Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Reconciliación, armonía, respeto, perdón y comprensión son palabras que, conforme transcurren los días, se convierten en significados incomprensibles y lejanos, casi en piezas de museo, en términos de consulta en diccionarios y compendios de historia. Al menos, en la vida cotidiana, aquí y allá, en distintos ambientes y rincones del mundo, la realidad demuestra que se trata de conceptos que gradualmente pierden sentido y valor. Las sociedades de consumo y desecho, las naciones de “utilícese y tírese” -personas, alimentos, bebidas, ropa, diversiones, cosas, mercancía, todo-, han perdido el respeto a sí mismas, en lo individual y en lo colectivo, y hoy se agreden e insultan con mayor intensidad que sus saludos, gestos amables y sonrisas. El desdén, el odio, la envidia, el resentimiento y el desprecio hacia los demás, son tan comunes que parece natural que la gente, en las redes sociales y en las secciones destinadas a las opiniones de los lectores, en el caso de las páginas de noticias, se amenace y se ofenda, como lo hacen, en las avenidas y en las calles, los automovilistas que embisten a los peatones y escandalizan con los motores y las bocinas al faltarse al respeto. Hay quienes se matan por una discusión, un motivo estúpido o una diferencia en la forma de creer o de pensar. Si millones de hombres y mujeres no se sienten a gusto ni en paz consigo, menos capacidad tienen, en consecuencia, de tolerar a quienes les rodean. Son tan patéticos el desprecio y el odio, que, incluso, hace días lo leímos y miramos en las redes sociales, muchos, en broma o en serio, maldijeron el año 2020 por lo que les representó, cuando las fechas y el tiempo son indiferentes al bien o al mal que la humanidad se provoca a sí misma. Existe descontento en las personas. El problema es humano, global, no de una clase social. Artistas, científicos, intelectuales, empresarios, líderes, políticos, estudiantes, académicos, inversionistas, obreros, profesionistas y empleados, entre otros, han resbalado y se encuentran atrapados en sus propias trampas. Algo anda mal. Los gobiernos, las élites y los grupos radicales continúan empecinados en la necedad de estancarse en una guerra carente de sentido, en el juego peligroso de los opuestos, y su odio aumenta, cada día, contra aquellos que no comparten sus formas de creer, sentir, pensar y vivir. En los programas de radio y televisión, en internet, en todas partes, incontables personas transpiran enojo, agresividad e intolerancia. ¿Dónde abandonaron, tales seres humanos, su capacidad de aceptación, comprensión, perdón y tolerancia? ¿Por qué son capaces de insultar a quienes no sienten ni piensan igual que ellos? ¿En qué momento renunciaron a la amabilidad, el respeto, la aceptación, el perdón y la tolerancia? En un mundo que agoniza por tantas causas, la mayoría propiciadas por seres humanos, sobran los enojos y faltan las sonrisas, lastiman las agresiones y se extrañan los sentimientos nobles.
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