el privilegio de convivir y de compartir pedazos de vida con él. Siempre dejó algo hermoso, ejemplar y perdurable en nuestras existencias. Hizo algo grandioso de los pequeños detalles.

Mi padre y Felipe convivieron hace décadas. Uno era joven y el otro adolescente. Se identificaron porque coincidieron en temas esenciales y ambos pretendían superarse y evolucionar. Convivían, paseaban, caminaban y platicaban durante horas, lo mismo en el centro histórico que en el antiguo y hermoso barrio de Coyoacán, en la Ciudad de México, donde sus mañanas y sus tardes se diluían mientras el tiempo caminaba impostergable.

A los 19 años de edad, mi padre sufrió lo indecible al morir su hermano menor. El pequeño tenía 13 años de edad cuando, atacado por una enfermedad terrible, falleció irremediablemente ante la impotencia, el dolor y la tristeza familiar. Tres años antes, el padre de ellos, mi abuelo. había pasado por la transición. Mi padre era 15 años mayor que su sobrino Felipe, quien significó, para él, una compañía grata, un consuelo que, en parte, lo mantenía feliz e ilusionado.

Felipe fue, simplemente, alguien más que un sobrino, un ser humano que, por ser tan especial, ganó el amor de mi padre, quien lo consideró, respetuosamente, un hijo, un compañero leal, un amigo inseparable. Compartieron múltiples capítulos, desde su primavera existencial hasta la hora postrera, siempre unidos desde las profundidades del alma, inmensamente ricos por la convivencia e identificados, aquí y allá, por una historia inolvidable, bella e irrepetible que, sin duda, pulsará eternamente en su interior.

Cuando mi padre y mi madre contrajeron matrimonio, fundaron, en la colonia Roma de la Ciudad de México, una fábrica de gelatinas -Rojon y Gonet-, las cuales, por cierto, eran deliciosas y estaban preparadas con esmero e higiene. La grenetina Wilson y todos los ingredientes, cumplían los niveles de calidad que ellos, los clientes, exigían y disfrutaban.

En aquella época, la Fábrica Rojon y Gonet contaba con diferentes esquemas de comercialización, entre los que destacaban los pedidos que se atendían en tiendas, restaurantes y diversos establecimientos, y la venta directa en las avenidas, los parques y las calles, donde jóvenes estudiantes las transportaban en vitrinas con ruedas.

Mi padre, que también era inventor, diseñó el modelo de los carros. Tras los cristales, lucían exquisitas las gelatinas de agua y de leche. Las había de limón, naranja, fresa, grosella, piña y uva; pero también de vainilla, nuez, coco y pistache.

Felipe, sus hermanos y otros muchachos se emplearon en el negocio familiar. Junto con otros jóvenes, salían, desde muy temprano, con los carritos repletos de gelatinas y el arroz con leche, que era una de las especialidades de la empresa. Vendían los productos y regresaban con la intención de entregar los carritos y el dinero de la venta, e irse a sus respectivas escuelas.

Más tarde, Felipe ingresó a una institución bancaria; no obstante, él, que era un hombre emprendedor, tenía cita con el destino y fundó, en el tradicional barrio de Coyoacán, en la Ciudad de México, una refaccionaria. Yo era muy niño cuando lo miraba en su negocio. Era un hombre amable y cariñoso.

En aquella época, la de mi niñez inolvidable, solía visitarnos. Le encantaban los autos de colección, marca Mercedes Benz, los cuales, aunque eran modelos pasados, conservaban su encanto, belleza y elegancia. Y siempre tenía un detalle, una palabra, una sonrisa, un gesto amable, una reacción buena. Se volvió, para nosotros, como seguramente para tanta gente que lo conoció, un ser irrepetible.

Cuando, en mis primeros años juveniles, visité el sureste mexicano, las playas hermosas y paradisíacas de Cancún, donde decidió radicar y establecer sus negocios en el giro de refacciones automotrices, tuvo la gentileza de acompañarme, convivir y atenderme con el cariño que le caracterizó y que lo hizo un ser humano cautivante y maravilloso. ¿Cómo olvidar a una persona que es auténtica, que irradia sentimientos nobles y que actúa con valores?

