Te fuiste

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Te fuiste, infancia mía. Te vi partir, cuando más feliz me sentía en tu regazo, en medio de juegos y de risas, como un amor que, inesperadamente, se marcha y no vuelve más. Te fuiste, aunque seas tan mía. Me quedé, simplemente, con los juguetes, los sueños y las diversiones. Son constancia y pedazos de tu inolvidable presencia. Contigo caí y me levanté. Aprendí dentro de mi inocencia. Estás en mis recuerdos y en mis suspiros. Te fuiste, adolescencia querida, precisamente a la hora en que creía que eras una extensión de mi niñez azul y dorada; pero yo crecía y no me daba cuenta de que cada instante significaba la cercanía a una despedida. Fuiste el puente entre mi niñez y mi juventud. Te extraño tanto. Te fuiste, juventud añorada, tesoro mío, cuando pensaba que el mundo podía conquistarse y me entregaba a lo bello y lo sublime de la vida. Estuviste conmigo, contenta y fielmente, como una enamorada que ama con intensidad. A tu lado aprendí y viví tanto, que pensé que siempre me acompañarías. Me dejaste de un día a otro, entre un suspiro y algunos más, cuando me sentía tan seguro de ti. Te extraño. Estás en mis remembranzas con todo lo que significaste. Gracias por tanto que me dieron, tesoros míos. Se fueron, niñez, adolescencia y juventud tan amadas. Ahora las recuerdo con gratitud y nostalgia, como quien mira al cielo, una mañana soleada, una tarde nebulosa o una noche estrellada, y descubre que alguna vez estuvo en el paraíso. Gracias, en verdad.

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El pasado me solicitó no olvidarlo, pero me invitó a disfrutar y a vivir mi hora presente

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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En mi infancia definí lo que tanto me encantaba. Recorro las estaciones del ayer, hasta llegar a la de mi niñez, cuando disfrutaba mis juguetes, correr, saltar y divertirme en la inmensidad del jardín y en los escondrijos y rincones de la casa, que entonces me parecían enigmáticos y grandiosos, quizá porque los consideraba -y así fue- mi hogar, mi mundo, mi escenario.

Jugaba intensamente con mis hermanos y con los pocos amigos que tenía -Geli y Lolín, quienes deben vivir en algún lugar de España, o Martha, Fabio, José y Antonio-, y si muchas ocasiones reíamos, otras, en tanto, como todo ser humano durante su niñez, reñíamos y volvíamos a convivir en paz. Inventábamos nuestras historias. De los sueños, de la imaginación, hacíamos juegos y realidades.

Fuimos personas, en diminuto, en masculino y en femenino, que lo mismo jugábamos a la maestra y los alumnos, al hogar o a un día de campo. Nos convertimos en gladiadores, viajeros, navegantes, deportistas, soldados, exploradores, astronautas, príncipes, jardineros y constructores. Reímos y lloramos. Fuimos personajes de nuestros guiones improvisados de la infancia. De esa manera construimos nuestros días.

En contraste con tanta alegría y libertad, con frecuencia sentía necesidad de recluirme, explorar, buscarme y descubrirme en mí, y también escribir y leer. No buscaba tanto la vida de religioso, como podría suponerse, sino la de místico, la de anacoreta, y así me volví, inclinación que combiné con mi pasión por la tinta y el papel, con mi urgencia de horadar, explorar, descubrir y analizar todo.

Me resultaba un deleite, en las reuniones familiares y en las fiestas, permanecer cerca de las personas de mayor edad y oír sus historias interminables. Escuchaba relatos acerca de mis antepasados, e imaginaba cada detalle de la epopeya que protagonizaron. Me sentía orgulloso. Necesitaba saber más.

En ocasiones, las personas a las que me acercaba, decían que era muy niño o adolescente, que no me aburriera con sus conversaciones, y me invitaban, por lo mismo, a que me integrara con otros menores de mi edad, con la intención de disfrutar sus juegos, sus bailes, sus competencias y sus diversiones; pero mi respuesta era que me agradaba escuchar las narraciones sobre mis antepasados y otras personas porque así aprendía mucho. Memorizaba los nombres, las fechas, los acontecimientos, que posteriormente anotaba.

Y así transcurrieron los años. Me acostumbré a explorar, lo mismo en cavernas y en ruinas, que en barrancos y en montañas, en desiertos y en selvas, en ríos y en mares, independientemente de mi búsqueda interior. He consultado libros de páginas amarillentas y quebradizas, documentos empolvados, lápidas tristes y olvidadas, anotaciones. Conozco el perfume de la desolación, del pasado y de las cosas que quedaron atoradas en estaciones lejanas. No me son extraños los epitafios, las incógnitas, los signos, los rumores y los silencios del pretérito.

