Suposiciones

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Suponen, algunos, que el arte de las letras es un acto desgarrador, agobiante, forzoso y aburrido, como si se tratara de cargar y acomodar piedras mientras los demás gozan las delicias de un festín en torno a una mesa pletórica de bocadillos, y no es así porque el encanto y la magia del escritor consisten en recolectar flores y espinas, luces y sombras, esencia y arcilla, agua y arena, para mezclar los ingredientes, regalar historias que cautivan los sentidos e invitar a pensar y a abrir otras puertas. Con las obras literarias se aprende a vivir, a morir, a renacer. No es, la tarea del escritor, un trabajo impuesto ni sujeto a horarios; es, sencillamente, participar en el milagro de la creación. Desconocen, quienes argumentan que el escritor es una criatura atormentada, extraña, solitaria, amargada, huraña e inadaptada, que es un ser que ha recibido, por alguna causa, la fórmula de la creación y de la inmortalidad, el mapa a rutas y a destinos inexplorados, desde los que escucha y transmite, en sus páginas, los mensajes ocultos en los pulsos del infinito. Su tarea es tan natural, intensa y noble que, tal vez, no se percata de que es quien alcanza las estrellas, pisa la tierra y recibe las gotas de lluvia para anotar en su cuaderno el prodigio de la vida. Da constancia, en sus relatos, en sus novelas, en sus cuentos, en sus poemas, de la maravilla y del prodigio de la creación y de la existencia.

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Son flores, caminos, historias

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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La letras y las palabras, cuando uno las escribe con talento, sensibilidad e inspiración, son perfumes que envuelven el ambiente y cautivan al ser y deleitan los sentidos, como un oleaje suave que ondula el viento en un lago que refleja las frondas de los árboles, las nubes rizadas que flotan peregrinas y el azul profundo del cielo.

Al escribir, el artista se encuentra entre el infinito y la temporalidad, lo que equivale, indudablemente, a pasear por los jardines y las moradas de Dios, con todos sus encantos, y a andar por los caminos de un mundo con flores y abrojos, auroras y ocasos, donde el alma abraza y besa a la arcilla en un pacto inquebrantable que rompe barreras y fronteras.

Quien escribe sin máscaras ni disfraces, lejos de la arrogancia y de superficialidades, ausente del calzado que pisotea, preferentemente descalzo o con sandalias, deja huellas indelebles en el camino, en el sendero que lleva a rutas insospechadas. Cada párrafo es una idea, un mundo, una reflexión, una época, una o más vidas.

Uno, al enlazar una, otra y muchas letras más, compone historias, rumbos, ideas, motivos. Las palabras se fusionan, similares a las gotas que surgen de la intimidad del la tierra y se unen a tantas, hasta transformarse en corrientes diáfanas, en cascadas y en ríos de incomparable belleza que invitan a bañarse y a hundir los pies en la arena para sentir el pulso de la creación, los susurros y los silencios de la vida, el canto de la naturaleza.

Escribir es, parece, dispersar las semillas en los surcos, regarlas, permitir que sientan los abrazos, las caricias y los besos de la lluvia, del viento, una mañana soleada, una tarde nublada o una noche estrellada. Es un acto magistral y prodigioso, exclusivo de seres casi etéreos que exploran las rutas del alma y del infinito.

Los textos bien escritos -oh, el encanto y la magia del artista- son flores -orquídeas, buganvilias, margaritas, tulipanes, rosas, nardos, gladiolas, crisantemos, azucenas, dalias- que cautivan, enamoran y regalan detalles y fragancias; matorrales y tallos con espinas, plantas venenosas, como opción para aquellos que renuncian a las texturas; hongos, cortezas, helechos. Cada palabra lleva consigo un regalo, una sorpresa, un detalle, una razón, un sentido.

Al contemplar tanta belleza, en el arte de las letras, siento y pienso, definitivamente, que, al escribir, dejo pedazos de mí en las hojas de los cuadernos, en los equipos, aquí y allá, para constancia de mi entrada a paraísos etéreos e infinitos y mi paso por el mundo. Quiero que la gente que amo reciba mis letras como prueba de nuestra unión dentro de la inmortalidad; pero también quiero que otros, mis lectores, descubran en cada página un camino, un rumbo, un destino.

