SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA
Derechos reservados conforme a la ley/ Copyright
A la memoria de mi entrañable primo Felipe G. O.
Existen seres humanos especiales y grandiosos que cautivan y dejan huellas en la memoria de innumerables hombres y mujeres, unas veces por sus actos, sus detalles y sus palabras, y, en ocasiones, por sus sentimientos, sus ideas, su talento y su sensibilidad. Son, en verdad, un regalo invaluable que uno, al conocerlos y tratarlos, lleva en el alma y en la mente.
La hora contemporánea, hundida en la inmediatez, la superficialidad, la estulticia, la producción en serie, las apariencias, la violencia, la satisfacción de apetitos primarios, la inteligencia artificial y la ambición desmedida, no ofrece, en sus vitrinas, aparadores y menús, suficiente número de personas amables, dedicadas al bien y a la verdad, magistrales, sencillas e inolvidables.
Y cuando alguien, en mayúsculas o en minúsculas, pretende, por su esencia, sentir, pensar, hablar y actuar diferente a la mayoría de la gente, suele condenarse al desprecio, la condena y el maltrato colectivo, lo mismo en ambientes académicos, laborales y estudiantiles que en escenarios artísticos, sociales, deportivos, intelectuales, políticos, empresariales y científicos, porque a la gente, con frecuencia, le molesta e irrita tratar con seres proclives a la búsqueda interior, al encuentro con la luz y lo sublime.
No siempre tiene uno la dicha y el privilegio de coincidir con hombres y mujeres genuinos, amables, sencillos, inteligentes, buenos, sensibles y extraordinarios. Son quienes acercan las estrellas a la humanidad y marcan la ruta al paraíso.
Escribo estas palabras en honor y en memoria de un hombre que se probó a sí mismo y pasó todas las pruebas que la vida le presentó. Es grandioso e increíble que uno recuerde a ciertas personas desde la infancia por las huellas que dejó a su paso. Felipe visitaba nuestra casa y siempre tenía un detalle bello y agradable.
Felipe, mi primo paterno, fue excelente hijo, hermano, esposo, padre, abuelo, pariente y amigo. Mi padre, mi madre, mis hermanos y yo tuvimos el privilegio de convivir y de compartir pedazos de vida con él. Siempre dejó algo hermoso, ejemplar y perdurable en nuestras existencias. Hizo algo grandioso de los pequeños detalles.
Mi padre y Felipe convivieron hace décadas. Uno era joven y el otro adolescente. Se identificaron porque coincidieron en temas esenciales y ambos pretendían superarse y evolucionar. Convivían, paseaban, caminaban y platicaban durante horas, lo mismo en el centro histórico que en el antiguo y hermoso barrio de Coyoacán, en la Ciudad de México, donde sus mañanas y sus tardes se diluían mientras el tiempo caminaba impostergable.
A los 19 años de edad, mi padre sufrió lo indecible al morir su hermano menor. El pequeño tenía 13 años de edad cuando, atacado por una enfermedad terrible, falleció irremediablemente ante la impotencia, el dolor y la tristeza familiar. Tres años antes, el padre de ellos, mi abuelo. había pasado por la transición. Mi padre era 15 años mayor que su sobrino Felipe, quien significó, para él, una compañía grata, un consuelo que, en parte, lo mantenía feliz e ilusionado.
Felipe fue, simplemente, alguien más que un sobrino, un ser humano que, por ser tan especial, ganó el amor de mi padre, quien lo consideró, respetuosamente, un hijo, un compañero leal, un amigo inseparable. Compartieron múltiples capítulos, desde su primavera existencial hasta la hora postrera, siempre unidos desde las profundidades del alma, inmensamente ricos por la convivencia e identificados, aquí y allá, por una historia inolvidable, bella e irrepetible que, sin duda, pulsará eternamente en su interior.
Cuando mi padre y mi madre contrajeron matrimonio, fundaron, en la colonia Roma de la Ciudad de México, una fábrica de gelatinas -Rojon y Gonet-, las cuales, por cierto, eran deliciosas y estaban preparadas con esmero e higiene. La grenetina Wilson y todos los ingredientes, cumplían los niveles de calidad que ellos, los clientes, exigían y disfrutaban.
En aquella época, la Fábrica Rojon y Gonet contaba con diferentes esquemas de comercialización, entre los que destacaban los pedidos que se atendían en tiendas, restaurantes y diversos establecimientos, y la venta directa en las avenidas, los parques y las calles, donde jóvenes estudiantes las transportaban en vitrinas con ruedas.
Mi padre, que también era inventor, diseñó el modelo de los carros. Tras los cristales, lucían exquisitas las gelatinas de agua y de leche. Las había de limón, naranja, fresa, grosella, piña y uva; pero también de vainilla, nuez, coco y pistache.
Felipe, sus hermanos y otros muchachos se emplearon en el negocio familiar. Junto con otros jóvenes, salían, desde muy temprano, con los carritos repletos de gelatinas y el arroz con leche, que era una de las especialidades de la empresa. Vendían los productos y regresaban con la intención de entregar los carritos y el dinero de la venta, e irse a sus respectivas escuelas.
Más tarde, Felipe ingresó a una institución bancaria; no obstante, él, que era un hombre emprendedor, tenía cita con el destino y fundó, en el tradicional barrio de Coyoacán, en la Ciudad de México, una refaccionaria. Yo era muy niño cuando lo miraba en su negocio. Era un hombre amable y cariñoso.
En aquella época, la de mi niñez inolvidable, solía visitarnos. Le encantaban los autos de colección, marca Mercedes Benz, los cuales, aunque eran modelos pasados, conservaban su encanto, belleza y elegancia. Y siempre tenía un detalle, una palabra, una sonrisa, un gesto amable, una reacción buena. Se volvió, para nosotros, como seguramente para tanta gente que lo conoció, un ser irrepetible.
Cuando, en mis primeros años juveniles, visité el sureste mexicano, las playas hermosas y paradisíacas de Cancún, donde decidió radicar y establecer sus negocios en el giro de refacciones automotrices, tuvo la gentileza de acompañarme, convivir y atenderme con el cariño que le caracterizó y que lo hizo un ser humano cautivante y maravilloso. ¿Cómo olvidar a una persona que es auténtica, que irradia sentimientos nobles y que actúa con valores?
Transcurrieron los años. Las enfermedades no lo doblegaron. Fue un luchador ejemplar e incansable. Le encantaba caminar. Parecía inagotable. Su memoria era prodigiosa. Durante el último par de años, me relataba historias de mi padre y de nuestros antepasados; yo le compartía, por teléfono, datos e información sobre mis investigaciones relacionadas con el linaje familiar.
La madrugada del pasado jueves 9 de febrero de 2023, mi primo Felipe pasó por la transición. Hoy pienso que nos faltó más tiempo para convivir; sin embargo, tengo la certeza de que tanto él como mi familia y yo somos inmensamente afortunados y ricos porque siempre, aquí y allá, incluso en otros planos, nuestras almas siempre se sentirán atraídas e identificadas por lo que fuimos e hicimos. Eso es parte de la belleza y del encanto de la vida. No morimos. Simplemente, partimos a otros niveles, a la fuente infinita, de la que formamos parte, y eso, Felipe querido, me estimula a pensar que eternamente compartiremos un destino grandioso. Gracias por ser quien eres, a pesar de que estemos en diferentes planos.
Derechos reservados conforme a la ley/ Copyright