Durante los paseos y las convivencias familiares, en mis viajes, en mi historia, siempre busqué, como hoy, respuestas a tantas interrogantes. Todo me asombraba y, en consecuencia, necesitaba escudriñar y conocer sus orígenes y sus finales, sus motivos y sus destinos.

Hace días, mientras consultaba y estudiaba copias de documentos del siglo XIX, relacionados con mi libro Columpio de remembranzas, no solamente descubrí que, a pesar de tantos años que he dedicado al tema, la investigación me abría demasiadas puertas a rutas inexploradas -algo natural en esta clase de tareas-; sentí, adicionalmente, una soledad abrumadora al darme cuenta de que estaba entre gente y asuntos que ya nadie recuerda y que, quizá, interesan a escaso número de personas.

Leí nombres y apellidos, fechas, datos, países, acontecimientos. Nunca antes había experimentado tal sensación. Fue como si la gente de antaño -mis antepasados y otros personajes- me agradeciera y reconociera la labor que realizo, con la diferencia de que parecía gritar que también viviera, que no olvidara disfrutar cada instante de mi existencia, en el mundo, con sus luces y sus sombras, porque todo pasa, lo que es hoy se vuelve mañana y las personas y las cosas -al menos sus historias- quedan en viejas estaciones, en baúles sellados, disueltas por la amnesia, rotas ante la desmemoria y la caminata del tiempo.

Esa noche, mortificado por tantas interrogantes, no dormí; además, me despertaron los sigilos y los susurros del pasado que me invitaba a no olvidar mi obra, pero tampoco a evadir mi responsabilidad humana de disfrutar la vida en armonía, con equilibrio y plenamente, recomendación que nunca he descuidado. Solicitó, el pretérito, que rescatara sus pedazos dispersos como homenaje a sus personajes, a los de entonces, en un servicio a las generaciones de la hora contemporánea y de los días que están por venir, con la idea de que conozcan las historias que fueron olvidadas, con la asimilación de las lecciones; sin embargo, tuvo la gentileza de exhortarme a vivir, a no morir con quienes, anticipadamente, en otra centuria, lo hicieron al acudir, puntuales, a su cita con el destino.

Y tiene razón el pasado, no es sano quedar atrapado entre sus escombros y sus sombras. Más allá de que uno, como escritor, se dedique a la investigación de temas de antaño, es recomendable admirar y disfrutar los amaneceres y los ocasos, el ir y el venir del oleaje de matices esmeralda y jade, la profundidad del cielo y sus nubes pasajeras de formas caprichosas, las gotas de la lluvia y las hojas que el viento desprende de los árboles, los copos de nieve y la arena, las cascadas y los ríos, los colores y los perfumes de la naturaleza, el encanto humano, los signos cautivantes de la creación. Es fundamental expresarse plenamente como la esencia infinita y la arcilla temporal que es uno, y trascender. Uno merece consumir cada instante con el sí y el no de la vida, siempre en busca de trascender. La vida invita a ser su amiga, su compañera, su aliada. Mi gratitud al pasado que me invitó a asomar a la vida y a disfrutarla en el presente.