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La fórmula

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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He caminado entre la vida y la muerte. Mi andar en las calzadas desoladas y envueltas en niebla, entre árboles corpulentos que proyectan sombras, sepulcros gélidos y yertos, epitafios que ya nadie lee y esculturas de mirada angustiada y triste, donde escabulle el viento fugaz con sus rumores y sus silencios, me ha enseñado, a través de las estaciones, a reflexionar sobre el paso temporal por este mundo.

Mucho tiempo he dedicado a meditar. Como estudioso e investigador de orígenes antiguos, he visitado tumbas abandonadas, criptas ennegrecidas que cubren nombres y apellidos y que, quizá, emulan a la desmemoria que todo lo arrebata a los recuerdos para dispersarlo como lo hace el viento con las hojas secas una tarde otoñal.

También, con profundo embeleso, he admirado las auroras y los ocasos, el nacimiento de cada día y su extinción dramática, horas más tarde. con sus cargas y sus liviandades, como si encerrara un mensaje secreto, un lenguaje oculto, para descifrarlo y, en consecuencia, no desaprovechar la vida humana y expermentarla en armonía, con equilibrio y plenamente.

He visto, con pesar, el duelo y las lágrimas de la gente en los cementerios. Colocan flores y rezan, a veces, creo, en susttución del amor, el bien y los detalles que, por alguna razón, no demostraron a sus familiares ya difuntos. Y las personas, en mayúsculas y en minúsculas, en femenino y en masculino, sienten dolor, soledad, arrepentimiento y tristeza ante tan fuerte ausencia. Se les fue el tiempo. Llegó la noche cuando pensaban que la mañana serpia duradera. Sospechan, desconsolados, que jamás volverán a reencontrarse con sus seres queridos, y lloran y sufren con mayor intensidad.

Unos creen, otros suponen y algunos más piensan o imaginan que, sin duda, al morir, se reunirán con la gente que quisieron y formó parte de sus historias y de sus vidas; sin embargo, la mayoría, en lo más íntimo, desconoce la realidad y se tambalea, hasta que el olvido se empeña en arrancarle al recuerdo las flores, las hojas y los perfumes. La textura se impone a la esencia, acaso por ser de este mundo, y, de esa manera, la vida humana sigue con desequilibrio, entre risas y llanto, apresuraciones y pausas, en su interminable y, en ocasiones, incomprensible dualidad.

Esta tarde, mientras contemplo el follaje, el tronco y las ramas de un viejo árbol, he pensado que si amo desde el alma, si hago el bien desinteresadamente, si dejo huellas para que otros las sigan, si doy ejemplo de actos buenos, si actúo con honestidad y valores, indudablemente, un día, al morir terrenalmente, mi alma recorrerá, antes de llegar a la morada inmortal, el interior de cada persona, y allí iniciará mi entrada al paraíso.

Mi hogar, mi paraíso, será, en un primer paso, al morir terrenalmente, en cada hombre y mujer que me recuerden con amor. Allí estaré, en ellos, y así, no lo dudo, comenzaré mi travesía hacia la inmortalidad. Pienso que si todos decidiéramos practicar esta fórmula, aseguraríamos el ingreso a un pedazo de cielo, a un trozo de infinito, y no habría, entonces, motivos para dudar y sufrir.

La clave se basa, parece, en amar y en hacer el bien a los demás para quedar en el recuerdo, en la memoria y en los sentimientos de la gente. Así, al volver a ser hermanos, perduraremos. Parte de nuestro remanso, al dejar el mundo, serán las almas con las que compartimos la aventura de la vida temporal. Hermoso sendero hacia la vida infinita. Tal es la fórmula.

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Un artista de las letras, un escritor