Transcurrieron los años. Las enfermedades no lo doblegaron. Fue un luchador ejemplar e incansable. Le encantaba caminar. Parecía inagotable. Su memoria era prodigiosa. Durante el último par de años, me relataba historias de mi padre y de nuestros antepasados; yo le compartía, por teléfono, datos e información sobre mis investigaciones relacionadas con el linaje familiar.

La madrugada del pasado jueves 9 de febrero de 2023, mi primo Felipe pasó por la transición. Hoy pienso que nos faltó más tiempo para convivir; sin embargo, tengo la certeza de que tanto él como mi familia y yo somos inmensamente afortunados y ricos porque siempre, aquí y allá, incluso en otros planos, nuestras almas siempre se sentirán atraídas e identificadas por lo que fuimos e hicimos. Eso es parte de la belleza y del encanto de la vida. No morimos. Simplemente, partimos a otros niveles, a la fuente infinita, de la que formamos parte, y eso, Felipe querido, me estimula a pensar que eternamente compartiremos un destino grandioso. Gracias por ser quien eres, a pesar de que estemos en diferentes planos.

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Y si una flor es una letra

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y si una flor es una letra, un sentimiento, una palabra, un ideal, un pensamiento, ¿podrá formar parte del jardín de las novelas, los cuentos y los poemas? Y si una flor -margarita, tulipán, orquídea, girasol, rosa- es pedazo de un jardín, fragmento de un paraíso, ¿sentirá alegría al integrarse a las páginas del arte de las letras, a una historia, a un relato? Y si una flor es un suspiro, un deleite, un color, un perfume, una textura, ¿enriquecerá una obra literaria, le dará un toque mágico, impregnará sus detalles y sus motivos? Y si una flor somos tú, yo, nosotros y ellos, ¿contaremos historias -cuentos y novelas- y nos sentiremos inspirados para escribir poemas y relatos, y así crear el más bello y noble de los paraísos infinitos? Y si una flor es el arte, la letra, la palabra que mece el viento, ¿cumpliremos nuestro anhelo de vivir eternamente en los jardines de la creación?

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Son flores, caminos, historias

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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La letras y las palabras, cuando uno las escribe con talento, sensibilidad e inspiración, son perfumes que envuelven el ambiente y cautivan al ser y deleitan los sentidos, como un oleaje suave que ondula el viento en un lago que refleja las frondas de los árboles, las nubes rizadas que flotan peregrinas y el azul profundo del cielo.

Al escribir, el artista se encuentra entre el infinito y la temporalidad, lo que equivale, indudablemente, a pasear por los jardines y las moradas de Dios, con todos sus encantos, y a andar por los caminos de un mundo con flores y abrojos, auroras y ocasos, donde el alma abraza y besa a la arcilla en un pacto inquebrantable que rompe barreras y fronteras.

Quien escribe sin máscaras ni disfraces, lejos de la arrogancia y de superficialidades, ausente del calzado que pisotea, preferentemente descalzo o con sandalias, deja huellas indelebles en el camino, en el sendero que lleva a rutas insospechadas. Cada párrafo es una idea, un mundo, una reflexión, una época, una o más vidas.

Uno, al enlazar una, otra y muchas letras más, compone historias, rumbos, ideas, motivos. Las palabras se fusionan, similares a las gotas que surgen de la intimidad del la tierra y se unen a tantas, hasta transformarse en corrientes diáfanas, en cascadas y en ríos de incomparable belleza que invitan a bañarse y a hundir los pies en la arena para sentir el pulso de la creación, los susurros y los silencios de la vida, el canto de la naturaleza.