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Si el ayer se volviera hoy

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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A veces, mientras camino reflexivo por las calzadas alfombradas de hojarasca, pienso en los muchos ayeres de mi existencia que desearía convertir en hoy, en ahora, con la intención de volver a vivir los capítulos que se desvanecieron, repetir los momentos dichosos y reparar las oportunidades desperdiciadas para hacer el bien, corregir los errores, restaurar el amor y la paz con la gente que forma parte de mi historia, aprovechar los instantes perdidos y enmendar las páginas de mi biografía. En ocasiones, al sentarme, muy temprano, en la banca de hierro y sentir las rachas de viento helado que desprenden las hojas doradas y quebradizas de los árboles, recuerdo las páginas impresas del almanaque, las de antaño, con el deseo de regresar a cada fecha, a toda hora, y así solicitar la comprensión y el perdón de quienes, sin darme cuenta, ofendí o lastimé; pero también con el objetivo de sonreír más, tener mayor cantidad de detalles y convertirme en alguien grandioso e inolvidable. Si existiera una fórmula para regresar a los otros días, a los del pretérito, medito al contemplar la arboleda que cambia de piel, no desperdiciaría ni un momento en asuntos baladíes, ni tampoco en superficialidades, y menos en arrogancias y en maldad. Si pudiera volver a los otros años, me preocuparía más por la autenticidad y la pureza de mis sentimientos, por la sinceridad y la nobleza de mis pensamientos, por la intención buena y razonable de mis palabras, por el sentido de mis actos. Me angustiaría y me mortificaría menos por las apariencias, los compromisos innecesarios, la competencia insana con otros y los apetitos sin razón. Viviría en armonía conmigo, con la creación, con todos los seres humanos y con las criaturas en sus diferentes expresiones; tendría mayor equilibrio y trataría de no resbalar a los abismos, a los extremos radicales, para no comportarme como marioneta ni propiciar espectáculos de bufón; buscaría la plenitud en todo lo bello, en el bien y en la verdad. Sería justo y libre. Veo, ante mis pies, las calzadas y los jardines tapizados de hojas amarillas, doradas, naranjas, rosadas, moradas y rojizas que crujen al pisarlas, y me pregunto, en los minutos de mis cavilaciones, por qué somos tan complejos los seres humanos, e incapaces de atrevernos a protagonizar una odisea, actos de amor y de bien. Ni siquiera, ya adultos, somos capaces de asimilar experiencias o de jugar, divertirnos y reír como niños. Si el ayer se volviera hoy, correría hacia mi familia, abrazaría a todos y les expresaría mi amor y mi gratitud, palabras que también manifestaría a mis amigos, a mis compañeros, a la gente que estuvo cerca y lejos de mí. No desperdiciaría el tiempo en pegar y unir trozos de porcelana; lo dedicaría a tender puentes con la idea de acercar a las almas, a la gente, a la arcilla, en una verdadera hermandad. Y así viviría cada día, feliz, libre, pleno, genuino, con proyectos, rico en sentimientos y en pensamientos, con ilusiones y suspiros, con realidades y sueños, indiferente al mal y a las superficialidades. Si fuera posible volver a la otra época, desmantelaría muchas cosas y mejoraría todo, y sin duda tendría mayor evolución y trascendencia, y más salud, razón y abundancia. Estaría rodeado de la gente tan amada y la vida, con su sí y su no, con sus luces y sus sombras, resultaría más armónica, equilibrada y plena. No me arrepiento de mi historia, con las decisiones y los rumbos que tomé, con los sentimientos que derramé, con el raciocinio que destilé; pero si de alguna manera los días y los años de entonces volvieran, los experimentaría por completo, como un niño feliz disfruta su juguete preferido desde que despierta, en la mañana, hasta que duerme, al anochecer. Reflexiono profundamente mientras recibo las caricias del viento, hasta que, asombrado y presuroso, me incorporo de la banca de hierro, decidido a encontrarme con el hoy, con la vida que aún fluye en mí, en este ciclo. Atrás dejo las hojas secas, preámbulos de algunos fríos, y me dirijo a otras primaveras, pletóricas de matices alegres y de perfumes deliciosos, y a lluvias con gotas de cristal, encantadoras y prodigiosas, y no me importará asolearme, enlodar mi ropa, sentir el agua en mi textura y en mi calzado. Seré quien maneje el timón de mi vida hacia un destino maravilloso, y disfrutaré la travesía, con sus mañanas soleadas y sus tempestades nocturnas. La vida está presente. Hay que abrazarla, sentirla, experimentarla, porque cada instante es irrepetible y no retorna más.