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Eres artista de las letras cuando, en el sendero de tu vida, ya no te concibes sin escribir y sabes que se trata de tu encomienda, tu motivo, tu delirio, tu locura, tu pasión, tu destino. Cuando las letras y las palabras son tu inspiración y las conviertes en poemas, cuentos, novelas y relatos, en una producción creativa genuina, sin copias de obras ajenas ni plagios a otros autores, eres, en verdad, un escritor. Un día aprendes que ser artista no consiste en apariencias ni en poses, quizá porque el escritor no es maniquí que espera aplausos, luces y proyectores, ni tampoco vendedor de baratijas ni mercenario de obras, y menos bufón o político en busca de seguidores; es, ante todo, un creador, un ser que trae consigo la fórmula de la inmortalidad, una criatura que expresa, sin duda, sentimientos, ideales, sensaciones, experiencias, situaciones y pensamientos que difícilmente podrían experimentarse o vivirse al mismo tiempo. Sus líneas contienen enseñanza profunda. Y lo mismo, en una sola existencia, el autor es intelectual, aventurero, viajero y protagonista de incontables historias. Nace, muere, viaja, conquista, se deleita, sufre, ríe, llora, ama, vuela, se arrastra, investiga, reflexiona, enloquece y muestra todas las alternativas humanas. Es personaje multifacética y presenta, en las letras, en las palabras, la experiencia humana y la trama de la vida. Hasta parece que, más allá de las musas, es Dios quien lo envuelve e inspira para que transmita el arte que viene de las profundidades del alma. Es, el artista de las letras, mensajero de todo. Inagotable, escribe cuentos, poemas, relatos, novelas, textos, que, indiscutiblemente, tocan a la puerta de los sentimientos y de las ideas. Tú ya sabes que el escritor, como todo artista, consagra los minutos y los años de su existencia a su encomienda, a la creación, a sustituir los espacios vacíos, en las páginas, con letras y palabras, y ese ministerio, nadie lo duda, exige creatividad, talento, disciplina, entrega, trabajo, dedicación, originalidad, conocimiento de la vida y de la muerte en todas sus facetas, distinción entre la realidad y la fantasía. El escritor es un mago, un profeta, un maestro. No solo se trata de sentirse inspirado; hay que ensayar todos los días y escribir a cualquier hora, en la soledad o entre la multitud. Las ideas pueden anclar y desembarcar en la mañana, a mediodía, en la tarde, en la noche o en la madrugada, a cualquuer hora, mientras duermes, realizas tus tareas, estás en la regadera o paseas, y hay que anotarlas. El arte de escribir no es por una época. El arte, cuando es auténtico, desconoce pago de horas extras, apetitos y otras distracciones; es muy celoso y abandona si quien le es infiel, lo condiciona o lo mide. A diferencia de otras actividades, la creación artística, la producción de obras literarias, no dispone de vacaciones ni planea jubilarse. Es un estilo de vida. Por eso, resulta un quehacer muy complicado para aquellos que se sienten atraídos por su misteriosa vocación y se distraen o lo consideran juego y fantasía. La labor de escribir no es una carrera desbocada; es arte, algo que tiene un valor intrínseco y no se compara con los tesoros materiales más preciados por los seres humanos. El cuento, la poesía, el relato y la novela, cuando son auténticos, traen la voz de la creación, de la vida, de Dios. Si estás dispuesto a explorar y vivir con intensidad la aventura de escribir toda tu vida, abraza el arte y sé su digno representante y ejecutor a través de tus obras. Los días y los años de la existencia apenas alcanzan para hacer algo y dejar huellas indelebles. Sé un escritor maravilloso e inagotable. Sé un digno artista de las letras.

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Tardes

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Estas tardes de mi vida transcurren como un regalo, un obsequio que llega de repente y se queda a mi lado para hacer amenas mis soledades. Tardes silenciosas, quizá, por sus minutos cargados de remembranzas, que transitan del cielo azul, con horizontes amarillos, naranjas y rojizos, al celaje melancólico y plomado que antecede las noches de luceros que alumbran mi camino o de tormenta que me empapa con el propósito de que nunca olvide que en realidad he vivido. Tardes de susurros, tal vez, porque el viento suele entregar mensajes, la lluvia tiene su lenguaje y la nieve habla durante ciertas temporadas, cuando uno es joven o ya es viejo. Tardes livianas y pesadas, despues de mañanas frescas e intensas y de mediodías brillantes. Tardes que no son día ni noche. Tardes para el balance y la reflexión, antes de que caiga el telón de la noche. Tardes que, acaso, prometen retornar al siguiente día, unas veces soleadas y otras, en cambio, oscuras y friolentas, con ráfagas de aire y tempestades. Tardes de mi existencia, irrepetibles, necesarias para inspirarme y escribir, caminar por las calzadas arboladas que me encantan, convivir con quienes tanto amo, pasear, deleitarme con cada minuto que pasa y agradecer por mi historia, por la gente que siento en mi alma y por la esperanza de un infinito maravilloso. Estas tardes de mi existencia insisten en quedarse, en llegar con anticipación, previas al mediodía, y retirarse al transcurrir casi toda la noche, cerca de la madrugada,, demasiado trasnochadas, probablemente con la idea de enseñarme a vivir, seguramente con el objetivo de que haga de cada instante un prodigio. Estas tardes me enseñan el milagro de la vida. Son mis tardes.