Escribir es, parece, dispersar las semillas en los surcos, regarlas, permitir que sientan los abrazos, las caricias y los besos de la lluvia, del viento, una mañana soleada, una tarde nublada o una noche estrellada. Es un acto magistral y prodigioso, exclusivo de seres casi etéreos que exploran las rutas del alma y del infinito.

Los textos bien escritos -oh, el encanto y la magia del artista- son flores -orquídeas, buganvilias, margaritas, tulipanes, rosas, nardos, gladiolas, crisantemos, azucenas, dalias- que cautivan, enamoran y regalan detalles y fragancias; matorrales y tallos con espinas, plantas venenosas, como opción para aquellos que renuncian a las texturas; hongos, cortezas, helechos. Cada palabra lleva consigo un regalo, una sorpresa, un detalle, una razón, un sentido.

Al contemplar tanta belleza, en el arte de las letras, siento y pienso, definitivamente, que, al escribir, dejo pedazos de mí en las hojas de los cuadernos, en los equipos, aquí y allá, para constancia de mi entrada a paraísos etéreos e infinitos y mi paso por el mundo. Quiero que la gente que amo reciba mis letras como prueba de nuestra unión dentro de la inmortalidad; pero también quiero que otros, mis lectores, descubran en cada página un camino, un rumbo, un destino.

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Y aquí sigo

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y aquí sigo, en medio del mundo, entre mis mañanas y mis noches, tratando de vivir cada instante en armonía, con equilibrio e intensamente. Sé que si uno permanece atorado en la orilla de la corriente, entre el agua que se encharca y se vuelve pútrida y hedionda, pierde la grandiosa oportunidad de disfrutar, con sus claroscuros, la travesía por el mundo. Y aquí sigo, lejos de envidias, desamores, enojos, maldades, odios, rencores y tristezas, alumbrado por la luz de mi alma. Y aquí sigo, en la temporalidad, rumbo al infinito. Y aquí sigo, en el camino, interesado en explorar la vida, en recibirla como el maravilloso regalo y milagro que es. Y aquí sigo, hasta en las madrugadas y las tardes, con mis sueños y mis realidades, entretenido en el inacabable ensayo de la vida. Y aquí sigo, inmerso en mi esencia y en mi arcilla, enamorado de la vida y con asombro ante sus detalles y maravillas. Y aquí sigo, con mis letras y con lo que soy, con flores y poemas para que todos sepan que el amor, la verdad y el bien son parte de la fórmula de la felicidad, la evolución y la inmortalidad. Y aquí sigo.

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La edad toca a la puerta

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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La edad es una dama traviesa que, en ocasiones, se disfaza de recién nacida, niña, adolescente o joven, y otras veces, en cambio, se presenta con el vestuario de la madurez o de la ancianidad. No toca a la puerta ni tiene la costumbre de asomar a las ventanas. Simplemente llega y se hospeda en la gente, en las criaturas de la naturaleza, en las cosas. Es pintora y escultora. Su lienzo es la piel, la textura, cuanto encuentra a su paso. Allí deja sus poemas y sus epitafios. Es, sencillamente, una enamorada incorregible que deja huellas donde camina y en lo que toca. Asusta a las personas que asoman al espejo y definen arrugas, desarreglos y canas. Está al servicio de la vida y de la muerte. Es compañera de un tipo indiferente -el tiempo-, que no tiene apegos ni sentimientos. La edad tampoco se queda, pero arranca pedazos o deja marcas de su andar. Muchos agreden a la edad y la convierten en enemiga deleznable; sin embargo, no le importa entablar amistad ni formar parentescos, indudablemente porque su mayor pasión es dejar señas de su estancia. Distrae tanto, que provoca amnesias, hasta que el ideal del infinito se pierde y se diluye entre cirugías plásticas, cremas y tratamientos para retrasar el envejecimiento. La edad, sonriente, hurta la niñez, la adolescencia y la juventud -sus mayores tesoros-, y sonríe al descubrir, una y otra vez, que el tránsito a la madurez y a la ancianidad resulta aterrador e inaceptable para tanta gente. Incontables hombres y mujeres temen a la idea de la finitud. La edad les demuestra que la vida y el tiempo no se compran. Si las personas, en masculino y en femenino, en mayúsculas y en minúsculas, se acercaran a la edad y escucharan con atención sus rumores y sus silencios, aprenderían a aprovechar los instantes de sus existencias y a convertirse en protagonistas de historias grandiosas. Algo más que arrugas, enfermedades, canas y agotamiento debe aportar, sin duda, la edad. Hay que escucharla con atención cuando habla o calla.