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Tristeza y alegría

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Oh, tristeza mía, que asfixias mi ser y decoloras mi alegría, ¿en qué momento creciste tanto, en el jardín de mi existencia, cuando pensaba que las flores siempre crecerían ufanas y me alegrarían? Oh, tristeza, que te empeñas en carcomer mis sentidos, ¿hasta cuándo te desterraré de mis sentimientos, de mis ideas, de mis movimientos? Oh, tristeza, que te hospedas en mí y atrofias mis sueños, mis esperanzas, mis ilusiones, mis alegrías, ¿con qué armas podré vencerte? Oh, tristeza, que me tomas preso al amanecer y al anochecer, al mediodía y en la tarde, con la amenaza de conducirme a la horca o a la guillotina, ¿por qué insistes en encerrarme en una mazmorra oscura, lejos de mí y de los demás? Oh, tristeza tan gris, ¿por qué escapas de mis poemas y te aferras en destrozar mis actos y mis planes? Oh, tristeza, ¿cómo germinaste en mí y por qué no te mutilé antes? Oh, tristeza, culpable de tantos dolores, penurias y enfermedades, ¿cuáles son tus trucos y tus ambiciones? Oh, tristeza, ¿por qué de ser forastera, simple visitante, te transformas en huésped permanente de hombres y mujeres? Oh, tristeza, yo que creí, en la infancia, que solamente morabas en los cementerios, en los epitafios, en las tumbas, en los hospitales, ¿por qué eres tan tramposa y engañas para apropiarte de lo que las personas sienten y piensan? Oh, tristeza, ¿cómo derramo, de tu paleta de colores, los tintes luctuosos, los tonos grisáceos y ennegrecidos, los matices inciertos? Oh, tristeza, sé qué eres la contraparte de la alegría, en una dualidad inquebrantable, y que, sin ti, resultaría difícil abrazar, comprender y valorar la felicidad. Oh, tristeza, eres, parece, un velo que cubre el rostro, la mirada; pero no necesito que seas mi compañera permanente. Oh, tristeza, te aprovechas de las debilidades, del dolor humano, de las enfermedades, de la muerte y de otros asuntos para volverte inquilina perdurable, y tus cuotas resultan muy onerosas cuando alguien intenta desalojarte. Oh, tristeza, si uno aprendiera a convertir el lodazal pútrido en manantial diáfano, te aseguro que no te mofarías ni abusarías de quienes, confiados o necesitados, te abren las puertas y las ventanas con la idea de que solo los acompañes un rato. Oh, tristeza, no pretendo volverte enemiga porque evito la discordia, el odio, la guerra, el resentimiento y las venganzas, y además me agrada más construir que destruir; sin embargo, ahora soy yo quien te despide con la seguridad de que volveremos a coincidir porque la vida es una historia de dualidades, de alegría y de melancolía, de bien y de mal, de auroras y de ocasos. Oh, tristeza, eres inevitable ante el dolor, las enfermedades, los fracasos y la muerte; pero solo debes formar parte de tales capítulos sin que te apoderes de la historia completa. Y así, al recluirte tras los barrotes de la celda -sé que a veces te necesitamos-, invito a la alegría y la incluyo en mi prosa, en mis textos, en mi poemario. Oh, alegría, que pintas los días y las noches de mi vida, te quiero conmigo, siempre, estable, en armonía, equilibrada, plena. Oh, alegría, te pido que cinceles tus facciones en mi rostro. Oh, alegría, no quiero que seas, en un descuido, júbilo desbordante e incontrolable; te deseo, simplemente, al natural, como eres, genuina, Oh, alegría, me encantará que siempre surjas de mi interior para que así seas duradera, no ficticia ni provocada por apariencias ni por superficialidades. Oh, alegría, te anhelo, te necesito, como brotas del aliento de Dios, de los perfumes de las orquídeas y de los tulipanes, de las texturas de las rosas, de los encantos y los motivos de la creación. Oh, alegría mía, llena mi ser sin que lo intoxiques, disipa las tristezas y alumbra mi ruta existencial y mi destino infinito. Oh, alegría, tras experimentar la hiel de la tristeza, ahora disfruto tu esencia y tu sabor.

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Alegría y libertad

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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La alegría y la libertad, parece, se refugian en las auroras y en los ocasos de otras fechas, cuando apenas ayer éramos poema y viento, lluvia y arena, cascada y río, y no sabíamos, por estar tan distraídos, que nuestra ruta conducía a destinos inciertos.

Por alguna causa -y muchas más-, la alegría y la libertad se volvieron encanto de apariencia irrecuperable -al menos es lo que pretenden que creamos quienes intentan atraparnos-, fantasías y sueños, añoranzas y suspiros, jeroglíficos indescifrables, piezas de museo, y ahora, desolados y tristes, los miramos naufragar y hundirse, lejos de nosotros.

Sin notarlo -así son las dosis de veneno cuando se aplican gradualmente, con cierta intencionalidad-, alguien -y muchos más- atrapó nuestras alegrías y libertades, presas desnudas y ultrajadas que padecen angustias y tormentos indecibles. Compramos, sin notarlo, promesas incumplidas, apariencias y trampas.

La alegría y las sonrisas, agotadas y rotas, son desdibujadas. Alguien -y otros más- las borra de nuestros rostros, las debilita de la naturaleza humana, las desmantela por completo, las desconecta del alma. Ante nuestras miradas de asombro y la pasividad de seres cansados por la monotonía y los acontecimientos terribles que se suceden unos a otros, propiciados por los titiriteros del circo humano, alguien -y muchos más- elimina lo que somos y lo que parecía de nosotros.

Ellos -y alguien más-, quieren que las personas -en masculino y en femenino, en mayúsculas y en minúsculas- destierren las voces y abracen los gritos, sepulten la alegría y las sonrisas, y coloquen epitafios dolorosos y tristes sobre sus ruinas y sus nombres. Pretenden que las multitudes desprecien la luz y la sustituyan, entre sombras, por lámparas que finalmente romperán o fundirán.

Alguien -y otros- sabe que si esclaviza la libertad, mientras enferma, aterra, enfrenta y mata a la gente, la dignidad, los sentimientos nobles, la originalidad, el amor, la verdad, el bien, la inteligencia, la creatividad y todo lo maravilloso de los seres humanos -luz y arcilla, alma y cuerpo-, se exraviarán y solo flotarán despojos mediocres, desgarrados, incapacs de restaurarse, transformados en maniquíes y en títeres en serie.

