SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA
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Los limones huelen delicioso, a vida y a lluvia, a sol y a luna, a agua y a tierra, a viento y a estrellas, a rumores y a silencios. Lucen hermosos y verdes en el limonero que permanece inquebrantable en el jardín, a veces agitado por las ráfagas de aire y en ocasiones sereno, cerca de otros árboles donde se refugian colibríes, pájaros carpinteros, gorriones y otras aves, en medio de un ambiente de colores, formas y perfumes.
Un día, mientras caminaba reflexivo por el viejo jardín, atraído por el milagro de la vida, expresado en cada limón, tomé varios y los partí con una navaja con la intención de exprimirlos y beber su jugo. La apariencia de los frutos era cautivante y su fragancia deleitaba los sentidos. Pensé que si bella era la cáscara, el zumo resultaría exquisito y digno de un paraíso.
Sorprendido, descubrí que los limones estaban secos. Solo ofrecían el encanto de su apariencia y de su olor, pero estaban vacíos, ausentes de zumo y de semillas. Intenté obtener jugo, pero las cáscaras se rasgaron ante la presión de mi fuerza y su fragilidad. Definitivamente, parecían adornos bonitos y perfumes exquisitos; sin embargo, solo se trataba de un maquillaje de efímera existencia.
El hombre que tiene la encomienda de cuidar el jardín, se dedica a cortar y regar el césped, barrer las hojas secas y cuidar las flores; pero no atiende al limonero solitario que necesita agua suficiente, abono en la tierra y tantos detalles. Sus frutos son estériles e insípidos, contrarios a su superficialidad.
Incontables ocasiones he pensado que, en el mundo, existen personas idénticas a los limones del jardín, encantadoras por su apariencia, por su perfume, por su vestuario, por su maquillaje, y vacías espiritual y mentalmente, carentes de sentimientos y de ideas, incapaces de dar de sí, hacer el bien y dejar huellas indelebles en el camino para trascender y ser criaturas inmortales.
Coexistimos en una época y en un mundo en el que, para la mayoría, las superficialidades, lo inmediato, la estulticia, los apetitos desenfrenados, la agresividad y la ambición desmedida son su estilo de vida. Marcan a un porcentaje significativo de la humanidad, convertida, innegablemente, en producción en serie, en hombres y en mujeres moldeados artificialmente, indiferentes y vacíos por completo, ineptos para trascender y proclives a sentir y actuar desequilibradamente, de acuerdo con los estímulos, intereses y caprichos de cada momento. Son incapaces de realizar algún esfuerzo y se quebrantan ante cualquier situación complicada que se les presenta. Helados, quebradizos y muertos como un maniquí que tuvo su momento fugaz al ocupar aparadores con reflectores y ropa de calidad, están condenados a ser rebaños y perecer como tales.
Se trata de maniquíes, títeres y marionetas a los que les interesan las apariencias físicas, el aspecto que da la ropa, los perfumes, los bienes materiales, los apetitos primarios, a cambio de no aportar y de solamente gozar porque les enseñaron, y así los confundieron para manipularlos totalmente y explotarlos, que la vida es corta y hay que gozarla sin esfuerzo e irresponsablemente. Cuando descubren que la juventud huyó, que la acumulación de idioteces entorpece e inutiliza, que la belleza un día se consume, sufren lo indecible. Mueren sus dioses y se resquebrajan.
Cuando ejercí tanta presión con la finalidad de obtener zumo de los limones de hermosa apariencia y delicioso perfume, miré con desencanto y tristeza que se despedazaban irremediablemente. Es maravilloso lo bello, pero si uno se dedica a idolatrar exclusivamente la apariencia y lo pasajero, sin atender la esencia, la riqueza interna, los sentimientos y las ideas, únicamente será cáscara fragante, temporal y frágil, como los limones del viejo jardín, atrapados en su cruel existencia.
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