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¿Qué somos?

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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¿Qué somos? ¿Dos flores, acaso, que se abrazan tiernamente y bailan alegres cuando el viento las agita? ¿Qué somos? ¿Dos flores, quizá, que se enamoran y se prometen amor eterno una mañana de primavera? ¿Qué somos? ¿Dos flores, tal vez, que comparten sus instantes una primavera, un verano, un otoño, un invierno? ¿Qué somos? ¿Dos flores, probablemente, que, juntas, miran el paso de los minutos del amanecer, del mediodía, de la tarde y de la noche?¿Qué somos? ¿Dos flores, seguramente, que se acompañan durante este sueño llamado vida? ¿Qué somos? ¿Dos flores, pregunto, que, al amarse tanto, suspiran profundamente y anhelan, tras la vida efímera en el mundo, despertar en los jardines del infinito?

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La fórmula

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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He caminado entre la vida y la muerte. Mi andar en las calzadas desoladas y envueltas en niebla, entre árboles corpulentos que proyectan sombras, sepulcros gélidos y yertos, epitafios que ya nadie lee y esculturas de mirada angustiada y triste, donde escabulle el viento fugaz con sus rumores y sus silencios, me ha enseñado, a través de las estaciones, a reflexionar sobre el paso temporal por este mundo.

Mucho tiempo he dedicado a meditar. Como estudioso e investigador de orígenes antiguos, he visitado tumbas abandonadas, criptas ennegrecidas que cubren nombres y apellidos y que, quizá, emulan a la desmemoria que todo lo arrebata a los recuerdos para dispersarlo como lo hace el viento con las hojas secas una tarde otoñal.

También, con profundo embeleso, he admirado las auroras y los ocasos, el nacimiento de cada día y su extinción dramática, horas más tarde. con sus cargas y sus liviandades, como si encerrara un mensaje secreto, un lenguaje oculto, para descifrarlo y, en consecuencia, no desaprovechar la vida humana y expermentarla en armonía, con equilibrio y plenamente.

He visto, con pesar, el duelo y las lágrimas de la gente en los cementerios. Colocan flores y rezan, a veces, creo, en susttución del amor, el bien y los detalles que, por alguna razón, no demostraron a sus familiares ya difuntos. Y las personas, en mayúsculas y en minúsculas, en femenino y en masculino, sienten dolor, soledad, arrepentimiento y tristeza ante tan fuerte ausencia. Se les fue el tiempo. Llegó la noche cuando pensaban que la mañana serpia duradera. Sospechan, desconsolados, que jamás volverán a reencontrarse con sus seres queridos, y lloran y sufren con mayor intensidad.

Unos creen, otros suponen y algunos más piensan o imaginan que, sin duda, al morir, se reunirán con la gente que quisieron y formó parte de sus historias y de sus vidas; sin embargo, la mayoría, en lo más íntimo, desconoce la realidad y se tambalea, hasta que el olvido se empeña en arrancarle al recuerdo las flores, las hojas y los perfumes. La textura se impone a la esencia, acaso por ser de este mundo, y, de esa manera, la vida humana sigue con desequilibrio, entre risas y llanto, apresuraciones y pausas, en su interminable y, en ocasiones, incomprensible dualidad.

Esta tarde, mientras contemplo el follaje, el tronco y las ramas de un viejo árbol, he pensado que si amo desde el alma, si hago el bien desinteresadamente, si dejo huellas para que otros las sigan, si doy ejemplo de actos buenos, si actúo con honestidad y valores, indudablemente, un día, al morir terrenalmente, mi alma recorrerá, antes de llegar a la morada inmortal, el interior de cada persona, y allí iniciará mi entrada al paraíso.