No obstante, si alguien -y otros más- pretende y ambiciona cortar y destruir nuestra alegría y libertad, con todo lo que significan, nosotros aún poseemos capacidad y fortaleza para cerrarles las puertas y las ventanas e impedirles el paso. Somos más, en número y, aunque no seamos dueños de fortunas inmensas que corrompen gobiernos, ejércitos criminales, redes sociales perversas y medios de comunicación mercenarios, tenemos capacidad de resurgir de los escombros, valorarnos y enfrentar las guerras, los ataques y los ensayos actuales con fórmulas pacíficas. Ellos -y alguien más- temen a los valores, a los sentmientos, a la razón, al despertar, a las familias, al amor, al bien, al conocimiento masivo, a los ideales. Poseemos los elementos para derrotarlos y parar su locura, sin necesidad de violencia.

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Un día, a cierta hora…

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Una mañana incierta, de improviso, ya no calzaré mis sandalias para andar contigo, con ustedesm con ellos. Mis huellas no quedarán registradas más en caminos sucesivos, en rutas nuevas, y quedarán, empolvadas, en antiguos trayectos. Quizá al mediodía, a partir de alguna fecha desconocida, ya no beberé ni comeré a tu lado, entre ellos, frente a todos, porque andaré, sin olvidarlos, en busca de ricos manjares. Una tarde -acaso cálida, probablemente nevada, quizá de lluvia, tal vez de viento-, mi bolígrafo y mi libreta de apuntes quedarán desolados, entre los sigilos y los rumores de lo que escribí, resignados, seguramente, a permanecer sobre el escritorio, en mi taller de artista, presos en alguna caja o sin duda en la basura, en un naufragio extraño, en un delirio patético ante el naufragio, la desmemoria y la ausencia de autor y la falta de poemas. Una noche postrera de mi existencia -desconozco cuál-, finalmente callaré y no habrá letras ni palabras. Mis textos hablarán por mí a quienes deseen escucharme y recordar lo que soy, lo que fui. Una madrugada -aún no la identifico-, ya no soñaré que vivo en un mundo que fue paraíso y mi casa, al lado tuyo y de ellos, de los que más he amado. Un día, a cierta hora, sabré, finalmente, si gané o si perdí la batalla, si llegué a la cumbre o si resbalé a los desfiladeros, si alcancé la luz o si quedé en las sombras. Un día de este mundo, en la temporalidad, partiré y, al siguiente, en la inmortalidad, permaneceré en algún remanso, en un paraíso, feliz de esperarte, contento de aguardarlos, encantado del reencuentro y de la fusión. Y mientras llega la hora, el minuto que posiblemente navega en algún océano, el instante que desembarcará en un puerto, sonreiré a tu lado y al de ellos, caminaré con ustedes, descalzaré, hundiré los pies en el barro, abrazaré los árboles, sentiré el pulso de la vida y disfrutaré este regalo tan grandioso del cielo.