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Quizá

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Tal vez. Quizá, la ilusión de un gran amor motive a conquistar el mundo, emprender una hazaña, cumplir sueños que parecen irrealizables, sorprender y traducir ese hondo sentimiento en la entrega puntual y sincera de un bouquet policromado y fragante, un perfume encantador o, simplemente, una carta, una fotografía, un beso, una mirada profunda, un abrazo, una flor, la hoja de un árbol con un mensaje breve o un detalle sencillo. Puede ser. Una noche romántica, alguien puede, y es válido, prometer la luna, el universo, las estrellas, o solamente mecerse en el columpio de la ensoñación y reír mientras pasan los minutos inexorables y caen la gotas de la lluvia. Las voces y las pausas, los rumores y los silencios, en el amor, dicen y significan tanto. Probablemente es así. Sin duda, quien se enamora, tiene libertad de soñar y pedir incontables deseos, contabilizar los árboles en un bosque o bautizar los luceros. No importa si un amanecer y muchos más, él y ella, en su incorregible locura, salen a la playa y cuentan los granos de arena para depositar en cada uno la huella de su amor. Existen locuras, motivos y libertades en el amor. Un poema, en cambio, es imposible comprarlo con la intención de obsequiar sus letras, porque no es mercancía y requiere la inspiración del artista. No se le compara con las piedras preciosas ni está subordinado a caprichos o pedidos. Es espontáneo. No cualquier persona lo escribe y lo regala. Las letras que se enlazan, como enamoradas dulces y fieles, vienen del alma y no están a la venta. Aquel que escribe un poema a quien ama, un texto cautivante y sublime con todas las razones de un idilio, es porque, definitivamente, se siente profundamente enamorado. Tal vez. Quizá, aquel que es capaz de sentir inspiración con quien percibe en su alma y le obsequia un poema, sabe que el amor lleva a la inmortalidad. No hay duda.

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Los amo tanto

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y alguna vez -no recuerdo si fue una mañana, una tarde o una noche de lluvia-, sentí el deseo y la necesidad de salir, correr a su lado, tomarnos las manos, formar un círculo y expresarnos, desde las profundidades y los rumores y los silencios de nuestras almas, el amor y el agradecimiento que nos tenemos, simplemente por la bendición de ser hermanos y compartir una historia terrena con el anhelo de conquistar la luz inmortal…

Los amo tanto. Somos hermanos. Desde los primeros años, los de la primavera, en el amanecer de nuestras existencias, fuimos compañeros de juegos y travesuras en un hogar maravilloso, con un padre y una madre amables, buenos, educados y amorosos. La familia, el hogar, la casa, eran nuestro pequeño mundo, un pedazo o un reflejo, quizá, de un paraíso encantador e infinito que siempre, por ventura, hemos llevado en lo más profundo del alma.

Convivimos intensamente. Fuimos gladiadores, aventureros, comerciantes, exploradores, padres, madres, hijos, hermanos, competidores, artistas, cocineros, profesores, magos, príncipes, mendigos, cantantes, atletas, músicos y todo lo que, en la imaginación y en los juegos infantiles, uno puede concebir, en un ambiente de armonía y de inocencia; aunque es innegable que, en ocasiones, surgía alguna diferencia,, cierta rivalidad, y enojábamos unos con otros, con el anhelo secreto, la esperanza y la ilusión de que pronto borraríamos, para dicha nuestra, las líneas desagradables del guión. Todo volvía a la normalidad. La gente que nos conocía, entonces, decía que éramos una familia amorosa y unida.

Compartimos una historia irrepetible, sigular e inolvidable, con todas sus luces y sombras, porque eso es la vida, en el mundo, una dualidad. Es innegable que fuimos bendecidos. Y así, la adolescencia fue una extensión de la niñez, con la suma de los rasgos de otra estación, hasta llegar a la juventud y a la edad madura..