Mi hogar, mi paraíso, será, en un primer paso, al morir terrenalmente, en cada hombre y mujer que me recuerden con amor. Allí estaré, en ellos, y así, no lo dudo, comenzaré mi travesía hacia la inmortalidad. Pienso que si todos decidiéramos practicar esta fórmula, aseguraríamos el ingreso a un pedazo de cielo, a un trozo de infinito, y no habría, entonces, motivos para dudar y sufrir.

La clave se basa, parece, en amar y en hacer el bien a los demás para quedar en el recuerdo, en la memoria y en los sentimientos de la gente. Así, al volver a ser hermanos, perduraremos. Parte de nuestro remanso, al dejar el mundo, serán las almas con las que compartimos la aventura de la vida temporal. Hermoso sendero hacia la vida infinita. Tal es la fórmula.

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Fuimos cristales

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Fuimos, quizá, un cristal bonito, cautivante y prodigioso, igual que un poema o una nota musical de inspiración profunda. Un cristal etéreo y mágico que separaba con cuidado la esencia de la arcilla. Sin duda, embellecía la fachada, reflejaba el paisaje y, a la vez, permitía mirar el interior de nuestra morada, eco de aquel ayer que vivimos entre el infinito y la temporalidad. Acaso desconocíamos que, una mañana o una tarde, una noche o en la madrugada, a cierta hora y en determinada fecha, se volvería opaco o se rompería por exceso de historias y por tantos días que se acumularían en ayeres, en pasados, en recuerdos y en olvidos, en murmullos y en silencios que, forzosamente, llegan a uno, a pesar de que ya no se les espere. Somos, probablemente, cristales rotos que, una vez, fueron esculturas, imágenes, objetos con una vida terrena que parecía extinguirse conforme transitaban los minutos y las horas, los meses y los años, a otras rutas. Fuimos parte de ventanales que permanecieron abiertos o cerrados a las ráfagas del viento, a la nieve, a la lluvia, a los perfumes, a las fragancias, a la policromía, a los susurros de la vida. Las envidias, los miedos, las discordias, los rencores, los desencuentros, los odios, las discusiones, las avaricias, las superficialdades, las tristezas, la ignorancia y la maldad -tanto y más, aunque agote y fastidie enumerarlas-, ensuciaron y rayaron los vidrios otrora límpidos, los cristales que antaño lucieron transparentes, sin que reaccionáramos y, por lo mismo, los laváramos o, en su caso, los puliéramos. Se fracturaron. Quedaron rotos como nuestro tiempo y las historias que escribimos a diario, precisamente cuando ya no había oportunidad de rescatarlos. Están incompletos. Quedaron tan sucios, rayados y mutilados, que ya no pudimos observar ni reconocer lo que había dentro. Ya lo olvidamos. Rompimos los vidrios. Imposible pasar al interior porque hay exceso de astillas. Es necesario retirarlas. Fuimos, parece, viajeros que descuidamos los vidrios, los detalles, cada pieza de crital. Ahora ya sabemos que un cristal, al ensuciarse o quedar rayado, puede lavarse o pulirse oportrunamente; sin embargo, una vez que se rompe, no vuelve a ser el mismo, aunque se le pegue con esmero. Indudablemente, muchos de nosotros aún conservamos un ventanal completo, un espacio con un cristal que puede restaurarse y, así, ofrecer una inspección a la morada, la entrada a la ruta interiot y a nosotros mismos, en busca de la esencia, la verdad, el bien y el plano de la inmortalidad. No esperemos a que nuestros cristales estén todos rotos para, esterilmente, tratar de encontrarnos en los escombros y reconstruirnos.