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Éramos tan felices

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Éramos tan felices, y transcurrieron los años, y pasaron las estaciones, y unos se fueron y otros llegaron, y cuando reaccionamos, algo había pasado y ya no nos reconocíamos. Éramos tan libres, jugábamos y reíamos, dialogábamos y paseábamos, y transcurrió el tiempo, y una mañana, distraídos y sin sospecharlo, despetramos amordazados y con cadenas, simplemente porque a alguien no le agradó nuestra felicidad y decidió, con otros, hacernos enemigos entre sí y rompernos con todo lo que significaban el mundo y la vida para nosotros. Éramos familia, amigos, compañeros, vecinos, colegas, habitantes, y si a veces reñíamos y teníamos diferencias, ganaban el amor, el perdón y el respeto, y volvíamos a reír y a abrazarnos, hasta que alguien, con otros más, nos enajenó, distrajo, enfrentó y dividió para borrar nuestros recuerdos, historias, sueños, ilusiones, creatividad y parentescos. Éramos, y así lo sentíamos, trozos de cielo, suspiros de Dios, y hasta anhelábamos, una fecha incierta, retornar a paraísos encantadores y prometidos; pero alguien, con otros, repitió que somos basura, que nuestro destino es caótico y que somos peores que las bestias, y así andamos ahora, insensibles, materialistas, interesados en saciar apetitos y en arrebatar. Éramos gente con auroras y ocasos, con el sí y el no de la vida, y planeábamos entregar a niños, adolescentes y jóvenes un mundo feliz y mejor que como lo encontramos; mas alguien, y muchos más, enseñaron que el sentido de la existencia es consumir hasta saciarse, acumular, competir insanamente, ser rival y entregarse a lo baladí y a la estulticia, y así caímos en trampas horribles. Éramos moradores de un planeta matizado de vergel, y hasta fuimos engañados al sentirnos deidades y superiores a las criaturas que nos acompañaban, y de esa manera asumimos que animales y plantas, carentes de sentimientos y raciocinio, simplemente eran parte de la naturaleza, y caímos en la equivocación, en la crueldad, en la soberbia, y alguien, con otros, al envenenarnos y mantenernos cautivos para quebrarnos, debilitarnos y enfermarnos más, montó espectáculos que mostraban, de un día a otro, la invasión de las especies que maltratamos, a las calles, a los parques, a los jardines. Éramos tan fuertes, que durante miles de años y centurias enfrentamos adversidades, problemas y retos, y triunfamoss; no obstante, alguien, con otros más, acordó el momento de aplicar cambios graduales y monstruosos con el propósito de exterminar a millones de hombres y mujeres, borrar sentimientos y valores, automatizar a la gente, explotar a los pueblos y apoderarse de las riquezas naturales y minerales de la Tierra. Éramos tan infantiles, que discutíamos por ser los primeros, ganar los juegos, obtener las mejores calificaciones y recibir los aplausos, las miradas de orgullo y la admiración, y todo pasaba y volvíamos a abrazarnos y compartir, y ahora rivalizamos y somos capaces de alegar, reñir y matarnos, simplemente por una «a» o una «o» que definen el género, muestra total de ignorancia, contradicción, rivalidad, odio e intolerancia. Éramos tan diversos y gozábamos tanto, que ni siquiera notamos que algo había cambiado y que parecíamos criaturas de asfalto, plástico y petróleo, antítesis de la naturaleza, negación del sentido humano. Éramos un milagro y ahora, por decisión de alguien, y otros más, parecemos seres condenados al sufrimiento. Éramos tan irresponsables, y lo somos aún, que permitimos que alguien, y muchos más, actuara y decidiera por nosotros, y no para bien común, sino de una élite perversa. Éramos tan vanidosos, casi dueños del universo, que ahora somos incapaces de reaccionar e impedir que una mafia se apodere de nosotros y de nuestro mundo. Éramos tan falsos y superficiales, que ahora descubrimos quiénes son, en realidad, a nivel de control global, los científicos, los gobiernos y sus políticos, los líderes religiosos y sociales, los dueños de las fortunas inmensas, las personas disfrazadas de artistas e intelectuales, todos ellos mercenarios y despiadados, de tal manera que busco entre la niñez, la adolescencia y a la juventud a quienes han de enfrentar a la mafia internacional con armas inteligentes -amor, bien, conocimiento, libertad, valores, respeto, dignidad, proyectos integrales, unidad, armonía-; pero con tristeza noto que muchos ya forman parte de una generación perdida, y me duele porque cada instante, entre un suspiro y otro, perdemos algo de nosotros y de mundo. Éramos tan felices, y no nos dábamos cuenta.

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Sueño de amor

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Lo escribí para usted, tras despertar de un sueño de amor

Los sueños de amor son colección de los enamorados. Se entiende que significan citas nocturnas y encuentros tan anhelados, huellas indelebles que quedan cual constancia del paso de dos locos y ocurrentes que desafían el cortinaj de las horas, miradas silenciosas y palabras pronunciadas en algún puente de cristal. Los sueños de amor son exclusivos de quienes se saben uno con el otro, libres y plenos, con identidad propia y con las llaves de paraísos infinitos. Como que tienen el permiso de Dios. Pertenecen a los enamorados que pasean en una estación y en otra, en primavera y en invierno, en verano y en otoño, cuando uno vive y duerme en el mundo y en las estrellas, en el cielo y en las piedras que cubren los riachuelos, en el paraíso y en las nubes. Son, a veces, las olas impetuosas que besan la arena y los riscos con frenesí, tras sus jornadas marítimas, y, en ocasiones, el viento suave que canta, toca y arrulla las flores y las hojas. Se trata, parece, de pedazos de historias que llegan a la orilla con un tanto de uno y mucho de otro, ecos de capítulos que dos comparten a cierta hora, una mañana o una tarde, o quizá una noche, sí, trozos de un idilio consumido en algún instante del ayer, fragmentos de un romance que ambos reservan para el futuro, una mañana, al amanecer, o, tal vez, una tarde lluviosa o una noche estrellada y silenciosa. Un sueño de amor es un encuentro, casual o planeado, entre usted y yo, un alma y otra que se reconocen en un solo palpitar; es un poema sin final, la letra, el color y la música que expresan sentimientos que brotan del interior y que no pueden explicarse de otra manera. Un sueño de amor es la cita diaria, en las noches prodigiosas -tan nuestras-, entre usted y yo, con el encanto de mirarnos con la alegría y la emoción de la primera vez, ante el resplandor de los luceros que cuelgan de la bóveda celeste para alumbrar la banca que elegimos y el camino que seguimos. Un sueño de amor, seguido uno de otro, es el encuentro entre usted y yo, con la invitación a vivir una historia inolvidable y maravillosa, ahora y mañana, durante nuestra estancia en el mundo, y posteriormente, en la travesía y la estancia en un jardín infinito y sin fronteras. Un sueño de amor somos usted y yo, inseparables, dichosos, con la ilusión de vivir el mejor guión de una historia inagotable.