Juntos, cada uno con su identidad y sus libertades, somos -los cinco- protagonistas de una historia que ahora, como siempre, nos identifica y enriquece, y, sin duda, lo sé, se proyectará hacia el porvenir, a otros días y planos, hasta que nuestra evolución nos lleve al infinito.

Amamos y recordamos, con amor, respeto, admiración, humildad y agradecimiento, al padre y a la madre que, en este plano, nos heredaron su ejemplo y sus principios. No podríamos traicionarlos. Honramos su memoria al seguir, a través de nuestros sentimientos, ideales, pensamientos, acciones y palabras, el legado que dejaron para nosotros. Y no hablo de dinero porque eso se queda atrás y un día se pierde todo, sino de sus valores, del tesoro etéreo que ya traían en ellos por ser más esencia que arcilla. Eso es lo que nos queda y lo que perdurará.

¿Dinero? ¿Riqueza material? ¿Lujos? No. Su herencia fue mayor. Somos inmensamente ricos por la historia que hemos compartido desde nuestros nacimientos hasta el minuto presente, por el padre y la madre que tuvimos, por los juegos y las travesuras, por la educación que recibimos, por la unidad familiar, por el hogar tan bello e inolvidable, por saber que el paso por el mundo solamente es la caminata temporal por una estación de las tantas que hay antes de cruzar el umbral de la inmortalidad.

Somos uno con diferentes rostros e identidades, pero en esencia no desconocemos que venimos de la misma fuente, de un origen grandioso, de la luz que engrandece e inmortaliza las almas. Y eso, lo admito y lo sé, es un tesoro invaluable que no se compra con riquezas materiales.

Somos hermanos. Reímos y lloramos, coexistimos entre las luces y las sombras, protagonizamos innumerables historias, estuvimos unidos en los instantes de dolor y tristeza y en los momentos de alegría y plenitud. Pertenecemos al mismo libreto, a la estirpe a la que nunca renunciaremos y que siempre llevaremos en nosotros. Deseamos multiplicar el encanto, el milagro, la bendición, el detalle sublime y la fortuna de ser hermanos y, por añadidura, llevar en la memoria los capítulos mutuos y al padre y a la madre insustituibles y magistrales que, alguna vez, aquí, en el mundo, estuvieron con nosotros, y que, indudablemente, permanecen en nuestras esencias.

Los amo tanto. No los cambiaría. Simplemente, lo confieso, somos hermanos, y eso, amigos míos, es una distinción de la luz, de la vida, una bendición que he de agradecer cada día hasta el instante postrero de mi existencia terrena, con la convicción de que, en esencia, estaremos vinculados en el pulso infinito del que formamos parte. Los amo tanto. Somos hermanos.

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Aprendí de los minutos y de las horas

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Aprendí de los minutos y de las horas a no tener apegos, a pasar sin la idea de apropiarme de lo que no podré cargar, a no enamorarme de las cosas temporales, a pesar de que me ofrezcan guiños y la lascivia de sus encantos. Las manecillas del reloj me enseñaron, también, que el escenario, en la carátula, podría ya no ser el mismo al completar la vuelta; en consecuencia, es prioritario aprovechar el viaje y experimentar cada instante. Me mostraron que no conviene, por ningún motivo, atorarse en los números del pasado, en las etapas que ya quedaron atrás, porque generalmente es imposible alcanzar a las manecillas en su caminata incansable y, cuando uno lo nota, ya es de noche y aparecen las sombras. Del tiempo asimilé que cada uno de sus pedazos es un lapso, un espacio para vivir en armonía y en equilibrio, plenamente, con la certeza de que los momentos desperdiciados significan oportunidades despilfarradas y arrojadas a la basura. Los engranajes, al girar, me han demostrado que nadie ni nada es insignificante y que todo, en el mundo, tiene un motivo. El péndulo, al columpiar los instantes tan diminutos, al mecer los segundos fugaces, me dio una lección al demostrar que la constancia, la disciplina y el esfuerzo resultan fundamentales, con los pequeños detalles, para obtener resultados grandiosos. Si el reloj descuidara los segundos, no conseguiría llegar a los minutos ni tampoco a las horas, y traicionaría, con su fracaso, su misión y su encomienda, hasta abandonar a la vida y a la muerte en sus faenas. Lo más extraordinario, me enseñó el reloj, se consigue con la suma y la multiplicación de pequeños detalles, igual que las manecillas consiguen, al contabilizar segundos y minutos, conquistar horas que se transforman en días y en años. De las manecillas adquirí el conocimiento de que las oportunidades y la vida pasan, y que si uno no conoce, experimenta y siente el número 1, no llegará al 2 ni a las cifras sucesivas, porque el tiempo se habrá movido y también la gente y las cosas. Aprendí de los minutos y de las horas, en el plano de la temporalidad, que antes de abrir las puertas y recorrer las rutas hacia el infinito, debo entender los ciclos terrenos. Entre los rumores y los sigilos de sus engranajes, de su péndulo y de sus manecillas, el reloj musitó a mis oídos la fórmula del tiempo y el secreto de la inmortalidad. De los minutos y de las horas aprendí tanto de la vida.