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Tardes

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Estas tardes de mi vida transcurren como un regalo, un obsequio que llega de repente y se queda a mi lado para hacer amenas mis soledades. Tardes silenciosas, quizá, por sus minutos cargados de remembranzas, que transitan del cielo azul, con horizontes amarillos, naranjas y rojizos, al celaje melancólico y plomado que antecede las noches de luceros que alumbran mi camino o de tormenta que me empapa con el propósito de que nunca olvide que en realidad he vivido. Tardes de susurros, tal vez, porque el viento suele entregar mensajes, la lluvia tiene su lenguaje y la nieve habla durante ciertas temporadas, cuando uno es joven o ya es viejo. Tardes livianas y pesadas, despues de mañanas frescas e intensas y de mediodías brillantes. Tardes que no son día ni noche. Tardes para el balance y la reflexión, antes de que caiga el telón de la noche. Tardes que, acaso, prometen retornar al siguiente día, unas veces soleadas y otras, en cambio, oscuras y friolentas, con ráfagas de aire y tempestades. Tardes de mi existencia, irrepetibles, necesarias para inspirarme y escribir, caminar por las calzadas arboladas que me encantan, convivir con quienes tanto amo, pasear, deleitarme con cada minuto que pasa y agradecer por mi historia, por la gente que siento en mi alma y por la esperanza de un infinito maravilloso. Estas tardes de mi existencia insisten en quedarse, en llegar con anticipación, previas al mediodía, y retirarse al transcurrir casi toda la noche, cerca de la madrugada,, demasiado trasnochadas, probablemente con la idea de enseñarme a vivir, seguramente con el objetivo de que haga de cada instante un prodigio. Estas tardes me enseñan el milagro de la vida. Son mis tardes.

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¿En qué momento?

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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¿En qué momento olvidé que mi estancia en el mundo es temporal? ¿A qué hora, que no recuerdo ya, me acostumbré tanto a la vida que quedé atrapado en la comodidad aparente de sus butacas y dejé de experimentarla en armonía, con equilibrio y plenamente, mientras el péndulo y las manecillas, imperturbables, continuaban su itinerario? Oh, las estaciones pasan, se suceden unas a otras y, no obstante, reconozco que traigo más cargas y liviandades en el equipaje. Parece que las cargas, por lo que significan, en ocasiones son demasiado ligeras; creo, a veces, que las levedades pesan mucho por lo que representan. ¿En qué instante olvidé que los años de la existencia son breves y que llega una fecha, en especial, en que se agotan y uno, entonces, acude puntual a su cita con el destino, en la línea del horizonte, donde se cierra la página final de la bitácora, la hoja postrera del libro? ¿En qué minuto de la mañana, de la tarde o de la noche renuncié a la alegría, a las sonrisas, a la amabilidad, y las sustituí por tristeza, enojos y aspereza? Estaba tan entretenido en los destellos y en las sombras que olvidé, supongo, las causas que provocaban los efectos. Y si uno, por el motivo que sea, se encierra en su egoísmo, en sus intereses, deja de hacer el bien y de cultivar sentimientos, ideales, esperanzas, pensamientos nobles, palabras amables, sueños y actos sublimes. Los pedazos de ayer y de vida quedaron dispersos en los caminos, en las estaciones, en rutas que ya nadie recorre. Todo va quedando a la orilla del camino, entre matorrales, piedras y escombos, acaso con la intención de que uno, al alejarse y voltear atrás, sepa que nada, excepto el bien y lo supremo, llevará al atravesar la frontera, al cruzar el umbral, al mudar de la temporalidad a un plano infinito. No quiero permanecer atado a mis ambiciones desmedidas, a mis intereses egoístas y a mis apetitos insensibles, como otros tantos lo hacen al perder su dignidad humana, al no recordar las riquezas que moran en su interior, al no reconocerse a sí mismos; deseo liberarme de la fatal caída y experimentar, en lo sucesivo, cada segundo de la vida. Prometo no olvidarme de vivir. ¿En qué momento dejé de sentir el encanto de la vida, disfrutar su prodigio y agradecer su milagro?

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