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Por favor

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Por favor, cuando mi cuerpo permanezca yerto, ausente de alma, ya sin esencia, faltante de mí, no desperdicies un día completo en mirarme inmóvil ni en cavar en los años, en el tiempo, para llegar a alguna orilla del ayer, casi olvidada, buscar mis pedazos y recordarme. Las flores se marchitan y quedan abandonadas en los sepulcros, mientras las lágrimas de arrepentimiento, dolor y tristeza, en tanto, secan al amanecer y son olvidadas, cuando el sol pinta los jardines y el paisaje con matices de alegría, y los asuntos de la vida asoman cotidianamente con su sí y su no. La gente que se va y los recuerdos, quedan atrás, al expresarse el siguiente día. Parten de estaciones desoladas a rutas insospechadas. Prefiero que la mañana y la noche, la madrugada y la tarde, que indudablemente me dedicarás alguna vez, en una fecha desconocida y a cierta hora, las diluyas en instantes, en momentos con detalles, para que en verdad convivamos y, al final de nuestras existencias, resplandezcamos con ese tesoro grandioso y tan nuestro, y, ya sin llanto ni remordimientos, prevalezcan la alegría, las evocaciones felices, igual que cuando uno, contento y pleno, lee todo el libro y da vuelta a la página postrera. Prometo que haré lo mismo contigo y con la gente que amo y con la que aún no conozco. Repartiré detalles, motivos, instantes. No importa si es un mensaje instantáneo, si es una carta, si es una llamada o si es una visita. Lo importante es no sabernos ni considerarnos solos, compartir nuestras alegrías y tristezas, los triunfos y los fracasos que tenemos, la sonrisa y el llanto, porque de tales encuentros y desencuentros, sin duda, surgirán historias inolvidables, bellas e irrepetibles. Y si a los minutos que repartimos, agregamos el bien que podamos hacer a los demás, fundirnos en una cadena hacia determinados propósitos nobles, y enseñar a los que no saben, construir puentes y caminos que salven de caer a los abismos, seguramente, al despedirnos, no será en salas velatorias ni en hornos crematorios, ni tampoco en sepulcros. Nos recordaremos de manera idéntica a la de las personas que se aman, cuando se despiden tras una visita feliz y armónica, con la promesa de volver a encontrarse. Y así es. La jornada existencial solo es un paseo, una acumulación de años, para más tarde, si acaso existe el tiempo en otros planos, entregarse a la conquista, por méritos propios, del infinito. Por favor, evita, como lo haré yo, la pena, el dolor y la tristeza de mirar mi cuerpo ausente de mí, ya sin esencia, porque más que cavar una tumba que exhale hondos suspiros y cargar un ataúd en su despedida final, en el cementerio, me gustaría, contigo y con los demás, utilizar la pala para cerrar heridas y construir momentos grandiosos, vivencias inolvidables, oportunidades para hacer el bien y aliviar el dolor de otros. Más que cargar pesos innecesarios, abracemos a quienes están a nuestro lado, a aquellos que necesitan, por sus condiciones, una mano que dé, oídos que escuchen, miradas que vean con benevolencia, palabras de aliento que aconsejen y enseñen. No cavemos ni despediciemos los minutos y los días de la existencia en soportar tanto peso. Perdonemos el mal que nos causamos, si así ha sido, y repongamos la vida perdida -los segundos y los años componen los períodos de la existencia, en este mundo- con sentimientos, palabras, pensamientos y acciones nobles. Por favor, cuando sepas que mi cuerpo permanece con un faltante -yo, mi alma, mi esencia-, lleva alegría, buenos recuerdos, y continúa por la senda que diseñamos como seres humanos dichosos e íntegros. Dejemos las flores no para cubrir ni rodear ataúdes y sepulcros, decoración marchita de los cementerios, sino con la idea de cultivarlas, embellecer el mundo, alegrar a la humanidad y dispersar sus pétalos en los caminos, en las rutas a donde el paraíso, simplemente, inicia y parte de nosotros, de nuestro interior, de cada alma que palpita aquí y allá, en la arcilla y en la luz.

