SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA
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La noche ha vuelto. Regresó. Nunca queda mal en sus citas. Respeta su agenda. Es fiel a sus compromisos. Llega con exactitud. Es puntual. La percibo. Siempre, a determinada hora, siento su presencia. Mi mirada está acostumbrada a sus matices. Huele a instantes nocturnos. Distingo los tonos grisáceos y negros que deja cuando camina. Sus huellas quedan en el sendero. Solo maquilla los colores de la mañana con sus tintes peculiares; pero, finalmente, al marcharse antes del amanecer, los coloca en los espacios que les corresponden, a veces un tanto envejecidos e irreconocibles. No arrebata ni se lleva a la gente, como algunos suponen. La enfermedad y la muerte suelen aprovechar las sombras nocturnas para manifestarse y culpar al ocaso de todos los quebrantos. La noche, presente entre el viento, la quietud, los desasosiegos, los rumores y los silencios de la tarde, anunció, hace rato, que ya estaba cerca. Y aquí está. Vino con el espectáculo de la profundidad de un cielo decorado con estrellas y mundos distantes, con una geometría exacta y mágica que envuelve y cautiva. Otras veces llega desprovista de adornos y diamantes, sencilla y fría, demasiado sola. Llegó la noche. Lo sé porque cuando apaga las luces y borra los colores de la mañana, del mediodía y de la tarde, disfruta sus minutos y sus horas en la oscuridad, mientras las manecillas coinciden en las esquinas, en los rincones, en una rutina cotidiana e irrenunciable que les impide hacer una pausa y enamorarse. La noche aparece ataviada o desprovista de todo, con las lecciones que el ocaso carga. Unos temen a la noche por creer que viene con un canasto de abismos, barrotes, celdas, dolores, espectros, fantasmas, muerte, fronteras, profundidades insondables, tristezas, misterios y terrores; otros, en cambio, la dedican a sus amores, a sus delirios, a sus inspiraciones, a sus descansos, a sus paréntesis y a sus sueños. La noche enseña tanto. Me regala susurros y sigilos que me llevan a mí, al encuentro conmigo, a las pausas del infinito y de la temporalidad. He aprendido que después de la mañana, el mediodía y la tarde de la existencia, aparece la noche envuelta en sus claridades y en sus neblinas, con sus bienes y sus fechorías -lo que uno elija-, siempre con la esperanza del amanecer y la oportunidad del renacimiento.
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