Sueño de niña o la patinadora

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

A ti y a quienes crearon el ambiente de tu niñez y adolescencia para que soñaras libremente y volaras con plenitud

Tal vez, fue la posibilidad de una fantasía que envolviste entre nubes de colores mágicos o en la fragilidad de las burbujas de tus horas infantiles, y por eso soñaste un día y otros más, alguna mañana nebulosa y fría, una tarde lluviosa o una noche decorada con la luminosidad plateada de las estrellas, con el intenso deseo de transformar en realidad cada escena que imaginabas. Estoy seguro de que como toda niña, tuviste una ilusión, un sueño, un encuentro con las quimeras, un arrullo quizá extraído de las profundidades de tu ser o acaso recordado de otras horas en un mundo prodigioso. Ahora me parece viajar a otras estaciones, a los instantes de tu infancia y a los momentos de tu adolescencia, cuando seguramente, así lo intuyo, imaginabas que eras patinadora sobre hielo y que cada movimiento tuyo era acorde a las notas musicales, una pieza magistral y suave que parecía bajar del cielo. Noto en tu mirada y en tu semblante los rasgos de aquellos sueños que esculpiste, creo yo, sentada en el sillón de la sala o acostada en tu cama, en un hogar donde probablemente eras la niña consentida y, por lo mismo, la dulzura significaba vida cotidiana. Imagino, si así fue, tu alegría y emoción al recrearte mentalmente con tu porte y hermosura de patinadora, con movimientos armónicos, bellos, equilibrados y gráciles, similares al trigo dorado cuando recibe las caricias del viento y los ósculos del sol, al oleaje al fundirse con ritmo en el océano turquesa y a la nieve al acomodar sus copos de trazos geométricos en una alfombra sin máculas. Leo en tus rasgos y detecto en tu resplandor las ilusiones que esculpiste en aquella etapa primaveral de tu existencia, cuando entre la vida y los sueños te mirabas patinando sobre la pista de hielo, con un vestido precioso de muñeca celeste, y el público conmovido, en silencio, admiraba la sutileza de tus movimientos. Entiendo que cuando el patinaje es deporte y de pronto, entre los signos musicales y los impulsos corporales, se transforma en arte, en estilo, en belleza, la humanidad siente embeleso y sus emociones abren puertas inconmensurables de planos insospechados que provocan su hermanamiento, y así, tesoro mío, se derrumban fronteras y muros y se construyen puentes de cristal hacia el concierto universal. Gozabas desde niña y todavía en tu adolescencia, parece, cuando te imaginabas en patines y deslizabas sobre la pista de hielo, como una soberana que adorna y embellece el escenario con el encanto de sus movimientos. No dudo que eres la patinadora que sentí en mi morada durante la aurora de mi existencia, en mi infancia dorada, porque así comprendo, finalmente, que nunca estuve solo y que desde el instante en que coincidimos en el mundo, ya estabas en mí y yo me encontraba en ti, de manera que es la razón por la que tus movimientos son tan femeninos y sutiles, idénticos a los de la dama que en sus sueños hizo de la pista de hielo el escenario de sus juegos y de la vida. Así entiendo que tú, la niña que se soñaba patinadora sobre hielo, la adolescente que se sentía artista de un escenario de espejo, eres la mujer que hoy, con igual dulzura, contraste, encanto, belleza, equilibrio y armonía, haces de tu vida una pista, un escenario maravilloso en el que tengo la fortuna de ser tu compañero. Observo la brillantez de tus ojos, el destello de tu alma, tus manos femeninas y tus movimientos delicados, hasta que me fundo en ti y llego a tus remembranzas, a tu ayer, para descubrirte con tu ropa de patinadora sobre hielo. Me asombro al reflexionar que tuviste la capacidad, igual que ahora, de convertir una superficie gélida en el más cálido escenario, acompañada de las notas musicales que son el silencio y los rumores de Dios, siempre con la elegancia de quien hace un estilo de la vida, el amor y el bien. Alegre, sé que si no fuiste la patinadora que anhelaste ser durante tu infancia y adolescencia, eres la artista y dama que hace de la existencia una pista magistral y subyugante, donde te admiro y te amo, hasta que un día la superficie de hielo forme un puente que a ambos traslade a un cielo infinito en el que tendrás oportunidad de ser la niña de los patines.

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