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Capacidades e incapacidades

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Estamos rotos. Pertenecemos a la generación perdida. Hace años, durante postrimerías del siglo XX, escribí, una y otra vez, sobre mi percepción de un mundo fragmentado, antítesis del bien, dedicado más a satisfacer apetitos, caprichos y vanidades que a aliviar dolores y necesidades. Más que construir, la destrucción es una tendencia en las sociedades. El mundo agoniza. Naufragamos en una vorágine de personas que han perdido el sentido de la vida y que creen y piensan que la inmediatez, lo baladí, la estulticia y lo pasajero justificarán sus presencias nocivas, inserevibles y tóxicas. Muchos hombres y mujeres, en mayúsculas y en minúsculas, disponen de energía, dinero y tiempo para actuar cual marionetas cómicas y aberrantes que causan lástima. Hoy, somos capaces de pagar cantidades millonarias por el gusto y el placer de volar en lo que llamamos espacio y contemplar, en un sueño fugaz de austronauta, el planeta azul que ambicionamos conquistar y saquear, y que, a la vez, destruimos; en contraparte, parecemos incapaces de acudir a un hospital de pobres, donde la gente padece enfermedades terribles y hasta mortales, o a los asentamientos en los que las familias carecen de agua y de servicios básicos, con la intención de aliviar el dolor y contribuir al bienestar colectivo. Cotidianamente, dedicamos horas a enviar y recibir mensajes, a través de celulares y de equipos digitales, en amplio porcentaje, por cierto, estúpidos y superfluos; pero carecemos de tiempo para escuchar a quienes nos rodean y necesitan la sensatez de un consejo. ¿Qué se puede esperar de alguien que extiende la mano para colocarse una joya de lujo y no, en cambio, con la intención de dar de sí a aquellos que tienen hambre, que requieren un medicamento o que se encuentran desgarrados tras luchar tanto sin conseguir resultados? Los he visto. Son hombres y mujeres que se transforman al abordar un automóvil, al entrar a un restaurante lujoso o al transitar en las plazas comerciales, en los espacios públicos, para que otros, los que menos oportunidades de desarrollo tienen, los miren como se adora o se envidia un ídolo de piedra ataviado de alhajas. Algunos, incluso, disponen de recursos económicos y de tiempo para despilfarrarlos con alguien más, en un romance pasajero o en una ronda de amigos, y hasta pagan bebidas embriagantes y alquilan posadas de una noche; sin embargo, sus asientos permanecen ausentes en sus casas, sus parejas no reciben un solo detalle y sus hijos carecen de sus consejos, su presencia y su convivencia. Hay quienes duermen cómodamente, entre el lujo, después de participar en exquisitos banquetes, sin recordar que afuera, no muy lejos, otros duermen en el suelo, debajo de periódicos y cajones, o en colchones incómodos y viejos, con el anhelo de un lecho mullido, y comen lo que otros desprecian y tiran. Es una pena que mentes brillantes hayan inventado la televisión y la ciencia digital, y que la mayor parte de la humanidad -acaudalados y pobres, académicos y analfabetos- las utilice como si se tratara de cajas de resonancia de estupideces, violencia y superficialidades, en las que el mal se normaliza y el bien se aplasta y se ridiculiza. Todo ser humano tiene derecho a enriquecerse, a disfrutar las cosas materiales, a gozar lo mejor de la vida. Lo criticable es cuando la esencia es sepultada y los instintos, la ambición desmedida, el mal y la estulticia coronan a las personas que se sienten triunfadoras. Estamos vacíos. Algo falta. Se perciben innumerables ausencias. Poseemos tantas capacidades, pero la realidad demuestra, lamentablemente, que abundan más las incapacidades. ¿Algún día, en cierta fecha, demostraremos que poseemos mayor capacidad que incapacidad para presentarnos honorablemente con el resplandor del bien, el conocimiento, la justicia, los valores y la libertad? Me atrevo a formular tal interrogante porque volteo atrás, adelante, a los lados, y descubro con asombro que existe mayor cantidad de gente capaz de vivir con mediocridad, desequilibrio, tonterías, irresponsabilidad, proyectos temporales, desdicha, violencia, egoísmo, apariencias, deshonestidad y ambición desmedida, que con armonía, plenitud, alegría, sentimientos nobles, ideales, rectitud y pensamientos auténticos. ¿Cuánto valemos? Lo sabremos en cuando midamos de lo que somos capaces e incapaces ante las pruebas de la vida.

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