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He notado

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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A quienes se marcharon de este mundo

He notado, esta mañana, al despertar, que la vida pintó las frondas de los árboles e insertó hojas de intenso verdor y talló las innumerables cortezas, decoró los paisajes con flores de bellos matices y exquisitas fragancias y texturas, colocó los helechos a la sombra de los bosques, conservó los pliegues turquesa y jade del océano, acumuló incontables gotas de agua para formar espejos en los lagos y reflejar la profundidad del cielo o pasear y regalar sus encantos por medio de las cascadas y los ríos. He notado, al amanecer y retornar de mis sueños, que la vida, conmigo o sin mí, continúa su sendero, abundante y sin apegos, indiferente al empleo que se haga de sus movimientos y de sus pausas. He notado, también, que la flora y la fauna se saludan, con la misma emoción e intensidad de siempre, para seguir, cada una, en su multiplicidad de formas, sus caminos, sus encomiendas, sus motivos y sus razones. He notado que, en los pájaros de hermoso plumaje y vuelo libre, el concierto es incesante y maravilloso, y que no para la vida en sus faenas, que todo tiene un lenguaje, un significado, un destino, un sentido. He notado, este día, al explorar sus minutos y sus horas, al escudriñar sus momentos, que la vida ha plasmado sus historias, sus poemas, sus rumores y sus silencios, sus colores y sus formas, como una artista que a todas las criaturas regala sus prodigios, hasta recordar a las almas que tiene una conexión infinita a paraísos que empiezan en uno, si así lo desean; sin embargo, no te veo a mi lado, no te encuentro en el camino, ni tampoco a ti, ni a ustedes, y, a pesar de todo, los siento en mí, en mis profundidades, en la morada de mi ser, como si fuéramos identidades que palpitan en un todo, y miro, feliz, las huellas que dejaron en mí.

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En primavera

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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En primavera, la naturaleza saca del armario su paleta de colores y pinta los helechos y las flores, los ríos cristalinos y los follajes. En primavera, los conciertos y las sinfonías de la vida se estrenan e intensifican en las aves y en los animales, en las frondas y en el viento, en las cascadas y en la lluvia. En primavera, la flora y la fauna se saludan alegremente, como dos hermanas con tanta descendencia. En primavera, se multiplican las oportunidades de vivir y ser felices. En primavera, los abetos, las flores y las plantas se saben completos y plenos, disfrutan cada instante y colaboran, en sus procesos, con las encomiendas de la vida, sin rencor contra los aguaceros del verano, el aire implacable del otoño que arrancó y secó sus hojas y el frío y la nieve que los cubrieron, acaso porque saben que la existencia es eso, una sucesión de estaciones y ciclos para nacer y morir, una y otra vez, hasta, finalmente, trascender. En primavera, la naturaleza desentume cada rincón, despierta a todas las criaturas e invita a vivir en armonía, con equilibrio, plenamente; sin embargo, esta mañana, al regresar de mis sueños, noto que amplio porcentaje de seres humanos son los únicos de la creación, en este mundo, capaces de odios, causar daño, arrebatar, entristecer, envidiar, destruir, violar, mentir y asesinar. Contaminan, ensucian y mutilan los lienzos de la vida, en primavera y en verano, en otoño y en invierno. En primavera, detecto los silencios, los rumores y las formas de la vida, con sus encuentros y sus desencuentros, sus temporalidades y su inmortalidad, y todos seres viajan contentos, inmersos en su naturaleza y en sus motivos, hacia su grandioso destino, sí, todos, menos los humanos que andan en guerras y en otros asuntos baladíes. En primavera.

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